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Compartiendo a su hija. Continuación.

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               Después de lo que os conté, que me había relatado mi marido sobre lo que le sucedió en su viaje de trabajo, cumpliendo ese sueño que creía irrealizable, todo cambió en nuestras vidas, en él personalmente y en nuestro matrimonio.

               Como había tenido esa experiencia, él tenía la ilusoria esperanza de que eso podría volver a repetirse en otro momento, que esas crías que veíamos por la calle y que tanto le atraían, en realidad eran unas putas a las que fácilmente podría follarse, pero yo tenía que enfriar sus fantasías por miedo a que pudiera meterse en algún problema, ya que la estancia en ese lugar, del que había vuelto eufórico, le había hecho perder un poco la noción de la realidad, y tuve que hacerle ver que en realidad lo que había sucedido fue solo una circunstancia afortunada para él que difícilmente podría repetirse.

               Efectivamente, con el paso del tiempo fue perdiendo sus expectativas y volvía a ser ese hombre prudente y poco atrevido, que no veía nuevas oportunidades para que se volviera a propiciar en su vida otra experiencia como esa, hasta que sucedió algo que volvió a alterar nuestra tranquila vida matrimonial.

               Mi hermana me llamó para decirme que su hija Lourdes le estaba dando problemas en su adolescencia y para pedirme si podría pasar unos días con nosotros para que pudiera ir a la playa, y así alejarla del ambiente que tenía en su pueblo.

               Yo le dije que no había ningún problema y que estábamos encantados de que mi sobrina pasara una temporada en nuestra casa.

               Hacía unos años que no veíamos a Lourdes y cuando fuimos a recibirla, su imagen era muy distinta de la traviesa niña que conocíamos nosotros. Me di cuenta de que mi marido se quedó impresionado al verla con esa minifalda blanca que hacía resaltar unas preciosas piernas y la camiseta ajustada en la que se marcaban sus incipientes pechos.

               Se había convertido en una preciosa adolescente rubia, de piel blanca con esos toques sonrosados típicos de la adolescencia, que volvió a resucitar las fantasías lúbricas de mi marido y más con todo lo que fue sucediendo después.

               Cuando llegó a casa, ya desde el primer momento, nos sorprendió su forma de hablar desinhibida y descarada, como las niñas de su edad de ahora, jugando a ser mujeres sin haber abandonado todavía la niñez, por lo que yo le pregunté por esos problemas que tenía con su madre:

               —Mi madre es una antigua, tía.

               —¿Por qué dices eso?

               —No me deja vestir como yo quiero, ni andar con chicos, ni salir casi. No me deja en paz.

               —Jaja —se río mi marido, diciéndole—, por algo será. Me parece que tú tienes mucho peligro. Debes de tener a todos los chicos detrás de ti.

               —A esta edad tengo que disfrutar, tío. Como todas las demás….

               —Ya, ya, disfrutar…, tu madre me dijo que te pilló en casa con un chico ¿es tu novio? —le pregunté yo.

               —No, es un amigo solo. Teníamos ganas de follar y subimos a casa, pero mi madre nos pilló morreándonos y nos cortó el rollo.

               —Pero bueno, si eres una niña todavía. Ya tendrás tiempo para esas cosas….

               —¿Cuándo nos casemos, como vosotras? La mayoría de mis amigas ya no son vírgenes, ¡eh!

               —¡Oye! Que nosotras también lo hacíamos antes de casarnos, pero es que ahora lo vuestro es demasiado. Tú tampoco eres virgen, claro.

               —No, desde hace 5 meses, pero las más pequeñas que yo son todavía peores, son unas guarras porque siempre andan buscando a los mayores.

               Mi marido escuchaba divertido y un poco alucinado, la conversación, pero también excitado, porque estaba comprobando con mi sobrina como eran ahora las niñas de su edad, a las que él tanto deseaba, por lo que intenté calmar un poco a Lourdes:

               —Bueno, pues aquí tranquilita, ¡eh!, que le tengo que contar a tu madre todo lo que haces….

