Confesiones Erotismo y Amor Heterosexual Raro

Espíritu violador y Dina, linda putilla barata.

0
Please log in or register to do it.

©Stregoika 2023

Tres veces fueron suficientes. Sobre todo cuando intentaron violarme. Por desgracia para ellos, tengo años de entrenamiento en quitármelos de encima. La primera vez, sentí uno al lado de mi cama y el otro encima… ¡queriéndose hacer pasar por una niña! Los malditos saben lo que amo y querían ver si me engañaban y no que no me defendiera. Pero se pifiaron. Salí de la parálisis y les mostré el dedo medio. La segunda vez, se me echaron encima pero me los quité rápido. Su técnica para paralizar humanos ya no era efectiva conmigo. No obstante, la última vez sí que se pasaron de la raya. Esto les va aparecer cómico: Dormía yo doblado y sobre un costado, casi clavando la cara en la almohada. Una posición muy cómoda para descansar la zona lumbar del jaloneo de las piernas, cuando has caminado montones. Pero con la desventaja de que expones tu culito. Y estos malditos, que habían sembrado en mí un montón de tristeza, casi al borde del llanto todo el día, vinieron a cosechar lo que habían plantado. Y seguramente me vieron así y uno quiso culearme. Yo jamás imaginé sentir algo entrándome por atrás. La sensación es de rabia, primero que todo. Por eso se llama violación, porque es sin permiso. Ya me tenían paralizado, como si estuviera yo bajo las ruedas de un camión. Un falo empezó a empujarme pero… me sacudí. Luego me volví a dormir y me volvieron a paralizar, ya sin querer darme zuncho, pero otra vez logré zafarme de la fuerte llave, y no volví a dormir de inmediato sino que saqué la mano de las cobijas y repetí la sabia operación: Les mostré el dedo medio. Y esta vez agregué una sentencia:
—Se quedaron con las ganas, malpariditos. Les tocó hacerse la paja —solté, y volcándome sobre mi otro costado, volví a dormir.

A la mañana siguiente analicé los tres anteriores atentados y conecté los puntos. Ya iban tres episodios de acoso, el último con intento de darme por atrás. Y ¿cómo lograban acercarse tanto estos espíritus de mierda? ¡Claro! Las tres veces habían sido después de días de incontenible tristeza. No daré detalles de las dos primeras cosas que maquinaron para bajarme la moral al piso. Simplemente, atacaron con la peor hambre que he aguantado (toda la humanidad está pasando por lo mismo, y será mucho, mucho peor dentro de poco) y con una reunión de mis peores tormentos: Mis enemigos, frío intolerable para impedirme huir y ruido infernal. Para la tercera, un par de meses después, había yo vuelto a estar tan delgado como cuando tenía 14. Por el hambre. Y por ello, algo inusitado acaeció: Las mujeres han empezado a verme. Cuando voy por ahí, se quedan viéndome igual que yo miro a las colegialas. Con suspiro, sonrisa apretada y a veces hasta tímida ensoñación. Vean que con esto no quiero ser engreído. Yo nunca he sido un Don Juan, desvirgador ni macho alfa. La verdad siempre he pensado que tiene más presencia un maritllo de bola. Pero ahora, hasta llegó el día en que una señora me hizo un comentario de doble sentido. Sé que no suena a nada, para los lectores varones con vida sexual activa y sobre todo para las mujeres. Pero pónganse en los zapatos de un feo-solitario y perdedor. Estaba yo haciendo una entrega, el destinatario no estaba y le llamé, y me pidió que dejara el paquete en la tienda de al lado. Llamó a la tendera y le avisó, entonces ella salió, me vio de abajo a arriba y me dijo sin pena:
—¡Venga, yo le recibo lo que traiga!
Lo dijo con el mismo tono que uno le dice a una colegiala de falda cortita-cortita que lleva un ponqué cargado: «¿Pa’ quién es todo eso?».
«¿Y eso cómo putas puede ponerlo triste a este bobo pendejo?» se están preguntando ¿cierto? Pues, yo también me lo pregunté. Al rato, andando a campo traviesa sobre un inmenso parqueadero casi desocupado, una bella joven se me quedó viendo durante largo rato, de lejos. Quizá me le parecí a alguien, o yo llevaba la nariz sangrando y no hallaba si decirme o no, o alguien me tomó una foto después de perseguir una colegiala y la publicó en facebook y ella me reconoció… pero no. Tengo que aceptarlo. Le parecí atractivo. ¡Qué mierda! Duré hasta la noche preguntándome qué tenía eso de malo y porqué me ponía de malas.
Antes de conciliar el sueño, me esforcé por analizarme y obtener una explicación… pero no debí. Hallé la respuesta de por qué me disgustaba que me vieran como nunca me habían visto y me entristeció inmensamente.
Desde los 14 hasta los 28 años (cuando renuncié a «ligar») las mujeres me despreciaron horriblemente. La verdad no sé como no odio las mujeres. Recordé cosas que tenía olvidadas. Las desenterré para poder explicarme lo del disgusto. Y estaban mejor enterradas… créanme. Me gustaría contárselas pero sería peor para mí. Entonces, el que me coqueteen o se me queden viendo, tantas como nunca, me da miedo. Mi reacción inconsciente es de rechazo, por temor a ser herido.
Al descifrarlo me deprimí. Sí, ¡fusílenme! Un man de 40 años recordando su dolorosa juventud y casi llorando sobre las almohadas. Prrr. Esa noche, la tristeza fue tanta que un espíritu inmundo vino a manducar de mi energía tan baja, y no conforme, quiso darme zanahoria. ¿Cuál es el remedio? ¡No entristecerse! Reírse, así sea de uno mismo. No seré cultivo de vampiros energéticos.

