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Antonella y Rebecca – Mejores amigas.

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Soy un padre soltero, no tengo suficiente tiempo para cuidar a mi pequeña Antonella de cinco año; así que decidí inscribirla en una guardería de los alrededores.     Allí conocí a Miguel que también venía a inscribir a su hijita de cinco años, Rebecca.     El lugar estaba lleno de pequeñas nenas con sus madres, él y yo éramos los únicos hombres, así que rápidamente congeniamos y nos hicimos amigos.     Mientras completábamos el tramite de inscripción presentando la documentación necesaria, vine a saber que también él era padre soltero.     La madre de Rebecca había ido a realizar un curso en el extranjero y no había regresado.     Yo le conté que la madre de Antonella había sido una menor de edad con problemas de drogadicción, así que los tribunales me asignaron a mí la custodia exclusiva de la nena.    La joven madre murió al año siguiente producto de una Over dosis.

 

 

Al momento de cancelar por la aceptación y la inscripción de mi hija a la guardería infantil, me sorprendió saber que los padres solteros estaban excepto del pago.     Por mi estaba bien.

 

 

Desde el primer día que nos conocimos Miguel y yo, a menudo hablábamos entre nosotros cuando estábamos dejando o recogiendo a nuestras bebitas en la guardería.    Pareció natural que nuestras hijas se convirtieran en las mejores amigas; siempre jugaban juntas mientras estaban en la guardería infantil.     Incluso comenzamos a visitarnos entre él y yo para que nuestras hijas compartieran y jugaran juntas.

 

 

Fue en una de esas convivencias de juegos en la casa de Miguel durante el periodo de vacaciones que todo dio un vuelco extraordinario y sorpresivo.     El tórrido clima del verano en el hemisferio austral nos tenía a todos exhaustos y acalorados.     Miguel tenía una piscina de esas que se montan en el patio y su hija Rebecca estaba jugando en el agua vestida solo con unas pequeñísimas bragas blancas de material muy delgado.     Antonella apenas la vio allí, me pidió permiso para reunirse con su amiga quitándose la ropa y quedando en bragas igual que ella.     Todo parecía bastante inocente, así que por supuesto que accedí.

 

 

Miguel y yo nos sentamos cerca bebiendo una cerveza, para asegurarnos que las nenitas no pasaran ningún peligro.    Saltaban, gritaban y se reían tirándose agua la una a la otra.     Después de un rato, noté que podía vislumbrar claramente el diminuto coño de Rebecca con sus bragas muy ajustadas a su ingle.     En tanto las bragas de Antonella eran gruesas y pesadas, se llenaban de agua y a cada rato se le deslizaban por sobre sus nalguitas blancas y ella cada vez las tiraba hacia arriba, arriesgando de enredarse en sus piernas y caer.      Fue entonces cuando Rebecca grito a su padre:

—¡Papi! … ¿Puedo jugar en la piscina sin bragas? …

Miguel ni siquiera lo pensó y contestó:

—Sí puedes, cariño …

Ante esta situación, Antonella ni siquiera me preguntó, simplemente se quitó las bragas que no hacían más que estorbarla.     No pude parar de mirar el infantil coño desnudo de Rebecca y por supuesto el familiar coño de mi propia hija; traté de compararlos.     Eran diferentes, mi hija siempre había tenido su chocho con labios protuberantes, en cambio el coño de Rebecca parecía muy escondido en medio de sus piernas.    Solo a veces lograba ver su fina hendedura en medio a su entrepierna, pero fue suficiente para darme una tremenda erección.     Miguel notó mi mirada insistente al lampiño coño de su hija y me sorprendió diciendo:

—No crees que se ven muy sexys así sin ropa, ¿eh? …

—Bueno … sí … supongo que sí …

Respondí mirando los infantiles cuerpecitos desnudos que brillaban mojados bajo el sol ardiente.

