Fetichismo Heterosexual Tabú

De mi obsesión por el ano de mis alumnas 1 – Bibiana

0
Please log in or register to do it.

©2020 –Stregoika
El profe Christian narra afortunados episodios de su trabajo

 La mejor decisión que he tomado en mi vida fue cuando me convertí en instructor vacacional de talleres. Si alguna vez han imaginado el paraíso ¡eso no es! El paraíso es más (si os gustan las morritas, claro) como un inmenso centro comunitario donde concurre toda la juventud de tu localidad de clase media, y donde no hay las reglas ni controles que hay en un colegio.
   Yo enseñaba artes, y tenía grupos de teatro y plásticas. Pero en los talleres había también deportes, incluyendo natación, patinaje y volley, así que, se imaginarán el gallinero tan tentador en medio del que me movía yo.
   Cuando veía una chica que me gustaba, la ponía en la mira y en cosa de una semana ya había cumplido con mi enfermo cometido de saborearle su… su ojete. Es un viejo fetiche que tengo. Y así sucedían las cosas:

   —Profe ¿por qué te gusta tanto el culo? —me preguntó Bibiana, con su voz mojada.
Yo no le pude responder, pues estaba ocupado, con mi cara metida entre sus nalgas, chupando las orillitas de su asterisquito. Ella había aprendido a disfrutarlo, y justo esa vez, estaba contonéandose, haciendo círculos con la pelvis mientras yo comía. Y mientras comía, me la jalaba, ahí arrodillado detrás de ella.  Me vine comiéndole el ano a Bibiana. Por mi temblor, ella se dio cuenta. Volteó a verme. Pero yo no quería quitar mi boca todavía y me resistí. Desde donde yo estaba, podía ver sus bellas y blancas nalgas desenfocadas, por estar pegadas a mi cara. Estaban ligeramente brotadas y marcadas por sus pantaletas deportivas. Era como si trajera puesta una versión invisible de ellas. En seguida, estaba su espalda. Su camiseta amarilla de ciclista y sobre ella, su pelo negro. Al final, veía su carita de perfil y sus ojos esforzándose, tratando de verme.
   —No me vayas a echar semen en las medias, profe —agregó.
Pero era demasiado tarde: Casi toda mi venida le había caído en su media deportiva blanca y en pocos segundos iba a tener que sentir la esperma filtrada hacia su piel, como la última vez.
   Mientras pasaba mi éxtasis, me fui aflojando. Al fin separé mis labios de su argolla, y se liberó su aroma a saliva y piel mezclados, y ese ‘aliento’ característico a culo de muchachita, al que yo era adicto. Separé mi cara un centímetro, solo la cantidad suficiente para ver. Ella creyó que podía incorporarse y subirse la pantaleta, pero la detuve. Lo que yo quería, era ver un rato más esa magnífica obra de arte de la naturaleza, y así lo hice. Seguí separándole las nalgas con mis manos.
   Por estar tan agitado —yo había estado chupando por unos veinte minutos y muy fuerte—, su ano estaba coloradito y apenas estaba dejando de palpitar. Debajo de él estaban erectos dos o tres pelillos, quebrados por la estreches de su perineo, correspondientes al vello púbico que no podía quitar ella sola cuando se afeitaba.  Los toqué con la yema de mi dedo. Contemplé la belleza del medio de sus nalgas abiertas por unos segundo más. Conté los pliegues de su piel que daban forma al oscurito asterisco: llegué a once, pero al volver al contar llegué a doce. Olía delicioso. El vaho tibio de su interior se mezclaba con aquél proveniente de su vagina, que obvio, estaba empapada.
   —Me tengo que ir profe —me dijo, haciendo voz de consentida.
Recargué mi mejilla en uno de sus glúteos, para reemplazar mi mano en la acción de abrir.  La contemplé un poco, solo un poco más. Le acaricié el ano con la yema del dedo, con un contacto tan tenue que quizá solo era calor lo que se transmitía.
¿Quieren una definición de amor? Abran las nalgas de una nena de quince, meriéndense ese ano como si no hubiera un mañana, eyaculen y quédense contemplándolo como un anciano que ve por primera vez el mar. Lo que sentirán, es eso: Amor.
   —Profe…
   —Ya, mi amor, vete —le dije.
Para la despedida, le di un beso en su pequeño cagadero. Ya había aprendido que  los besos negros no suenan, así que, para que suenen, no deben darse en el centro vacío del lindo agujero sino sobre la piel. Le besé una de sus orillitas e hice sonar el pico en todo el vacío baño. MMMMmmmmuuuuááááák!
   Dado el beso, ella se enderezó con las manos en sus pantaletas. Luego se subió el bicicletero de color azul brillante, danzando graciosamente para acomodar la apretada prenda. Yo amaba el sonido del caucho encajándose, cuando ella lo soltaba sobre su piel: ¡Plac!
   Se echó agua en al cara mientras yo seguía ahí, agachado. Le miraba ese pedazo de trasero en su lycra azul con facetas laterales de malla. Luego la miraba a ella y lo hermosa que era. ¿Cómo podía yo ser tan feliz? Lo más sagrado, íntimo y resguardado de una muchacha es el ojito de su culito, incluso más que su coño. Y ahí estaba Bibiana, poniéndose la moña ante el espejo y yo viéndole ese portentoso par de nalgas, en medio de las que acababa de tener la cara durante largo rato.
Ese sabor que me quedaba en el área del bigote y la barbilla, no lo cambiaba por nada. Y nunca me lavaba, hasta el día siguiente. Me encantaba llevarme ese aroma íntimo y sucio a todas partes.
   Ella terminó de arreglarse y se dio la vuelta, y al moverse, se dio cuenta que tenía la media mojada.
   —¡Ay, profe, te dije que no me llenaras de semen! —Levantó su rodilla y empezó a limpiarse con la mano— ¡No! me tocó quitármelas —renegó.
   Así lo hizo, y algo que adoré, fue que cuando estuvo lista, se olfateó la mano y no resistió la tentación de lamerse un poco. Luego me miró y se rió. Fue cuando me puse de pie y la abracé y la besé.
Alguien gritó su nombre afuera.
   —Mierda ¡me voy ya! —exclamó.
Al voltearse, le di una fuerte palmada en una de sus nalgas. Ella se fue trotando, con las manitas en alto y su coleta de pelo balanceándose.
La primera vez que vi a Bibiana fue cuando terminaba de jugar soccer. Yo estaba intencionalmente allá en las gradas, para escoger ‘ganado’, y me enamoré al instante al verla trotar hacia el lateral, empapada en sudor, con la carita roja y riéndose porque le acababan de decir algo gracioso.
Cuando llevaba poco más de un mes de tener sexo con ella, todavía no había podido hacer realidad mi fantasía de cogerla así como la conocí: Bañada en sudor y caliente como horno de panadería. Pero se lo pedí al poco.
Les daré los detalles en la siguiente entrega, y les contaré de los anos de otras estudiantes de 13 a 16 años. Y les contaré cómo mi novia (de 15 años), tanto o más pervertida que yo , me ayudaba en todos mis levantes.

FIN

 

De mi obsesión por el ano de mis alumnas 2 – Salomé
Luisa

Nadie le ha dado "Me Gusta". ¡Sé el primero!