Tabú

Mi sobrinita 2da Hunter, qué des-leche!

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Tabú | 9 años | Masturbación | Homenaje

Un hombre lucha para no sucumbir a los encantos de su sobrina

©Stregoika 2022

1 – Anderson va al suburbio

Viajé a USA no porque quisiera, sino por que la vida me azotó con un rosario de infortunios. Les brindaré  no más que un resumen, para que tengan una base contextual mínima y porque la intención de este relato es que se calienten, no que me tengan lástima. Siempre fui un hombre introvertido y solitario y mi relación con mi familia era desastrosa. Nunca me casé y los únicos amigos que tuve se fueron muy jóvenes porque les fue muy bien. Solo tenía una habilidad especial: Había aprendido a soldar, pero nunca pude conseguir trabajo en ello porque en todas partes había inmigrantes venezolanos haciéndolo casi gratis. Mis hermanos también buscaron y encontraron nuevos horizontes, y yo me quedé solo con un abuelo, de quien quedé a cargo y viviendo de su pensión. Él murió y, para que yo no quedara por ahí en la calle, un primo que estaba en Maryland me auxilió —en contraste con mis hermanos, a quienes les importó un carajo mi suerte ¡pero bueno!—. Me ofreció trabajo y me ayudó a obtener una visa de trabajo. Me consiguió trabajo en su vecindario como jardinero. 

 

Me impresionó sobremanera su casa. Estaba ubicada en lo que se conoce como  un ‘suburbio’, en un sector particularmente fino de College Park. En mi país, solo la gente muy rica vive en dettached houses, o sea, casas que no están pegadas a la de algún vecino; sino que tienen patio delantero y trasero y una callejuela que separa lateralmente las casas, pero por donde no hay tráfico. Para rematar, los vecindarios tienen forma no de cuadrícula sino de candelabro con puntas sin salida. La intención de ese diseño es que el tránsito de coches sea exclusivo de los residentes. Nadie ajeno ‘pasa’ por allí. Todas las cosas públicas, están cuidadas como si fueran privadas y todo es muy bonito. La sensación de privacidad y tranquilidad es de ensueño. Nada qué ver con… bueno… yo venía pasar toda la vida los barrios pobres de los cerros de Bogotá. Solo digo. 

 

Leimar, mi primo costeño, me recibió a brazos abiertos. Cuando él llegó a College Park, su contacto era un técnico en telefonía, y pasados ocho años Leimar ya tenía un puesto importante en la compañía Verizon. Se había ganado con creces sus títulos y su residencia. Yo, lo veía en persona por primera vez en largos 10 años. No voy a decir que no sentí profunda vergüenza y que no me sentí como el más grande de los perdedores. Pero él me dijo que él mismo llegó igual: “Con una mano adelante y otra atrás”. Ahora tenía una casa que, si bien para él —y para varios de vosotros, quizá— era solo una casa de suburbio, para mí era como un sueño del que temía despertar. 

 

Pasada una semana trabajando, no parecía que nada pudiera salir mal. Pero, volviendo de una excursión con su grupo de Boy Scouts, apareció Hunter. 

 

Yo toda la vida había sido un perdedor, y entre las muchas consecuencias nefastas de ser un looser está el deterioro de tus hábitos. Yo había probado algunas drogas, tuve qué superar el alcoholismo, sentía fascinación por las transexuales, veía videos de zoofilia, etc. Y en un punto de mi vida, me topé con videos de menores y me abrumé por la descomunal belleza de las nenas.  Pero solo era un pervert de escritorio. Las únicas fantasías que lograba hacer verdad de vez en cuando, y a costos económicos altísimos —para mí, lo eran–, eran con prostitutas trans-géneros. O sea que, imaginen cómo sentí un corrientazo de ansiedad y fascinación mezcladas cuando llegó la hermosa hija de Leimar a su casa. 