—Veo a Rebecca desnuda todo el tiempo … me parece agradable de tu parte que dejes a Antonella bañarse desnuda … es bueno para ambas … además, tienen hermosos traseros, ¿no crees? … en especial tu Antonella …

Me dijo en una extraña manera.     En principio no supe que responder, solo trataba de ocultar mi furiosa erección.     Él estaba mirando descaradamente el cuerpo de mi hija, pero a su vez yo hacía lo mismo observando la curvitas femeninas de la pequeña Rebecca.     No dije nada, pero le encontré razón, ambas tenían hermosas posaderas infantiles.     Se hizo un incomodo silencio mientras nos complacíamos a observar los cuerpos desnudos de nuestras hijas jugando en la piscina poco profunda.    Luego se aclaró la garganta y me dijo:

—Mauro … ¿Puedo hacerte una pregunta muy personal? …

—Sí … por supuesto …

Hizo una pausa como para encontrar las palabras justas y lanzó su pregunta:

—Alguna vez, mientras bañabas a la pequeña Antonella … ¿Te excitaste? …

—¿Excitarme? …

—Sí … sexualmente quiero decir …

—Quieres saber si mi polla se pone dura cuando lavo a mi pequeña Antonella … ¿es eso? …

—Sí … es precisamente eso lo que te estoy preguntando …

No supe que responder, me confundí ante su inquisitiva pregunta, entonces volvió a preguntarme:

—¿Te bañas con ella? …

—¡Uhm! … Sí … a veces …

Lanzó una sonora carcajada y me dijo.

—¡Oh! … a Rebecca le encanta bañarse conmigo …

—Bueno … Antonella siempre me está pidiendo que me bañe con ella …

Pensé que quizás había dicho mucho, él inmediatamente me preguntó:

—¿Dejas que Antonella te toque tu polla? …

Miguel noto el rubor de mi rostro y agregó apresuradamente:

—… bueno … a mi siempre Rebecca toca mi polla mientras nos bañamos …

Inmediatamente noté que el se sentía un poco afligido.     Para sacarlo del aprieto respondí:

—Sí … Antonella también me lava la polla …

Me pareció surrealista la conversación que estábamos teniendo y casi no lo podía creer.

—¡Oh! … ella lava tu polla … Rebecca se entretiene también a lavar mi polla … apuesto que ella hace que tu polla se ponga dura, ¿verdad? …

Cuando vio que no respondí de inmediato, añadió:

—… Rebecca siempre hace que mi polla se ponga dura como palo …

—¡Ehm! … Sí … Antonella también hace que mi polla se ponga dura …

Nos quedamos silentes por varios minutos contemplando a nuestras hijas desnudas chapotear en la piscina.     Entonces Miguel me preguntó:

—Mauro … alguna vez dejaste que la pequeña Antonella jugara con tu polla fuera del baño, ¿eh? …

No terminaban de sorprenderme las preguntas de Miguel.   Otra vez, antes de que pudiera responder, él dijo:

—… yo deje que Rebecca jugara con mi polla fuera del baño …

—Bueno … sí … Antonella también ha tocado mi polla fuera del baño …

Admití un poco a regañadientes.     Él se rio socarronamente y me preguntó:

—¿Y tú? … ¿Has tocado alguna vez su coñito virgen fuera del baño? …

Lo miré fijamente pretendiendo no entender y respondí con fingida ofuscación:

—¡Hablas en serio! … ¡Por supuesto que no! …

Me miró con una chirigotera sonrisa en su rostro, yo sabía que él ya sabía que yo estaba mintiendo.

—¡Uhmmm! … no … no te creo … apuesto que ella ama cuando tú le tocas su coñito … Rebecca me lo pide casi todos los días … ella adora cuando yo juego con sus conchita …

—Bueno … sí … está bien … a Antonella le gusta cuando le hago cariñitos en su panocha

Miguel se puso rojo, con un brillo perverso y malévolo en su rostro y volvió con una de sus insólitas preguntas:

—Mauro … has pensado alguna vez de ir más allá, ¿eh? …

Traté de ignorarlo contra preguntando:

—¿Qué quieres decir con eso de ir más allá? …

—¡Ehm! … bueno … has pensado en dejar que Antonella te chupe la polla, ¿eh? …

Esto definitivamente estaba yendo demasiado lejos.     Cuando no respondí, se rio irónicamente y me dijo:

—… ¡vamos! … ¡adelante! … ¡puedes decírmelo! … ¿nunca has pensado que la pequeña Antonella envuelva con sus labiecitos tu pene? …

¡No! … Nunca …

Mentí desvergonzadamente:

—¡Huevadas! … ¡Estás mintiendo! …

Resopló levantándose para ir a buscar otra cerveza para mí y para él.     En su ausencia me sentí extraño y expuesto ante Miguel, pareciera que él supiese todo sobre mí y Antonella.     Siempre tuve miedo de ser descubierto, ahora que un extraño parecía saber todo de mí, era como un alivio.      A veces este secreto me hacía sentir un tremendo peso, ahora todo eso comenzaba a desaparecer.     Había otro ser que hacía las mismas cosas que yo con mi hija.     Tal vez la cosa no era tan monstruosa como yo pensaba.

