No Consentido

Violación con V de venganza

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Aaron Caradine bautizó su estudio de grabación como AC Records y diseñó un elegante logo. Al término de tres años AC Records tenía el prestigio necesario para competir con reconocidos estudios y el privilegio de haber posicionado a un par de nuevos talentos en medios. En especial, después del último éxito, al negocio de Aaron llegaban jóvenes por decenas a la semana. Su ambición era crecer, aprovechando el titánico ascenso en la popularidad de AC Records, cuyo nombre y símbolo estaban inundando Internet. Pero Aaron no podía permitirse admitir a cualquiera. Para mantener sus logros, debía trabajar con chicos cada vez más talentosos y prometedores. Y así fue como una tarde de octubre apareció Oleandra en su vida, quien era una joven de 15 años que aspiraba a ser cantante. Cuando se presentó en el estudio para tener su audición, Aaron, como a todos los demás, la vio de arriba a abajo. Luego examinó su rostro. Oleandra era una joven inusualmente alta y escuálida, de rostro alargado e inocentón. Vestía informal, llevaba un overól sobre una remera y sujetaba su cabello con una coleta de caballo. Si no hubiese cantado, cualquiera habría creído que Oleandra estaba allí para hacer mantenimiento. Y aquella era una habilidad de Oleandra más grandiosa que su canto: Engañar, pasar por lo que no era. Y dicha astucia sería la perdición de Aaron Caradine.

 