A ver ¿Por donde empiezo? La mujer de Leimar, Belén, era un pedazo de costeña barranquillera que de joven había sido reina y toda la cosa. Madre de Hunter. La nena tenía 9 años y era una fotocopia de Belén. Una linda costeñita no costeña sino nacida en Prince George, que hablaba más inglés que español y cuyo hobby favorito era la gimnasia.  Llegó con Belén en su van y atravesó el patio corriendo para brincar sobre su padre. De inmediato, una parte de mi cerebro tomó el control, por supervivencia. Tenía que controlarme y no violarla con la mirada, y no solo en ese momento sino de ahí en adelante. Su carita era redonda, de ojos pequeñitos y consentidos. Piel trigueña y cabello cobrizo. Por su edad, su dorso era rectilíneo y su pecho plano. Empero, dicha rectitud se desvanecía caderas abajo. Hunter emergió de la van tras mover la puerta corrediza y lo primero que me hizo decir fue «Holly shit ¿qué es todo eso?». Fueron sus muslos. Creo que el impacto al verla fue equiparable al que tienes cuando eres un chamaquito y ves una adolescente o mujer adulta con falda muy corta. El misterio y belleza de lo alto de las piernas te embruja, maniata tu débil mente de hombre. Quieres ver más, más tiempo y más arriba. Te obsesionas. Hunter venía en un short de mezclilla que yo creo, le apretaba su conchita. Si la inclinación de los bordes inferiores fuera un solo grado mayor, ya no serían shorts sino un cachetero. La veías de frente y esta penda adoptaba forma de V con estrías que nacían en el entrepierna y se dispersaban hacia la cadera. Me vinieron mil cosas a la mente. Preguntas como: ¿Cómo puede una mocosita tan chiquita estar tan buena? ¿El papá no se da cuenta? O es que sí se da cuenta y ¿quiere provocar a los manes, o provocarse él? O ¿No hay nada de qué ‘darse cuenta’ y yo soy un puto enfermo? ¿Si yo fuera padre de una morrita así, la vería con deseo? ¿La vestiría o dejaría que la vistieran así? ¿QUÉ ACASO TODO EL MUNDO ESTÁ CIEGO O ES IDIOTA? ¿Cómo no ven lo sabrosa que puede estar una menor? 

Hunter saltó a los brazos de su padre y se acaballó en él. Giraron varias veces juntos. El antebrazo de Leimar sujetaba a Hunter por detrás de las rodillas y el traserito de la niña estaba suspendido en el aire. Pasé saliva. Qué niña tan nalgona. De verdad nalgona.

—I missed you daddy! I have a lot of photos and videos for you to see, come on! —Dijo la nena.

Estaba invitando a su padre a ver fotos y videos. Pero Belén se bajó del carro con paquetes y Leimar  prefirió brindarle ayuda. Suponían que yo ayudara también, pero estaba embelesado con ese pequeño, pero grande para su cuerpo, culito de Hunter. Se quedó de pie en la entrada con las manos en la cintura y las piernas derechas. Pero qué par de bombas cargaba ahí detrás. 

Durante años, yo llevaba cultivando la adicción de pajearme por cuanta niña bonita viera por ahí, y mi mente era presa fácil de cualquier lindura pequeña. Qué obsesión tan tenaz. Pero era un vicio seguro de complacer, ya que no convivía con menor alguna. Ahora, quizá había llegado la hora de sanear mi cochina mente, por seguridad, de ella y de mí. Ya cuando la próstata iba a empezar a palpitarme y así, luego a mojar, tomé el control. Invertí una heroica cantidad de esfuerzo y quité mis pupilas de encima de Hunter, para ir a ayudar a Belén. Ese primer día fui capaz de terminarlo sin prestar mayor atención a la tentación. 

Al pasar con paquetes al lado de ella, fui presentado a Hunter. 

—Hey, Sweetheart, he is Anderson, he works for us. Anderson, she’s Hunter, my daughter. 

—Anderson! Like one of my classmates. Remember Daddy, Kelly Anderson?

—Yeah, just Anderson is his name, not his last name. 

—Oh!

La nena encontró curioso y divertido que Anderson fuera mi nombre y no mi apellido. 

—Hellow Hunter —saludé.

—Hellow Mr Anderson —rió y entró corriendo. 