 

 

Durante el último año, Antonella había estado chupando mi polla al menos dos o tres veces a la semana.      No toda, solo mi cabezota.      Todo tuvo inicio una vez que ella me sorprendió acariciando mi verga.     Le había dicho que era porque me dolía y quería sentirme mejor, ella se acercó y dijo que ella cuando se hacía algún daño se daba besitos y pasaba la lengua.     Cuando lo intentó con mi polla la dejé y luego la animé a que se lo llevara a su boquita.     Ella lo hizo para aliviarme y comenzó a besar y a lamer mi polla, le gustó, bueno también a mí me gustó y pensé ¿por qué no?     Claro que no me corría en su boca, siempre me detenía antes de estallar y la dejaba que me terminara con sus manitas.     Desde el principio le fascinó verme eyacular, siempre gritaba y chillaba de alegría viendo los chorros de semen volando sobre mi vientre.

 

 

Cuando volvió con las cervezas, dijo que hacía demasiado calor y había que proteger a las chicas, así que las llamó fuera de la piscina para ponerles protector solar.      La pequeña Rebecca se acercó rápidamente a su padre y este comenzó a friccionar su cuerpecito desnudo con la crema protectora.    Pasó sus manos por todas partes sin dejar ningún lugar intacto.     Luego me arrojó la botella a mí y Antonella se acercó para que le espalmara el lechoso aceite sobre su cuerpo, hice lo mismo que hizo Miguel.     Claro que no me entretuve demasiado sobre su coño ni sus nalguitas como lo había hecho Miguel con Rebecca.    Con el cuerpo aceitoso y brillante, Miguel les dijo que podían volver a jugar a la piscina.

 

 

Sorbiendo un poco de cerveza Miguel, siguió con el tema:

—¿Te gustó? … ¿Te excitó verme acariciar a Rebecca? … yo me excité viéndote espalmar el aceite sobre el cuerpo de tu hija …

—Sí … debo confesar que me excité un poco …

—Deberías haberte ocupado un poco mejor de sus hermosos glúteos …

Sin decir nada más Miguel comenzó a hablar de futbol, política y otros temas diferentes.     Diez o quince minutos después, las chicas salieron del agua manifestando que tenían hambre.     Miguel y yo dejamos nuestra conversación de lado y comenzamos a secar a nuestras nenitas con una toalla.     Vi como Miguel secaba a Rebecca, metió la toalla entre las piernas de la chicuela y sobre su coño sin vellitos muchas veces más de lo que realmente era necesario.

 

 

Se percató de que yo lo miraba, soltó la toalla y decididamente paso los dedos en la ranurita cerrada de su joven hija, Rebecca se hecho a reír apretando sus muslos.     Observé incrédulo cuando la penetró con su dedo índice justo en frente de mí.     En ese preciso momento estaba terminando de secar a Antonella, ella se paró frente a mí y con su vocecita de nenita me preguntó:

—Papi … ¿Me vas a tocar mi gatita para ver si esta sequita de pipi? …

Nerviosamente pase mis dedos por la rajita sin pelo de Antonella en frente a un sonriente Miguel.     Me incliné a recoger el vestido de mi hija, pero él me dijo:

—Déjala desnuda … Rebecca está acostumbrada a jugar desnuda … les hace bien …

Habían pasado ya tantas cosas, que no me pareció algo descabellado.     Me encogí de hombros y tiré el vestido de Antonella sobre el respaldo de la silla.     Nos fuimos a la cocina, Miguel sirvió unos dulces y leche con sabor a chocolate, que las chicas comenzaron a devorar con ansias.     Miguel se rio mientras miraba a las dos chicuelas.

—¿No se ven preciosas desnudas? …

—Sí … creo que tienes razón …

 

 

Cuando terminaron de comer y beber, volvimos al patio.     Vi como Miguel se sentaba y levantaba a mi Antonella en su regazo y mirándome comenzó a hacerle cosquillas.     Pronto con todos sus saltos y contorsiones estaba sentada con sus piernecitas a horcajadas en el regazo de Miguel y su coñito ligeramente abierto.     Dejo de hacerle cosquillas y simplemente comenzó a frotar su vientre en círculos cada vez más amplios hacia abajo y hacia arriba, rozó sus pezoncitos y fue bajando bajo su ombligo.     Cuando vio que no me opuse, alcanzó su montículo gordito y calvo.     Con una extraña sonrisa miro directamente hacia mí y bajó su mano a su entrepierna, haciendo una serie de mariguanzas con sus dedos sobre la vulva lisa y pelada de mi pequeña Antonella.

