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Película prohibida con nena de 11

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Humor  | fantasía erótica | homenaje | 11 años | tabú

 

 En honor a Luci


—Luci luci lcui

—Dime dime dime…

 

La tentación de la Camelia (detrás de cámaras). 

 

 

Un foro de cine en pleno uso es un incesante ir y venir de personal, menudo ajetreo y varios gritos penetrantes. El glamour característico del séptimo arte está al 100% en las salas de cine y galas, porque los rodajes son un mundo diferente. Apenas sí se diferencia de cualquier otra actividad industrial. Serena recién llevaba cinco cortos minutos en el foro 4. Estaba bien impresionada enterándose, con cada cosa que veía, de que los rodajes eran cosa seria. Lo que más deslumbrada la tenía, era que habían construido en medio, un convincente set que representaba una biblioteca escolar. El foro era tan amplio como un estadio de fútbol con todo y tribunas, y con un techo tan alto como para construir un pequeño edificio bajo la tramoya. La biblioteca falsa relucía en medio de la casi sensual penumbra del foro, como si una dimensión diferente estuviese asomándose por entre un vórtice. 

—Mira por aquí —le dijo Erick, el joven director.

Le señaló el viewfinder de una cámara, y ella se inclinó para ver. La cámara tenía enfocada exclusiva y totalmente mente la biblioteca. 

—Qué guay —dijo ella—. El que no esté aquí metido se traga el cuento enterito de que es una biblioteca de verdad. 

De pronto más neuronas dentro de su cabeza se conectaron y lanzó la pregunta que se le acababa de ocurrir, encogiendo los ojos y clavándoselos a Erick. 

—¿Todo lo que se ve en la tele es falso?

—Sí. Todo lo que veas en una pantalla tiene el potencial de ser mentira. Se puede hacer. 

Empozaron a andar. Erick había servido de guía a Serena en aquella visita al foro y asistencia al rodaje, porque quería convencerla de cuán profesional iba a ser todo. Siguió explicando:

—Esto es un set, creo que en tu país lo llaman “decorado”. 

—Decorado, es verdad.

—Pero está en desuso. Ahora casi todo lo hacen con una pantalla verde y crean los fondos digitalmente. 

—Y ¿Vosotros por qué los hacéis así si es más caro?

Serena andaba al lado de Erick de manera graciosa. Era muy alta y tímida, y no soltaba la correa de su bolso con ninguna mano. Su rostro, al estar atenta a la respuesta de Erick, estaba tan estirado que quien no supiera, adivinaría sin esfuerzo que Serena era la madre de la estrella principal. 

—Yo tengo acceso a este foro por mis contactos, y lo voy a usar. La historia no da para usar CGI, que según para lo que se use es más rentable o no. Para ambientar una biblioteca de colegio, usar gráficas es un desperdicio. Y en ninguna biblioteca del mundo nos darían permiso para rodar lo que vamos a rodar aquí…

Erick se detuvo para mirarla a la cara y decir lo más perentorio:

—…con una menor. 

—Pero ¡claro hombre! Pregunta boba la mía ¿no?

Pero no hubo lugar a seguir conversando, porque ambos vieron a lo lejos a un nutrido grupo de personas emergiendo de un vestidor, que como todo allí dentro, era desmontable. La primera empujaba enérgicamente  un ropero provisto de rodachines, cuya necesidad de aceite alarmaba a los oídos. La  seguían  varias personas más, todas con carácter afanoso y diligente. Varios llevaban walkie-talkies de manos libres y hablaban con alguien a través de estos. Pero la más importante venía en medio. Se trataba de Lucía. 

—¡Pero qué linda ha quedado! —Exclamó Serena.

Luego detalló más a su hija y señaló con su dedo esquelético para comentar:

—Yo habría jurado que le pondrían una falda muy pero muy cortita, pero es claro que me he equivocado. 

Erick, que ya había empezado a andar, se volvió para responder:

—Es más sugestivo cuando parece cotidiano. Queremos que Camelia sea una niña que podrías encontrarte en la calle, eso calienta más a al público. 