 

2 – Cosas de gimnasia

 

Logré hacer mi trabajo sin muchas distracciones durante un par de días. No vi mucho a Hunter, que según sé, estuvo de visita donde amigas. ¡Quién pudiera ver esas pijamadas saturadas de colores pastel! Mientras, Leimar me dio acceso al amplio ala de la casa donde Hunter practicaba sus cosas de deportes, para que hiciera limpieza. Qué asombro tan grande me produjo la clara solvencia de la familia de mi primo costeño y lo bien que vivía la bizcochita esa de Hunter. Tenía todo un gimnasio en una pequeña bodega. Entre sus cosas se distinguían aros, lazos, tapetes y hasta un potro. Además de la bodega, en una de la paredes de esta parte de la casa, lucía un muro repleto de cosas que agrandaban el ego de la nena, como fotografías de sus viajes y eventos en los que participaba, notas de fans y certificados de YouTube. Y, esta ostentosa pared estaba en frente a otra que alardeaba de un estante repleto de trofeos. ¡Una nena de 9 años! Y uno a los 9: Mi mamá hacía magia para pagar la colegiatura y que aún le alcanzara para hacer agua-panela, jaja. Bien por Hunter. 

En un diploma otorgado por YouTube como parte del orgullo material colgado en medio de los trofeos, me dí por enterado del nombre del canal (no se los voy a decir porque ustedes son unos depravados. Bueno, quizá se los diga después. Está bien, se los digo ahora: “Hunter in the gym”). Lo busqué y me pajeé hasta quedar seco con un par de videos suyos. Pero qué pedazo de niña, Dios mío. Ya por la tarde, abrí una puerta que no había abierto en ese ala de la casa —sí, cuatro espacios además del patio trasero exclusivamente para el desarrollo personal de Hunter—. Esta resultó en dar entrada a un pequeño guarda-ropa solo para ropa deportiva. Tan pronto abrí la puerta y me cercioré de lo que era, fruncí el ceño y dí un resoplido de arrechera. Entré allí dándome un apretón en el bulto y deseando con toda el alma que hubiese algo en el canasto de la ropa sucia. Ya quería oler esos fluidos de Hunter. Pero no había nada de ropa sucia. Claro, la niña llevaba una semana afuera. Me contenté con lamer y oler sus shorts de lisa lycra, tan exquisita al tacto, y con pegarme una buena pajeada con uno de sus leotardos. Casi me ahorco me pobre verga con el extremo inferior de uno de ellos. Qué orgasmo alucinante. El piso era de caucho, y el semen sería imposible de quitar de allí. ¿Se imaginan el escándalo? Habría parado en la cárcel sin siquiera haber tocado a la pequeña diosa, solo habiéndome masturbado con la parte de su traje elástico de gimnasia donde ponía sus pequeñas ricuras. Uff, me dan ganas de hacer una pausa ahora que escribo y jalármela acordándome de semejante gloria…

Ya quedé listo. Sigamos…

Entonces, como les contaba, tuve que tirarme al suelo cuando sentí sobrevenir el orgasmo y echarme toda la leche en el ombligo. Luego me tocó limpiar toda esa venida, cual vaso de yogur volteado, con mi propia camiseta. Con cuidado de relojero, retiré el leotardo de Hunter de mi pene para que saliera limpio. Lo puse en su sitio y me fui con mi camiseta hecha bola y llena de mecos emergidos de mí a nombre de Hunter.  Durante buena parte de la noche me hormigueraon los antebrazos y los dedos de los pies, y sentía tan descansada la próstata… dormí como un gatito. 

 

Me dijeron que Hunter regresaría temprano, por lo que de madrugada regresé a la bodeguita de su ropa y agarré mi celular y puse uno de sus videos, donde aparece con una lycra negra muy justa y cortita. Busqué la prenda y al hallarla la saludé a besos. Me tiré al piso, me estiré, desenfundé, puse a rodar el video y me la jalé como desquiciado con su linda lycrita tendida sobre mi boca y nariz. Tuve otro orgasmo que me llevó a otro mundo. Dormí al rededor de tres minutos así. Uff, el paraíso en La Tierra. Pero para esa vez iba preparado con papel higiénico. 