Entonces, tomé la dura decisión de destinar una parte de mis míseros ingresos a putear, para desquitarme aunque fuera una milésima de mi depresión. En mi vida la diversión es tan ínfima y las distracciones tan pocas… Las cosas que hacen feliz a la gente normal a mí me aburren, me ofenden o me desesperan. No tomo, me valen verga los deportes, me aburren las reuniones, fiestas y paseos, y la gente se aburre conmigo porque mis charlas son intelectuales y existenciales. No tengo amigos porque no pertenezco a ninguna iglesia ni partido político. Lo único que me logra sacar de mi rutina es una buena ida de putas. Pero de las más baratas, obvio, no se imaginen el cliché de las novelas de pre-pagos, con rumba, trago, en una finca con todo-terrenos… ja-ja. La realidad para mí es, ir a la zona de tolerancia de mi ciudad y escoger una vieja por ahí parada. Lo he hecho una decena de veces, de la cual, menos de la mitad  ha sido satisfactoria.
Es muy difícil encontrar un puta de verdad puta, y sobre todo con la mierda que los organismos estatales les meten en la cabeza, en esta triste época de odio al sexo masculino y de miedo a las infecciones. Malaya la época dorada de la putas al estilo de las novelas de García Márquez. Putas, en una sociedad donde el señor lleva al hijo al cumplir 15 para que lo desvirguen. Putas, parte del pueblo, de la idiosincrasia, de la cultura, de la historia. Eso y no “putas”, como las ven ahora, un flagelo social causado por una enferma sociedad falocéntrica. Antes de extenderme en discurso, mejor sigo mi historia:
Me pregunté porqué no siempre había sido satisfactorio entrar con una puta. Para analizarlo mejor me fui para allá: Como siempre, vi de todo. Desde transexuales que son una ofensa a la feminidad y otras que pasan por mujeres y lo hacen decir a uno «yo le doy», hasta prostis que parecen de narco-serie colombiana. Estas últimas, cobran lo más caro y solo por entrar. Allá adentro te cobran todo lo demás como adicional. Se sienten reinas de belleza —bueno, sí lo  parecen—.
Me resolví a experimentar. No, no sean malpensados, no iba a probar lo que ese espíritu depravón iba a hacerme. Escuché a mi corazón en vez de a mi cabeza. Según mi estúpido ego, la mayor satisfacción la darían las más hermosas, según estándares. Y las veces que había ido de putas, siempre las había buscado. Con las que mejor me fue, eran mayores. Até cabos. Había visto a varias por ahí que me gustaban, pero trataba de mantenérmemlo en secreto hasta de mí mismo, como si fuera un pecado. La razón: No eran reinas de belleza, no se veían con piel prolija, no estaban con atuendo de sex-shop, etc. Pero si me gustan ¿por qué no entro con ellas? ¿A quién quiero guardarle tontas apariencias?
En la primera calle de la zona de tolerancia que visité, vi a una muchacha de estas, de no más de 20 años. Tenía un apompado suéter de lana y un roído vestido negro que algún día había sido de fiesta. Su piel era trigueña tirando a canela. Tenía piernas hermosas, aunque se notaba su origen aún más humilde que el mío, por llevar calcetas deportivas y zapatillas en mal estado. No obstante todo eso, su rostro era hermoso y su cabello largo y abundante. Me gustó. Antes de decidirme, me quedé viéndola. Ella se le acercó a un anciano en la calle y le ofreció sus servicios. El viejo aceptó y entraron. Me dije, pendejamente, que era un alivio porque yo no quería entrar con ella. Sin embargo, me dije «Pero ¿le gustó o no?». ¿Acaso yo tenía doble personalidad? Tengo un yo estúpido que toma decisiones por mí y me evita hacer lo que me guste, incluso quizá el ser feliz?

