Incesto Jóvenes Sexo con Maduros Tabú

Una novela histórica

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              En las sociedades feudales de la Edad Media, la vida no era fácil, y aunque al igual que ahora, había ricos y pobres, también había unos señores muy poderosos que dominaban amplias comarcas, siendo los dueños no solo de las tierras que las componían, sino de las personas que las habitaban también, en su condición de súbditos.

              En realidad, eran pequeños Estados con todas las estructuras de los mismos, con su pequeño Ejército, autoridad religiosa, y su servicio de recaudación de impuestos o cosechas que se obtenían en sus tierras.

              Otra figura menos conocida era la del “Consejero” o personas sabias que asesoraban al Señor Feudal para administrar sus posesiones y aumentar su poder. Formaban parte de la nobleza, educados normalmente en Monasterios donde eran instruidos en todos los conocimientos de la época, desde la Astronomía a la Filosofía, con formación militar y religiosa y con claras habilidades para la política y conspiraciones palaciegas, por lo que ejercían una gran influencia en la toma de decisiones.

              Dentro de sus castillos o palacios, disponían de todo lo necesario para su vida cotidiana, con un amplio servicio a sus órdenes para satisfacer sus apetencias, caprichos o vicios; con salidas periódicas en las que recorrían sus tierras, que podían servir tanto para el cobro de impuestos como para supervisar cosechas, reclutar a nuevos soldados o a jóvenes muchachas para incorporar al servicio de Palacio, de las que tambiénse podían encaprichar para su desahogo sexual, ya que el sexo era junto a la comida, uno de los grandes placeres, en sus austeras y duras vidas.

              A pesar de las imposiciones religiosas, las licencias sexuales eran habituales y las posiciones dominantes estaban por encima de cualquier tipo de moralidad, ya que hasta los mismos representantes de la Iglesia solían saltársela, utilizando los privilegios de sus cargos, por lo que podían permitirse cualquier vicio o perversión con total impunidad.

              El Sr. Charlote era uno de estos Señores Feudales, que junto a su comitiva, iba recorriendo los pequeños poblados y caseríos más aislados, que le rendían pleitesía a su paso, aunque también le recibían con el temor de que pudiera encapricharse de alguna de sus hijas y se las llevara a Palacio, o reclutara a algún hijo para su ejército, aunque lo que resultaba más cruel para el cabeza de familia era que el Señor o alguien de la comitiva se fijaran en su esposa o alguna de sus hijas más pequeñas, por lo que en ocasiones, intentaban esconderlas cuando a lo lejos divisaban el polvo de los caballos, algo que resultaba inútil la mayoría de las veces y duramente castigado.

              Así que cuando el grupo comandado por el Señor, llegó a una de las humildes granjas del camino, todos formaron a su llegada, con el cabeza de familia al frente, demasiado mayor para su joven esposa embarazada, junto a su hijo y sus dos hermanas más pequeñas, vestidas con unos ligeros ropajes, debido a que estaban en la época del calor, lo que hizo inevitable las libidinosas miradas de los miembros de la comitiva.

              Mientras dos hombres de su sequito se encargaban de llevarse algunos de los animales y un saco de trigo, el Sr. Charlote, bajándose del caballo, fijó sus ojos en la mujer embarazada, a la que dejó con los pechos al descubierto para observar su utilidad como ama de cría en Palacio, palpando su dureza para comprobar la cantidad de leche que tendrían, algo que la mujer aceptaba sumisamente, mientras su marido observada con rabia la escena, hasta que finalmente, el Señor hizo una señal a sus hombres para que se la llevaran, reaccionando desesperadamente su marido:

              —Señor, a mi mujer no, por favor. La necesito en la casa.

              A cuyas súplicas, sin ningún tipo de compasión y clemencia, le respondió:

              —Todavía te quedan dos hijas para que te calienten la cama. Seguro que ibas a acabar preñándolas igual, aunque te dejara a tu esposa contigo.

              A Lo que añadió con sorna, uno de sus hombres:

              —Si no se te adelanta tu hijo, jaja.

              El desolado hombre, en su condición de siervo, no tuvo otra opción que resignarse ante esa decisión, a lo que se añadía la humillación de ver como los miembros de la comitiva se divertían con su esposa, despojándola de sus ropas para sobar libremente sus carnes, abriendo sus piernas para follarla ante la absorta mirada de sus hijos, por lo que uno de ellos le dijo al hijo mayor, que miraba fascinado el coño abierto de su madre:

              —¿No has tenido así alguna vez a tu madre? ¿Le has metido la polla a esta puta?

