Saludos Doctora soy un padre mexicano con una hija de 10 años y he seguido sus relatos y son muy calientes asi que le escribo para relatarme mi verdadera historia
Hoy Le contaré cómo un viaje de padre-hija terminó convertido en un viaje de ardientes experiencia Supongo que usteded ha savido de cientos de relatos por el estilo, razón por la que trataré de que este le guste, siendo lo más honesto posible. A mÃ, desde mi propia adolescencia de 13 años me llamo la curiocidad por el sexo con mujeres caucásicas. pero a los 14 años siempre que conocÃa a una niña de cabello negro y piel blanca, me embobaba como caricatura. Claro que con el paso de las décadas todo eso se me olvidó, hasta que, a mis 33 años ya casado y con una hija mi deseo empezo a canbiar ,
todo empieza cuando mi hija Carla tenÃa al rededor de 8 años empecé a verla tan bonita que recordé toda mi niñez y de paso, me asusté. Me asusté porque ¿Qué iba a hacer yo cuando ella siguiera creciendo y poniéndose más y más bonita? Ni su madre— ni yo esperábamos que Carla se pareciera más a su padre y a mi madre que a nosotros mismos. Pero mi esposa ya no estaba para cuando la belleza de Carla empezó a ser un problema para mÃ. luego lamentablemente mi esposa murió cuando Carla tenÃa aun 8 años Al Pasar tiempo y mi hija llega a sus 10 años juntos era el sentido de nuestras vidas, después del trauma de la desaparición de mi esposa Diana. Yo compartÃa la cama frecuentemente con mi hija , pero hacÃa ya unos meses que habÃa cambiado mi rutina matutina, de levantarme a orinar, a levantarme especÃficamente a pajearme. Pasar la noche pegado a semejante Diosa de mi hija que con 10 años aparentba 12 años con semejante cuerpo, nalgas piernas pechos como naranjas no era fácil tenerla cerca de mi pues A veces hasta le daba la espalda toda la noche para que no sintiera mi pene encañonado. A veces me pegaba un par de pajazos en la tarde y antes de dormir para que no se me pusiera duro durante la noche y poder dormir abrazándola. No sé si se lo imaginen. Todo en una nena de 10 años es suave. Su piel, su cabello, su voz, su forma de ser y su aroma. Su suavidad esclaviza tu mente. Se nos habÃa vuelto costumbre despertar y quedarnos ahà contemplándonos un rato, sonriendo. Después, sin saber cómo, no solo fueron cosquillas y juegos, sino que aparecieron las caricias y después los besos. En mi región se conocen como «picos», o sea: A boca cerrada. Primero se los daba en la cara, pero bastó con que ocurriera el primero en la boca, con tal adorable aprobación de ella, que luego siguieron y siguieron. Como medida cautelar, le compré ropa de cama holgada, pero de nada me sirvió porque ella se la quitaba a media noche. Ya estaba acostumbrada a dormir solo en camisetita de esqueleto y pantaloneta, muy corta, si me preguntan; y algunas tenÃan aberturas muy amplias a los lados. Recuerdo el momento exacto en que las masturbadas que me pegaba por la tarde-noche dejaron de surtir efecto. Desperté a media noche y mi hija Carla estaba sentada en la cabecera jugando con su teléfono celular. Usaba sus rodillas como soporte. Su pantaloneta estaba completamente subida, por lo que podÃa yo ver su pierna hasta su nacimiento y su glúteo atlético. Por su puesto, su entrepierna deberÃa estarse tragando entera la prenda. Pero no era solo su posición y lo linda que se veÃa, sino su aroma. Cuando abrà los ojos, su cadera estaba a centÃmetros de mi cara, y antes que ella notara que me desperté, aspiré las deliciosas emanaciones naturales de su piel como para embriagarme. Se me puso «como para partir panela». Al los 2 meses hicimos un viaje. Al fin se habÃa presentado la oportunidad de tomar vacaciones. Dejar la maldita rutina, mi trabajo y su colegio, darle vacaciones a Ruth —la señora de servicio— e irnos a atravesar en carro medio paÃs, descansando de pueblo en pueblo hasta llegar a la costa. Supongo, ya le habÃa dado a Carla el lugar de Diana. Solo faltaba consumarlo. En las