Camelia era el personaje que Lucía interpretaría. 

—Dímelo a mi, y a mi marido, que hemos tenido qué lidiar con los seguidores de Lucía, que parecen querer devorarla con cubiertos. 

—¡El primero que parece querer devorarla es precisamente su padre! —comentó atrevidamente Erick. Pero no hubo lugar a pena de su parte porque Serena lo admitió en seguida. 

—Bueno, eso sí.

Serena no se quedaba corta respecto a los seguidores hambrientos de su hija. El canal de YouTube de Lucía, administrado por su padre, se había hecho popular en España desde que Lucía tenía 8 años. Para sus 11, tenía un par de millones de seguidores, casi todos hombres adultos. Para Erick, fue una sorpresa total el que fuese Serena quien más apoyara la idea de la película erótica. Julián, su padre, se opuso por un tiempo, pero Erick sabía de sobra que su renuencia fue por motivo de celos y nada moral. Él habría querido seguir para siempre sintiéndose “dueño” de la nena. Pero después de aproximadamente un mes, Serena lo convenció y Lucía viajó a México con ellos para trabajar con Erick y su equipo. 

Este joven director de origen suramericano estaba a punto de jugársela toda, haciendo un filme erótico con la joven Lucía, en los estudios Churubusco y con el guión de un grosero y degenerado autor anónimo que se hacía llamar Stregoika. Serena se aproximó, todavía sintiéndose intimidada por ser ajena, hacia el decorado. Intercambió sonrisas y besos voladores con su hija, a quien más miembros del crew le daban últimas pinceladas en el rostro. Un auxiliar de diálogo le ayudaba a no olvidar los diálogos:

—“Profe, sabes qué mi papá te va a matar ¿no?”. 

Le indicaba que lo dijera con altivez, como si se lo dijese a una cucaracha. Lucía medio apagaba los ojos y repetía la línea. Parecía el profesor Severus Snape cuando veía a Harry, de arriba a bajo y después de vuelta, para casi escupir la P de Potter. 

«Profe, sabes que mi papá te va a matar ¿no?». 

—¡Eso! —celebraba el dialoguista—, como si el placer se lo dieras por limosna. 

La atención de Serena pasó abruptamente a otra parte, donde Erick vociferó que quería ver encendida la luz de la ventana. Entonces alguien la encendió. Se refería a la luz que entraba por la ventana de la biblioteca y simularía luz de día. 

—Súbela un poco, no del todo. Muy temprano no sería verosímil para un castigo en la biblioteca, y muy tarde tampoco. Digamos que parezcan las diez a.m. ¿0K?

Satisfecho con la iluminación, se dirigió a una joven que estaba delante de unos monitores. Le dijo:

—Deja nota para el editor, que lo que mira Camelia por la ventana es un ensayo de porristas, y que las fotos de los upskirts debe sobreponerlas. 

—Sí señor —contestó la script—,  y que deje sonido ambiente de ensayo de porristas en toda la escena. 

—¡Eso! ¡Sí señorita! A propósito… —vociferó otra vez— ¡Héctor! ¿Ya están listas las diez actrices para la escena del ensayo de porristas?

Serena estiró el pescuezo para ver quién contestaría. Un hombre gordo emergió de entre la sombras y respondió: 

—No, Erick, yo insisto, va a tocar con 7. 

Erick chasqueó la lengua y se mordió un nudillo. 

—¿Sigue el mismo problema? —preguntó el director. 

—Sí, Erick, el mismo. 

Serena, que se había acercado con cautela, le susurró con exceso de aire a Erick:

—¿Cual problema?

Erick, gratamente sorprendido, informó:

—Que no hay muchas mamás como usted, mi estimada Serena —la abrazó momentáneamente por la cintura y antes de seguir con sus asuntos, remató—: …dispuestas a que sus hijas de diez u once años muestren las nalgas en una película para hombres. 