               

Ante el silencio del chaval, se dirigió también al padre:

              —¿Estás seguro de que ese bombo se lo has hecho tú? Tú mujer es muy bella y muy joven y necesita un macho vigoroso para satisfacerla —decía mientras miraba a su hijo.

              El hombre intentaba protestar cuando un nuevo miembro de la comitiva se disponía a follar a su mujer:

              —Dejarla ya, por Dios, que está embarazada.

              —No me digas que no te follas a las mujeres cuando están preñadas. Es cuando están más calientes y con más ganas de polla. Si por aquí no pasan muchos hombres, ya sabes con quien se estará calmando…….

              El siervo, ya sabía por su edad, que no podía caer en las provocaciones de esos hombres, que solo querían divertirse a costa de su familia, y la cosa podía ir a peor si se metían también con sus hijas, a las que quería proteger de esos bárbaros, acostumbrados a tomar a las mujeres a su capricho, mientras el Sr. Charlote se lo permitiera para premiar su fidelidad y obediencia.

              Otro de los que solían componer esa comitiva, como representante del Clero, era al que llamaban “Pater”, del que se sabía su gusto por las nenas, y aunque ya se había fijado en las hijas del granjero, sabía que el Señor ya se había cobrado su parte y que prudentemente debería esperar a llegar a otra casa en la que se le permitiera satisfacer sus deseos de poder llevarse a alguna de las crías para ayudarle en la Capilla, que era como se justificaba para no quedar en evidencia ante el Poder eclesial, que le permitía todo tipo de excesos, mientras no fuera de forma estentórea.

              Las estrictas reglas morales de la época no evitaban tampoco que el pueblo se divirtiera con lo más accesible de lo que disponían, que era el sexo, ya que como sucede en la actualidad, los más poderosos siempre son los más corruptos y en ocasiones, el Sr. Charlote, le concedía alguna licencia al Pater con las pequeñas de la casa ante la exasperación del padre que presenciaba el desvirgamiento de sus hijas, por lo que muchas veces, ellos mismos se lo hacían primero de una forma más cariñosa, para evitarles ese sufrimiento, estando de esta forma, ya habituadas a joder con hombres mayores cuando caían en manos de esos desaprensivos.

              Pero una de las funciones principales del Pater en esas comitivas, era la de celebrar las bodas para las que se le había solicitado su bendición, como la que se iba a producir en un pequeño poblado al que acababan de llegar.

              El padre de la novia salió a su encuentro para comunicárselo y les dirijó hacia una de las casas en la que les esperaban los novios, con sus familias.

              En esa época, cuando se producía una boda entre los súbditos del Señor, se decía que regía el “Derecho de pernada”, algo que algunos consideran una leyenda, ya que no consta de forma oficial en ningún documento, pero no cabe duda de que en algunos casos, el Señor, usaba de ese derecho, quizás abusando de su poder, o simplemente por darse el gusto con alguna de las mujeres que le apetecieran utilizando esa excusa.

              El Pater, en presencia del Sr. Charlote, celebró la ceremonia del matrimonio entre la feliz pareja, acompañados de sus familias, pero la alegría del momento pronto se truncó, porque tal como temían sus familiares, el novio y más que nadie, la joven esposa, el Sr. Charlote se fijó en ella, metiendo la mano bajo su vestido, palpando sus carnes y sobando su culo, deteniéndose en la vagina, lo que la hizo estremecer, excitando más todavía al Señor, que agarrándola y llevándosela a una de las habitaciones, la arrojó sobre el camastro ordenándola que se quitara la ropa.

              La asustada joven, permanecía paralizada, por lo que dos de sus hombres le quitaron el vestido de novia, dejándola a merced de su Señor, que se recreó en su blanca piel y sus tersos pechos, ya que aquella muchacha era apenas una adolescente, con la edad en la que solían casarse para empezar a tener hijos.

              Las manos del Señor Charlote acariciaron esa piel, sin la rudeza que solía emplear cuando quería darse el gusto con alguna mujer de sus dominios, actuando en este caso, con la delicadeza que se le debía de suponer a un derecho que se ejercía como señal de su poder sobre sus súbditos.

