Adolescentes Jóvenes

Colegialas en la calle del cartucho

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Andrea, Maleja y Brenda. Tres bombones de 15 años apenas cumplidos, a punto de graduarse de bachilleres. El típico grupo de mejores estudiantes, más cachetosas (con más clase) que los demás y por la punta de un alfiler, más maduras que el promedio de sus compañeros. Parecía que el destino las hubiere unido no solo por sus estatus y aplicación, sino por su apariencia y estatura. Parecían hermanas. La única voluptuosa era Brenda, y la única cuyo cabello no era negro sino castaño era Maleja. Por lo demás, el molde de donde habían salido podría haber sido el mismo. Andrea tenía cara de niña, Maleja de súper modelo y Brenda de alta-alta ejecutiva.

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Imagen meramente ilustrativa

—¿Usted dónde vive profe? —me preguntó Brenda.  
Lamenté que lo hiciera. A estudiantes de distrito se les puede contestar esa pregunta sin prevención. Pero a estudiantes ricos no. No obstante lo hice.
—En Los Paujiles.
—Y ¿eso dónde es? —me preguntó.
Pero Maleja, que no vivía al Norte sino en el Centro, sí estaba familiarizada con mi barrio de residencia, que era… ¿cómo decirlo? Una olla. A ella, se le abrieron sus amielados ojos y se se le salió un impresionado uich.
—Uich ¿qué? ¿Cómo que uich?
—No, no señor, nada —disimuló.
Andrea apretó tanto una risilla que se le marcaron los hoyuelos de las mejillas.
—¡Estoy jugando, no te preocupes! —reí.
—¡Ah! ¿No vive en Los Paujiles? ¿Entonces dónde?
—No, tarada —intervino Maleja—. Él sí vive en Paujiles, pero está jugando a ponerse bravo porque usted abre esos ojos como tasas.
—¿Y cómo es Paujiles? —quiso saber Andrea.
—mmm… calles a 25 grados de inclinación con escaleras, callejones…
—¿De verdad a la policía le da miedo entrar allá? —casi rió Maleja.
Luego habló la que más impresionada estaba: Brenda.
—Cuando yo era chiquita, yo no sé a qué diablos tenía que ir mi papá por allá. Eso es suba y suba y suba… ¡Yo tenía miedo!
Terminó con las manos sobre la boca, reprimiendo un sollozo.

Cuando le conté la simpática conversación a mi colega Roldán, apretó los labios y renegó con Disimulo. Él vivía a dos barrios de distancia de Paujiles. Roldán y yo solíamos tener conversaciones sobre los cegadores contrastes entre los estudiantes pobres y ricos. Los ricos salían con tonteras de ese tipo tan seguido que daba risa y rabia revueltas. Justo como para apretar los labios y renegar con disimulo.
—¿Le dio miedo Los Paujiles? —comentó él—. A ver cómo se sienten en la L.
Yo habría de entender su comentario hasta cuando hubiese cumplido su amenaza.
Así que este profe de filosofía, un poco corrido, organizó una salida de campo, específicamente con estas tres chicas. Las llevó, no a Paujiles, sino a un sitio que les hiciera pensar que Paujiles era un barrio estrato 6. Se le ocurrió que debían entrevistar a algunos habitantes de calle, jíbaros, zorreros, recicladores y chirretes de la reconocida L, que era el único remanente de lo que fue la calle del cartucho de Bogotá, a donde se fueron sus habitantes y dieron continuidad a sus actividades. La L eran una calle y su carrera, por eso el nombre. Allí se respira una mescolanza hedionda de heces, orines y marihuana. Las tres emisiones aromáticas provienen de las aceras. Ahí están las heces humanas resecas por el sol, los pantanos de orines en los puntos ciegos de los muros y los indigentes paciendo en las aceras. Los costados de las aceras pueden estar abarrotados, o bien toda la acera, de zorras a punto de colapsar con una montaña de material reciclable encima. También estarían sus caballos y la mierda de estos.
Las tres muchachas aceptaron ingenuamente el reto, atendiendo a sus egos. ¿Quién dijo miedo? Además, la promesa de una buena calificación las apasionaba. Ay, pobrecitas mis niñas. Yo les diré quién dijo miedo: Una vez, unos obreros trabajaban en la sede nueva del colegio y depositaban mezcla para echar la plancha más alta. Yo iba con Brenda y Andrea pasando por el parque. Repentinamente, se oyeron los chiflidos y aullidos de tres de los trabajadores. Yo no entendí y ni hubiese prestado atención, pero es que Brenda y Andrea no podían pasar desapercibidas.
—¡Ay profe, defiéndanos, nos quieren violar! —medio me gritó Brenda al oído.
Ambas me abrazaron por los costados. Qué sensación maravillosa, el calor y el aroma de ambas, la fuerza con que me agarraron y las prodigiosas tetas de Brenda aplastándose contra mi brazo derecho.
«¿Las quieren violar? ¡Pero si el primero soy yo!»¹ pensé. Miré hacia arriba pero los obreros ya se habían hecho los desentendidos. Igual, yo no pensaba reprenderlos, sino hacerles un like o quizá, devolverles el abrazo a ellas para alardear.
Pero para ir a L, a la que nunca se habían acercado siquiera, sí dijeron «¿Quién dijo miedo?».