Serena dio un rápido gimoteo y descartó la idea con la mano, de modo displicente. Casi se le leyó el pensamiento: «Viejas mojigatas». 

Erick volteó y preguntó:

—¿Quiere, señora Serena, ir con Lucía a la grabación del ensayo de porristas?

—¡Pero desde luego, señor director!

—¡Marlon, Marlon! —Tronó Erick. 

—¡Presente! —respondió una voz modulada, casi empalagosamente varonil. Y tenía que serlo, pues era el actor que interpretaría a Miguel, profesor de Camelia. 

—Ven aquí. Si no me recuerdas algún profesor de mi niñez, voy a despedir a alguien. 

Marlon se aproximó trotando y Erick soltó la risa. El hirsuto actor llevaba lentes de marco robusto, estaba decentemente peinado y tenía saco de lana con parches de piel en los codos. 

—Los estereotipos no fallan —comentó el director, tras soltar una risotada.

Alguien más emergió de entre el ajetreo, alegando en medio de risas:

—Si no te hubiera gustado, me habrías despedido ¿cierto?

—Cierto, Vicky.

—Pero como te he hecho reír ¿me das un aumento?

—No, pero ya estás en la nómina de la secuela. 

—¡Já! —se quejó la muchacha y volvió a su sitio. 

Victoria era una de las encargadas de vestuario. 

Erick carraspeó y dio fuertes palmas. A voz en trueno, dijo:

—Muy bien, muy bien, los que hayan venido a hacer una película, quédense, los que no, no estorben —cambió el tono dramáticamente—… A excepción de Serena, que es mi invitada personal. Por favor atiéndanla como a una estrella. 

Serena alzó su huesuda y larga palma, saludando tímidamente a la multitud,  a un ápice de sonrojarse. 

Después de tronar un minuto más, Erick puso a todos en sus sitios y funciones. Finalmente se sentó en la silla plegable, al lado de la que había mandado a poner una butaca para Serena. Hizo una pantalla con los pulgares e índices de las manos e invitó a Serena a imitarlo, enfocando la esquina de biblioteca donde se desarrollaría la escena. 

—¿Se ve real o qué? —alardeó.

—Mola. ¿Y se cargaron todos esos libros solo para llenar la estantería?

—Solo hay 10 libros reales. El resto no son libros, es utilería. Cada cinco libros son una caja vacía con el lomo de cinco libros. 

Serena se palmeó la frente ante tanta falsedad. 

—Solo nos falta sonido… —se quejó Erick. 

Un sujeto con walkie-talkie de mano, levantó la mano e hizo un gesto de solicitud de espera, sin voltear. Erick sabía lo que estaba él haciendo, y esperó con paciencia. Mientras, Serena tomó ventaja del tiempo muerto y susurrró algo más que quería saber:

—Nunca imaginé tanta complejidad para una película porno. 

Erick descruzó la pierna y separó la espalda del espaldar. Le dijo en tono crucial pero saturado de discreción a Serena:

—¡Esto no es porno! Verá: Hubo una época en que el porno era así. Pero fue hace mucho, muchas décadas. Con la llegada del video, murió el cine porno industrial, y con la llegada de internet, murió el video y los canales de TV porno. Ahora cualquier pendejo con un celular hace porno, o cualquier tipa en onlyfans le piratean el video y ya hay porno. Pero esto es erótico, es ARTE. 

Serena escuchaba con interés y atención.

—Le voy a poner tarea, Serena —siguió él—. Vea películas de Tinto Brass, o lea el Satiricón de Petronio. También lea comiquitas de Milo Manara. Eso es erótico. ERÓTICO. Muy poco qué ver con el porno. El porno rompe todos los límites y arruina el arte. Y está bien, para eso es porno. Y el erotismo mantiene una mínima reserva, y es arte. Y bien hecho, el erotismo calienta más que el porno, porque incita en vez soltarlo todo.

