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El Hombre de la Casa 3: Cambio de Planes

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—¿Qué pasó, Raquel? —preguntó Julia, mi hermana mayor, al ver a nuestra hermanita con los ojos llorosos.

—Nada, es que estaba platicando con Luís.

—¿Ah sí? —dijo en retórica —¿De qué? Porque estás llorando.

 

—De Andrés —y entonces, pude ver que Julia se frenó en seco —. Pero no te preocupes, ya estoy mejor. Luís siempre me hace sentir… —y volteó a verme —bien.

Yo no pude hacer nada más que sentirme incómodo. Ese último comentario lo dijo de una manera muy sugerente y nada sutil, personalmente, sentí toda la lujuria que encerraba esa expresión. No me gustó ver cómo se regresaba a su cuarto y me dejaba ahí, solo con Julia.

Pues bien, Luís. Parece que lo has estado haciendo bien con Raquel —me dijo, sonriente.

Sí, creo que sí.

Más te vale seguir haciéndola sentir bien, hermanito. Se ve que se han vuelto muy cercanos. Creo te necesitará para que la sigas consolando —y subió directo a su dormitorio.

Yo estaba sudando frío, parecía mentira que todo esto hubiera pasado. No sé si Dios condone el incesto, pero algo me protegió esa tarde y me salí con la mía.

… nos salimos con la nuestra.

 

El fin de semana se caracterizaba por el hecho de que los cuatro nos la pasábamos en casa. Mamá aprovechaba las tardes del sábado para arreglar algunas cosas de la casa. Yo trabajaba el turno vespertino los sábados y eso me ayudó a no volverme loco, un poco. No quería llamar demasiado la atención (tanto de Raquel como de las demás), comimos y cenamos juntos, pero cada uno nos confinamos en nuestros respectivos cuartos, como era costumbre. Durante esos días, no hice más que fantasear con todo lo que haríamos ahora que mi hermanita se había desenmascarado. Aquella mamada que me había hecho nada más y nada menos que mi hermana menor me dejó con ganas de más… mucho más.

El lunes, como yo trabajaba de martes a sábado, estaba en casa. Ya había estado fraguando mi plan de acción y lo pondría en marcha esa misma tarde. Raquel llegó a la hora habitual de la escuela y se dirigió a la cocina para tomar su comida y calentarla. Yo estaba en mi cuarto y noté que estaba haciendo demasiado ruido, desde abrir las puertas y dejarlas golpear la pared hasta mover las bolsas en las que guardábamos la fruta en el refrigerador. Fue ahí que encontré mi señal para hablarle.

Tiempo antes que ella llegara, me había metido a la ducha y no me había vestido. Ante su clara intención de hacerme saber que ya había llegado, hice mi aparición.

—¿Raquel, eres tú? —grité desde el pasillo del primer piso.

—Sí, hermano —contestó ella con una voz alegre.

—¿Cómo te fue?

—Mmmm… normal, como siempre.

—Creí que estabas enojada, con todo el ruido que haces.

—No. No lo estoy.

—OK —dije esto, haciéndole saber que me retiraba.

—¿Te estás bañando?

—No, ya acabé. ¿Vas a bañarte?

—Yo creo que sí, anda haciendo un calor tremendo y vengo toda sudadita —dijo esto en un tono más… travieso, más coqueto.

—O… K… –dije, un tanto desconcertado.

—¿Quieres algo?

—¿De qué?

—No sé, aquí hay muchas cosas…

—Tráeme lo que quieras —oí claramente cómo se le escapaba un gemido mientras suspiraba.

—Oye, me dijo Julia que hoy llegará tarde. Se quedará a trabajar y dijo que iría a casa de Michelle.

—OK —respondí con indiferencia. Ya tenía conocimiento de esta situación, precisamente por ello, hoy iba a pasar lo que tenía de pasar.

—¡Qué calor el que hace! ¿No? —sonó tan actuado que pareció como si en cualquier momento fuera a venderme un producto como infomercial de televisión.