               —Pues vaya rollo. ¿Tú también eres como mi madre?

               —Nosotros no tenemos hijos, así que no tenemos mucha experiencia en cómo educaros, pero si tú te portas bien, te iré dejando más libre.

               Lourdes pareció resignada, porque al menos podría ir a la playa y pasárselo bien sin la mirada censora de su madre, así que al día siguiente fuimos los tres a una que teníamos cerca.

               Si a mi marido ya le había impresionado mi sobrina al llegar, cuando se quitó la ropa y se quedó solo con un minúsculo bikini, sus ojos parecían salírsele de las órbitas, pero más todavía cuando ella se quitó la parte de arriba para tomar el sol, por lo que tuve que decirle:

               —¿Tu madre te deja hacer top-less?

               —Ella no lo sabe, pero cuando voy con mis amigas, siempre lo hacemos.

               —Bueno, está bien, pero cuando te vayas a bañar, te pones la parte de arriba —lo que permitió que mi marido se deleitara con sus bonitos pechos mientras estaba tumbada o sentada en la toalla, algo que le tenía bastante nervioso, porque no sabía ni qué hacer ni dónde mirar.

               Al poco rato, nos dijo que se iba a dar un paseo por la orilla y a bañarse, si el agua estaba caliente, observándola nosotros desde la distancia como se mojaba los pies , y como se lucía por la orilla mientras algunos hombres se fijaban en ella de forma ostensible, ya que la verdad, mi sobrina tenía un cuerpo precioso, aparte de que ella ya tenía una cierta sensualidad de por sí, por lo que me comentó mi marido:

               —Qué buena está tu sobrina. Se la comen con los ojos.

               —Anda, que tú también ya la tienes bien comida, jaja —le dije yo con ironía—, pero oye, no te pases con ella, que es mi sobrina y luego le tengo que dar cuentas a mi hermana de lo que pase.

               —Bueno, mujer, ¿no la ves lo salida que anda? Si parece que anda buscando pollas a todas horas, madre mía, quien la pillara….

               No sé cómo iba a poder contener a mi marido con esta cría en casa, sobre todo si ella también ponía de su parte para calentarlo más, pero para mí también tenía su punto de morbo ver como se desarrollaban los acontecimientos.

               Mi marido no se pudo aguantar más y se fue con ella a la orilla, para meterse los dos juntos en el agua, donde empezaron con los típicos juegos de los abrazos, en los que  claramente veía como Lourdes provocaba a mi marido, hasta que después de un rató, mi sobrina salió del agua, dejando a mi marido más tiempo en ella, por lo que le pregunté a ella por qué no venía, a lo que me respondió con  todo descaro:

               —Porque está empalmado, jaja, y estará esperando a que se le baje.

               —¿Cómo dices eso? ¿Se lo has notado?

               —Claro, en mi culo, jaja. Tiene un buen calentón….

               —Mira que eres mala ….,  ¡pobre! Como le has puesto.

               —A todos los tíos les pongo, me dan morbo los viejecitos.

               —Cómo llamas viejo a tu tío, todavía te puede dar un buen arreón.

               —Jaja, ¿cómo los que te da a ti….?

               —Que poco respeto tienes…. Pues sí, todavía follamos bien, ¿Qué te crees? ¿Qué solo los jóvenes lo hacéis?

               —Vale, vale, perdona, tía, me parece genial.

               —Ya has visto en el agua que la polla de tu tío está en plena forma.

               —Sí es verdad, pero nunca he follado con alguien mayor.

               —¿Es que te gustaría?

               —Bueno, si surge….

               —Madre mía, que tormento eres, no me extraña que tus padres estén tan preocupados contigo.

               —Es mi madre solo, mi padre pasa.

               —¿A él le parece bien lo que haces?

               —¡Bah! Él es como todos los tíos, cuando ve a mis amigas babea con ellas.

               —¿Y contigo no?

               —Sí que me mira también, pero ni siquiera le he visto la polla nunca.

               —jaja, no puedo contigo…. ¿Es que te gustaría vérsela?

