Humor negro | Suicidio | Critica social
En los años que llevo publicando relatos eróticos, me he encontrado algunas veces con lectores cultos. Desde ahora apostaré mis publicaciones a ellos.
©Stregoika 2020
Mi nombre es Sebastiana. Muchos dicen que es un nombre bonito, pero yo sé que es una mentira piadosa, porque nadie la decía antes de que me cortara las venas. Después de que lo hice, muchas cosas cambiaron, por unos días, al menos. Mi intención no era ‘intentar matarme’ sino matarme, así que esta es la historia de mi miserable fracaso. Sin embargo, algo saqué: Comprobé que los seres humanos son una partida de hijos de putas. Pero se los contaré mejor desde el principio, no desde la conclusión.
El nombre de mi abuelo era Sebastián y por eso mi padre quería tener un hijo: Para ponerle Sebastián. Empezando por ahí: Imagínense a un sujeto cuya motivación para ser papá, para embarazar a una mujer y dizque formar una familia, sea rendir un homenaje, ni siquiera a su padre, sino a su pinche nombre. Eso podría haberlo con un perro ¿no? El caso es que, para su desgracia, no fui hombre. Pero pudo no ser tan malo ¿Que no podía embarazar otra vez a mi madre? Si a los hombres les encanta… pero resulta que sí fue ‘tan malo’. Mi madre tuvo pre-eclampsia mientras me esperaba y según entiendo, las complicaciones fueron típicamente terribles. Llegó un punto del embarazo tan crítico que tuvieron qué elegir entre ella y ninguna de nosotras. Una tercera opción era extraerme y ponerme en una incubadora, salvándola a ella y dejando que Dios decidiera qué hacer conmigo. Como yo era tan chica, tuve qué permitir que Dios decidiera por mí, así que me ‘salvé’ y pude quedarme a conocer este mundito y sus habitantes.
De mi primer acercamiento coqueto con la muerte, me quedaron marcas de por vida: Pinchazos en el dorso de las manos. Dieciséis años después habría otro acercamiento coqueto con la muerte que dejaría también marcas, aunque en mis muñecas; y esa vez, como la pasada, Dios decidiría por mí. Entonces, soy una sietemesina que decepcionó a su progenitor por ser mujer y que, no solo puso en peligro de muerte a su progenitora sino que la hizo pelear con su hombre por la consecuente decisión de ella de no embarazarse más. ¿Cuál de los dos iba a quedarse con el bulto de sal? No es tan difícil de adivinar ¿O si? Exacto: ¡Adivinaron! Mi madre se hizo cargo de mí.
Todo ese revoltijo de circunstancias que rodearon mi gloriosa entrada en escena en este mundo de belleza y amor, fue eso y solo eso: Mi entrada en escena. No fue por llamarme “Sebastiana” ni por casi haber causado la muerte a mi madre que decidí matarme. Vaya, qué raro suena eso, pero es que decir “…decidí intentar matarme” tampoco suena bien. Nadie decide “intentar matarse”, sino que la decisión es estrictamente “matarse”. El añadido “intento de” adviene cuando el objetivo no se alcanzó. Como sea, fue por otro gentil revoltijo de circunstancias que tomé la decisión:
Mi madre se fue a vivir con un nuevo sujeto que ya tenía un par de hijos, los merecedores al premio de máximos representantes de la raza humana. Serán los mejores representantes, si se admite que el ser humano es un cabrón por naturaleza, o serán los peores representantes, si se sueña con que la humanidad tenga algo bueno qué mostrar. Paso a contarles:
¿Imaginan tener que vivir la vida como un fantasma? O bueno, peor, porque los fantasmas, al menos tienen el poder de asustar a los vivos hasta sacarles la mierda y hacer que se larguen de su casa. Digo ‘como un fantasma’ porque yo vivía (y seguramente vuelva a hacerlo) sin parecer que estuviera viva. O sea, sin hacer ruido, sin hablar con nadie, sin poner música. Ni siquiera estornudar o toser. Suena como el vivir con una persona de oídos hipersensibles a la que hay que cuidar, pero no.
Por otra parte, yo no podía tener ningún efecto personal. Lo que hubiere por allí que no perteneciera a alguno de ellos, era desechado o dañado. Así que además de la contaminación sonora que yo produjera, debía evitar dejar rastros físicos. Si no es predecible ya, pues tampoco podía tener amistades, llevarlas a la casa o hablar por teléfono con ellas estando en casa.