              Volvió a pasar su mano por la vagina de la recién casada, sonriendo al comprobar la humedad de la misma, por lo que le preguntó:

              —¿Conservas tu virginidad todavía? ¿O la habías reservado para tu esposo?…. Lo comprobaremos enseguida……

              La hizo girarse y apoyarse sobre la cama, ofreciendo su vagina por detrás al Señor, que ya tenía su polla en la mano para dirigirla a su entreabierto coño que rezumaba pringoso de sus jugos y apenas tras un tanteo en su entrada, hundió su polla en él, arrancando los gritos de la chica que continuaron al ritmo de la follada, mientras un hilo de sangre caía entre sus piernas, como señal de la rotura de su himen, por lo que intentaba consolar a la joven a la vez que la penetraba, cambiando sus gritos por gemidos de placer:

              —No te quejes tanto, puta, que a partir de ahora vas a estar pidiéndola. Tienes un buen coño y vas a dar muchos hijos a tu marido.

              Su humillado marido, fuera de habitación, escuchaba los gritos y gemidos de su mujer sin que pudiera hacer nada, esperando resignado a que todo eso terminara y cuando el Señor salió de la habitación, fue a su encuentro, hallándola tendida sobre la cama, desnuda y con restos de semen y sangre en su cuerpo, tapando con sus manos su cara porque no se atrevía a mirar a su marido, que tan solo pudo abrazarla y consolarla, sin saber si esa noche iba a poder disfrutar de su noche de bodas, ya que en el caso de que fuera un buen hombre, esperaría a que su mujer se recuperara física y mentalmente, pero dada la rudeza de esos tiempos, el nuevo marido solía querer rebelarse contra la humillación sufrida, obligando a su recién esposa a tener sexo con él.

              La comitiva feudal siguió su camino, llegando al siguiente poblado, siendo recibidos con la expectación y temor habitual al poderoso séquito que solía actuar sin demasiados escrúpulos para exigir a sus súbditos los pagos de impuestos correspondientes y para divertirse con las mujeres que llamaran su atención.

              Ajenas a todo esto, dos niñas jugaban en el suelo, con aspecto descuidado y sucio, pero llamaron la atención del perverso Pater, que esperaba llevarse también su recompensa en el viaje, y se dirigió al Señor Charlote:

              —Con un baño en Palacio, perfumadas y acicaladas, quedarían muy lindas y nos alegrarían los largos días invernales.

              El Sr. Charlote, asintiendo, preguntó:

              —¿De quién son hijas?

              —De Francisca, la puta del poblado, pero no se ocupa mucho de ellas.

              —Seguro que no las echa de menos y le hacemos un favor a la madre y a las hijas, que pronto acabarían como ella. ¡Llevároslas!

              Un hombre mayor, que presenciaba la escena, intentó terciar para evitar lo inevitable:

              —Su madre no las cuida, pero yo me ocupo de ellas.

              Lo que provocó las carcajadas del Sr. Charlote:

              —¡Jajaja, viejo pervertido…..! ¿No te las estarás tirando ya? Me da la sensación de que estas crías no van a necesitar muchas enseñanzas, jaja.

              Cualquier súplica era desestimada y se llevaron a las niñas con ellos, que no entendían lo que estaba pasando, pero pronto se darían cuenta de su nueva vida en Palacio, bien cuidadas y alimentadas, pero siempre dispuestas a dar satisfacción sexual a los hombres que tuvieran acceso a ellas.

              Durante el camino, uno de los hombres del Sr. Charlote, le recordó:

              —Todavía nos queda una buena parte de la Comarca por recorrer y debemos llevar algún regalo a su anciano padre.

              El padre del Sr. Charlote, ya tenía una edad que podía considerarse un anciano en esa época y quizás, debido a ello, o a su vida disipada con todo tipo de excesos sexuales, sus erecciones no eran ya las de su juventud, algo que le ponía muy irascible, con un mal humor que todos temían y que solo podía calmar con jovencitas de un aspecto determinado, preferentemente delgadas, con una larga melena rubia, piel blanca y ojos claros, que le excitaban de tal manera que con ellas sí que conseguía satisfacer su apetito sexual, por lo que en una zona de Palacio, tenía alojadas a un grupo de niñas con esas características, que coloquialmente llamaban “la habitación de las niñas”.

