Atracción fatal por una morra de 12 (con final feliz).
©Stregoika 2021
Esto fue algo que me ocurrió cuando enseñaba en colegios. Había una chica repitente en grado sexto, de unos 12 años pasaditos. Se llamaba Fabiana. Estaba que se comía sola. Era de esas féminas que, la tienes cerquita y se te para la verga instantáneamente. Pero eso no pasa porque seas un pervertido o seas como un animal. Eso es lo que te quieren hacer creer. Es porque hay chicas que producen más feromonas que otras y hay chicas cuyas feromonas te enloquecen específicamente a ti. El aroma de su piel y su cabello, su sudor y el aroma de su vello púbico llegan a tu olfato y te descontrolan. NO es algo consciente. No es un aroma que puedas identificar y diferenciar de otro. Lo único que sabes es que esa chica te gusta y quisieras tirártele encima, chuparle todos los orificios, restregarte su larga cabellera en tu cara, darle banana y ¿por qué no? Embarazarla. Con práctica, puedes evitar la erección pero no la lubricación ni el palpitar de la próstata. Sientes una bomba detrás del falo y encima de las bolas y se mueve. Es que estás fabricando esperma, solo porque ella está por ahí. Estás produciendo semen para ella.
Fabiana empezó a gustarme desde que la vi, y era repitente de curso precisamente porque era muy vaga y problemática. Era confianzuda y coqueta. Le gustaba, entre otras cosas ir a desorganizar mi curso entre clases. Pero a mí no me molestaba, pues me encantaba tenerla cerca. Sobre todo cuando yo no tenía estudiantes, porque ella se me sentaba al pie a ver qué hacía yo y a ‘chismosear’ las calificaciones de los niños de mi curso. Imagínense ustedes siendo profesores de bachillerato y que una despampanante ninfa de casi 13 años se les siente pegadita al pie en un salón a solas. Cómo se sienten sus caderas y sus piernas pegadas a ti y el aroma de su perfume y su uniforme de diario impregnado de sí misma. Se te olvida que eres docente y que hay cosas correctas e incorrectas.
Yo, de puro malicioso me metí a Facebook, porque me había enterado por ahí que una de las razones por las que tuvo problemas el año anterior fue que, envió fotos de ella, supuestamente desnuda a algún afortunado chico de grados mayores. Quería agregarla y ver si yo tendría la misma suerte. Pero no funcionó, pues me dijo que le habían prohibido tener cuenta. Para que no se fuera, me puse a hablarle y a preguntarle cómo era su vida. Eso funciona muchas veces. Quería ganarme su confianza, penetrando en áreas de ella que nadie más conociera. Después de eso sería más fácil abordarla sexualmente. Y pues… eso sí funcionó.
Un día de brujas…
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…¿En qué iba? Ah, sí: Un día de brujas, en las actividades del parque, yo estaba soportando la arrechera de ver tanta carne, y se me acercó Fabiana. Estaba disfrazada de caperucita roja, con capa, capucha y micro-faldita rojas, camisetita blanca con hombros bombachos y… (Dios, dame fuerza) pantymedias de mallas (tipo red de pescar) blancas. La capa era larga, le tapaba bien la cola, pero la falda era mucho más corta (incluso tenía un fondo con encaje blanco que sobresalía). Los que diseñan disfraces para niñas: ¿Es que quieren provocar a los hombres o qué? Yo No paraba de imaginarme (teniéndola ahí, al frente mío) cómo se vería sin la capa. A cada paso que diera se le deberían ver las pompas. Quería ahí mismo tirarla sobre el prado y culiármela. No saben ustedes, amigos, la fuerza de voluntad tan grande para no hacerlo. Es como controlar un oso o un gorila con tus manos. Sentí una gota de lubricante tibio descendiendo por mi falo y emergiendo por el glande hasta empapar el calzoncillo y enfriándose muy rápido. Eso es tener ganas ¡no joda!