¿Se preguntan la razón? Conste que contando esta historia no pretendo justificar mi auto-atentado, el pasado ni los que puedan venir, ni dar lástima ni causar conmoción. Mi objetivo quedó claro ya: Contar por qué comprobé cómo son de hijueputas los seres humanos. Entonces: La razón de que yo tuviera que vivir como una fantasma, era que ellos me odiaban y desde pequeña me acostumbraron a vivir a hurtadillas para que mi presencia no les fastidiara.
Son mil y una anécdotas patéticas de cómo es vivir como una araña detrás de un cuadro, pero se las ahorraré.
De nada.
Ahora quiero que sepan que, lo que hayan visto en películas o T.V. sobre cómo llega una persona a “intentar” matarse, es pura, cremosa y mal oliente mierda. En las novelas o películas baratas les han mostrado que una persona está llorando desesperada, por razones quizá no discutibles, pero que en ese estado va y salta de la azotea de un edificio o agarra las tijeras. Pues ¡no! No es así. De pronto van y los que hacen novelas o pelis baratas lo pintan de ese modo porque así lo imaginan, pero no han visto nada. Busquen si quieren, en los cientos de videos de suicidios captados por cámaras, si hay siquiera uno que esté llorando o renegando. El suicida ha dejado de llorar, de preguntarse «por qué» a él o ella, de suspirar y de quejarse. El punto al que ha llegado es tan lejano e inasequible por los demás, que precisamente ya no hay sentimientos que lo separen a uno del borde. ¡Ya se han agotado las lágrimas y las quejas con años de anticipación! El suicida en realidad va camino al borde de la terraza (o a la mesita donde están las tijeras) caminando muy lento, a lo mejor encorvado, sin la más mínima expresión en la cara. Y lo que entra por sus sentidos son las manifestaciones del mundo normales: Sonidos, luz, calor o frío; pero la mente ha cortado la conexión con los sentidos. Si hubiera aún conexión, significaría apego por algo del mundo, dicho desde la óptica de entusiastas e incomprensivos espectadores: Habría ‘esperanza’, y la persona en cuestión no estaría andando hacia la mesita de las tijeras (o al borde de la azotea).
Cuando has decidido acabar con tu vida, no es porque estés harta de lo que ven tus ojos y oyen tus oídos, porque ya has dejado de usarlos hace unos minutos o unas horas, cuando la decisión suicida se tomó. El estado del suicida es un estado fuera del mundo, lo único que queda allí es la presencia física, un cuerpo animado pero sin vida, al cual, por piedad, se le ha de quitar ese estado de animación.
Así estuve yo. La carga llega a ser tanta que colapsas. Algo que no está —y a lo mejor, no debe estar— bajo tu control, hala los cables de tus sentidos de modo que en tu cabeza haya un apagón. Sigues viendo y oyendo, pero lo que ves y oyes se ve tremendamente falso y ofensivamente barato. Te sientes como si hubieses entrado a actuar a una obra de teatro creyendo que lo disfrutarías, pero a la mitad ya no la aguantas y digan lo que digan, te haces a un lado. Pero no puedes detener la obra pues no es tu potestad. Lo que sí puedes hacer es salirte del teatro.
Por años, quizá décadas, lo que llamabas realidad te hizo llorar, renegar, filosofar, maldecir y odiar. Pero cuando te haces a un lado, ya no es más la realidad, sino una representación burda. Y quieres a toda costa, regresar desde aquella farsa a lo que intuyes que sí es la realidad: Afuera. Los demás la llaman ‘la nada’, ‘la muerte’, y es algo a lo que temen de forma reverencial, por eso nadie comprende a los suicidas y pretenden tachar el suicidio como incorrecto.
¿Todavía estás leyendo? Me asombras. Por eso te contaré lo que viniste a leer: Mis hermanastros me hicieron matoneo toda la vida, una obra magistral en el arte del acoso psicológico. En eso, el acosador se hace ver como una persona tranquila, sana e incluso interesante ante los demás y, hace que su víctima parezca loca. Sé que has visto películas de eso y que es poco probable que lo hayas vivido, incluso puede que creas que no existe el acoso psicológico, sino que es un invento de los medios, o algo que nunca te va a tocar, como suele pensar uno de un accidente de avión o del cáncer. Vamos, que no quiero hacerte sentir culpable, solo ser franca.