—Sí. Por eso me bañé

Sus pisadas en las escaleras se oían poco. Yo estaba en la computadora, en pelotas. Mi plan era mostrarle un video porno y calentarla. Estaba de espaldas a la puerta de mi cuarto, la cual escuché que se abría.

—¿Luís? —dijo ella lentamente. Hubo un silencio, seguramente me vio como estaba y se le escapó una risita traviesa —¿Acaso has leído mi mente?

Esto último, lo dijo como si fuera un ronroneo de una gata en celo. Giré mi cabeza sin girar por completo la silla, sólo para sorprenderme aún más: ella estaba en ropa interior.

—¡Raquel!

Ella sólo soltó otra pequeña risa juguetona.

—¡Sorpresa! ¡Ay por Dios! ¡No traes nada! —más risas, esta vez nerviosas y de sorpresa.

—Ya no tengo nada que no hayas visto. Y tú, ¿qué?

—Quería sorprenderte, pero me parece que me leíste la mente, hermanito.

Las risas nerviosas no pararon en seco, pero el silencio incómodo pronto se hizo presente. No estaba seguro de qué había querido que pasara en un inicio, pero ahora estaba ahí, en mi cuarto, desnudo frente a mi hermana menor en ropa interior. Por fin, reparé en su cuerpo. Sus pechos se asomaban, asombrosos, detrás del escote de su brasier negro. No me había imaginado que su piel podría ser más pálida, pero ahora era evidente que el sol sí había coloreado un poco sus brazos, cara y piernas.

Nos quedamos así por un buen rato. Desde mi lugar, no podía ver que ella estaba temblando, estaba paralizada del miedo, quizás.

—Ven, mira —como era de esperar, obedeció al instante.

Quise seguir con mi plan y hacerla ver conmigo un video que había encontrado hacía días. Era una peli porno con trama de “hermanastros”. Actuaciones terribles, pero nadie espera una nominación de la Academia en este tipo de videos.

—¿Así me veo? —preguntó, divertida y algo avergonzada.

—Un poco, sí. Pero más guapa.

—Queda-bien, mentiroso.

Ella estaba de pie detrás de mi silla, sus pechos se apoyaban en mi espalda y su cara estaba junto a la mía mientras veíamos a la actriz fingir sorpresa de que su compañero estuviera jalándosela detrás de un cojín que a duras penas ocultaba sus pantalones abajo.

—¡Qué ridiculez! —dijo ella muy cerca de mi oreja, lo cual me dio escalofríos y entonces, vio mi erección —Pero se ve que te gusta, ¿verdad?

—Un poco, sí. Me pareció… interesante.

—Con esas actuaciones, ni me lo puedo tomar en serio.

—El morbo es pensar en el escenario. Tú serías como ella

—¿Entonces tú eres ese, el del cojín? ¿Te la jalas pensando en mí?

—Puede ser…

—¡Oh, step bro! —dijo ella, pujando como la actriz en la pantalla.

—¿Ves?

—¡Payaso!

Su voz mostraba hartazgo por la película, pero su mano bajó como cascada hacia mi verga y comenzó a frotarla lentamente. Su cara se pegó a mi cuello y sentí su respiración agitada mientras que su otra mano empezó a palpar mi pecho. No diré que soy don musculatura, pero al menos conservaba un poco la tonificación de mi cuerpo de preparatoria y esa mano sobre mi pecho se recreó un largo rato. Dejé de prestarle atención a la pantalla, las voces de la actriz sonaban distantes en mi cabeza mientras las manos de Raquel me registraban.

—Ven aquí, déjame verte.