 

3 – El idiota al ataque

 

Mi vida se estaba convirtiendo en un estrepitoso carnaval de paja. Imagina tener una mente como la mía y prácticamente convivir con una nena como Hunter. Llegarías a ese extremo en que llevas tres pajas en doce horas y para la cuarta ya no te sale sino aire y te da un ardor el hijueputa. Pero viendo semejante jamón por ahí toda el día, las ganas no cesan. «¿Cómo funcionará la mente de un hombre normal como Leimar?» me preguntaba a mí mismo. «Su yo fuera Leimar, Hunter ya sería mi amante. Nos echaríamos huevitos por todas partes, en la mesa del comedor, en la cocina, en el patio para que los vecinos nos vieran, en la habitación, en la ducha, en el garaje encima del capó de la camioneta y dentro de ella, en su bodeguita deportiva y en sus armatostes de hacer gimnasia. Ah, y me la comería con cada uno de sus 42 leotardos, luego le compraría otros 20 y lo haríamos mientras ella usa cada uno. Al final tendrían que internarme en una clínica por desnutrición, por deficiencia de proteína, por que toda se la hecho a Hunter encima». Pensaba cosas como esa mientras me la jalaba como un patético perdedor en mi cuarto. Las visitas a los videos de Hunter debían haberse disparado. Los de YouTube deberían poner un botón al lado del ‘me gusta’, que consistiera en una verguita tirando semen. O sea, se contarían los likes y los pajazos. Wow, Hunter y más de una pequeña gimnasta y bailarina tendrían millones. 

 

—Hi Mr. Anderson. Daddy told me you can help me carrying some stuff out here. Could you?

La nena me pidió el favor que le ayudara a cargar algunas de sus maricadas de hacer gimnasia al patio delantero. Yo estaba regando los jardines de Azucenas, y mi respuesta fue mental:

«Mira, mi amor ¿te gusta mi manguera? En mi país las cosas cuestan, así que ven y me la chupas y luego te ayudo a cargar». Pero a continuación respondí verbalmente:

—Of course, li’l lady, its my pleassure. 

Y fui con ella cual peón iletrado que era. Pero estaba feliz, porque Hunter habría de hacer gimnasia delante mío. Me empezó a palpitar todo bajo el abdomen. Quería tirármele encima, chuparle todo por todas partes y hacerla mía, pero… obvio no podía. Si estuviéramos en mi país, algo me inventaría para abordarla, pero allá, me daba culillo. Me tocaba hacer de tripas corazón (en especial con la tripa de ahí abajo) y portarme como un caballero con ella, y dejar el monstruo para la privacidad de mi mente y de mi cuarto. 

Hunter me indicó qué cosas llevar afuera y mientras se encerró en la bodeguita de su ropa. Por supuesto, estaba quitándose su shorcito de jean y su camisetita para ponerse algo con qué practicar. Yo cargaba como burro su potro, unos tapetes enrollados y hasta una cámara con trípode. Los llevaba hacia el espacioso campo de adelante, desde donde se veían solo dos casas más a unos 70m cada una con su respectivos patios de prado cortado y la calzada blanca en medio, plana e inmaculada. No obstante, mi imaginación estaba allá dentro de la bodeguita. Imaginaba que ella me llamaba para alguna mierda, como que llevara su ropita al cesto, y que ella todavía no se terminaba de subir el leotardo y me mostraba sus pezones, que serían apenas dos manchitas en su pecho plano como de niño. Yo, no me aguantaría y le diría lo hermosa que era. Le pediría que se bajara el leotardo, que quería verla toda. Ella accede sonriendo, se lo baja y me pregunta «Do you like my pussy?»(¿te gusta mi rajita?) y yo le digo «I can’t tell until I taste it» (No puedo decirte hasta que la pruebe). Entonces, ella está con el leotardo por las rodillas y yo con la cabeza metida ente sus muslos y su leotardo ensortijado, chupándole el chochito a Hunter, que se retuerce de gusto y aprisiona mi cabeza contra su entrepierna. Su carita es de impresión. Se le podría tomar una foto y hacer bromas haciéndole creer al que la vea, que algo malo le están haciendo a la nena, porque tiene pura cara de dolor. Frunce el ceño y tensiona los labios, como si aguantara el dolor de que le saquen una espina. Pero, el fulano ve el resto de la foto y a mí chupándole su vaginita. El fulano diría «¡Ah, la nena está es gozando!»