—Por eso lo de falda…

Erick dio una palma de gusto. Entonces festejó:

—A buena entendedora…

—¡Sonido listo! —interrumpió una voz a varios metros. 

—Muy bien ¡Actores al set! ¡Luces, cámaras 1 y 2! ¡Claqueta!

La chica de script se interpuso entre el set y la cámara 1 con la tablilla que decía: «La tentación de la Camelia, Escena 4a Toma 1». Hizo clic y se retiró. Erick tronó:

—¡Silencio en el set! Acción en tres, dos…

Hizo el número uno con un gesto y todo empezó. Serena sonreía como niña que abre sus regalos de Navidad. 

Camelia estaba metiendo grandes libros desde un montón desorganizado a espacio inferior de un estante. Erick indicó con señas a Serena que mirase más que todo hacia determinado monitor. Allí, la cámara uno hacía un paneo lento a los libros del primer nivel, pegado al suelo. Al fin llegó a donde Camelia estaba acurrucada y la tomó de espaldas. Unos diez centímetros de su falda de tartán violeta y azul y rayas blancas se arrastraba por el piso brillante. La cámara hizo zoom out lento. Erick susurró al oído de Serena:

—Ahí va a sonar música de Saxo. 

—Vale. 

Cuando el plano estaba lo bastante abierto para que Camelia se viera pequeñita, un pie de hombre, calzado lustrosamente, se interpuso. El sonido del paso alertó a Camelia, que volteó a ver y no reaccionó durante un par de segundos. Serena, que había leído el guión, sabía que esa era una persuasión para que el público creyera por un segundo que Camelia le temía a su profesor. Pero después de esos dos segundos, Camelia casi sonreiría y saludaría su profesor de buen grado. Lucía lo interpretó aún mejor de lo que pedía el guión: Presionó la parte inferior de los ojos, subió un hombro y hundió los labios. 

—Profesor Miguel, me asustó. 

Erick asentía complacido al ver la actuación. 

Las escenas 1, 2 y 3 de la película habían sido Camelia duchándose y vistiéndose, en su clase de gimnasia en la escuela y afiliándose al grupo de porristas, y otra de una chica esperando a que ella se distrajera para poner algo entre sus cosas e inculparla. Ya en la biblioteca, el profesor Miguel se presentaría como su alter-ego. La escena 4b sería el ansiado ensayo de porristas de grado octavo. 

—¿Tú? ¿Aquí a esta hora? No me digas que ahora eres de la clase de chavas que se mete en problemas. 

—No, profesor Miguel, que yo no me ando en líos, es que me han incriminado —explicó Camelia, poniéndose de pie. 

—Yo sé, yo sé. Pero de puro pedo, necesitas pruebas. Sin evidencia nadie te va a pelar. 

—Que ya me he enterado, aquí no estaría organizando libros, si pudiera probar que los han engañado. 

—Quisiera poder pudiera ayudarte. 

—¡Pues pasadme los libros, profe Miguel!

Él rió y haló una de las sillas para acomodarse y pasarle libros a Camelia. 

—¿Y de qué privilegio te privaron? ¿De la clase de matemáticas? —preguntó Miguel.

—¡Ojalá! ¡Me han puesto aquí cuando debería estar allá! —señaló la ventana. 

—¿Te me metiste a animadora?

—¡Mirad que yo me voy a por todo!

—¡Uff! Me habría encantado verte en ese trajecito…—comentó Miguel, casi mordiéndose el labio inferior. 

Dándose cuenta del exceso en que había incurrido al decir eso, se sacudió las manos y carraspeó. 

—¡Cualquier otro día me podéis ver! Es más, me lo pongo solo para usted ¡maestro Migue!

Él carraspeó más fuerte y forzadamente cambió de tema. Agarró otro libro y declaró:

—Este libro no es de aquí —aseveró, en tono evasivo.

A Camelia le hicieron un primer plano para que se viera cómo gozaba de confundir los sentimientos de su maestro. 

—Estás poniendo los de la V ¿no? Este es de Nabokov, por N. 