 

 

Me sorprendió ver a Miguel toqueteando el coño de mi hija.     Pero no me quejé ni protesté, tampoco intenté detenerlo mientras el restregaba suavemente sus dedos sobre el coño de Antonella una y otra vez.      Solo me senté boquiabierto mientras él manoseaba la conchita lampiña de mí hija.    A un cierto punto él le preguntó a mi hija.

—Antonella … ¿Te gusta como froto tu pipi, así como lo estoy haciendo? …

Antonella se rio como una nenita y dijo:

—Sí … mi pipi se siente bien … es como cuando papi me toca ahí …

Jadeé y respiré profundamente al escuchar a mi pequeña hija decirle al padre de su mejor amiga que le gustaba ser tocada así y que yo también lo hacía.     Puse mi mano sobre mis pantalones para disimular la desmedida erección bajo mis pantalones donde mi polla palpitaba furiosamente.     Miguel me vio y se rio entre dientes.

—Mauro … Te excitas viéndome tocar el coño de Antonella, ¿eh? …

Permanecí sentado mirando a Miguel manoseando el cuerpo de mi propia hija.     Con una mano me dio unas palmaditas sobre la mano que cubría mi polla, mientras con la otra continuaba a acariciar el coño infantil de mi hija.     Con sus dedos frotó sus pezones en su pecho plano, haciéndolos sobresalir aún más.      Increíble, pero él tenía razón me estaba excitando, viéndolo tocar a mi pequeña.

 

 

En un dado momento Miguel separó los labios de su coño con sus dedos, jadeé en estado de shock y metí mi mano dentro de los pantalones para apretar mí polla palpitante y dura.     Miguel me observó y me sonrió mientras deslizaba su dedo en el rosado coño mojado de Antonella.     Encantado espetó:

—¡Qué afortunado eres! … ¡Tú hija sigue siendo virgen! … ¡Puedo palpar su himen! …

Antonella respiraba afanosamente con los ojos cerrados y cada pocos segundos soltaba un gemido suave siempre que Miguel movía su dedo dentro su párvulo coñito.     Se sentó abrazado a ella con una gran sonrisa en su rostro, tocándola suavemente con los dedos y follando a mi pequeña hija delante de mí.

 

 

Luego repentinamente Miguel se puso de pie y después de abrir el cierre de sus pantalones, los dejó caer junto a sus boxers hasta los tobillos.     Se volvió a sentar con su polla bien parada apuntando al coño de mi hija.     Antonella se inclinó y comenzó a acariciar la tiesa verga de Miguel y poco a poco fue acercando su boca hasta besar su polla, luego comenzó a lamerla.

 

 

Estaba mesmerizado viendo el comportamiento de mi hija con el padre de su mejor amiga.     Sentí las manos de Rebecca intentando abrir mis pantalones, de momentos la alejé, pero cuando insistió la dejé hacer.    Tan pronto como abrió mis pantalones se posesionó de mi polla sacándola fuera.    Ella comenzó a acariciar mi polla mas o menos en el mismo modo en que mi hija tocada la polla de su padre.

 

 

Me acomodé en mi silla con los ojos bien cerrados, pensé que estaba teniendo una especie de sueño increíble.     Cuando sentí que Rebecca besaba mi cabezota abrí los ojos de golpe, la mitad de mi polla desaparecía en su minúscula boquita mojada.     La vi esforzarse de verdad tratando de engullir más de mi polla en la profundidad de su boca.

 

 

Jadeé con afano y miré a Miguel sonriéndome.     Lo que era peor, fue que Antonella estaba viendo como su mejor amiga chupaba mi polla.     Como por repica, abrió ampliamente su boca e intento tragarse por entero la polla de Miguel, pero termino tosiendo y haciendo algunas arcadas.

 

 

Miguel colocó la mano en la nuca de Antonella y la empujó sobre su pija, obligándola a tomar cada vez más de su polla tiesa que era un poco más grande que la mía.     Se retiraba de golpe y luego volvía a meterla con fuerza en la boca de mi pequeña.     Luego comenzó a balancearla, animándola a mover su boca hacia arriba y hacia abajo sobre su polla, cada vez más rápido.    