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¹Esta anécdota fue originalmente publicada como microrrelato y rescatada en Anécdotas y reflexiones de haber sido docente de secu
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Los cuatro se bajaron del bus.
—Profe, ya me estoy arrepintiendo —confesó Andrea. Temblaba como una gelatina.
La primera parte de la lección de vida había sido no ir en carro particular, ni taxi. Sino en bus urbano. Para Andrea ya había sido demasiado.
—¡Ánimo Andreita! —Brenda le frotó la espalda.
Las tres iban ataviadas con sus uniformes, de falda más bien corta —nunca jamás pretendida para ir por ahí, menos por la L— con peto de cuadros azul claro entramados con más cuadros morados y cuadrícula rosada. Las calcetas estaban decoradas con moños traseros de color azul. Los zapatos eran de charol y se ajustaban con correa. Y el conjunto remataba con un blazer que les acentuaba la cintura. Sé que parece un uniforme  salido de una película porno, pero no. Es real.
—Profe, yo me devuelvo. Renuncio —agregó Andrea.
—¡Ay, Andrea, no sea gallina! —espetó Maleja—. Piense en la nota.
—No, la nota ya la tienen —intervino Roldán—. Con solo haber llegado hasta aquí ya tienen el 5. Las tres. Pero, lo que tienen qué hacer de aquí en adelante, es merecérselo.
Roldán sabía cómo manipularlas. Les había estado echando durante semanas la carreta de sus vidas, diciéndoles que los supuestos pensadores habían sido todos unos hijos de papi y mami, pero que los verdaderos pensadores vivieron la vida real. Que, ellas debían ver de cerca la vida real par que sus ensayos no fueran pura carreta. Que la experiencia les sería de tal impacto que sus pensamientos y escritos ya no parecerían nunca más de escolares, y que de ellos se darían cuenta sus profesores de universidad.
—¡Ni siquiera es por la nota! —exclamó Brenda, frotándose las sienes—. ¿Quiere seguir siendo una nena de colegio toda la vida? ¡En dos meses salimos de bachillerato, Andrea!
Roldán sonrió complacido, pero disimuló con un carraspeo.
Aquí las dejo. Vayan, entrevisten cada una a tipos cualesquiera que aquí las espero con las respuestas.

Después de un profundo suspiro, las tres inocentes bizcochitas de preparatoria se encaminaron hacia el parque tras el que se adentrarían en la famosa L. Voltearon a ver una decena de veces hasta desaparecer. Y ahí salí yo de entre las sombras.
—Usted está loco —le dije–. Vamos por ellas. Ya están bien asustadas.
Yo era un pelele. Hubiera sido un padre más consentidor que los padres que tenían de verdad (e incestuoso). Y Roldán me lo dijo.
—La lección apenas empezó.
—Al menos vamos con ellas —propuse, pero solo obtuve una burla.
—Vamos más bien le gasto un tinto.
Ala cabo de un par de minutos —según sabríamos después—, el efecto “mosca en leche” ya había rebasado todo antecedente en la L. Toda emisión de sonido y distracción se detuvieron abruptamente anta la exquisita presencia de las muchachas. Todo mundo había dejado de hacer lo que hacía, recicladores, drogadictos y prostitutas. Los colores tan pulcros como los de las pieles resplandecientes de las niñas y sus uniformes impecables, encandilaba los ojos locales.

 

Continuará

No digo que den like ni comenten que quieren saber qué pasó. En este portal las visitas aumentan, pero parecen hechas por bots. Aquí asustan, aquí no hay gente.

Violación con V de venganza
Natalí, de 14

Nadie le ha dado "Me Gusta". ¡Sé el primero!

  1. ¡Ay, esa imagen me hace recordar tantas cosas de la ensoñada vida de un profe de bachillerato! Lástima que el sistema educativo sea un circo.
    Reitero, no son ellas (esta imagen es de Internet), pero estas chicas las ilustran muy bien.