—¡Ay, bruta de mí!

—Ni te preocupes. Ya sé qué pasó. Lo trajiste por el nombre: Vladimir. 

—¡Ay, re-bruta de mí!

—Cualquiera se confunde. Este libro es de allá, de la N. 

—Allá no llego, que está muy alto —se quejó Camelia. 

—Yo lo subo por ti, morrita, a huevo. 

—Y si hay más libros equivocados ¡me dijeron que no me subiera a las sillas!

—Tú elijes. Te amonestan por colocar mal los libros o por subirte a una silla. Pero que te amonestan te amonestan. 

—Hostia. Me subo a una silla. 

Erick hizo una señal a la cámara 3 y su operador se puso alerta.

—Voy a traerte unos libros más del desorden y ya —le dijo Miguel—, tengo que volver a clase. 

—Entonces traedme una buena pila ¿vale?

Camelia agarró otro libro y descolgó los hombros al ver ése que también estaba errado. Arrastró la silla y se subió para acomodarlo en una parte alta del librero. 

Erick volvió a indicarle a Serena que viera el monitor. El cámara se metió al decorado y grabó a Lucía bajo la falda, una vez estuvo subida en la silla. 

Cuando Serena estuvo por pensar «¡Qué bonita!», Erick vociferó:

—¡Corte! ¿Qué puta mierda?

Todos respondieron al alarido cual perro noble que frena ante la orden histérica de su amo. 

—¡Victoria! —se desgañitó Erick.

—Jason vistió a Luci —respondió ella desde un lugar desconocido.

Erick se puso de pie como resorte, palmeándose los muslos.

—Entonces ¿Dónde está Jason?

—Aquí.

—¡Pues donde debe estar es aquí! ¡Venga y mire la porquería que hizo! —como si fuera por oprimir un interruptor, cambió su tono a uno dulce y paternal—:Luci, ven mi amor. 

Al estar los tres delante de la silla plegable, Erick pidió a máster que congelara el upskirt recién hecho a Camelia. Jason era un chico visiblemente gay.

—¿Qué hay mal ahí, Jason? ¡No, no, no me responda! —volvió a ponerse dulce— Señora Serena ¿Qué hay mal allí?

Ella, más tímida que siempre, echó un vistazo al trasero de su hija bajo la falda, obtenido por la cámara 3. Pensó por un largo segundo y su tardanza fue más debida al miedo a contrariar al alguien que a tener la razón.

—Es que una chavala de 11 años no se pone bragas rojas, tío —casi susurró. 

—¡Exacto! —tronó Erick. 

Parecía querer darle un puño en la cara a Jason. 

—Llevamos grabando tres minutos, y tenemos qué parar porque a usted se le ocurrió ponerle cucos rojo sangre con encajes a Luci. Doña serena lleva con nosotros una semana y sabe más de erotismo que usted. ¿Sabe cuánto cuestan tres minutos de grabación? —entonces se dirigió a Luci—: Cariño, ve a que te pongan unos cucos blancos. Unos cacheteros pequeñitos, y lisos ¡por amor de Dios! ¡Victoria!

Jason solo podía pasarse la mano por la frente. 

—Yo pensé que… —alcanzó a decir.

—Lo que haya pensado estuvo errado, ahora lo sabe —interrumpió Erick, sin mirarlo. 

Entonces señaló el culito de Camelia en la pantalla y declaró, repartiendo las ondas sonoras de su voz para todo el estudio:

—Eso, no parece una colegiala por debajo, sino una puta disfrazada de colegiala, por debajo. 

—Erick —lo llamó el de Máster.

—A ver.

—No es necesario repetir. El corte ocurrió con la cámara 3, auxiliar. Depende de Andrea. 

—¿Continuidad? —preguntó Erick.

—Yo los pongo exacto como estaban, Erick, no te afanes —Respondió Andrea, que era la de Continuidad. 

—Entonces sigamos. ¡Marlon!

—Mande.