              Y como el Sr. Charlote quería tener contento a su padre, que había delegado todo su poder en él, tuvo en cuenta esa indicación:

              —Sí, a ver si encontramos alguna de su agrado. En el siguiente poblado viven bastantes familias con demasiados hijos para alimentar y no les importará que les aliviemos esa carga, jaja. —dijo mientras se reía cínicamente.

              Al llegar, todos sus habitantes salieron a recibir a la comitiva, como sabían que le gustaba al Sr. Charlote, pero como él también era consciente de que algunas familias solían dejar a sus hijas dentro de las casas, ordenó a sus hombres que las revisaran, saliendo al poco rato uno de ellos arrastrando del brazo a una joven muchacha que dejó a todos sorprendidos por su belleza.

              Sus duras condiciones de vida todavía no atenuaban esa frescura natural de la edad, y aunque sus cabellos estaban sucios, se le adivinaba una bella melena, que una vez limpia y aseada, se la imaginaban cayendo sobre sus pequeños pechos de pezones sonrosados.

              El Sr. Charlote hizo una señal para que la subieran a uno de los caballos, haciendo las delicias de quien debía llevarla hasta Palacio, que se aprovecharía de esa buena compañía, antes de que fuera entregada al padre del Señor para su disfrute.

              Una vez hecho todo el recorrido, volvieron a Palacio, con todo lo recaudado y arrebatado a sus súbditos, incluidas las mujeres y hombres que se traían a Palacio, observándolas con recelo las esposas que esperaban la vuelta de sus maridos, escuchándose decir a una de las más mayores, a la esposa del Sr. Charlote:

              —Ya traen carne fresca para estar entretenidos una temporada. Creo que durante un tiempo, verás poco a tu marido en tu lecho, jaja.

              —¡Malditos sean! Tienen esa habitación llena y todavía traen más —dijo resignada, la mujer.

              —Los hombres se cansan de follar el mismo coño y siempre están buscando la novedad. Y cuanto más jovencitas, mejor.

 —Siento lástima por esas pobres madres a las que se las han arrebatado.

               —Ya están acostumbradas, pero aunque paran muchas hijas, para una madre siempre es doloroso que un hombre se lleve a una de tus hijas para follársela, apenas siendo una niña, aunque creo que quienes las van a echar más de menos son sus padres….

              —Tú tan bruta como siempre. No todos los hombres son iguales.

              —Yo tengo más años que tú y puedo asegurarte que sí lo son. Ya he visto de todo y lo he vivido antes que tú. Si tienen una hija se la van a follar, y si tienen tres, a las tres se la van a meter y sus madres a aguantar y a criar más hijos, si alguna queda preñada.

              Las mujeres de más edad sabían bien de lo que hablaban. Ellas ya habían vivido desde niñas la perversión de sus padres, y luego la de sus maridos, e incluso la de sus hijos, desde que sus padres les hacían perder la inocencia, cuando les echaban en brazos de alguna puta, con las que aprendían como tratar a una mujer en esos tiempos.

              Por lo que acababan convirtiéndose en cómplices de esos hombres y celestinas de sus vicios, como Clarisa, la mujer que se encargaba de cuidar y ocuparse de que tuvieran su mejor aspecto todas las niñas que ocupaban la habitación más deseada de Palacio, que era visitada por los más viciosos, deseosos de solazarse con alguna de esas crías reservadas para el viejo Charlote, y que a sus espaldas, la complaciente mujer, se las ofrecía a los que bien sabían pagar sus favores.

              Este fue el caso del Pater, que al anochecer, se acercó a esa estancia de Palacio, solicitando a la vieja alcahueta, que le sacara a una de las nuevas que habían traído, a lo que Clarisa le contestó:

              —El viejo todavía no la ha probado. Ya sabe que le gusta ser el primero en gozarlas, Pater.

              —Pues con esa no va a ser el primero, porque con tal belleza, ya te puedes imaginar los hombres que habrán pasado por ella. Ni se dará cuenta el viejo de las corridas que lleva dentro.

              —¡Ay, Pater! Cada vez se vuelve más perverso. A su edad no creo que sean tantos como dice. Los hombres de la familia, quizás y no sé si les habrá dado tiempo a metérsela muchas veces.

              —Tú sabes que es como digo, vieja pervertida, que ya sé cómo disfrutas preparándolas para ser desfloradas.

              El Pater ya había presenciado más de una vez, como Clarisa mostraba al viejo Charlote a las púberes niñas abiertas de piernas, que había seleccionado para su desfloración y disfrute por el vicioso Señor, justificándose ella ante sus reproches:

              —Sólo las enseño a que gocen desde la primera vez y que pierdan el miedo a que les metan la polla, las que no la han probado todavía.