               —Sí, mi madre le dijo a una amiga suya que la tenía grande. Ellos sí que follan, les oigo desde pequeña y me asustaba cuando escuchaba gritar a mi madre.

               —Menuda elementa que estás hecha… Mira, ahí viene tu tío. Ya se le pasó el calentón, jaja.

               Mi marido nos miró extrañado por nuestra sonrisa al llegar, y nos preguntó:

               —¿Qué pasa?

               —Nada, hablábamos de cosas nuestras…. —le dije yo, guiñándole un ojo a mi sobrina.

               Cuando mi marido y yo nos quedamos solos fue inevitable hablar de Lourdes, y para justificarse por lo que había pasado en el agua, me dijo:

—Se pasa el tiempo provocándome y no sé cómo va a acabar esto.

               —Pues ten cuidado, porque telita con la niña…. Pero mira, si al final te la tienes que follar, yo miraré para otro lado.

               —¿De verdad me dices eso? Cómo se enteren sus padres, nos matan.

               —Esta cría está hecha una zorra, bueno, como todas  supongo, como dices tú.

               La verdad es que Lourdes tenía un carácter muy extrovertido y no sé cómo, enseguida se hizo con unas amigas, y nos pidió permiso para salir con ellas una tarde, y como tampoco la íbamos a tener encerrada en casa todo el día, le dije que podía ir con ellas, pero como quería saber quiénes eran, le pedí que vinieran a buscarla a casa.

               Cuando vinieron a buscarla, al abrir la puerta puede ver a tres chicas de edades parecidas a la de mi sobrina, quedándose mi marido con la boca abierta cuando las vio, porque venían vestidas de una forma que parecía que iban a ponerse en alguna esquina, como dice mi marido, aunque la verdad es que Lourdes no desentonaba con ellas para nada.

               Cómo tampoco iba a ponerme a hacerles un interrogatorio a esas chicas, solo les pregunté cómo se llamaban y a donde iban a ir:

               —¡Na! Vamos a ir al Centro Comercial para tomarnos algo allí.

               —Pues tener cuidado con la bebida, ya sabes, Lourdes…., no bebas alcohol.

               —Que sí, tía, no te preocupes.

               Mi marido no les quitaba ojo, aunque no dijo una palabra hasta que se fueron, cuando le dije:

               —¡Queee….! Eran guapas, ¿no?

               —¡Buufffff! Están tremendas, madre mía….

               Se hacía tarde y como Lourdes no acababa de llegar, nos preocupamos un poco, pero finalmente acabó llegando y no en muy buenas condiciones:

               —¿Por qué llegas tan tarde, Lourdes?

               —¡Bah! Es que me liaron….

               —¿Te liaron o te liaste tú? Me parece que has bebido demasiado, mira que te dije que no bebieras. Anda, vamos a la cama, que te ayudo a ponerte el pijama.

               Ayudada por mi marido, la llevamos a la habitación y le quitamos la ropa para ponerle el pijama, sin importarme que él estuviera allí ni ella dijo nada tampoco, porque ya la había visto desnuda en la playa y cuando solo le faltaban las braguitas, le pregunté:

—¿Te las quitas también?

—Sí, que las tengo mojadas.

Yo tiré de ellas hacia abajo, dejando al descubierto su vagina totalmente rasurada, lo que le daba un aspecto más infantil, que mi marido se quedó mirando embelesado, por lo que yo le pregunté a Lourdes:

—¿Te depilas el chocho? Si tendrás pocos pelitos todavía.

—Sí, todas nos lo hacemos, a los chicos les gusta así.

—¿Pero es que te lo ven muchos chicos?

—¡Jo, tía! Ya te dije que no era virgen.

—Sí, es verdad, pero no me hago a la idea de que folles ya con tantos chicos.

—Tampoco son tantos, solo con algún amigo que me gusta, y si surge algo….

—Ya, y ¿hoy surgió algo?

—¡Na! Se la chupé a uno solo, bueno, a dos, jaja.

—¿Y tus amigas también?

—Claro, van a los baños de allí a chupar pollas y a follar si quieren.