—No me digas que te pusieron un speedo de leopardo. 

Él y Victoria se carcajeraon. 

—¡No, tiene bóxer azul claro a rayas horizontales! —intervino Victoria—, cual perdedor de clase media-baja. 

—Tú sí sabes, Vicky —celebró el director.

Tras un minuto de esperar, que para su genio pareció un siglo, Erick volvió a hablar:

—¿Por qué la demora? ¿Cuánto tiempo toma cambiarle los cucos a una colegiala? —preguntó Erick a voces, con enfado ya actuado. 

Jason, que escuchó su llamado desde el desmontable, le pidió su presencia. Erick acudió e invitó a Serena. Cuando se asomaron dentro del camerino, encontraron a Luci sonrojada. Erick tenía las tangas rojas en la mano, dándoles vueltas como honda. Erick lo miró con ganas de patearlo, y el chico carraspeó y se las metió al bolsillo. 

—¿Qué pasó?

—Necesitamos a maquillaje —dijo Jason, con la mano quebrada al lado de la cara. 

—¿Por qué? —preguntó Erick y se hincó para ver de cerca a Luci— ¿Por qué estás sonrojada, preciosa?

Ella estaba sentada dándole la espalda al espejo bordeado con una tira de luz LED. Y no respondió. Respondió Jason:

—Luci está mojada. Está empapada. 

Durante un par de segundos, Erick analizó su proceder y al fin habló. Casi sonriendo dijo:

—Jason, vete a tomar un refresco.

Él se marchó, tirando flores. El brazo de Serena fue tocado por Erick, que de esa manera la invitó a acercarse del todo. 

—Anda, pero ¿cómo que empapada, chiquita?

Ella solo se encogió de hombros y volteó la boca. 

—¿Te importa si yo digo qué pasa, Luci? ¿Le importa a usted, Serena?

—Venga, claro que no. Peso que me quita usted ¡señor director!

Después de brindarle una amplia sonrisa, el director se agachó par aponerse a nivel de Luci y habló:

—Eres una actriz de lo mejor. 

Serena abrió los ojos como tasas, y Luci sonrió. 

—El personaje de Camelia —siguió Erick, para las dos— es de una niña precocita que tiene un montón de curiosidad por el sexo, y se imagina cosas con su profe Miguel porque él es muy amable con ella —entonces hizo acento español—: ¡Que no te has meti’o en el personaje, sino que el personaje se ha meti’o en ti, guapina!

Ambas rieron ampliamente. El estado apenado de Luci se acababa de esfumar. 

—Quisiera que papá estuviera acá —confesó Luci.

—Hacedle.. digo, hazle una video-llamada —propuso Erick—, en lo que traigo a maquillaje. Solo recuerda, que en lo que vamos de rodaje, Camelia apenas va a empezar a a sentir cositas por Miguel, o sea que cuando muestres tu cosita la primera vez, no debe estar brillante aún. 

Ambas carcajearon por la palabra ‘cosita’. 

—Se dice ‘coño’, señor —bromeó Serena.

—Llama a tu padre, ya viene Betty, de maquillaje.

Un cuarto de hora más tarde, todos estaban de vuelta en sus sitios como si nada hubiese sucedido. Andrea había, con smartphone en mano y auriculares, ubicado a Marlon y a Luci de modo idéntico a como estaban antes del corte. 

Mientras el sonido se probaba, Héctor aprovechó para gatear hasta la silla plegable y hablarle al director al oído:

—¡Buenas noticias! Acabó de llamar Nadia Esparza. 

—¿Y esa quién es?

—Pues la agente de Nerea.

El director casi cae de su silla. 

—Quiere discutir qué clase de película es y los honorarios —informó Héctor.

—Y ¡¿Tú que le dijiste?! Porque ella quería que Nerea hiciera a Camelia, pero ¡ya paila!

—Le dije que estábamos muy interesados en una YouTuber, y casi se burló. Y el papel de Fabiola también está ocupado. Lo tiene la niña Pinzón. 