Esto me recuerda, una atracción poderosa que ejercen sobre la mí las chirretas. Un día les cuento sobre ellas.

Le dí la vuelta al barrio y vi muchas putas bonitas, les pregunté a varias el precio y qué me dejarían hacer (para entrar con las cosas claras y no ir a decepcionarme). Había muy bonitas y perfectas, pero siempre con esa odiosa posibilidad latente de que no quieren tocarte ni que las toquen, solo ponerse en cuatro y que las penetres con condón, acabes tan rápido como puedas —o hasta que toquen la puerta porque se acabó el tiempo— y adiós.
Empecé a cansarme y a querer irme a casa, pero pasé otra vez por allí y estaba esta putita cuasi-chirreta y apenas con un nivel por encima de habitante de calle. Tan bonita ella. Pensé «¿cómo será estar con…?» y mi yo verdadero intervino y gritó «¡Pues, pendejo, si le gusta, vaya con ella! Grandísimo güevón!»

—Hola ¿cómo estás?
—¡Bien! —sonrió de forma encantadora.
—¿A cómo?
Me indicó el precio. Era poco menos de un tercio de lo que cobraban las del otro lado del barrio, arregladas y perfumadas.
—Y ¿qué me dejas hacer?
—El amor.
Sonreí.
—¿Te puedo meter un dedito…?
Iba a decir «por detrás», pero ella me detuvo respondiendo:
—¡Cla… rooo!
—Vamos.
Tan pronto entramos al edificio, antes de subir la escalera, le levanté la falda para mirarle el trasero. Llevaba tanga negra. Tenía un buen par de nalgas gruesas que me terminaron de encender. Pagué la pieza y entré.
—¿Cómo te llamas?
—Dina.
Así se llamaba una niña de segundo o tercer grado de primaria que me gustaba mucho.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—Yo, no tengo afán.
Otra soberbia diferencia con el resto de putas con que había estado. Le pagué. Noté hasta entonces que ella estaba bebiendo cerveza y había puesto la botella en la mesita de noche. Y cuando se puso de pie delante de mí, noté algo más fuerte: Olía mucho a sudor. Parecía cada vez más una chica de la calle. Y mi voz estúpida sonó dentro de mí: «¿No le da asco?» Pero de inmediato me dí cuenta, de que esta voz imbécil solo quería callar a la verdadera, que decía «¡qué rico!». En verdad, oír esa voz de mi versión majadera solo me impedía sentir gusto. Aspiré fuerte. ¡Qué chucha tan verrionda! ¡Qué ganas de devorarla! Me senté en la cama, emocionado por los [cifra censurada] [unidad de tiempo censurada] de aguantar las ganas. Le volví a levantar la falda y le besé los glúteos.
—¡Mamasita hermosa! Cuando pasé y te vi tan bonita…
—¡Gracias…! —dijo, en tono de consentida.
Manoseándola bien, le abrí las nalgas. El ano siempre ha sido una obsesión para mí. Pero antes que pudiera vérselo, se dio vuelta y se quitó los calzones. Al dar la vuelta me lanzó su aroma natural a la cara y la voz de tonto ya no sonó más. Qué bien. Ya ni siquiera estaba cuestionándome a mí mismo por qué me gustaba, sino que solo lo disfrutaba. De paso los invito a que hagan lo mismo.
Dina se recostó y abrió las piernas. Su panocha era apenas más oscurita que el resto de su piel y parecía haberse afeitado hacía unos dos días. Descansó la cabeza sobre sus manos mientras yo le acariciaba los labios menores. Se regocijaba de gusto. Quería meterle el dedo pero solo iba a hacerlo hasta que estuviera bien mojada. Le dije algo que puede parecer bobo, pero es que me calienta decirlo:
—¡Qué cuquita tan rica!
—¡Gracias! —repitió y dio un torpe sorbo de cerveza.
Siguió contonéandose y soltando fortuitas risotadas entreveradas con someros gemiditos.
—¿Estás sintiendo rico? ¡Estás mojando bastante…! —dije.
Ella respondió entre los dientes:
—Gracias.
Su falta de vocabulario, risa a cuotas y vocalización deficiente, me hizo sospechar que podría estar ebria o drogada. Al menos puesta.