 

 

Cuando lo vi que estiraba sus piernas y empujaba la cabeza de mi hija más fuerte contra su polla, supe que se iba a correr en la boca de Antonella.     Segundos después gruño cuando su polla explotó en la boca de mi chicuela.    Vi como Antonella luchó por levantar su cabeza, pero Miguel no la dejó y la mantuvo pegada a su polla.

 

 

Tan pronto como terminó de eyacular, le soltó la cabeza y Antonella se levantó de golpe en busca de aire.     Respiró profundo mientras me miraba con una mirada un poco confusa y gotas de semen deslizándose por la comisura de su boquita.     En ese momento preciso, mi polla explotó en la boca de Rebecca, la cual se pegó a mi polla y no se dejó escapar ni una sola gota.     Demostrando su temprana experticia a solo cinco años.     Me sentí bastante shockeado al respecto, no me parecía verdad que me había dejado mamar la polla por una chicuela de tan solo cinco años; ni tampoco que mi hija, a su vez, había mamado la polla del padre de su mejor amiga teniendo también apenas cinco años.

 

 

Rápidamente me puse de pie y me subí los pantalones.    De prisa pasé el vestido de Antonella por sobre su cabeza y escapando casi, le dije a Miguel:

—Oye … tengo que llevar a Antonella a casa … hablaré contigo más tarde …

Salí corriendo de su casa y acomodé a la pequeña Antonella en el asiento infantil en la parte trasera de nuestro auto; me subí de prisa y arranqué con dirección a casa.     En el camino a casa no dijimos nada mi hija y yo, conduje en silencio tratando de pensar en alguna explicación de darle a mi propia pequeña por todo lo que había pasado.

 

 

Tan pronto como llegamos a casa, liberé a Antonella de su asiento y la llevé a nuestra sala de estar:

—Siéntate, tesoro … quiero hablarte sobre lo que sucedió en casa de Rebecca …

Antonella se sentó frente a mí y cruzo sus piernecitas, su vestido se levantó y expuso su lampiño coño infantil todavía enrojecido.    ¡Mierda!  Olvidé sus bragas en casa de Rebecca.     Cuando Antonella me vio observando su coñito, levantó su vestido hasta la cintura y separó sus rodillas para meter en muestra su panocha aún más:

—¿Papi … vas a jugar con mi pipi como lo hizo el papá de Rebecca? …

—¡Ay, niña! … los papás no deberían jugar con las gatitas de sus hijas …

—¿Por qué no, papi? … Rebecca me dijo que su padre siempre lo hace …

Me dijo inocentemente mi pequeña.     Yo le había acariciado su diminuta panocha muchas veces, pero nunca le había metido mis dedos dentro como vi hacerlo a Miguel.

—Bueno … puede ser … pero algunas personas piensan que eso no está bien … y papá podría meterse en serios problemas si alguien se entera …

—Por favor, papi … juega con mi pipi … así como lo hizo el papá de Rebecca … nadie lo sabrá porque no lo diré a nadie … 

Mientras lo decía me mostraba su chochito y separaba sus labios, a continuación, empujó sus propios deditos dentro de su panocha infantil.     No se como ni cuando mi hija había aprendido a masturbarse, pero es lo que estaba haciendo delante de mí, mientras mi polla se endurecía como fierro.

—Cariño … nunca … te repito … nunca podrás decirle a nadie sobre papá tocando tu pipi … esto tiene que ser un secreto entre tu y yo … de nadie más … ¿entiendes? …

Cuando agarré el dobladillo de su vestido, Antonella automáticamente levantó sus bracitos para que le quitara su vestido por sobre su cabeza.      Alí estaba otra vez mi nenita desnuda, con sus piernas bien separadas y los labiecitos de su coño mojados por sus fluidos, expectante para que yo tocara su conchita.