—Sí, Sarita la cocinera. Ya tenemos a las mejores en los papeles principales. Pero tenemos qué meter a Nerea —dijo Erick, y entonces comentó para sí mismo—: El público ya la ha visto desnuda.

—Sí, pero desahuciada. El público no lo va a tomar muy bien —Avisó Héctor, haciendo su trabajo.

—Al contrario, bobo, ya la visto desnuda pero en un quirófano. Deben haberse imaginado algo menos dramático y más jocoso, y se los vamos a dar. Cita a Nadia.

—En seguida —respondió Héctor, que se acababa de asombrar por como lo tomaba Erick.

El de casting se retiró, a hurtadillas. Erick se mordió el puño y gesticuló el jugoso nombre de Nerea sin producir sonido alguno. Tardó unos segundos en espabilar y se propuso a no volver pensar en la consagrada actriz pre-adolescente hasta terminar el día de rodaje. 

—Le puedo hacer una pregunta ¿Señor director? —intervino Serena.

—Claro, pero por favor, Erick.

—Está bien, pero usted no me diga Señora Serena. Dígame Serena.

—Hecho. 

—¿Quién escribió el guión?

—Yo, pero si lo que pregunta es quién escribió la historia original, fue un tal Stregoika. 

—¡Me cago en la leche! Hoy mismo empiezo a leer la obra de ese señor. 

La charla fue interrumpida por el tipo de sonido que chifló. Entonces volvieron a rodar. 

 

 (…)

Una columna de doce libros viajaba en los antebrazos y pecho de el profesor Miguel, el cabrío profesor de matemáticas que coronaba la edad de Jesucristo al morir, o la eterna edad de Supermán. La de Camelia multiplicada por 3. Camelia, que invocaba en Miguel una sensación que él apenas estaba conociendo. Una bomba natural impulsada por feromonas e instintos que lo doblegaban ante la necesidad de amar y proteger. Algo que sentían todos los papás por sus hijas: «Si [ese culito] no me lo como yo, no se lo come nadie». Un síndrome desconocido todavía por la ciencia, que padecía un porcentaje significativo de hombres dedicados a la enseñanza en media-vocacional y papás de niñas hermosas pero enchapados a la antigüa. La explicación más llana: Las pre-adolescentes son demasiado bonitas. Hay hombres que no pueden resistirse a amarlas. 

Los libros no llegaron a su destino preestablecido, la mesa donde Camelia trabajaba, porque  a mitad de camino, Miguel levantó la mirada y vio a Camelia subida en esa silla qué él mismo le había sugerido como escalón. Y ella no estaba acomodando libros ya, sino que se había embelesado viendo el ensayo de porristas a través de la ventana. El mismo ensayo donde ella debería estar, pero del que fue vetada por el ardid de Fabiola, su némesis. No fue una mutación, sino una liberación, aquél cambio interno que acaeció en Miguel cuando vio las piernas de su linda Camelia hasta tan arriba como nunca. Y ese “arriba como nunca” no era muy arriba, ni siquiera. Pero se conmocionó. Sintió curiosidad y deseo. «¿Un vistazo rápido?» se planteaba. «Decide rápido, idiota, o perderás la oportunidad». Sí, un profesional de la educación, entrenado y autorizado para trabajar con menores, quería darle una miradita bajo la falda a una de ellas. Miguel torció la boca y chasqueó ruidosamente. A continuación dejó los libros con desdén en la mesa, gesto perfecto para abandonar la rectitud y regresar a la animalidad. Se sobó el pantalón y anduvo hacia Camelia. Daba pasos mudos hacia el paraíso, mordiéndose el labio de abajo. Después de una eternidad estuvo allí, a diez centímetros de su falda de colegial, tan limpia y bien portada. Nunca había percibido el aroma de una. ¿Cómo, acaso? El aire que devolvía la prenda lo llevaba a sus propios años de colegio, y como estaba mezclado con el del fin de sus largos cabellos, evocó al mismo tiempo sus más sensuales experiencias. 