quedadas en los pueblos, los juegos de cosquillas y sesiones de besitos ‘inocentes’ se volvieron más largas e intensas. Pero seguÃa sin ser capaz de tocarla más que en el rostro, las manos o el dorso para hacerla reÃr. SabÃa que el momento llegarÃa, no obstante, toda vez que habÃa dejado de hacerme la paja. Era como una declaración formal, no verbal sino instintiva. Como el momento llegarÃa inevitablemente, suponÃa que le ‘guardarÃa’ todas las ganas, la potencia y hasta los fluidos a mi Carla. El tercer dÃa de viaje, acercándonos a la costa, tuve una visión reveladora de mi hija. Yo conducÃa a gran velocidad por una carretera recta y de cuando en cuando me quedaba viéndola a ella. Iba en el asiento del copiloto, cantando y riendo, con los talones pegados a la cola. Pero ¡qué piernas! El fuerte viento que entraba por la ventana le empujaba la faldita de tenista hasta pegarla al espaldar del asiento. Pero a ella no el importaba, pues iba con papi. Cantaba con una sonrisa en su boca, usando un cepillo como micrófono. Usaba gafas oscuras que le quedaban tremendas y una pañoleta amarrada en la cabeza. El viento le empujaba la melena de pelo tanto o más de lo que hacÃa con la falda. Su cabello negro y largo era tan sano y nutrido que parecÃa estar permanentemente húmedo. Lo concluà sin darle más rodeos: Estaba enamorado de mi hija. El primer dÃa en la costa, lo pasamos de maravilla. Carla estuvo más contenta y juguetona que durante toda la travesÃa anterior. Jugamos mucho. Incluso me puso a correr detrás de ella, retándome a alcanzarla. El jueguito tenÃa connotación sexual, ambos lo sabÃamos, aunque yo lo sabÃa de manera consciente. De cualquier forma, un hombre de 35 años persiguiendo a una nena de 10, es como un perro viejo tratando de alcanzar un gato joven. Ella se movÃa como si no tuviera peso. Bien pude verme ridÃculo. A las diez de la noche estábamos exhaustos y acordamos volver al hotel. TenÃamos suficiente energÃa y ganas de recorrer el distrito turÃstico, pero los pies no daban más. Yo, supe que habÃa llegado el momento. Mi Carla cerró la puerta y se lanzó sobre la cama con las extremidades oponiéndose unas a otras. Gimió de alivio. —¡Uff, qué dÃa! —exclamó. Yo me sentà de forma extraordinaria. 1% se lo repartÃan la duda y el miedo, por el hecho de que era mi hija; y 99% era ansiedad, como cuando eres un mocoso de 14 y estás a punto de perder la virginidad. Entré al baño a orinar y cuando me lo agarré se me salió de los dedos. ¡Asà de lubricado venÃa! Me duché. Cuando volvà a la habitación, la topé ya empezando a dormirse, pero ni siquiera se habÃa quitado las sandalias. Estaba de costado, clavando media cara en el colchón y con la cola parada. Su faldita azul claro tenÃa el ruedo a la altura de la mitad de sus nalgas. Carla estaba ‘mirándome’ con su culo redondito, prolijo y blanco. En medio de sus piernas estaba apretada su concha, bien empacada en el parchecito de algodón de sus tanga blanca. Mi sexo me habló muy claro. Me dijo: —Hágale. Me miré la pita parada y luego su culito esplendoroso. Mi pita con el cabezón brillante. Su culo suave. Mi pita palpitando. Su culo dispuesto. Mi pita. Su culo. El culito sin igual de mi hija, suave y virgen. También cabÃa la posibilidad de no tocarla, jalármela en silencio ahà parado, donde estaba, llenar de semen el piso, lavarme e ir a dormir con ella. Pero no iba a ser asÃ. No otra vez. No más paja. Era hora de liberar el amor, de sacarlo de prisión. Dà un paso y oà una voz: —¿La va a violar? Ella no está asà para que usted se la eche. ¡No sea degenerado! Si la ama, hágale bien rico, enamórela, súbala al cielo en cuerpo y alma. Pero no la viole, puto. Mi consciencia habÃa hablado. Me hice una paja, quisiera decir ‘celestial’ pero más bien fue ‘frenética y desesperada’. Me imaginé a mà mismo arrodillándome casi pegado a ella, asà como estaba, metiéndole los dedos en los calzones para hacerlos a un lado y penetrándola. Que ella me decÃa «Uhy, sà