 

 

Me puse de pie y levanté a mi pequeña en mis brazos para llevarla a mi dormitorio donde la acosté en la cama matrimonial.     Antonella en manera divertida y descarada me sonrió y abrió ampliamente sus piernas, mirándome de una manera realmente sexy para una chicuela de tan solo cinco años.     Me chupé mi dedo medio con bastante saliva y lo pasé por sobre su coño sin pelo, me sorprendió lo suave, lo hinchado y lo caliente que se sentía.     Lo paseé sobre su panocha virgen, con todo cuidado, pero ella me dijo:

—Mete ese dedito dentro, papi … hazlo como lo hizo el papá de Rebecca … quiero sentir esas cosquillitas otra vez …

Cuando empujé finalmente mi dedo dentro del cálido coño de Antonella, sentí la punta de mi dedo tocando una barrera física, era su himen que me impedía ir más adentro.     No quería tomar su virginidad de este modo tan insensible, así que moví mi dedo sin pasar ese límite sacro de su femineidad.

 

 

Mi mente todavía me torturaba con flashazos de arrepentimiento para que me detuviera.     Este no soy yo.     Yo no soy un pedófilo.     Pero mi polla palpitaba por sí misma dentro de mis pantalones obligándome a seguir y no detenerme

 

 

Comencé a follar su coño de cinco años delicadamente, su vulva se contrajo y se aferró a mi dedo.     Antonella se agitó y chillo tratando de mover su pelvis para follar con mi dedo.     Tenía sus ojitos cerrados y respiraba entre gemidos.     Me sorprendió sobre manera lo mojado que estaba su chocho.     ¿Podría una nena de cinco años alcanzar un orgasmo?

 

 

Mientras bombeaba mi dedo dentro y fuera de su ajustado coñito, tomando todos los resguardos para no rajar su himen, noté que sus fluidos comenzaban a escurrir por mi mano.     Sentí un irrefrenable deseo de probar el sabor de mi hija, saqué mi dedo de su pequeña vulva y me lo llevé a la boca.     Lo chupé y lo saboreé, era un maná divino producido directamente de su coño celestial, me pareció estar en el paraíso.     Sabía tan bien que yo quería más de ese dulce néctar.     Me incliné y sediento enterré mi rostro entre sus muslos, comencé a lamer follándola con mi lengua su sabrosa panocha.     Nunca había hecho eso antes.      De su joven coño sin pelo comenzaron a escurrir más líquidos que embadurnaron mi cara.     Chupé y bebí sus jugos, ella estaba gimiendo ahora más audible y empujaba su vulva contra mi boca y hacia abajo, frotando su clítoris con mis labios.

 

 

Cerca de un minuto después, Antonella convulsionó entre chillidos agónicos de placer, su cuerpecito se estremeció, sus bracitos estaban plegados hacia arriba y su cabecita se movía sobre la almohada de lado a lado.      Lanzó varios chorritos desde su rajita.     No hizo ningún intento de escapar, solo llegaba a saltar cuando le daba golpecitos sobre su clítoris.     Tampoco me empujó, seguí follando su pequeña hendedura con mi lengua hasta que se calmó del todo.     Respiraba tan fuerte que sus fosas nasales se hundían.     Luego abrió los ojos:

—¡Oh, papi! … No sé que me pasó … ¿Por qué me salió pipi? … Tuve un accidente, ¿verdad? …

—No, preciosa … no tuviste ningún accidente … eso sucede cuando tu pipi se excita y le gusta que le toquen y chupen … eso se llama orgasmo, tesorito …

—¡Oh! …

—Cariño … ¿recuerdas cuando el papá de Rebecca llenó tu boca con su crema? …

—¡Oh, sí! … eso me gustó mucho, papi …

—¿Y te tragaste todo? …

—Sí, papi … era como una cremita de yogurt … tibia y suave … solo un poquito salado … 

—Eso sucede al hombre cuando alcanza su orgasmo, cariño …

—Eso ya lo sé, papi … pero tú nunca me has dado tu cremita … ¿me dejas probarlo? … ¿puedo tragarme tu cremita, papi? …

Su carita y sus palabras tan tiernas, llenas de inocencia, me hicieron comprender que ya no había vuelta atrás.     Había cruzado todos los límites, no había ninguna barrera que me pudiera detener.     Me encontraba en un territorio nuevo e incestuoso con mi nenita de cinco años.     Me puse de pie sobre la cama y aferré mi polla dura, comenzando a magrear mi pene mientras mi bebita me observaba atenta recostada en la cama, cuando estaba a punto de correrme, llame:

—Ahora, Antonella … chupa a papi … chúpame tal como lo hiciste con el papá de Rebecca … chúpame la polla, hijita … chúpamela toda … ¡Ummmmmm! …

