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Primer masaje

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¿Cómo empezó? A los 14 años fui a probarme a un equipo de futbol. En la práctica estuve especialmente criterioso en la cancha, así que me incorporaron al equipo.

Los demás chicos y los entrenadores eran gente sana. Con el más habilidoso del equipo tuve una especial conexión desde el primer día.

Todos teníamos apodos. A él le decían “Piojo”, porque era de baja estatura. A mí, “Rusito”, por mi pelo rubio y ojos claros. Con el Piojo nos entendíamos muy bien dentro y fuera de la cancha. Hablábamos de todo. Una tarde, al salir del vestuario, vi que en una habitación estaba uno de los chicos mayores acostado en una camilla y un hombre de aspecto oriental le estaba dando masajes.

– Eso me gustaría – le dije al Piojo.

– Mejor no te acerques al Chino. Da buenos masajes, pero le gustan demasiado los chicos.

– ¿Cómo sabés eso? ¿Te hizo algo?

– A mí no, pero a otros sí.

Desde entonces me crucé varias veces con el Chino en el club. Por mi buen aspecto, ya estaba acostumbrado a que me miraran. La genética me había dado cartas favorables. El Chino iba seguido a vernos. Aunque no decía una palabra, yo me daba cuenta de que estaba más interesado en mí que en el partido.

Una mañana, después de un encuentro muy duro, terminé con un tirón detrás de la pantorrilla. Me bañé con dificultad, tratando de que el agua caliente me aliviara. Pero la molestia seguía. Se lo comenté al entrenador.

– ¿Por qué no le pedís al Chino que te haga un masaje? Decile que vas de parte mía.

El Piojo me miró alarmado, pero yo estaba demasiado dolorido y acepté. Con una toalla alrededor de la cintura, fui rengueando hasta el sector de masajes. El Chino estaba allí y si se emocionó al verme, lo disimuló muy bien.

– El entrenador me mandó.

– Ya guardé todo.

La respuesta me desconcertó. 

– Si usted realmente necesita un masaje tendremos que ir a mi consultorio.

Me llegaban las voces de mis amigos desde el vestuario. Además, tenía mi ropa y mi bolso allí. Le dije que no entendía.

– Venga conmigo.

Caminamos por un largo pasillo y llegamos a una puerta. Entramos. El Chino encendió la luz. En efecto, era un consultorio. Me indicó que me acostara boca abajo en la camilla y me quitó la toalla, que colgó en un perchero. Después, cerró la puerta con llave. Eso fue extraño.

Cuando acarició mi gemelo derecho no pude evitar quejarme. Me dolía. Fue hasta el armario y lo abrió. Tomó un frasco de aceite y, con manos expertas, empezó a masajear la zona. Mientras lo hacía, experimenté alivio. El tirón se iba aflojando.

Las puertas del armario quedaron entreabiertas. Entre las toallas y aceites, vi unos objetos que me recordaron a esos juguetes que vendían en los sex shop y que yo no sabía qué eran. Ya no escuchaba las voces de mis compañeros y recordé la advertencia del Piojo.

-Muchas gracias, señor… -le dije, siempre acostado boca abajo- ¿Ya me puedo ir?

Puso sus manos en mi espalda.

-Tiene contractura. Vamos a hacer un servicio completo.

De inmediato experimenté el doloroso e intenso placer de un buen masaje en el cuello y las cervicales. El Chino amasaba mis músculos y yo sentía que me relajaba más y más. El aceite facilitaba su trabajo. Fue bajando por mi espalda y mi cintura hasta mis glúteos, que masajeó sensualmente. 

– Dese la vuelta.

Obedecí. Allí estaba yo, completamente desnudo y expuesto a lo que él quisiera hacer conmigo.

– ¿Disfruta el masaje?

-Mucho. Eso que tiene en el armario ¿Son juguetes sexuales?

Apenas sonrió: -Usted es curioso.

Me echó aceite en el pecho y siguió con sus masajes por mis hombros. El oriental conocía a la perfección cada rincón del cuerpo y me reveló placeres desconocidos. Acarició suavemente mis pezones y mi cuello con tal arte que apenas pude reprimir un suspiro de gozo. Aunque traté de evitarlo, tuve una erección.

Él fue al armario y volvió con un aparato que yo no conocía.

– ¿Qué es eso?

– Un vibrador. Lo ayudará a relajarse.

Echó gel en mis genitales y comenzó a amasarlos con delicadeza. Con una mezcla de fascinación y temor, advertí que me estaba masturbando. Miré el techo y después, cerré los ojos. Entonces oí el click del encendido del vibrador. Empezó a rozarme con él y yo a gemir. Fueron unos minutos de placer intolerable, hasta que eyaculé.

– ¿Cómo se sintió? – preguntó, mientras limpiaba mi estómago y mi pelvis con pañuelos de papel- ¿Bien o mal?

-Bien, creo…- dije, con la respiración entrecortada.

-Usted siempre bienvenido a mi consultorio. Ahora debe ducharse.

Tomé la toalla y me la puse en la cintura. En la puerta nos separamos en silencio. Yo fui caminando hasta el vestuario. Después de bañarme, me cambié y salí. Un escalofrío me recorrió la espalda. 

Afuera todavía estaba el Piojo, esperándome.

– ¿Estás bien, Rusito?

-Sí, ya me siento mucho mejor.

Me interrogó con la mirada. Solo le respondí: -Gracias por esperarme, Piojo. Sos un buen amigo.

Y nos fuimos, aunque yo sabía que en cuanto fuera posible, volvería.

 

 

Holi, alguien quiere hablar conmigo??🥺
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