De un brinco, se separó y apresuró a colocarse frente a mí. Su rostro estaba ruborizado y sus ojos, fijos en mi entrepierna. No podía dejar de recorrer su cuerpo con la mirada, practicaba algo de gimnasia y eso se notaba en sus brazos y piernas, su abdomen estaba casi plano, pero esas líneas que se le formaban a los costados de la pequeña barriga parecían cinceladas en una escultura; pero jamás había visto en vivo semejantes curvas. ¡Dios! Las gotas de sudor en sus pechos los hacían parecer mangos rociados en un cuenco negro que formaba su sostén. No diré que eran melones, como los de Julia, pero estoy seguro de que ella, a su edad, no los tenía así. Y hablo de frutas, porque estaba salivando. Tragué y respiré entrecortado.

—¿Y bien? —dijo mientras sus caderas se contoneaban suavemente —¿Estás decepcionado o algo así?

—¿Qué? ¡No! ¡Qué estás diciendo!

—Es que te quedaste así —puso cara de póker mientras imitaba mi postura, sentada en una silla imaginaria —. No pareces contento.

—Estoy en shock.

—Ja, ja, ja —rio con sarcasmo.

Mi mano fue a su encuentro y la jalé hacia mí de la muñeca. Hice que se sentara en mi pierna, su muslo estaba peligrosamente cerca de mi erección expuesta. Este contacto de su piel con la mía era muy diferente, se sentía muy diferente a las otras veces en que la ropa nos protegía. Pude ver su culo y era espectacular también. Si hubiera tenido la boca abierta, habría estado salivando como un perro frente a un hueso sabroso. No tomé conciencia de la situación en la que estábamos de inmediato. ¡Demonios! Yo estaba desnudo, con una erección de campeonato y tenía a esa pequeña diosa sentada en mi regazo, deseándome y esperando mis órdenes… porque eso era lo que le había instruido al hipnotizarla…

… Y además, era mi hermana, mi hermana menor.

Mi mano soltó su muñeca y empezó a explorar su espalda, era como tocar seda. Poco a poco, el aroma de su piel llegó a mí y mi cara fue acercándose a su hombro, mi nariz quería inhalar directamente de la fuente.

—No pensé que fueras un romántico —dijo con una risita nerviosa.

“Ni yo”, habría respondido, pero debía mantener mi boca cerrada o seguro que la hubiera mordido como un trozo de carne. La mano en su espalda bajó a su cintura y la acerqué más a mí para rodearla con ambos brazos. Mi rostro ahora estaba a la altura de su pecho, además de que mi verga rozaba su muslo, pero aquello poco o nada nos incomodó. Ella sólo gimió y llevó sus manos a mi pelo, haciendo círculos mientras tarareaba una melodía improvisada.

—No sabes cuántas ganas tenía

“Yo igual”, volví a responder en mis adentros.

Ella me presionó contra su pecho antes de separarnos. Nuestros ojos se encontraron y eso fue como escuchar el disparo de inicio en una carrera. Me levanté y la besé. No me enorgullece admitirlo, pero ese fue mi primer beso… y fue con mi hermana menor. No quise que nuestros labios se separaran y ahí comprendí por qué tanto revuelo con esas escenas en las películas. Tuve que separarme para respirar, abrí los ojos y no duramos ni un par de segundos antes de volver a unirnos como si fuéramos imanes. Mis manos en su cintura y las suyas en mi espalda nos ayudaron en el vals improvisado que hicimos rumbo a la cama.

—Acuéstate —le indiqué. Su sonrisa al acatar la orden dejó escapar leve chillido agudo.

El rebote de sus pechos era sublime. Era momento de liberarlos y mientras desabrochaba a ciegas con mis manos aplastadas bajo su torso, ella me ayudó a liberar sus tirantes. Y ahí estaban. ¡Dios! No eran ni de lejos el primer par de tetas que veía, pero esto era completamente distinto. No eran una imagen o un video tras una pantalla, no era por un descuido de Julia al salir del baño, estaban frente a mí y el perfume de su piel y sudor era embriagante.

—Deberías ver tu cara.

—¿¡Qué!? ¡Qué dices!

—¡Es que tienes una cara de bobo! Estás a nada de babear.

—No me culpes, estás hermosa.  