Antonella apresurada se paró delante de mí e inclinando un poco su cabecita, se tragó mi polla profundamente, como nunca lo había hecho.     Sus mejillas se hundieron con sus chupadas, parecía como si estuviera chupando un mate.     Mi polla no aguantó tal delicia y explotó con densos borbotones de semen caliente en la boca de mi nenita, tosió e hizo alguna arcadas casi ahogada, pero no se detuvo y bebió tragándose todo lo que yo le disparaba en su boca.     Pensé que ella se sacaría mi polla de su boca, pero no, se quedó como pegada a mi ingle agarrándome de mis muslos y no cesaba de tragar.     Antonella se tragó fácilmente las últimas descargas y siguió succionando mi polla alegremente.      Mi polla comenzó a ponerse blanda, solo entonces ella se despegó y la dejo salir de su boquita de algodón.      Levantó sus ojitos hacia mí y me regaló una indescriptible sonrisa de felicidad mientras relamía sus labios lucientes de semen fresco.

—Tú cremita también es rica, papi … ¿puedes darme otro poquitico? …

Todavía respirando con afano, miré a mi pequeña hija sedienta de semen y le dije:

—Luego, tesoro … el pipi de papá necesita descansar … podremos hacerlo después de cenar …

Me bajé de la cama, me puse la bata y me fui a la cocina para preparar un refrigerio para hacer cenar a mi chicuela.      No podía quitarme de la cabeza lo que había sucedido en la casa de Miguel y su hija Rebecca.     Necesitaba hablar con él y averiguar si era su intención atraparme sexualmente interesado en mi pequeña princesa.     Él me había dicho que debería ir más lejos con mi hija, ¿A que cosa se refería con eso?    ¿Hasta donde había ido él con la pequeña Rebecca?    ¿Querría ir más allá también con mi pequeña Antonella?

 

 

Cuando Antonella entró a la cocina todavía estaba desnuda, mi polla reaccionó bajo mi bata mientras contemplaba su harmonioso cuerpo infantil.     Le dije:

—Siéntate a la mesa para cenar … y bebe tú leche …

—Papi … ¿puedo cenar frente a la televisión? … por favor …

Lleve su cena y vaso de leche a la sala de estar y ella se sentó frente a la pantalla.     Mientras veía los dibujos animados en la televisión, la vi deglutir su alimento y beber su leche.     Un hilo de leche escapó por la comisura de sus labios y aterrizó en su pecho plano.     Imaginé fuese semen goteando sus inexistentes tetitas.

 

 

Pensé que, dado los acontecimientos, debía explicarle algunas cosas sobre el sexo.     ¡Tenía solo cinco años!  ¡Demasiado chica para que entendiera todo sobre el sexo?   Ella ya sabía algo desde cuando la dejé jugar con mi pene y yo froté su coño.     Pensé que podría hacerla ver algún video porno, pero luego deseché tal idea.     Había solo una persona al mundo con la cual podía hablar sobre estos sucesos, Miguel.     Parecía que él había tenido experiencia con chicuelas jovencitas.     ¿Se habrá follado él a su propia hija Rebecca?   ¿Querrá follar a Antonella?   ¿Habrá follado también a otras muchachitas jóvenes?   Fue entonces que deduje que no había otro modo para encontrar respuestas a mis inquietudes, solo volver donde Miguel.

 

 

Una vez que Antonella terminó de cenar, llegó la hora de bañarla.     Como ya estaba desnuda, eso facilitaba las cosas.     Primero la ayudé a bañarse a ella, luego me quité la bata y me metí a la bañera sentándome frente a ella, pero esta vez fue diferente.      No la dejé enfrente de mí, la tomé y la puse en mi regazo con la espalda apoyada a mi pecho y mi dura polla aflorando entre sus piernecitas.

 

 

Antonella inmediatamente se puso a jugar con mi polla , moviéndola de lado a lado.    Le encantaba empujar mi pija bajo el agua y verla emerger de vuelta una y otra vez, como un muñeco porfiado.    Luego comenzó a restregar su vulva contra mi tieso garrote.    Le mostré como acariciar mi polla, envolviendo su manito alrededor de mi asta y moverla hacia arriba y hacia abajo.     Mientras acariciaba mi polla, deslicé mi mano sobre su pechito plano tratando de atrapar entre mis dedos sus diminutos pezones, con la otra mano me dediqué a sobajear su vulva pelada.     Antonella ensanchó más sus piernecitas y me dijo:

—Empuja tu dedo en mi pipi, papi …

Delicadamente comencé a penetrar su cálido y apretado orificio, Antonella gimió y me dijo:

—… te amo, papi …

Le besé suavemente su nuca respondiendole:

—Yo también te amo, nenita … y me encanta tu pipi …

Mi polla estaba dura que me llegaba a doler, estaba desesperado por correrme y desahogarme, coloqué mi mano encima de la pequeña mano de Antonella y comencé a acariciar mi polla con mayor vehemencia.