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Las aptitudes artísticas de Oleandra no fueron pasadas por alto por Aaron. Ella se convirtió en una de sus pupilas. En pocos meses, los canales de YouTube de Oleandra eran propiedad de AC Records y producían dinero, como aquellos de otros jóvenes talentos, que entonces eran ya marca registrada y también eran caudal de ganancias. Aaron, en el cuarto año de funcionamiento de su estudio, se mudó a otro vecindario de xoxoxoxo con su joven esposa Asenath y su pequeño hijo de tres años, Harvey. Todo parecía ir bien en la familia y en el negocio, excepto quizá por el exceso de tiempo que consumía el estudio en la vida de Aaron, pero que Asenath comprendía, era a lo que debían su prosperidad y su nuevo estilo de vida.
Sin embargo, Oleandra dio el primer pinchazo que habría de convertirse en rasgadura y al final partir en dos la vida de Aaron. Un día dejó de ponerle empeño a sus ensayos, empezó a presentarse con retrasos y un día, al fin ni se presentó. Poniendo su humanidad por encima del profesionalismo, sobre todo por que trabajaba con gente demasiado joven, Aaron la buscó, en vez de dar justa terminación al contrato. Fatal error.
Oleandra le contestó el teléfono, en un descorazonador tono sollozante:
—Aaron, estoy muy apenada contigo. Me siento fatal ¡me quiero morir!
Y conservó dicho tono durante días, quizás semanas. Aaron cayó cual mosca en la red de una araña que ahora se dirigía hacia ella lenta y temerariamente, abriendo y cerrando los quelíceros afilados y babosos. Después de un rato de charla lastimera, que le sirvió a Oleandra para envolver más a su presa, ella mordió e inyectó el veneno:
—…es que mi mamá no entiende, o no le importa. ¡Lo que ella dice no tiene sentido!
—¿Qué dice Genevive?
—Yo no puedo seguir cantando si ella piensa así, es una cavernícola.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees que no te contesto video-llamadas o te respondo de inmediato cuando me mandas documentos?
—Yo sé, porque no tienes un smartphone —se lamentó Aaron, con un privado palmo en la frente.
—Sí. Y mi mamá sigue sin querer comprarme uno. ¿Puedes imaginar a alguien que quiere cantar profesionalmente y que no tiene acceso a Internet? —lloró Oleandra.
Y sus lágrimas de cocodrilo produjeron el efecto final. El veneno había aniquilado a la mosca. La araña solo debía empezar a comer. Aaron preguntó:
—¿Te parece si nos vemos?
El caballero de 36 años y la menor de 15 se encontraron y dialogaron largamente. En la calle, no en el estudio AC Records ni en casa de ninguno de los dos, y sin conocimiento de Genevive, y no trataron asuntos acerca del trabajo que los relacionaba sino asuntos personales. Pasadas varias horas, se despidieron y Aaron volvió a su casa renegando de la terquedad de alguien como Genevive. Solo la había visto un par de veces. Un mujerón del que Oleandra había heredado su magnífica estatura y afortunadamente, no su peso. Genevive era todo un monumento a la abundancia, y curiosamente no de forma holgada ni escurrida, sino estética. Una mujer de 1,85m de estatura con senos que evocaban sandías descomunales y nalgas como balones de baloncesto, concebidas para manos de gigantes bíblicos. Una barriga grande pero que a punta de pecho y trasero, podía pasar desapercibida. Los rasgos de su cara eran como los de una guerrera nativa, a excepción del color, que estaba demasiado desprovisto de melanina como para aspirar a parecer Pocahontas. Y aún así, había algo todavía más llamativo en Genevive: Su cabello tan sano, abundante y largo. Liso y de color negro y brillante, tan frondoso que ni a manotadas lo podrías agarrar todo.
Esa repuesta mujer de 40 años le negaba a Oleandra un dispositivo para comunicarse, a veces por el costo y otras veces por el riesgo que ella creía, suponían estos artefactos. Con el tiempo y con más horas de hablar de manera extra laboral con Oleandra, Aaron concluyó que lo del valor monetario de un smartphone era pretexto, y que los motivos de la renuencia de Genevive yacían en el miedo. Casi creía que a través de un smartphone podrían violar a su hija. Y este miedo, que era el padre de un comportamiento retrógrado, tenía un padre a su vez, o se suponía que lo tenía, y el tiempo para que saliera a la luz estaba contado.
Las sesiones de ensayo y grabación con Oleandra no estaban rindiendo como en los mejores momentos, y Aaron tomó la decisión más estúpida de su vida. Las horas y horas no consecutivas que pasaba con Oleandra en las calles y centros comerciales le estaban haciendo sentir que ya eran amigos y que, él tenía alguna especie de deber de ayudarla. Vio una promoción de un operador de Smartphone y se dijo ¡Eureka! Daban dos por uno. Acutalizaría el suyo y obsequiaría el segundo a Oleandra. Pensó, ingenuamente, que al no tener costo para él, no se vería mal. Y así lo hizo. Oleandra estaba feliz de nuevo, porque tenía como cubrir al 100% con las necesidades de comunicarse de agitados tiempos en que vivían. Ya no se sentía más una cavernícola queriendo cantar en Internet. Durante un par de meses más, el trabajo de Oleandra como cantante YouTuber estuvo en pleno, y lo mejor, su canal empezó a obtener ganancias. Oleandra no necesitaba un nombre artístico. Su nombre real, juzgaba Aaron, ya sonaba lo suficientemente hermoso. Cuando se lo dijo, ella brincó sobre él para abrazarlo. Se acaballó en él. El problema fue que lo hizo delante de otros jóvenes talentos que se quedaron atónitos viendo. Aaron debió haberle advertido sobre sus muestras de afecto, pero ya era demasiado tarde para hacerlo.
Casa nueva, éxito en AC Records, jóvenes talentos a raudales… ¿qué seguía? Una sucursal del estudio en xoxoxox. ¿Por qué no? Aaron creía ingenuamente que además de trabajar duro y derecho, el haber tenido una atención personal con una de sus protegidas en necesidad, había sido algo honorable. Pero ni siquiera fue algo deshonroso, sino muy, muy estúpido.
Los especiales de Navidad y año nuevo habían sido lo mejor de AC Records durante meses, y para feberero se preparaban para San Valentín. Canciones, galas y live concerts. El apogeo de AC Records. Hasta que…
—¿Señor Caradine? ¿Aaron Valentine Caradine? —le preguntó un oficial de policía, interponiéndose entre él y su auto.
Se acababa de aparecer, obviamente estaba esperándolo para sorprenderlo y estaba intimidándolo con su actitud, uniforme y estatura. Detrás de él venía otro agente.
—Sí, soy yo…
—Está bajo arresto…
A continuación, el uniformado recitó su retahíla típica.
El motivo del arresto fue “corrupción de menores”, pero a Aaron no le explicaron mucho más. Permaneció detenido por un par de días hasta que, por falta de pruebas, fue puesto en libertad, pero sobre él pesó una demanda de parte de Genevive de la que se dio parte a través de una citación. Aaron llevaba tres días sin acudir al estudio y de hecho, no volvería ya. Pero eso no era todo, no solo su próspero negocio terminaría sino que su matrimonio también. Asenath estuvo viendo durante esos tres días en que su marido estuvo bajo arresto, el diluvio de videos en internet donde diversos YouTuber que nada tenían que ver con AC Records, sacaban provecho de su acreditado nombre, para obtener visitas, suscripciones y likes, dando la polémica noticia del arresto del director de la agencia por abuso de menores. El negocio, su matrimonio y su vida personal se derrumbaron en dos o tres días. Pero lo peor todavía estaba por venir.

 

Continuará

 

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