Dejé de soportar el acoso, porque tal superó mi capacidad, cuando mi madre murió y quedé sola con mis hermanastros y su padre. No he querido dar detalles porque a la hora de escribirlos, no logro que suenen tan insoportables como lo fueron. Me pongo en los zapatos de los lectores y sé que van decir que no era para tanto…
Lo único que contaré fue el extremo al que llegaron cuando mis hermanastros regalaron toda mi ropa a una de esas personas que pasan puerta a puerta pidiendo donaciones. Ustedes no necesitan mi permiso para reír pero igual se los doy. Ya lo dije, escrito en una frase suena hasta chistoso. Yo misma estoy tentada a reír. Pero, en su momento, darte cuenta que no vales nada en absoluto para alguien con quien vives, el momento justo de atar cabos delante del guardarropa vacío y saber qué era lo que llevaban los ropavejeros…
La suma era de muchas, incontables situaciones, una tras otra y otra y otra más, similares todas, que denotaban el odio. El malestar no era ya algo que llegara y después se fuera, sino que pasó a llegar y quedarse porque ya existía un hábito predecible. ¿Para qué recuperarse? ¿Qué caso tiene superarlo? Mañana atacarán de nuevo. Terminaron por hacer que mi sistema, ese ‘yo’ que actúa más arriba de la consciencia, tirara fuertemente de los cables.
Cuando ocurre el violento halonazo de las líneas y se desconectan, es un estado del que no se puede salir. Pueden sacarlo a uno a las malas, si lo pescan, todo por la honra a la temerosa e hipócrita escala de valores de los humanos y sobre todo, por la gloria del rescatador. Pero el suicida, una vez se han toteado los cables solo para detener el dolor, no tiene como opción volver a unirlos. Pero tener los cables reventados y no sentir dolor, no quita la vida, así que, al muñeco que quedó ahí como zombi, hay que retirársela con dignidad.
Fue cuando caminé hacia mi habitación y me acurruqué al lado de la mesita de noche. Como ya no hay miedo ni dolor, todo trascurre natural: Hundí la punta del cortador de papelería en mi muñeca izquierda y la deslicé hacia arriba. Saber que esa es la forma y no hacia el lado, se lo debo a las películas. Es incómodo, pero no difícil (aunque sí tiene que ser rápido), cortarse la otra mano con la primera ya sangrando. Tienes poca fuerza, pero igual se está cortando algo muy suave. Entonces sentí la sangre en gran cantidad empapando mi falda del colegio, traspasándola y mojando mis piernas con tibieza.
Fue cuando entró uno de mis hermanastros, quizá a robar o a dañar algo, pero me vio ahí en tan halagadora situación y se enfureció. Manoteó y gruñó en dirección a mi suicidio en progreso. Se le notaba su reclamación por que, lo tomó como si fuera un acto mío para vengarme y meterlo en problemas. Regresó afuera y por el escándalo que escuché, deduzco que estaba arrojando cosas. No supe más. Y no quería saber más, pero desperté en el hospital. ¡Ups!
Tiempo después supe que, mi hermanastro en su rabieta rompió una ventana con su puño y un buen pedazo de vidrio le cayó en la cabeza, causándole una buena cortada y probablemente un profuso sangrado, por lo que se preocupó y llamó a emergencias.
Trabajadoras sociales, psicólogos, visitas de ‘amigos’, tarjetas… yo nunca había sido blanco de tantas sonrisas. ¡Tal vez deba suicidarme cada semana!
Qué insoportable popularidad a que conlleva un intento de suicidio. Más que aquella a que conlleva un suicidio, a menos que el muertito haya sido una celebridad, claro. Sino, será un muertito más. Pero el “intento” de suicidio le deja a cualquiera, pobre o rico, famoso o anónimo, un halo de notoriedad. Tanto como si anduviese una con manga corta y los brazos girados para exhibirse. Ahí sí que importan los problemas de uno, ahí sí que son buena gente todos, ahí sí que no es ‘la loca’ sino que era un caso de gaslighting.
Y vaya carga de salamería que tiene una qué echarse al hombro, casi que parezco frasco de mermelada de piña ¡y en oferta! Sensiblería por aquí y por allá… Hasta mis hermanastros me abrazaron para una foto de mi periódico escolar. Me hicieron un hashtag, una página de Facebook, me escribieron una canción y oí rumores de la celebración de un día en conmemoración.
Pero al poco tiempo tuve qué mandarlos a todos a la mierda: A psicólogos, trabajadores sociales y maestros. Estaban planeando también, aprovechando la popularidad de mi cortada de venas, dizque una tal «Fundación Sebastiana» como «Oficial de la Prevención contra el Suicidio» y estaban recaudando fondos. Una profesora resultó con carro nuevo al poco tiempo.
Así es que, hice un video en YouTube explicando, exclusivamente para suicidas, cómo funciona el razonamiento de la gente. Para que, en caso que su suicidio resulte en un ‘intento’, sepan a qué atenerse.
Luego, escribí este relato.