              —Se ve que tienes mucha experiencia en el oficio. La mayor puta, como maestra de las nuevas putas. Y como las buenas putas, llevarás tu vicio hasta la muerte, gozando de buenas pollas, todavía a tu edad, aunque me parece que últimamente te gustan las de los más jovencitos. Si me dejas pasar, te traeré a Fabián, mi ayudante en la Capilla, al que han convertido en un pervertido otras viejas de Palacio como tú.

              —Pero tú eres el que usa su culo como el de una mujercita. Traérmelo ahora y te dejaré follar a la rubia, recién bañada y perfumada, con las largas trenzas que le he hecho.

              —Jaja, sí que le debes de tener ganas al chaval. La rubia debe de estar divina, si la has preparado para el viejo Charlote. Vete llevándola a la habitación, que te traigo ahora mismo al chico.

              Al poco rato, el libidinoso Pater volvía con Fabián, el joven muchacho huérfano que tenía amancebado, calentándole la cama las noches en las que no conseguía mejor compañía, siendo recibido por la señora, ávida de cuerpos jóvenes con el lascivo brillo en los ojos de quien va a darse el banquete más deseado.

              El mismo brillo que tenían los ojos del Pater al ver a la joven rubia que recogieron en aquel mugriento poblando, convertida en una especie de Reina angelical, con ese vestido blanco inmaculado y su pelo recién lavado con las dos trenzas que le daban ese aire infantil que tanto encendía al viejo Pater cada vez que se le presentaba la oportunidad de quebrantar ese voto de castidad, tan olvidado entre los miembros de la Iglesia de esa época.

              La niña mantenía la mirada baja, presintiendo lo que una vez más iba a pasar, como en cada ocasión que un hombre se le acercaba con esa mirada lasciva, previamente a poner las manos sobre su blanca piel, acariciándola con mayor o menor rudeza hasta encontrar el preciado tesoro que escondía entre sus piernas, degustado ya por tantas bocas que se embriagaron con su néctar.

              El Pater era ya un experto en detectar la calentura de esas niñas que se le entregaban, sabiendo encontrar el momento justo para penetrar esos estrechos coñitos que tanto le placían y como para la joven muchacha no era la primera vez que un hombre se le ponía encima, había aprendido a disfrutar precozmente de lo que una mujer de la edad de Clarisa seguía deseando y buscando como la mejor forma de llegar a un éxtasis que ni el Pater ni ella habían conseguido por la vía espiritual.

              Las mujeres de más edad, una vez llegadas a ese momento en el que ya no disfrutan de la atención de sus esposos, que buscaban a las más jóvenes, a ellas se les abría también esa mente perversa que les hacía desear a esos jóvenes mancebos en edad de descubrir los goces femeninos, en los que ellas eran buenas maestras por su experiencia, por lo que ya habían reclamado inútilmente, la creación de una mancebía, en la que al igual que en la habitación de las niñas, disponer de esos muchachos con los que gozar a su antojo, tal como hacían los hombres, pero quizás, esa fuese una idea demasiado avanzada para su tiempo, aunque la Iglesia aceptara la existencia de estas “Casas de Mancebía”, como un mal menor, del que ellos mismos acabaron aprovechándose.

              Aunque a decir verdad, estas viejas viciosas se las arreglaban muy bien para pervertir a cualquier muchacho inocente cuya curiosidad le hiciera fijar su mirada en sus generosos pechos mostrados por los amplios escotes que los hacían fácilmente accesibles para esas manos que desearan manosearlos

Pero ellas sentían especial predilección para que fueran los mancebos quienes disfrutaran de sus primeros pechos femeninos, como Fabián en su día, porque ahora ya no era uno de esos muchachitos a los que Clarisa y esas damas les encantaba pervertir, sacándoles su primera leche, aunque la adquirida destreza del chaval para tocar un coño con sus dedos y el manejo de su lengua, compensaba esa pretendida pureza que a las viejas les gustaba turbar, sin importarle que las vieran como una más de las viciosas viudas o abandonadas esposas que colmaran sus internas perversiones con el joven mancebo, que el Pater, después de haberlo gozado él personálmente, les entregaba para su solazo, apenas empezaron a salirle sus primeros vellos.

