Adolescentes BDSM Ficción Gay

Riña de niños (3)

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Me llevó varios días recuperarme después de la pelea con el senegalés. La brutal penetración del africano me causó una hemorragia interna. El médico del club de lucha no era sonso. Se dio cuenta de la causa de esa lesión anal, pero le rogué que no le dijera nada a mis padres. Había sido una apuesta que salió mal, le dije, y no era del todo falso.

No podía entrenar ni mucho menos pelear, pero pude encontrarme con Florián. Él vivía en un edificio que se caía a pedazos, su familia estaba hacinada, así que para tener intimidad fuimos hacia la laguna que me había servido de coartada para justificar ante mis padres las salidas nocturnas.

La laguna no es un lugar idílico. Tal vez lo fuera alguna vez, ahora sus aguas están contaminadas y es peligroso entrar descalzo. Podés pisar vidrios o hierros oxidados.

Nos refugiamos en un lugar cubierto de vegetación. El día estaba nublado, con pronóstico de lluvia, así que no había casi nadie.

– Al final teníamos razón- dijo Florián. – El senegalés tenía veintiún años. Lo descalificaron por hacer trampa. ¿Sabés lo que eso significa?

– ¿Los apostadores tuvieron que devolver el dinero? – pregunté, pensando en la mala jugada que me hizo mi tío.

– No, significa que volvés a ser el que tiene el título. ¿No te alegra?

– No mucho, la verdad. Si aparece un retador no puedo pelear. Lo único bueno de ese título fue conocerte.

– ¿Y cogerme? – dijo, sonriendo, mi amigo. Nuestros labios se buscaron y empezamos a besarnos.

En una pausa, le dije: – Nunca había visto un chico tan hermoso como vos, Florián. No soy gay, creo… Tengo buen sexo con chicas, pero ninguna es tan linda como vos.

Le hizo gracia mi alabanza.

– No sé por qué te reís- insistí. – Deberías ser modelo o actor de cine, amigo.

– ¿O prostituto?

– ¿Tuviste sexo con chicas?

– Sí, varias veces. Pero se enamoran y por ahora no quiero compromisos.

Nos quitamos la ropa, confiando en que no vendría nadie a molestar.

– ¿Un 69? – le propuse.

Aceptó. Ya había tenido ocasión de mamársela en la pelea, pero ahora no tenía apuro. Me gustaba sentir cómo él me la chupaba, pero antes de ponerme su pija en la boca, mi lengua la recorrió por todos los rincones. Al sentir sus suspiros de placer, me alegré.

Quería a ese chico y de haber tenido algo, se lo hubiese regalado sin problemas. Pero solo tenía mi cuerpo, bastante roto, y eso era lo que podía darle.

– No pares, por favor- dijo mi amigo, que estremecido de placer había abandonado su trabajo.

Yo había lamido sus testículos y se la succioné mientras acariciaba sus muslos. Con suavidad, introduje uno de mis dedos en su culito. Un gemido me anunció que él ya se venía, pero seguí hasta que sentí el chorrito cálido en mi boca.

Me acosté a su lado y nos besamos de nuevo, mezclando saliva y semen. 

– ¡Ojalá esto durara para siempre…! – dijo, cerrando los ojos.

A pesar de mis lesiones, tenía mucha energía así que di intensas lamidas a su cuello. Mis manos recorrieron su piel tersa, su vientre plano, su pubis lampiño.

-Todavía no te corriste- me dijo.

Y era verdad.

– Estoy por explotar, amigo… ¿qué preferís que te haga?

– Me gustó cómo me cogiste aquella vez. Podemos repetirlo.

Se puso en cuatro y, después de lubricarlo con abundante saliva, lo penetré. Suave, tiernamente. Veía su espalda, lisa como la seda. Sus nalgas eran perfectas, redondeadas y firmes.

Lo hice voltearse boca arriba. Quería ver su cara de gozo mientras lo hacía mío. Quería besarlo una y otra vez. Y lo hice.

Cuando llegué al orgasmo, lo abracé y así quedamos por un buen rato, sintiendo cada uno el aroma del otro.

– Cumpliste tu promesa- me dijo, sonriendo (su sonrisa era encantadora).

– ¿Cuál?

– Me dijiste que me ibas a tratar mejor… y sin público.

– Un placer- le dije, y volví a besarlo.

Cuando volvíamos de la laguna, le comenté a Florián que me había quedado sin representante.

– Puedo ofrecerte el mío. Mientras no nos enfrentemos, no habrá problemas.

– No voy a pelear nunca más contra vos, Florián. Te quiero demasiado para causarte el menor dolor.

– Siento lo mismo, amigo. Cuando el africano te la daba, no pude evitar las lágrimas. No soporto verte sufrir.

– ¿Tu representante es buen tipo?

– Sí, es de la comunidad rumana. Apenas habla castellano, pero tiene códigos. No te va a fallar.

——-

El representante de Florián tenía un nombre impronunciable, pero en el ambiente le decían Puskas. Aceptó de buena gana tomar mi representación.

– ¿Así que vos no pelear contra Florián?

– No, señor. Es mi amigo. Lo quiero demasiado.

– Comprendo. ¿Sabés que apareció un retador?

– No sabía. Pero, yo no puedo pelear todavía. Mis heridas tienen que cicatrizar y después tengo que volver a ponerme en forma.

– Sí, sí… Vi la pelea… Mala cosa, africano hijo de puta. ¿Tiene problemas que Florián acepte el reto?

– Ninguno, señor.