—¡Oh! … ¡Cristo Santo! … ¡Me voy a correr! …

Dije casi gritando mientras mis caderas se movían en consonancia con mis caricias y las de mi nenita, ahogué un alarido de goce cuando disparé la primera andanada de gruesas hebras de nacarado semen hacia arriba, todo ese espumajo pegajoso aterrizo sobre el rostro de mi bebita y en su cabello.     Pensé de haberla asustada, pero ella se rio con entusiasmo diciendo:

—¡Lo hice, papi! … ¡Lo hice! …

—Sí, cariño … lo hiciste … hiciste muy feliz a tu papá …

Respondí una vez que pude articular alguna palabra coherente.     Mi bebita se limpió el esperma de su cara con los dedos y luego de observarlo de cerca, procedió a lamerlo de sus deditos, acción que repitió hasta dejar completamente limpia su carita.    Antonella había descubierto que le encantaba el semen.     Mi vida nunca volvería a ser la misma.      Todavía magreando delicadamente mi verga, Antonella me dijo en su vocecita implorante:

—Me das más, papi … por favor … ¿puedo tener otro poco de tu crema? …

—Tendrás que esperar hasta que estes conmigo en la cama esta noche …

—¿En tu cama, papi? … ¿Me vas a hacer dormir contigo? …

—Sí, nenita … vamos a estar juntitos … quiero lamer tu pipi antes de que te duermas …

Dije sin poder ocultar mi sonrisa de satisfacción.     Tenía sexo con mi hijita de cinco años y ya no había arrepentimiento alguno que me pudiera detener.

 

 

Antonella se entusiasmó mucho y lo único que quería era salir del baño e irse a mi dormitorio.     Me la encontré sobre el edredón de mi cama boca abajo totalmente desnuda, la visión de sus blancas nalguitas me atrajo como un magneto, apreté sus cachetes delicados y suaves, luego con ambas manos separé sus glúteos, contemplé mesmerizado el diminuto y oscuro orificio en su traserito.     Era marrón y un poco engurruñado, se veía limpio y fresco después de su baño.     Me recosté detrás de ella y empujé mi lengua en ese liliputiense agujerito y comencé a lamerla y a follar con mi lengua su culito.

 

 

Su culo era agradable, lo mojé con mi saliva bien mojado, saqué mi lengua y presioné mi dedito índice contra ese pequeño hoyito y me sorprendió lo fácil que fue meter mi dedo, penetre su joven trasero lo más profundo que pude.     Antonella chilló y gimió cuando comencé a follar su estrecho culo con mi dedo.     Ese fue el momento en que pensé que debía follarla por el pequeño culo de ella.     Sentí sus insistentes chillidos:

—¡Papi! … ¡Papi … dijiste que me ibas a dar más crema! …

Mi polla estaba que estallaba sin siquiera haberme tocado, comencé a magrear mi pene mientras la veía revolcarse en la cama sintiendo las penetraciones a su culito.     Cuando no pude aguantar más, me boté de espaldas y le dije a Antonella:

—Ahora, cariño … es todo tuyo … saca mi crema …

Antonella dio un salto y se colocó arrodillada a mi lado, envolvió mi polla con sus manitos y metió mi pene en su boca, aprisionando mi glande, luego comenzó a zarandear mi pene hacia arriba y hacia abajo.     Chupó desesperada e hizo que mi polla explotara dentro de su boca y no me soltó más, tragó todo, chupando mi polla que la alimentaba.

 

 

Esa noche antes de que Antonella se adormentara, me chupó la polla una vez más.     Después de darle su cuota de lechita por segunda vez, lamí su coño incansablemente hasta hacerla estremecerse dos veces consecutivas.     Su párvulo coño era la cosa más deliciosa saboreada en mi vida, un néctar, un manjar de dioses que rayaba en lo divino.     Esos eran los fluidos del coño de mi dulce nenita.

 

 

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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias.  Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

 

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