Pensando esas mamadas, se me paró, cuando todavía cargaba las cosas.

—Hey Anderson, would you like some orange juice? Is gonna be sunny. 

La amable señora Belén me acababa de invitar una bebida porque hacía calor y supuso que yo, cargando las mierdas de Hunter, estaría acalorado. Y sí, estaba incendiándome, pero por lo que me estaba imaginando. Cuando volteé para responderle a la señora, me percaté de la carpa de circo que traía por delante y al intentar ocultarla con una de mis manos, casi suelto el trípode, y para evitar que cayera, me enredé y me fui de jeta. Fue lo más estúpido que me había pasado en años. 

—Oh my God! Are you OK Anderson, you hurt? —gritó la madre de Hunter. 

 

4 – Gimnasia de infarto

 

Después de pasada la tenaz vergüenza, yo seguía viendo del tupido jardín de la señora Belén. Y la flor más hermosa, era una que estaba fuera del jardín, haciendo complejas rutinas de gimnasia en su potro y grabándolas con su cámara . Hunter se había puesto un atuendo de infarto: Un leotardo plateado y encima una calzoneta azul, tan ajustada que se le marcaba el leotardo y quedaba claro porqué la calzoneta: El leotardo era muy desnalgado. Igual con la calzoneta se veía guapísima, pero me pregunté por qué se la había puesto. «¿Será porque yo estoy aquí? ¿Será que ya se ha dado cuenta que la miro como si mis ojos tuvieran dientes? ¡imposible, he sido cuidadoso al extremo!» me dije. Pero, repito, igual se veía deliciosa. Hice mi quehacer y deleité la vista al mismo tiempo, aunque casi quedo visco. Me imaginé toda clase de cochinadas. Hunter grabó su video, apagó la cámara y… ¡Ay Dios, sálvame! Se quitó la calzoneta. La versión Family friendly de su outfit era solo para el video. Pero para su práctica personal, y para mis pobres ojos, que ya casi se quemaban ¡a mostrar nalgas! Me puse como perro y tuve qué decidir entre seguir viendo el espectáculo o ir a pajearme. Cómo me encantaría pajearme mientras la veía, pero no había forma. Pasados 10min más o menos, no aguanté y fui al baño, más mojado que espalda de camionero. Casi ni me lo puedo agarrar por la cantidad de lubricante que había salido. Al fin me pajeé y acabé como en minuto y medio, imaginándome cómo me le iba encima de ese potro y le pegaba la comida de su vida, solo corriéndole ese leotardo color silver a un lado y dándole clavo como loco. A los pocos segundos de venirme entré en depresión porque mi obsesión ya no se podía mantener a punta de paja y eso nos ponía en inminente peligro a todos. Dentro de poco iría a cometer una locura, quizá. 

Volví afuera a seguir con lo del jardín. Había hecho tanto gorro solo para ver a Hunter y su delicioso culito, que parecía no estar arreglando flores sino levantando un muro yo solo. Hunter terminó su rutina y se aproximó a mí dando brinquitos. Fue al verla así que las cosas empeoraron porque se me hizo que estaba enamorándome de ella. 

—I’m done! Could you please take my stuff back to he house? 

Ella quería que llevara sus cosas adentro ora vez. Pero mi atención se concentró en su panochita, que hasta entonces pude ver tan de cerca. La tenía más marcada que el número de emergencias. Semejantes vulvas. Siempre he dicho que las vulvas, así como la cabeza, las tienen grandotas desde muy niñas. Dicho de otra manera, todas las nenas son muy chochonas. Me saboreé y para disimular inventé que ya me había dado sed:

—Wow, I’m already thirsty. 