papi, hasta que al fin te decidiste ¡dale! No pares que !se siente rico! ¡Oh si papi!». Que me enloquecÃa de placer sintiendo su carne suave, tibia y apretadita, frotando mi frenillo contra el rico interior de la vagina de mi hija hasta gruñir como animal, tener un orgasmo delirante y venirme dentro de ella como caballo. Al menos, la parte del orgasmo se transmitió a la realidad. Me tomé un minuto para reponerme. Me lo lavé y me lo guardé. Luego caminé hacia la cama. Gateé al lado de ella. —Papi —masculló. El corazón me palpitaba, pero no por la exasperada paja que me acababa de hacer, sino de amor. Le besé la comisura de la boca y le dije: —Qué dÃa ¿no? Ella contestó asintiendo a boca y ojos cerrados. Le acaricié el costado del rostro con el dorso de mis dedos. —Carla. —Dime, Papi —respondió apenas abriendo la boca. —El dÃa no ha terminado, ni siquiera. Falta lo mejor. Ella abrió sus ojos un poco, apenas para que le entrara un fastidioso rayo de luz. —¿En serio? ¿qué es? —Al fin habló bien. Yo no respondÃ. Solo seguà acariciándola con veneración. Ella disfrutaba mis caricias igual que siempre, y no se opuso ni aún con lo cansada que estaba. Se puso boca arriba, con media sonrisa dibujada en su perfecta cara. Suspiró, volvió a cerrar los ojos y asà se quedó. Prácticamente me dijo: «Haz lo que quieras, papi». Metà mi mano detrás de su cabeza y la besé con ternura, pero no intencional sino automática y espontánea. Mis labios aprisionaban los suyos como si recogieran vital néctar derramado. Ella correspondÃa de manera tan lenta que apenas se podÃa percibir. Su sabor a perfume mezclado con el sudor del dÃa y el aroma viviente de su aliento eran exquisitos. Me cosquilleaba el cuerpo entero, como si un ejército de hormigas marchara por mis antebrazos, centro de la espalda y dedos de los pies. Hice los besos más intensos y sonoros. Metà mi lengua en su boca y le lamà los dientes. No me dà cuenta del momento en que empecé a gemir, pero sà habrÃa de darme cuenta del momento en que ella empezó a hacerlo: Fue cuando pasé de besarla en la boca a besarla en el cuello. La besé desde detrás del lóbulo de la oreja hasta el inicio de la clavÃcula. Puedo apostar a que las hormigas imaginarias estaban empezando a pasarse a marchar sobre su piel. Mientras tanto pasaba las yemas de mis manos bajo su camisetita. Esas ya no eran cosquillas sino caricias desinhibidamente eróticas. En su pecho habÃa apenas la promesa de unos senos turgentes. Al tocárselas, salió su primer delicioso gemido. Apenas audible. Usé mi otra mano para levantarla. Ahà estábamos, mi hija y yo. Yo de rodillas sobre la cama y ella acaballada en mÃ. Nos besábamos con locura. Ella estaba colgada de mà y yo revolvÃa su larga cabellera, de tal frondosidad, suavidad y aroma que me ponÃa siempre como loco. Le quité la camiseta de esqueleto y volvà a ponerla con la espalda sobre la cama, con la intención de besarle el dorso. La devoré. No sé si imaginen la satisfacción de haberla hecho evolucionar de la percepción de cosquillas a la de placer. Mi hija estaba siendo más que mimada, esta siendo amada. La forma en que acercaba y alejaba sus rodillas en torno a mÃ, me indicó, como una noticia fantástica, que estaba excitada, a lo mejor lubricando. QuerÃa —aunque probablemente no de forma consciente— a su papi dentro de ella. También levantaba y volvÃa y bajaba la cadera, de forma armónica con sus débiles gemidos. Es más, como si fuera yo un perro, aspiré una enorme bocanada de aire para comprobarlo. Y, en efecto, olÃa a mujer. Mi Carla estaba mojando como loca. Era hora de, como me habÃa sugerido mi consciencia, ‘subirla al cielo’. Dejé de besarla y gateé en reversa. Me saboreé, no para lubricar mis labios sino para lo contrario: Para remover exceso de saliva, pues se me hacÃa agua la boca. Pues… ¿como no? Estaba a segundos de chuparle la vagina a mi hija. Llegué. Volteé su falda de tenista sobre su vientre y al fin mi cara estaba en frente a