—¡Madre mía! ¿A chicos de vuestra edad?

—Sí, y alguno mayor también.

—¿Mayor? ¿Cómo tu tío?

—No, jaja, de 16 o así.

—¿Y todo eso después de emborracharos, no?

—Eso ayuda a las que empiezan; los chicos siempre nos dan para que lo hagamos, pero a mí me gusta hacerlo igual.

—Y las que empiezan ¿qué edad  tienen?

—En mi pueblo, con 11 o 12, algunas, pero aquí estaba la hermana pequeña de una, que tenía 10.

—¡Ay, por Dios! Y sus padres me imagino que sin saber nada.

—Pero es que ella también  quería meterse en el baño con los chicos, ¡eh!

—Ya, claro, menudas enseñanzas que le da la hermana. La verá a ella chupar pollas y también querrá, claro.

—Jaja, pues sí.

Mi marido estaba en la habitación escuchando atentamente nuestra conversación, por lo que se decidió a intervenir:

—¿Y no se meten viejos también para que se la chupéis?

—¡Oye! ¿Cómo le dices eso a la cría? —Le recriminé yo.

Aunque Lourdes le contestó igual:

—No, porque se cortan al estar allí tanta gente en los baños. ¿A ti te gustaría, tío?

Mi marido se quedó pensando la respuesta, pero al final lo reconoció:

—Sí, la verdad, con todo lo que estás contando….. —excitado por la conversación.

—Cállate, que mi sobrina va a pensar que eres un pervertido —le volví a reprochar.

Pero a Lourdes le encantaba provocar a su tío:

—¿Quién, la de 10? Jaja.

—No, cualquiera me vendría bien, jeje.

—¿Hasta yo? —le preguntó con descaro ella.

—Bueno, bueno, ya está bien, que cosas dices, Lourdes, estás borracha —le dije yo, para cortar ya esa conversación que se nos estaba yendo de las manos.

Pero ellos dos parecían dispuestos a retarse hasta el final.

—Sí, claro, ¿por qué no? —Continuó mi marido.

—Jaja, tía, ¿me dejas?

—¿Pero qué dices? Es tu tío.

—¿Y qué? Muchos tíos hacen lo que quieren con sus sobrinas, y los padres también.

—¿Quién te ha dicho a ti eso? —le pregunté con curiosidad morbosa.

—Alguna amiga me lo dijo, que le pasaba…..

—De lo que nos enteramos, ¡eh! —le dije a mi marido, que creo que si no estuviera yo allí, ya le habría dado la polla a mi sobrina para que se la chupara, y recordando lo que le había dicho, no sabía si salir de la habitación y dejarlos a ellos solos.

Por lo que finalmente, les dije:

—Bueno, yo me voy ya a la cama. Ahí os quedáis….., quédate un rato con ella a ver si se le va pasando la borrachera —le dije, mirando a mi marido.

Él se quedó sorprendido, sin saber si salir conmigo también, pero finalmente me dijo:

—Está bien, me quedaré un rato.

Me fui a mi habitación con la duda de si al final pasaría algo entre los dos, teniendo dentro de mí ese sentimiento encontrado de por un lado, darle una satisfacción a mi marido y por otro, sentir que estaba engañando o traicionando a mi hermana, que había confiado en mí para enderezar a su hija, y yo en cambio, se la estaba entregando a mi marido para que disfrutara de ella, algo que aunque yo sabía que a mi sobrina le iba a encantar también, era un poco extraño que yo actuara así con ella.

Pasados unos minutos metida en estos pensamientos, me asomé a la habitación donde estaban ellos para ver que estaba pasando y aunque me lo esperara, me llevé una sorpresa al ver como mi sobrina tenía la polla de mi marido en su boca haciéndole una mamada que a él le tenía loco:

—¡Vaya pollón, tío!  Me encanta, debe ser como la de mi padre….

—Pues disfruta de él, cariño. Lo tendrás siempre que quieras. Pero déjame a mí también que te coma ese coñito tan rico que tienes —le decía mi marido, encendido.