              Los gemidos de Clarisa y de la joven rubia se mezclaban en esa zona de Palacio, alejada de todos los oídos curiosos que oscultaran cualquier goce privado, en esa follada sincronizada entre sus contrapuestos protagonistas.

              Clarisa encontraba un placer especial en hacer manar de la polla de Fabián, ese gustoso semen que solo se tenía a esas edades, y al que solo su juventud permitía que ya hubiera podido ser degustado por todas las viejas viciosas y alguna otra de no tanta edad, que sucumbieron a los ofrecimientos del perverso Pater de probar a meter al chaval en su cama durante las ausencias de sus maridos, ocupados en interminables guerras, que dejaban muchas viudas y huérfanas a las que debía buscar consuelo.

              Mientras, el Pater disfrutaba especialmente de la núbil muchacha, robándole ese placer destinado al viejo Señor Charlote, del que se resarciría, quizás unas horas después, cuando buscara una de esas novedades que disparara su libido para conseguir esa erección que le permita seguir disfrutando del sexo a su edad.

              Una vez saciados el viejo Pater y su pupilo, dejaron a Clarisa alargando el goce de las más codiciada inquilina de esa habitación tan especial que custodiaba. Debía recomponerla de nuevo y prepararla adecuadamente ante la inminente llegada del viejo Charlote, dispuesto a disfrutar del nuevo trofeo conseguido por su hijo, al que no importaron las lágrimas y los ruegos de su abatido padre, lamentando el poco tiempo que había tenido para gozar de la belleza de una hija, que de todas formas, pronto se marchitaría en un entorno falto de total moralidad y con unos hombres que eran conscientes de que la muerte podía estar esperándoles al día siguiente, por lo que aprovechaban cualquier descuido del padre para disfrutar de la hermosa cría, ante lo que su madre se veía impotente para frenar la lujuria de todos esos hombres.

              Ahora, en Palacio, estaría mejor cuidada, pero su destino estaba marcado, quizás desde el momento en que nació, el destino que va dirigiendo lo mejor hacia los más poderosos, como en este caso, en el que el Señor más poderoso de Palacio se disponía a degustar uno de esos manjares de esa forma tan especial.

              Quizás, la joven muchacha ya no era virgen de otras manos que la hubieran manoseado y de otras pollas que probaron su coño antes que él, pero esa belleza tan luminosa lo compensaba todo, e iba a seguir el mismo protocolo que con las demás, reservadas especialmente para él.

              Esas niñas eran algo especial para el poderoso Señor Feudal y el trato con ellas era muy distinto al que podía tener con las vulgares putas con las que se había divertido a lo largo de su vida, de forma que volcaba todo su cariño y delicadeza en hacerlas disfrutar de su inicio en la vida sexual, a pesar de que alguna ya lo hubiera tenido algo tormentoso antes de llegar allí.

              Por eso, dentro de la tristeza por no poder estar con sus familias, pronto se daban cuenta de que eran unas privilegiadas por acaparar el interés de alguien tan importante, que podía disponer de sus vidas y de las de su familia como quisiera, y bajo las enseñanzas de Clarisa aprendían a comportarse de forma complaciente con el viejo Sr. Charlote, a mostrarse sumisas cuando sus manos empezaban a desnudarlas y su boca besaba cada centímetro de su piel, deteniéndose en esos puntos que causaban un especial efecto en ellas.

              La niña de larga melena rubia, se había convertido en la mayor atracción de esa “Habitación de las niñas” y a pesar de su experiencia sexual, mostraba todavía ese aspecto cándido e inocente que tanto le gustaba al Sr. Charlote, no como otras que le habían traído, que a pesar de su corta edad, se comportaban ya como unas verdaderas putas capaces de sacarles la leche a cualquier hombre en unos minutos, pero al viejo Señor feudal le gustaba sentir que en esos momentos en los que estaba con alguna, la estaba iniciando en el mundo del sexo, pervirtiéndolas y enseñándoles lo que tenían que hacer y cómo actuar cuando él empezaba a desnudarlas lentamente, recreándose en ello como si estuviera desenvolviendo un apreciado regalo preparado por la vieja alcahueta para él.