Como ya habíamos cultivado la confianza, me contó que se había enterado esa misma mañana que sus papás la iban a cambiar de colegio y que estaba muy triste. Que iba a extrañar un montón a varias personas, sobre todo a mí. ¡Wow! Entonces la violé. ¿A quién? Violé la estricta norma de no abrazar a las estudiantes (¡mal-pensados!). Crucé mis brazos detrás de ella y ella correspondió. Como mis brazos estaban ocultos bajo su capa roja, me aproveché. Le agarré una nalga, bien agarrada, con la palma de mi mano izquierda. Incluso se la apreté un poco. Qué redonda era. Ella solo dijo “¡profe”!, asombrada, pero no se movió, lo que me indicó que tenía su permiso para seguir. Le subí la falda y se volví a agarrar su portentosa nalga. La forma en que se siente la malla conteniendo la carne es… Se me paró durísimo. ¡Durísimo! Cómo ya llevábamos varios, varios segundos ahí pegaditos, se me hizo peligroso que alguien nos viera y terminé con el abrazo. El plus era que, ella ya sabía que yo le tenía muchas ganas y visiblemente estaba dispuesta. La idea se presentó en mi cabeza y me obsesionó inmediatamente: «Fabiana y yo tenemos que picharnos. Cómo sea, donde sea y al precio que sea. Me la como porque me la como».
Ese mismo día, varias horas después (y yo aguantándome la arrechera tan HP, pues el resto del ‘ganado’ estaba muy sabroso y muy insinuante); llegó la hora del descanso. Vi jugar Volley a Fabiana y para ello se había quitado la capa. Tal como lo imaginé: Su culo era un espectáculo que tenía jetiando a los profesores y a varios alumnos. Sus glúteos saltaban empacados en las mallas y seguían vibrando cuando ella ya había terminado de caer. Su ropa interior era pequeña, solo se le veía el triangulito blanco metido entre la parte alta de las nalgas. Yo tenía muchas ganas de ir a masturbarme, sobre todo porque así descansaría de ese estado de ansiedad tan tremendo. Ya lo había hecho algunas veces, a nombre de otras colegialas de ±12 años ¡mis favoritas! (vean “La mejor paja que me he hecho en la vida” de Stregoika).
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El pubis me pesaba, pues llevaba horas fabricando venida sin poder ‘sacarla’. Entonces elucubré un plan: Me inventé un pretexto y solicité las llaves del salón de proyecciones. Al final del descanso, le dije a Fabiana que me acompañara y me ayudara con ciertas cosas. Ella aceptó de forma encantadora. Pero cuando llegamos, ella se dio cuenta que íbamos al cuarto de proyecciones y se dio cuenta de igual forma de mis intenciones. Lógicamente y sin probabilidad de error, íbamos a culiar. Me la iba a culiar. El profe le iba a pegar su buena culeada. Se quedó congelada viendo hacia el interior de la sala. Y dijo “mejor no” y se fué. ¡Claro! A primera hora estuve acariciándole y amasisándole la nalga derecha. Quizá se asustó y no quería… todavía.
Me tuve qué matar a pajas por ella durante semanas. De hecho, ahí en la sala de proyecciones me la hice y me salió tanta leche que no cupo en la mano y se derramaba a raudales por los lados. Pero descansé.
En mi salón, en uno de esos cortos y preciosos momentos sin estudiantes, se presentó Fabiana. No estaba como de costumbre tomando el pelo y saboteando, sino con carita triste. Tenía las manitas unidas por delante y casi sollozaba. Me contó que sus padres no solo la iban a cambiar sino que no la iban a dejar terminar el año. Se iría dentro de poco. Llevaba su uniforme de diario, que era de falda tableada gris, pantymedias y saco azul oscuros. Qué delicia. Una vez terminó de contarme sus penas, una lágrima rodó por su mejilla. La abracé sin reparo. Ella correspondió aún más fuerte que el día de brujas. Se me paró el pito otra vez. Pensé en sacar cola para que no sintiera mi cañón en su vientre, pero lo pesé mejor y dejé que lo sitiera. Le dí un beso. Exactamente igual que antes, sólo dijo “¡profe!”. Yo no me perdonaría ni en mi propia tumba no echarme a Fabiana. La volví a besar y ella correspondió a medias, con timidez. Si ella se iba y yo no me la comía, yo solo viviría el resto de mi vida sabiendo que era un idiota. ¿Las consecuencias? A la mierda con las consecuencias. Ellas se quedan en este mundo y en cambio, lo que uno haga o deje de hacer, eso sí trasciende. «¿Vamos a la sala de proyecciones?» le pregunté. Ella solo me miró y no contestó. «VAMOS a la sala de proyecciones» le dije, ya sin el tono de pregunta. Ella asintió.
Salí y mandé a otro estudiante a que me consiguiera las llaves. Después de un interminable minuto, él las trajo y se las di a Fabiana. «Ve y espérame. Yo ya voy.» Yo sentía al caminar como si cargara en los bóxer un globito lleno de agua encima de las bolas. Mi próstata es muy activa, y a Fabiana le esperaba una ducha de proteína.