Escondida desde el pasillo, vi como se tumbaban en la cama, colocándose mi sobrina sobre mi marido, pero en posición invertida, haciendo el típico 69 para comerse mutuamente y así estuvieron un rato hasta que se dieron la vuelta, quedando el pequeño cuerpo de mi sobrina bajo el de su tío, que esta vez empezó un movimiento como si le estuviera follando la boca a la cría hasta que finalmente se corrió en ella, yo creo que cogiéndola por sorpresa, ya que toda su corrida le llenó la cara, aunque ella también intentaba tragarse parte de ese semen, lo que me sorprendió, que a ella le gustase ya tragárselo, pero estaba visto que no era la primera vez que lo hacía.

Mi sobrina también se había corrido, y le dijo a su tío:

—¡Uufff! Nunca me habían comido el coño así. Se nota que tienes experiencia. Los de mi edad no saben hacerlo.

—Ya me imagino. A mí me encanta comer el coño y cuando quieras repetimos.

—Pero… ¿y si se entera la tía?

—Tú tranquila por ella. ¿Quieres que te cuente un secreto….? Yo creo que ella prefiere que folles aquí en casa a que andes por ahí con el primero que quiera metértela.

—¿Sí? ¿Te lo ha dicho?

—Bueno, ella está preocupada contigo y no quiere que vuelvas a llegar a casa en estas condiciones, borracha y follada por cualquiera.

—¿Entonces podemos follar también?

—Yo estoy deseándolo, no sé si tú…..

—Sí, yo también, tío. Quiero sentir lo que es una polla de alguien mayor.

—Pues mira, ya se me ha puesto dura otra vez. Ponte ahí, que te la meto, aprovechando que tienes el coño tan mojado.

Lourdes se tumbó en la cama con las piernas abiertas mientras mi marido se ponía encima de ella y después de metérsela, empezó a follarla ante los gemidos crecientes de mi sobrina, que estaba disfrutando por primera vez de una buena follada.

Esa imagen estaba resultando de lo más morbosa para mí, casi obscena, viendo el pequeño y frágil cuerpo de mi sobrina, primero debajo, y luengo encima de mi marido, un hombre mayor, con barriga y el vello cubriendo su piel, destacando esa gruesa polla en la que asomaba el rojo glande, que entraba en la pequeña rajita de Lourdes con una facilidad sorprendente, por la capacidad de adaptación que tienen nuestros coños al tamaño de cualquier polla.

A la vista de todo eso, no pude evitar llevar una mano a mi coño para meterme los dedos mientras esta vez sí podía ver como mi marido se follaba a una cría de las que tanto le gustaban y no como la otra vez, que solo pudo contármelo.

Desde luego, los dos estaba disfrutando mucho, pero tuvo que ser mi sobrina la que pusiera un poco de madurez entre los dos, al decirle:

—Ponte el condón tío, no te corras dentro.

Mi marido parece que reaccionó, dentro de su calentón.

—¡Ay Dios! Sí, perdona, ¿En que estaría pensando yo?  Ya solo faltaría que te preñara también.

Lourdes sacó un condón de su bolso y se lo dio a mi marido para que se lo pusiera. Esta cría está preparada para todo, pensé yo, pero obviamente, no todas son tan responsables y luego pasa lo que pasa, y yo la primera, por estar viendo como mi marido se había puesto a follar a su sobrina adolescente sin ni siquiera ponerse un condón.

Continuaron la follada, esta vez con Lourdes sentada sobre él y disfrutando con más calma de ese momento, moviendo a su antojo mi marido el pequeño cuerpo de la  cría que se metía una y otra vez la polla de mi marido en su coño hasta que llegó el clímax final entre fuertes gemidos de los dos, que aunque no lo estuviera mirando, hubiera sido imposible que no lo hubiera escuchado desde mi habitación.

Como supuse que ya habrían terminado, me fui de allí, esperando a que mi marido volviera a la habitación y me contara…, si es que quería hacerlo.

Todavía tardó un tiempo más, pero cuando entró, me miró con cara como suponiendo que me había enterado de lo que había pasado, pero yo me adelanté, y le pregunté:

—Que… ¿Te ha gustado?