——–

El ring estaba lleno de gente. Fui a ver la pelea, descontando que Florián sería el ganador. Aunque yo lo superaba en lucha, sus puños eran temibles. Cuando apareció, con su taparrabos, la gente lo ovacionó. El locutor recordó que Florián, el rumano, había peleado cinco veces y había ganado cuatro por abandono. Solo había perdido una (conmigo).

Enfrente había un chico moreno, musculoso y rapado. No había dudas, tenía la edad correcta. Su alias para pelear era “Diablo” y aunque sus facciones eran todavía las de un niño, no me gustó su mirada. Tenía, en efecto, algo de diabólica.

Los dos chicos se observaron. Florián se veía tranquilo y hermosísimo. Como en las peleas anteriores, eran tres rounds de ocho minutos. Mi tío tuvo la caradurez de sentarse al lado mío.

-Aposté por tu amigo- me dijo.

No le contesté.

– Seguís enojado conmigo. Pero todavía me duele la patada en las bolas que me diste, ingrato.

– Sos un mal tipo, así que te jodés.

– ¿Cómo está tu culito?

– Dejame ver la pelea en paz.

Florián había dado un buen golpe en el estómago a su rival. Diablo tenía abdominales trabajados, pero no era de fierro. Trató de poner distancia para evitar que Florián lo noqueara con su derecha. Mi amigo estaba confiado, pero Diablo era impredecible. Atrapó al rumano con una llave de arte marcial y lo volteó violentamente.

Adiviné que mi amigo había quedado sentido del brazo derecho, su mejor arma, porque ahora buscaba pegar con la izquierda. Pudo meter un par de golpes en la cara de Diablo, pero este volvió a derribarlo. Había inmovilizado con una toma a Florián y hacía palanca sobre el brazo derecho de mi amigo. La campana evitó que lo dejara fuera de combate.

Abandoné mi lugar y me acerqué al rincón. Florián sonreía, pero sus ojos estaban llorosos. Simulé contarle algo trivial, pero la verdad es que temí por mi amigo.

– Si no podés seguir, tirá la toalla- le rogué.

– Todavía tengo el brazo izquierdo.

– Es un luchador jodido. Te puede quebrar.

– No me voy a rendir.

El segundo round se me hizo interminable. Florián apenas podía levantar el brazo derecho, pero trabajó bien con la izquierda. Consiguió mantenerse en la ofensiva por varios minutos, pero el otro se movía por todo el ring. Sin dudas, Diablo quería cansar a mi amigo. En los forcejeos, los dos habían perdido sus taparrabos. La transpiración cubría sus cuerpos. Florián pegó un buen gancho con su izquierda en el hígado de Diablo, pero su derecha apenas le hizo una caricia a su oponente. Terminó el round.

Esperé que Florián se sentara y mientras Puskas le daba agua, intenté darle un masaje en las cervicales. En cuanto lo toqué, mi amigo se quejó de dolor y me detuve de inmediato.

– Ese brazo está mal, Florián.

– Pero gané este round. Le di una buena.

Miré a Puskas. No dijo nada. Seguramente pensaba lo mismo que yo. Diablo se había limitado a cansar a Florián y se había asegurado que la derecha de su adversario estaba inutilizada. En el último round le iba a dar una paliza a mi amigo.

Sonó el gong.

-Por favor, Puskas…- le rogué.

-Ya tengo toalla en mano. Esta pelea ser perdida.

Diablo dejó acercarse a mi amigo y cuando éste intentó pegarle con la izquierda, lo tomó por la cintura y lo derribó. Se sentó encima de Florián sosteniendo sus brazos firmemente contra la lona. Mi amigo se retorcía, pero no podía sacárselo de encima. Cuando este le estiró el brazo derecho, Florián no pudo contener un grito de dolor. Noté entonces que la verga de Diablo se ponía tiesa. Era un sádico, el sufrimiento del otro lo excitaba.

Con un esfuerzo supremo, Florián logró arquearse y derribar a Diablo. Los dos se pusieron de pie, pero diablo le acertó un golpe fortísimo en el hombro derecho. Me imaginé los huesos del brazo de mi amigo astillándose.

-Tirá la toalla, Puskas, ya no puede seguir…

Con el último resto de amor propio, Florián le acertó un golpe terrible en la mandíbula a su rival. A Diablo le empezó a salir sangre de la boca.

Antes de que el árbitro pudiese intervenir, Diablo saltó como un resorte sobre mi amigo. Su musculoso brazo rodeó el cuello de Florián y lo sacudió. Un sonido a madera rota nos dejó helados.

Florián cayó como si un rayo lo hubiese fulminado. Allí quedó, inmóvil y desnudo, mi querido amigo. Solté un grito y me abalancé sobre él, pero ya no había nada que hacer. Mientras se lo llevaban en una improvisada camilla, busqué enfurecido a Diablo.

– ¡Asesino! ¡Hijo de puta!

Quería vengarme ahí mismo, pero Puskas me contuvo.

Diablo sonrió, con la boca llena de sangre: – ¡Lástima que no me pude coger a tu novio, tenía un hermoso culito…! Si querés te rompo el culo a vos…

Lo hubiera cagado a piñas, pero mucha gente se interpuso. El desgraciado levantaba los brazos.

Florián ya estaba muerto cuando llegaron al hospital. Esa noche lloré tanto que mis padres se preocuparon. A pesar de sus abrazos y consuelos, no podía decirles la causa de la inmensa pena que tenía.

Al día siguiente empecé a entrenar. Iba a vengar a mi amigo. No solo iba a destruir a Diablo, sino a todo aquel que se me pusiera delante. De ahora en adelante no tendría piedad. De nadie.

(Continuará)

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