              Las caricias del viejo no tardaron en provocar los primeros gemidos en la niña, que sentía como sus expertos dedos se deslizaban fácilmente dentro de su vagina, por lo que dentro de su calentura, deseaba agarrar ya la polla empalmada del Sr. Charlote, pero Clarisa le había dado instrucciones de esperar a que él se la ofreciera y no comportarse como una vulgar ramera deseando que se la metieran, pero no tuvo que esperar mucho para que él se la pusiera en la boca y empezar a comérsela sin mostrar demasiada glotonería, esperando a que el anciano le indicara lo que debía de hacer con su lengua.

              Las habilidades orales de la niña excitaron demasiado al Sr. Charlote, y como quería reservarse para una larga e intensa sesión de placer, no quiso correrse esa primera vez, dedicándose a degustar con su boca la jugosa vagina que parecía a punto de orgasmar, lo que acabó provocando con su lengua, no pudiendo reprimir sus gritos esta vez la joven rubia, por lo que ya estaba preparada para que la penetración del viejo Señor fuera placentera para los dos.

              Mientras las follaba, al Sr. Charlote le gustaba ver la expresión de la cara de las niñas, a veces de temor que se iba convirtiendo en placer, y en estas ocasiones sí que le excitaba especialmente que ellas le contaran sus primeras experiencias sexuales, con quien habían sido, a qué edad y todo lo más obsceno y perverso que pudieran contarles ellas, y así, mientras la follaba, le preguntaba:

              —¿Quién fue el primero que te folló? ¿Tú padre, un hermano mayor, amigo de la familia?

              —No, ninguno de ellos. Mis padres trabajaban en el campo todo el día durante las cosechas y me quedaba con mi abuelo.

              —¡Aja! Al viejo pervertido también le gustaban las niñas. ¿Tienes hermanas?

              —Sí, dos más pequeñas.

              —Jaja, bueno, al menos tu abuelo seguirá entretenido. Y dime ¿Cómo te hacía? Te tocaba la rajita y te mojabas ¿a qué si?

              —Sí, me daba gusto y un día me la puso entre las piernas y empezó a metérmela.

              —¡Mmmm! ¿Y nadie lo veía?

              —No, hasta que una vez mi hermano mayor me vio sentada encima de él y se quedó mirando. Mi abuelo le mandó callar y le dijo que se acercara. Se sentó a nuestro lado y mi abuelo me puso encima de él para que me la metiera. Mi hermano empezó a follarme y mi abuelo le dijo:              —Ya tenemos a una buena putita en casa. Cuando tu padre se entere, va a querer montarla también—.

              —Y mi hermano le preguntó:—¿Mi madre le va a dejar hacerlo?—, contestando el abuelo:              —Tu madre callará, porque yo hacía lo mismo con ella a su edad y creo que sospecha que estoy haciendo lo mismo con mi nieta—.

              Al viejo Charlote le excitaban sobremanera las confidencias de la chiquilla, estando ya a punto de correrse:

              —Así que tu padre te acabó jodiendo también…..

              —Sí, ya me lo hizo varias veces también.

              —¡Oh, Dios! Qué familia más viciosa, me encanta. Tendré que decir a mi hijo que traiga a tus hermanas aquí contigo.

              Cuando el viejo se derramó dentro de la chiquilla, ella también tuvo su orgasmo. Se notaba que se había acostumbrado a tener una polla dentro y ya las disfrutaba como cualquier mujer.

              Clarisa, la vieja alcahueta, presenciaba la escena desde una discreta distancia, disfrutando del buen hacer de su nueva pupila, y viendo complacido al Sr. Charlote, le dijo:

              —Ya le dije que esta cría era la mejor que le habían traído en mucho tiempo y se acabará convirtiendo en su favorita.

              —Así es, Clarisa, me encanta toda ella y la pienso disfrutar muchas más veces. Mañana la quiero junto a la pequeña Yanira, que va a aprender mucho con ella.

              —Se las prepararé a las dos, Señor.

              Cuando la ocasión se presentaba, o se necesitaba algo especial, el hijo del Sr. Charlote, continuó haciendo, con su séquito, frecuentes comitivas por sus territorios, volviendo a Palacio cargados con todo lo necesario para asegurar la manutención y diversión dentro de sus paredes, en unos tiempos en los que la vida humana tenía poco valor y la supervivencia se pagaba a cualquier precio, pero al igual que en la actualidad, siempre hay alguien por encima de los demás para vivir esa vida ostentosa y llena de placeres que se les niega a los más humildes, pero que igualmente se las arreglan para disfrutar de lo que la naturaleza les ofrece.

 

 

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