—¿Nos has visto?

—Sí, hasta tuve que masturbarme viéndoos.

—¡Uuufff! Gracias por regalarme ese momento. Ha sido único. Vaya gozada que es follarse a una nena como Lourdes.

—Pues mira, creo que tienes razón en lo que le dijiste, que prefiero que la follen en casa a que ande por ahí sin saber con quién….

—¿Sí? Jaja. Me voy a pasar el verano más feliz de mi vida…, bueno, sin querer hacerte de menos a ti, ya me entiendes…

—Sí, claro, donde vamos a comparar, entre Lourdes y yo… —le dije con ironía.

—Bueno, no te enfades, tú me diste permiso…

—Era broma, lo entiendo perfectamente, pero a ver qué voy a hacer yo ahora si te la pasas todo el día con ella.

—¿Por qué no te animas tú también y participas? Sería genial —me dijo él, desconcertándome.

—No sé… Creo que nos estamos volviendo locos con todo esto. Es nuestra sobrina y no sé qué voy a decirle a mi hermana ahora.

—Pues nada. Lourdes tampoco le va a decir nada, obviamente.

Como lo mejor en estos casos es ir dejando pasar los acontecimientos a ver dónde nos llevan, nos dejamos un tiempo de reflexión, pero era evidente que mi sobrina estaba todo el día buscando a mi marido y a la vista de sus continuos tonteos, ya tuvimos que poner las cartas sobre la mesa, forzando esta conversación, primero entre ella y yo:

—A ver, Lourdes, ya sé que te has follado a tu tío. Yo no sé si es que estoy loca por permitirlo, pero espero que nada de esto salga de aquí y que tus padres no acaben enterándose.

—No, tía, ¿qué dices? ¿Crees que estoy loca yo también?

—Podemos seguir así, pero te pongo una condición.

—Sí, dime….

—Que no salgas más con esas amigas, no me gustan nada y no quiero que te metas en algún lío que luego me lo echen en cara tus padres, porque mientras estés en esta casa, nosotros somos responsables de ti.

—Bueno, vale. Si puedo follar aquí, no necesito buscarlo por ahí, además con el tío, con el pollón que tiene.

—¿Pero cómo puedes ser tan viciosa con tu edad?

—No sé, son todas así….

—¿Y con otras chicas has probado también?

—Sí, morreos y tocarnos, pero solo con una amiga nos comimos el coño una vez.

—¡Vaya! No te privas de nada, jeje. ¿Y te gustó?

—Sí, está guay. Es raro, pero me gustó.

—¿Y con una mujer mayor te gustaría también?

—¡Uuufff! No sé…., no lo pensé.

—Tengo que decirte una cosa. El otro día estuve mirando como follabas con tu tío. Me excitó mucho veros y me dieron ganas de participar también.

—¿Sí?, jaja, ¿Cómo?

—Pues estando los tres juntos, ya sabes, en un trío o algo así. Casi me da hasta vergüenza decirlo, porque nunca se me hubiera ocurrido algo así, pero has venido tú a trastocar toda nuestra forma de pensar.

—Será la tuya, porque al tío se le fueron los ojos en cuanto me vio y yo sabía que quería follarme —contestó ella, con su habitual descaro.

—Sí, es verdad. Yo no era como él, pero me ha ido contagiando de sus vicios y le he permitido muchas cosas, ¿tú que te crees?

—¿Se ha follado a otras ya?

—Sí, aunque no te lo creas, pero eso que te lo cuente él, si quiere…..

—Bueno, me da igual. Pero si me gustaría compartirlo contigo.

—¿Sabes? Yo nunca le he comido el coño a otra mujer, ni cuando era cría tampoco, y cuando vi el tuyo me dieron muchas ganas de probarlo.

—¿Sí? Jaja, no me digas……

Yo le puse cara de que era verdad lo que le decía y ella me propuso:

—¿Quieres hacerlo ahora?

—Bueno, estoy un poco nerviosa, pero a ver como lo hago….