su pelvis. En el nombre de Dios ¿cómo podÃa ser tan bella? Y oler tan delicioso… Besé su tanga milÃmetro a milÃmetro. Me encargué de que el beso en su panocha fuera especialmente intenso y sonoro. Tan pronto hubo el contacto, sonó el primer gemido fuerte de Carla. Se me paró la pita otra vez. Le quité la tanga. —Papi —masculló otra vez. Me detuve impertérrito y le contesté: —Dime, mi amor. Pero no contestó nada. —¿Quieres que pare? Después de cuatro interminables segundos, ella repuso: —No, papi. No pares. Y no paré. Eché un vistazo a esa gloria que tenÃa a centÃmetros de mi cara y que solo habÃa imaginado, incluso en esa ultima paja de hacÃa diez minutos: Su vagina. La cuca de mi hija. La panocha de mi Carla. Corrección: ¡Panochota! Era más linda de lo que habÃa imaginado. Nunca le habÃa visto el chocho a una menor, y la impresión fue como una descarga eléctrica. Como un rayo: La hermosura de aquello es desternillante: Ausencia total de vello. Las vulvas eran como si se inyectara colágeno. El color claro de la piel y la hendidura prolija, como recién esculpida por Dios pasando una hoja filosa sobre el barro húmedo. Y me darÃa cuenta de lo mejor al poco: Una suavidad sobre la que quisieras no solo dormir sino morir. Su aroma cálido y espeso terminó de hipnotizarme. Primero se la besé en la parte alta, con mis ojos cerrados. Apenas si sentà su raja en mi labio de abajo. Después le besé una vulva, con adoración, y después la otra. Entonces la besé lo más abajo que pude. Allà estaba más húmeda y tibia aún. Y por último, claro, lo mejor: La lamà en medio. Uff. La lamà otra vez. Carla aspiraba fuerte entre los dientes. Estaba enloqueciendo. Lamà más fuerte, como si mi lengua fuera la llave, su pucha fuera la cerradura, y el tesoro, no mi placer, sino el suyo. Sacarle gemidos de locura serÃa mi adicción desde ese momento. —Mi amor, ábretela para papi. Ella puso sus manos y yo le ayudé a acomodarlas para que me diera paso a su paraÃso. Dentro se le veÃa el brillo móvil de su fluido. Estaba muy feliz. Entonces pasé de lamer a chupar. Qué rico sabor tenÃa mi hija. Chupé con los ojos cerrados, como crÃo amamantándose. Chupaba y le acariciaba el vientre y los muslos. Ella tiraba a cerrar las piernas, supongo que asà era de fuerte la sensación. Pensé «es hora de subir la potencia al máximo» —El ‘máximo’, al menos por aquél dÃa—. Dejé de mamarle los ricos fluidos de amor a mi hija y me puse a toquetearle el clÃtoris con la punta de la lengua. Ella presionó su cadera contra el colchón, como si quisiera huir, pero sentÃa tan rico, supongo; que resistió. Abrà mis ojos y solo podÃa ver su dorso encorvado hacia arriba y sus costillas marcadas. En mis labios sentÃa sus uñas y el olor de sus dedos. Carla presionó con los pies y aspiró más aire entre los dientes, como cuando uno se pega un pequeño quemón con la cara lÃquida de una vela. El tiempo pasaba y yo seguÃa haciendo de mediocre vibrador con mi lengua. Me dolÃa el gañote y el cuello, terriblemente, pero ver a mi hija Carla subiendo al paraÃso, bien valÃa la pena, y más. Carla empezó a temblar como gelatina. Quitó una de sus manos de su pucha y la usó para presionar mi cabeza contra ella. Subà la frecuencia del movimiento de mi lengua masturbadora. Mi hija produjo un sonido como si quisiera llorar. Yo, debà haber aumentado más la intensidad pero ya no habÃa más para dónde. Pinche lengua de perdedor. Un minuto más. Qué felicidad me daba la felicidad de mi hija. Y qué rico sabÃa su vagina ¡Mmmm! Otro minuto. El espasmo en los músculos de mi cuello y lengua, serÃa inevitable. TendrÃa un calambre muy doloroso cuando parara. Pero no iba a parar aunque me diera un infarto. Mi hija tenÃa que tener su primer venida por la lengua de papi y por ninguna otra cosa. SentÃa que las venas del cuello me iban a reventar y que la espalda se me partÃa. HabÃan pasado casi quince minutos. Al fin, su aparente sollozo explotó. Quitó la mano que todavÃa ocupaba abriéndose