Le metí el dedo y ella pareció disfrutarlo más. ¡Qué tremenda diferencia con las otras! ¡Si a eso es que entra uno, carajo, a que lo hagan sentir bien! Bueno, pues yo, que tengo full desarrollado el sentido de la empatía, y para sentirme bien, trato de que quienes estén conmigo se sientan bien. Me calenté del todo y no me negué pegarle una olida a esa raja. No sé qué decirles. No olía a jabón de baño, como uno imaginaría una cuca limpia. Tampoco olía a sucio. Solo olía a piel, no recién bañada ni cuidada por cremas o tratamientos, sí que menos. Olía a piel trajinada. Quizá bañada hacía muchas horas, pero ya trajinada. Les repito, no fue desagradable, en absoluto. Besé una de sus vulvas y al rato le besé la raja. Ella reía y se estremecía. Al fin me decidí e hice algo que había imaginado hacía tiempos: Le apachurré los labios menores entre mi boca e hice de vibrador oral, haciendo bzzz… muy, pero muy fuerte. Parecía un sable de luz con corto circuito. El caso es que ¡funcionó! Dina gritó y se retorció. Luego retiró mi cabeza y… adivinen… rió.
Me sentí demasiado afortunado. Qué bella y compalciente era Dina, y todo menos plástica.
Se puso en 4. Su ano tenía unos pelillos en torno. Pero llegué a mi limite. Una vez, a una de esas putas “estándar”, le comí el ojete como si no hubiere un mañana. Pero a Dina preferí solo darle un besito allí. Las probabilidades de una sorpresa indeseada eran altas… y hasta allá no llego, por ahora.
La penetré. Lo hicimos por quizá unos cuatro minutos, hasta que ella, sin que se saliera mi pirrín, se puso de pie y pegó su espalda a mi pecho y su nuca a mi cuello. Su rico aroma natural me terminó de enloquecer, y entonces no solo su chucha sino el olor de su cabello, no a champú, ni a mugre, sino a… cabello. Así que estaba con una putita, cuasi habitante de calle, no culiando sino HACIENDO EL AMOR. Le besé con pasión la nuca y los lóbulos de las orejas. Ella se recogía su negro cabello, con un dreadlock que hasta entonces había estado oculto. Lo levantaba para darme acceso. Otra vez, perdonen señores lectores y las damas que estén aquí, esto para mí significó mucho.
—Hueles a rico —susurré.
Ella respondió con un resuello de gatita.
Por un viejo fetiche mío, le había pedido que no se quitara nada más, después de que se quitó la tanga. Ahí haciéndolo parados, lo cual también era nuevo para mí, era una habilidad desconocida, le manoseé los pechos bajo el suéter. Pasó un par de minutos más, durante los que la acaricié, besé y dije más cosas amables y bonitas. Me vine. Fue la primera vez que sentí que acababa antes de lo que quería. El pene se salió solo y le mandé la mano a la vagina, para sentírsela bien antes de que la experiencia acabara. Bailamos un minuto más ahí, con ella recogiéndose el cabello para sentir mis besos y yo agarrándole esa cuca mojada. Nos detuvimos cada vez más lento. Di por terminada la sesión cuando se dejó caer el cabello. Varios segundos después se giró  y confirmó que me hubiera venido.
—Ven, déjame…
Tomé su cara con una mano e intenté besarla en la boca. Pero solo me dejó darle un beso andeniado. Nunca he entendido eso. Por último, para irse, me dijo algo que estoy seguro, era de tono caliente y amable. Solo que seguía con la lengua apisonada por la borrachera o la droga y no se le entendió. Hizo el amague de abrazarme, me rodeó danzando, tocándome la pelvis. Se metió su tanga al boslillo, agarró su botella de cerveza  y se fué.

Quedé con su rico olor todo el resto del día en la cara.

Menos mal no soy joven e impresionable, sino, me habría enamorado.

Y, conseguí el efecto secundario que quería: Pasé todo el resto del día sonriendo. Y la energía bonita de la experiencia, sigue fluyendo a través de mí. Así, los espíritus vampiros de tristeza no tiene nada a qué venir. Menos a querer darme tranca, jaja.

Fin

Me sorprende mi sobrinito
¡¡Espero tanto que sí!!

Nadie le ha dado "Me Gusta". ¡Sé el primero!