Llegué y toqué a la puerta. Temí que ella no estuviere ahí sino en la rectoría y que la policía ya estaría por llegar. Ja ja ¡si a los policías son los que más a les gustan las niñas! Pero no: Fabiana abrió la puerta y regresó a la penumbra de adentro. Entré y cerré con seguro. El corazón iba a escapárseme de la caja torácica. Fabiana se recargó en la mesa donde se ponía el computador y se quedó viéndome, con las manitas unidas por delante todavía. «¡Diosa divina!» pensé. Me preguntaba a mí mismo cómo proceder, pues no estaba seguro si ella era virgen o no, ni si debía portarme tierno o por el contrario, como un toro. Pero algo que ella preguntó despejó todas las dudas: «¿Yo por qué te gusto, profe?» Lo preguntó con tanta ternura, casi conservando la tristeza de hacía un rato, que solo pude caminar hasta unirme a ella y besarla como se besa a una amada novia. Cada dos o tres besos separaba mi boca y le decía: «Eres… muy… bella…, Fabiana…., muy… especial…., y muy… ¡SEXY!». Cuando llegué a esa última palabra ya estaba subiéndole la falda. Bajo esta, se veía graciosamente la parte de abajo de su blusa blanca como si fuera una minifalda. Se la subí también. La lívido terminó de poseerme como un demonio. Qué delicia hacer eso que tanto querías hace rato, subirle la falda a tu nena favorita de grado sexto. Cómo se ve la deliciosa y femenina forma de V por delante, metida en su ropa interior blanca y a través de sus mallas azules del uniforme… ¡y cómo huele! Ese olor a intimidad me fulminó. Las recónditas delicias de Fabiana, sus panties, su pubis, el parchecito de su media-pantalón… Uff. Ella lanzó un gemidito, pudo ser de miedo o de excitación, o una mezcla de ambas. Me enderecé y le quité el saco casi con violencia. Estaba demasiado excitado y, como me había aguantado las ganas por tanto tiempo, temía que otra estupidez pudiera pasar y no poder saciarme. Y tenía razón en temer, pues ambos deberíamos ir a nuestras clases. «Mamasita rica, me tienes loco desde hace rato…» le dije «Déjame verte todo ¡quiero verte toda!» le dije mientras le abría la blusa. Llevaba uno de esos brasieres muy sencillos que usan las nenas. Como tenía ni puta idea de cómo soltarlo, le ordené: «¡Suéltatelo!» Ella obedeció, arqueando el tronco y metiendo sus manos detraล de sí. En el siguiente segundo sus tetecitas ya no estaban apretadas en la prenda, sino libres. Quité el pequeño brasiér y vi sus tetas. Pequeñitas, como limones grandes, pero orgullosamente mirando al frente sin ninguna afectación gravitacional. Se las chupé. Creo que fui un poco menos cortés de lo que quería. Ella decía «¡Auch, Uff!».
Me lo empecé a sacar. La respiración de ambos era muy ruidosa, aunque la mía decía claramente “Deseo” y la suya seguía siendo una mezcla entre miedo, curiosidad y deseo. Empecé a bajarle las medias y ella reaccionó de inmediato: «¡No, no…!».Creí que todo había acabado. Por más arrecho que estuviera, no podría seguir si ella decía “no”. Violador ¡tampoco! Pero ella siguió: «Así no ¡que me las rompes!». Ah, entonces se refería sus medias. Claro, si volvía afuera con las medias destrozadas (o sin ellas) tendría qué dar alguna explicación. Quitó mis manos y ella misma se las bajó con rapidez y cuidado. Eso me prendió mucho. De veras ella quería que me la echara. Para seguirlas enrollando muslos abajo, elevó sus rodillas. Paró. No planeaba quitárselas del todo. Bajé la mirada y le vi ‘ese huevo’ entre sus nalgas. «Dale ahí» me dijo. «¡Wow! “Vírgen” ¡la perra de mi casa!» me dije. Bajé y le tiré los calzones blancos a una lado y le olí y le comí la cuca. Ella siguió con sus «¡Auch, Uff!» y añadió un «¡Umm!». Estaba bien mojadita y me gocé sus jugos de nena de 12 como una manjar celestial. A decir verdad, el agrado no yace en el sabor sino en el instinto. Su vagina sabía y olía un poco a orines, pero eso me excitó más. Era hora de darle banana. Me volvía enderezar y…