Me quedé ansioso por esperar una par de horas a que pudiera volvérseme a parar bien y pajearme con esa increíble imagen de sus labios vaginales pintados de valiosa plata. Por otra parte, me puse peor de nervioso porque las poderosas ganas iban a ganarme tarde o temprano. 

 

5 – El mejor des-leche

 

Pensé en buscar otros horizontes. Pero no por ambición, sino por miedo. No quería ir a manosear a Hunter o que me pescaran pajeándome con sus lycras sucias entre la boca y echar mi vida a la basura, después de tener la fortuna de estar allá. Después de todo, si estaba enamorándome de Hunter, había amado primero y con mayor intensidad a College Park. Era como vivir un sueño, y perdón que lo repita tanto. Sentía que por primera vez en mi puta vida podría tomar una decisión sana e inteligente y obtener beneficios de ella, en vez de lo que había hecho toda la vida, que había sido fracasar. Pero ¿A dónde diablos iba a irme a probar fortuna? ¿No era eso demasiada derrota? ¿No sería mejor vencer la tentación? Claro ¡eso iba a hacer!

Ay, que me parta un rayo. Hunter apareció en el umbral semi-cubierto del patio trasero con un atuendo que gritaba “¡Viólame ya, cobarde, quiero verga, lléname de leche mi colita, o ¿te da miedo, puto?”. Se trataba de una extraña falda, de fantasía supongo, que estaba hecha de una escueta malla negra. El ruedo de esta falda, lo supe analizando después, no era redondo, sino cuadrado, de modo que al llevarla puesta, solo las puntas caían y los lados se levantaban en forma de arco. No bastaba con que fuera malla, para revelar más, la falda tenía esa puta forma. Hunter llevaba debajo una lycra de color blanco, y era igual de diminuta que aquél leotardo plateado y desnalgado. En la  parte de arriba, mi Hunter vestía un top blanco. Lo que remataba su atuendo era que, llevaba el cabello suelto y yo nunca la había visto así. Las gimnastas siempre tienen el cabello sujeto para no jalárselo mientras hacen figuras. Pero Hunter no estaba allí para hacer rutinas, sino para bailar. No sé qué me palpitó más, si el corazón, llenándose de amor; o la próstata, fabricando leche a galones. Pero qué pinta más arrechadora, qué piernas de concurso y qué pedazo de culo. Hasta a veces se pone uno filosófico y se aburre de ser hombre. Qué jartera vivir arrecho todo el tiempo, no se tiene paz, a lo bien. 

 