Mi sobrina se bajó las bragas y se puso en la cama con las piernas abiertas y flexionadas, mostrándome su lampiña y abultada vulva con sus sonrosados labios vaginales, que eran toda una invitación a ser lamidos sin descanso.

Empecé a lamerla como con miedo a hacerla daño, pero ella me dijo:

—Méteme la lengua dentro, tía, cómemelo sin miedo, que ya me mojaste toda.

Esos jugos precisamente fueron los que dispararon mi libido y ya sin miedo, me puse a comer eso coño tan tierno para mí, pasando mi lengua por todos sus rincones, metiéndole el dedo y buscando su clítoris para llevarla al clímax del placer.

Cuando lo aprisioné entre mis labios, ella se retorcía y gemía como una loca, volviéndome a regalar ese néctar de niña adolescente que me resultaba embriagador, comprendiendo perfectamente a los hombres que les gustaba comerse un buen coño hasta la corrida final, como muchas veces me había hecho mi marido.

Lourdes me sujetó la cabeza en ese momento final de su orgasmo para mantener la presión adecuada, quedando finalmente exhausta sobre la cama y cuando empezó a recuperarse un poco le propuse que me lo comiera ella a mí, lo que aceptó enseguida.

Me sentí la mujer más perversa del mundo, abriéndome de piernas ante mi sobrina para que empezara a comerme el coño, que lo miraba con curiosidad antes de poner su cabeza entre mis muslos, apartando mis vellos para abrirse paso entre mis grandes labios vaginales, ya deformados por la edad y pasando su lengua entre ellos, empezó a hacerme sentir las primeras sensaciones de placer que puede tener una mujer a la que le están comiendo el coño de la forma acertada.

Su pequeña boca se abría paso hasta llegar a mi clítoris, que ya estaba totalmente expuesto para ser devorado por su lengua, y en medio de su excitación, me dijo:

—¡Qué pasada….! Parece una polla pequeñita.

Efectivamente, mi sobrina lamía mi clítoris como si estuviera chupando la polla de algún amigo de ella, haciéndome ahora a mí retorcerme de placer y gimiendo cada vez más fuerte hasta que llegó una corrida que la mojó toda la cara, volviéndose a sorprender de nuevo:

—¡Buuffff, tía! Vaya corrida….

—Sí, gracias cariño, lo has hecho muy bien. Ahora solo nos falta una buena polla, ¿no?

—Sí, jaja, ¿llamamos al tío?

Y allí apareció mi marido cuando le llamamos, sin creer lo que estaba viendo, a las dos desnudas, abrazadas en la cama y enseñándole nuestros coños después del orgasmo para que los jodiera uno tras otro.

A la vista de ellos, él no pudo resistirse primero a lamerlos, deleitándose con los restos de nuestras corridas, y empezando primero a penetrar el mío, para que Lourdes viera como follábamos en nuestra intimidad.

Pero estuvo poco tiempo haciéndolo, porque no quería correrse tan pronto y dejar a su sobrina sin su parte, así que me cambió por ella y se puso a follarla lentamente también, para alargar el tiempo de su corrida y poder disfrutar al máximo de esos dos coños tan diferentes que se le ofrecían.

Y así estuvo alternativamente penetrando los dos coños, hasta que llegó un momento en el que no pudo aguantar su corrida, curiosamente cuando estaba jodiendo a Lourdes, aunque yo lo entendí, porque debía de ser irresistible para él, sentirlo tan apretadito a su polla.

De todas formas, me guardó parte de su corrida para mí, aprovechando que no se le había bajado tan pronto, pudiendo lamerle todo el resto entre las dos, una vez sacada la polla de mi coño.

Eso solo había sido el principio de nuestras folladas compartidas con mi sobrina, a la que esta vez, éramos los dos la que la estábamos compartiendo, sin que sus padres supieran nada de ello, pero ante el goce que estábamos teniendo, no me sentía nada culpable de ocultárselo a mi hermana, que había confiado en mí, precisamente para lo contrario.

 

              

Compartiendo a su hija
Galletas y postre

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