Recordé todo lo vivido con ella desde que la conocí, cuando entraba a desordenar mi curso, cuando se sentaba junto a mí, cuando nos abrazamos y la manoseé en el parque y cuando exhibía su jugoso culo en el partido de Volley. Todo mientras la penetraba centímetro a centímetro (no eran muchos, tampoco, unos 14, máximo). Qué gloria incomparable la de culiar a una de 12, culiar a Fabiana. Bombeé por unos minutos y ella seguía con sus soniditos mojados, solo que más fuertes y los ahogaba con la mano. El interior de ella frotaba mi cabezón expuesto y se sentía como corriente. Qué calientito… Empecé a sentir presión. Aunque lo deseaba con ansias animales, no podría echarle mi semen dentro. Obvio. Estaba tratando con todas mis fuerzas de durar un poco más. Miré el coito y vi mi miembro empapado entrando y saliendo de su templo vaginal, que tenía los labios mayores bien estiraditos. ¿A quién engañaba? No aguantaría más. «Hijueputa, el piso tiene alfombra ¿dónde la hecho?». Empecé a gruñir. No disponía de más que de unos segundos. Empecé a sentir el orgasmo y ya iba a salir la venida. Fabiana seguro sintió mi palpitación y se exaltó, pues gimió a boca abierta. Todavía me parecía que sus gemidos denotaban miedo. Tan bonita que se veía ahí con las piernas subidas, entregándome el culo… Mi Fabiana <3 . Yo estaba retorciéndome para alcanzar una hoja de papel que había en la mesa. Planeaba venirme sobre esta. La alcancé a agarrar por la punta mientras ambos gruñíamos, pero tocaron fuertemente a la puerta. Del susto lo saqué y le disparé un montón de semen en las piernas y en las medias que tenía enrolladas sobre sí a la altura de los muslos. Ella, que se asustó también, se tiró de la mesa y cayó sentada ante mí, queriendo alcanzar sus medias para subírselas. Se me salió otro chorro y le cayó mitad en la frente y mitad en el cabello. El hecho que hayan tocado a la puerta solo me había calentado más, así que, para disfrutar del morbo de que me estaba culiando a una estudiante de doce años ahí en el colegio en horas de clase y de que había alguien tocando a la puerta, agarré a Fabiana del pelo y terminé de venírmele en la frente. Qué rico. «¿Profe ¡no!» gritó. Pero cuando intentó quitarse de la lluvia de proteína, se haló el pelo que yo le tenía muy bien agarrado. Entonces prefirió el facial que la mechoneada. Esperó a que yo acabara ahí, juiciosita, apretado los ojos y la boca debajo de mi verga. Le pinté la cara. Qué felicidad. Temblando y con el orgasmo todavía recorriendo mi verga de arriba a abajo, me hinqué y le dije «Diosa hermosa, ¡qué rico! Estoy muy feliz». Ella sacó papel higiénico del bolsillo de su jardinera y se limpió la cara como pudo. No le alcanzó. Una vocecita me dijo: «Nunca más volverá a estar con ella ¡aproveche cada segundo!», por lo que, antes que terminara de medio-limpiarse todos mis mecos y se fuera a subir las medias; le bajé los calzones y me retorcí para darle una última chupada a esa vagina. Luego me retorcí aún más y le abrí las nalgas y le besé el ojete del culo. Y otra vez dijo: «¡Profe!».
Me disfruté a Fabiana justo como lo quería, hasta con facial, besito negro y todo. El que había golpeado en la puerta se aburrió y se fue. Después, cada uno inventó una excusa y asunto terminado. A mí me pasaron un memorando por llegar tarde a mi clase, pero valía la pena. Pues, le di banana, me le vine en la cara y le besé el ano a la que más me gustaba de grado sexto. Bienvenido seas, memorando.
En contraste a como uno se siente cuando reprime las ganas, pesado y cargado, al satisfacerlas y no con paja sino haciéndolo de verdad; uno se siente ligero y feliz. Deseo concluir mi relato diciendo que al interior de los colegios hay más actividad sexual de la que la mayoría está dispuesta a aceptar. Sobre todo entre estudiantes pero también entre profesores treintones y cuarentones y alumnas desde los doce hasta los 16. Ahí hay mucho amor. Qué viva el amor prohibido.
A mi Fabiana, que en efecto se retiró del colegio al poco; y que debe rondar hoy los 20 años de edad (tiempos en que ya casi todos tienen la marca de la bestia); le envío un saludo amoroso y ojalá que sus brutales feromonas hayan enloquecido a más de cuatro, jaja.
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