la cuca para mà y se tapó la boca. Ahogó los gemidos de su primer orgasmo. Con la otra mano, dejó de empujarme hacia sà desde atrás para apartarme empujándome la frente. También cerró las piernas. Un par de segundos después se incorporó de golpe y corrió al baño. Como lo predije, me dio un calambre. Los músculos del gañote se me juntaron todos en una bola. Fue muy doloroso, pero el amor por y la satisfacción de mi hija eclipsaban cualquier dolor fÃsico. Lección para la próxima —quizá mañana mismo—: Poner a Carla sobre la cómoda. Como es mucho más alta que la cama, yo, al chupetearle la cuca, quedarÃa con la espalda vertical y me ahorrarÃa la incomodidad. Con cara de quien ha recibido un garrotazo, anduve hacia el baño. Allà estaba mi preciosa hija, sosteniéndose la falda arriba y poniéndole la cola al excusado. Iba explicarle que lo que sentÃa no eran ganas de orinar, sino que se habÃa ‘venido’. Pero no iba a poder hablar durante media hora. La tomé de la mano y la conduje de vuelta a la cama. Dormimos. Creo que nunca en la vida habÃa dormido tan bien. Al otro dÃa tuve el rico aroma y esencia vaginal de mi hija en la cara durante todo el dÃa. Por el recuerdo de mi propia primera vez, sabÃa que esa fragancia impregna mucho y es muy rico llevarla todo el dÃa en la cara. Si al principio creÃa que estaba enamorado, como cuando la vi cantando en el carro, pues eso no era nada en comparación. Ahora, por el efecto de haberle proporcionado su primer orgasmo y que la nariz, la boca y la barbilla olieran a la cuca de mi Carla, me sentÃa embrujado. Y no solo eso. El hecho que mi hija fuera exactamente la clase de pequeña diosa que solÃa enamorarme desde que yo era niño, me hizo experimentar una sensación fuera de este mundo. Hasta temà enloquecer. Ni siquiera creo poder describirlo. Imaginen andar por la calle de la mano de su hija hermosa y saber que ya no solo son padre e hija sino ardientes amantes, que caminan por sobre el mito de lo correcto y lo incorrecto, mientras los demás viven engañados, con cadenas invisibles y creyendo estúpidamente que son libres y felices, por haber permitido que otros les dijeran lo que es correcto y lo que no. Pero esa definición de lo que sentÃa al otro dÃa, es poca cosa. Es el formalismo. Para hablarles del sentimiento entre mi nena y yo, deberÃa ser poeta, y hasta allá no llego. Creo que todo el amor que sentà por mocosas lindas durante toda la vida, el universo acababa de regresármelo, tanto tiempo después que ni me acordaba de que lo hubiera deseado. Sé que Diana sonrÃe allá donde esté cuando nos ve a Carla y a mà en unión. Con el tiempo habrÃa de expandir el repertorio de nuestros juegos, pero muy lento y siempre mi hija tendrÃa la potestad exclusiva de detenerme. Mi consciencia me habÃa hablado justo a tiempo. El hecho que yo disfrutara, venÃa por añadidura. Pero siempre, lo primordial era el placer de ella. Que se retorciera, que aspirara con fuerza entre los dientes haciendo sonido de gotas de agua evaporándose, que temblara como gelatina y que corriera al baño creyendo que se iba a orinar. Yo, no importaba. Me hacÃa la paja y ya. Semen aquà y semen allá, excepto sobre ella. Si ella sentÃa algún dÃa curiosidad y metÃa la mano en mi calzoncillo ¡Bienvenida! Si no, paja y más paja. Claro que la curiosidad de mi hija era algo que yo podÃa estimular, pero pensaba hacerlo con total lentitud y premura. Primero Carla y último Carla. Yo darÃa la vida por ella. Continuara ……..
hola amigos padres de argentina, mexico, venezuela colombia y españa que tienen fantasias con su hija adolescente, si tu hija esta povocativa y te masturbas con sus braguitas usadas la espias en la ducha ? se pasea en ropa provocativa por la casa ? solo escribeme y te dare unos faciles consejos caseros, si te visita los fines de semana o vives solo con ella sera muy facil …solo escribeme..soy milena mujer española de 45 año sexolga experta en temas taboo , mi correo es : [email protected]