Al diablo las cámaras de seguridad. Solo si alguien denunciaba algo, verían los videos. Pero no había nadie necesariamente mirando monitores de forma permanente ¿o sí? ¿Valdría la pena el riesgo? ¿Por ver bajo la falda de la bella Camelia? Pregunta estúpida: La respuesta era “sí”. Miguel se dobló escasos treinta grados y miró hacia arriba. Camelia no notó nada, pues estaba demasiado embobada viendo el ensayo de animadoras y tarareando las porras, en tono tan bajo y cálido que excitaba. Miguel volvió a erguirse, con un gesto equiparable al del dolor físico, y desviando miles de megavatios de electricidad a su mandíbula, dándole una mordida feroz al dorso de su mano. «Qué rico…» pensó, auto-confesión que solo lo puso peor. 

Camelia seguía tomando parte a distancia de las porras, en su tono deprimente. Sin poder resistirse, Miguel volvió a echar un vistazo al paraíso. Se saboreó. Se incorporó de nuevo, giró sobre sí y se pasó las manos por la cabeza. Entonces sacó su celular y tomó varias fotos de ese upskirt celestial que le estaba regalando la vida. Se pajearía con dichas capturas durante meses y las guardaría de por vida como el trofeo más lustroso de su anaquel de hombre, arrodillado de por vida ante la divinidad. 

Camelia volteó y como si una parte inconsciente de ella lo supiera, se pegó la falda a las piernas con la palma. La maniobra disuasiva de Miguel fue soltar el celular al piso, agacharse a recogerlo como si apenas llegara allá y obviamente, decir cualquier mamada antes de que ella pudiera razonar y sospechar. 

—Les vas a hacer falta y te van a sustituir —dijo, esforzándose por mantener la rectitud de la voz. Pero su truco no funcionó.

—¿Qué estaba haciendo, profe? —preguntó ella, apretando aún más su falda. 

«Tomando fotos de tu colita para matarme a pajas, Camelia» pensó él. Pero no dijo nada.

Camelia observó a Miguel evadiendo su responsabilidad en el mironeo, yendo de vuelta por los libros y carraspeando. El rostro de Camelia portaba media sonrisa, mil veces más maliciosa que la sonrisa completa. Lo que hizo a continuación fue, ahí subida en la silla, agarrarse la falda por los lados de la cadera y subírsela tanto como el ancho de una de sus manos. Lo hizo contoneándose y sin dejar de mirar a su maestro. 

—¡Corte! Muy bien, Luci, parce que te lo quieres devorar —Celebró Erick.

—Y ¿van a hacer más tomas? —cuestionó Serena.

—No, no ha pasado nada grave. Esta es una película erótica de bajo presupuesto, no una superproducción de Hollywood. 

Lo que seguía en la película era un collage de imágenes de Camelia haciendo una seguidilla de upskirts intencionales, paseándose por pasillos, subida en pupitres, recogiendo cada diez pasos el cinto de su falda:

Haber descubierto al profe Migue observándola en secreto, fue como abrir la caja de Pandora. Fue la primera vez que Camelia se sintió deseada, y no podía explicárselo, pero tampoco podía detenerlo. Estaba al inicio de una exploración de poder, todo su poderío y potencial de dominio. Sus instintos la guiarían gentilmente y sin soltarla, hasta experimentar cómo es enloquecer a un hombre. 

 

—Eso es lo que sigue, lo rodamos esta tarde —Informó Erick a Serena—. Rematamos con un cruce de piernas de ella en plena clase, haciéndose la boba para que Migue la mire. 

—¡A lo Sharon Stone!

—No exactamente, sino que con cucos blancos, por supuesto. 

 

Fin (de este homenaje). 

 

Si quieren ver a la Diosa que inspiró esta fantasía, busquen Las Travesuras de lucia. 

 

 

 

 

 

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Los calientes senos de mamá - Primera parte.

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