Tomé una decisión perentoria. Me haría la mejor paja posible, lo más duradera y cerca de ella y al otro día me iría de allí. No iba a aguantar más y no quería agarrar a Hunter y hacerle el amor. Las luces eléctricas se encendieron y debilitaron el color del cielo al avanzado atardecer. Hunter había puesto su pequeño dispositivo en el suelo con una música hedionda que no reconocí, pero que se me hizo de esos grupos de mariconsuelos asiáticos. Se movía como una Diosa. La lycra le quedaba tan entallada que parecía tener una liga en medio para separar las nalgas y que se viera sexy (¿la tenía, en efecto?). Me paré en la parte descubierta del piso parcial del patio trasero, haciéndome el güevón que desenredaba una manguera. Pero en la otra mano tenía mi propia manguera, por dentro del overall. Me la sobaba con desespero. Acabaría en pocos minutos, pero… me detenía. Quería que la experiencia durara más. Hunter seguía bailando y bailando y yo, luchando con esas mangueras, la de 10m de caucho  y la de 13cm, de carne. Cuando ella hacía los pasos más sensuales, yo hasta perreaba. Me temblaban las piernas. Ya quería mojarme todo el pantalón y pasar a su lado arriesgándome a que descubriera mi mancha de lechosa humedad. Por derecho debería verla, al menos verla. Era suya. Ella la había hecho posible. Y, recíprocamente, cada espermatozoide moribundo en las fibras de la tela de mi overall debería poder verla a ella, a su Diosa inalcanzable, sobre todo en esa pinta deliciosa de puta de antro fino. Sentí que llegaba el orgasmo. No pude contener un sucio “¡Ooh!” que sonó casi homosexual. Me doblé. Ella, como si fuera obra de una conexión telepática, también se dobló y me mostró su perfecto culo de nena de 9 años. Su vagina y su ano estaban viendo, a través de la lycra blanca, cómo me venía temblando como atacado al corazón. Hizo un par de segundos de Twerking mientras yo tenía el orgasmo más delirante que puedo recordar. Otra vez hice un incontrolable “¡Ooh!” y caí de costado. Estaba echando leche como un caballo al que se lo ha mamado una adolescente brasilera hermosa durante veinte minutos. Hunter me sorprendió y se quedó viéndome, pero eso solo aumentó la intensidad de mi éxtasis. «Mira como me vengo, pequeña, es por ti». Después de un segundo disimulé que recogía más metros de manguera y ella siguió bailando. Me puse de pie como pude, sin fuerzas. Dicen que cada gota de semen es como cuarenta de sangre. Pues si es así, yo estaba como apuñalado en la femoral. Cumplí con mi pervertido cometido: Pasé al lado de ella, lentamente, exhibiendo mi profusa marca de celestial derrame. «Esta leche es toda tuya, muñeca» dije en voz alta y en español. Entré a la casa y luego a mi cuarto y me senté en mi cama. Me sentía demasiado mal. Era una porquería de tipo. 

 

6 – Final feliz

Leimar me llamó a la gran sala de su casa. Me sirvió un trago. 

—¿Y eso? —le pregunté.

—Quero brindar, primo. 

Después de media hora de charla amistosa, me soltó una bomba:

—…erda,  viejo Anderson, que hay una pelá en Annapolis que puede ayudarte, cuadro. Tu sabes soldar fino ¿no se te ha olvida’o?

—¡Claro que no! 

—Vete pa’llá, no joooda.

—¿Me estás echando de acá?

—No seas güevón, tú. Te estoy es tirando una ayuda. La pelá se llama Janis, y ya hablé con ella. Te pone a soldá de una y te pone a estudiar mecánica. Vas recomenda’o es por mí, cuadro. 

Leimar solo quería retribuir. Ayudar así como él fue ayudado. Agarré la oportunidad sin pensar. 

 

Las cosas ocurrieron justo a tiempo. En un par de días ya le habría metido la mano a Hunter entre su esplendoroso par de nalgas, pero mejor que eso, iba al fin a coger camino. Solo me quedaba rogar que a donde Janis, no hubiere más tentaciones, como otra deportista, bailarina o actriz de corta edad. 

 

Fin

 

Nota del autor: La versión original de este relato es romántica hasta la diabetes —y laaarga—, y la nena estrella no es Hunter sino Rachel Marie. Hice esta adaptación degenerada para publicar aquí. 

 

Rachel Marie es una gimnasta y bailarina de California, ex-integrante de un famoso canal de YouTube, llamado SGG, que, por las excesivas medidas para controlar el contenido relacionado a menores, desapareció. ¿Han visto ustedes adolescentes tercermundistas enamoradas de y obsesionadas con cantantes-cara de gay? Pues a mí me pasó, pero en una versión bizarra: Un tercermundista de treinta y tantos obsesionado con una gimnasta de California durante su pre-adolescencia y adolescencia. Aún sostengo que Rachel es de las criaturas más bellas que han pisado este planeta. De ella había un centenar de videos no intencionalmente sensuales, de gimnasia, sobre todo cuando era una nena de ±12 años. Ya no se consiguen. 

 

Mejores deseos a Hunter y una venia de amor a Rachel, donde estén. 

 

Homenajes hechos a otros ángeles: 

Nena Bonita (para Brooke Shields)

Dulce Niña Musical (Para 𝚌𝚘фия п𝚊𝚙𝚠и𝚔𝚘𝚋𝚊)

Jenny 1995 Carla Giraldo)

 

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