El rubor en su rostro sólo acentuó su sonrisa antes de besarnos nuevamente. Mi mano se posó sobre uno de sus pechos y su boca se separó de la mía para soltar un gemido muy intenso. Libres al fin, mis labios se dirigieron sin vacilar a ese par de mangos. Sus pezones eran de un color almendra, y coronaban perfectamente aquellos bollos blancos y el sabor de su piel se condimentó con un sudor apenas salado. Me recreé mientras pasaba mi lengua de uno a otro y amasándolos hasta el hartazgo, disfrutando cómo se rebosaban levemente entre mis dedos. Aquellos botones se endurecieron y una mano en la nuca me dio indicaciones para bajar a su abdomen y, finalmente, a sus bragas, también negras como su brasier.

El calor que emanaba de su entrepierna era palpable en mi rostro, como si debajo de esa tela hubiera una auténtica máquina de vapor. No había notado lo empapada que estaba hasta que la yema de mi pulgar se posó sobre ella. Sus muslos se tensaron y aprisionaron mis orejas antes de separarse. Busqué su mirada, pero ella estaba completamente entregada a lo que estaba sintiendo sólo alcancé a ver su mentón, mi nariz rozó el moño de esa prenda antes de deslizarla hacia abajo y ahí la vi por primera vez. Donde yo esperaba ver vellos, estaban una pradera de folículos rasurados recientemente, aún se podían ver áreas enrojecidas y al pasar mi palma, la superficie era suave de bajada y áspera al subir.

—¿Te gusta así? —su voz sonaba algo nerviosa. Me incorporé y vi que estaba cubriendo su rostro con una mano en una pose digna de un poster.

—Me gusta —dije mientras descubría su rostro y nuestros ojos se volvieron a encontrar —, pero no tienes que rasurarte si no quieres.

—¡Cállate, mejor! Me da pena.

Giró su rostro para evitar que viera el tomate en que se estaba transformando. Su muslo rozó mi pierna, aquello era una invitación, una orden… una súplica.

Lo único que había hecho hasta entonces había sido fantasear con tener a Raquel a mi merced y hacerme ideas de lo que haría, pero el miedo me paralizó. En ese momento, me di cuenta de que no tenía experiencia alguna, por más porno que hubiera visto. Mi amigo estaba más que dispuesto a lo que fuera; pero hubo algo que me frenó de meterla directamente y me quedé sin saber qué hacer. Supongo que fui muy obvio, porque una mano guía me llevó de nuevo a ese rasurado pubis y dirigió mi muñeca hasta que mis dedos rozaron la entrada a aquella cueva nunca antes explorada por el hombre. Decidí seguir aquellas indicaciones, después de todo, no era sólo mi primera vez y Raquel me estaba mostrando lo que ella quería.

Estar viendo su expresión fue de gran ayuda mientras mi mano exploraba a ciegas, pude sentir sus labios ceder y darme acceso a ese interior que hervía y manaba aquellos jugos que sólo facilitaron mi tarea. Al fondo, un orificio estaba esperándome y mi dedo entró sin resistencia, abrazado por esas paredes internas mientras el resto de su cuerpo vibró en un ligero espasmo, era ahí, creí. Esa cavidad era húmeda como el interior de su boca, pero el calor que emanaba de allí era algo completamente fuera de mi imaginación. Entré y salí hasta que la presión se redujo y un segundo dedo se unió a la acción. No sólo estaba acelerando mis movimientos, sino que cada vez podía entrar más y más. Ella seguía mirando a su costado, estaba dejando de contener su boca y soltaba gemidos mientras una mano se masajeaba una teta. En algún momento, dobló su rodilla y mi verga estaba rozando con el interior de su muslo, con lo cual empecé a restregarme, era como si me estuviera cogiendo su pierna mientras mi mano seguía explorando dentro de ella.

Los gemidos se intensificaron y sus caderas comenzaron a temblar. Yo sentí que estaba por venirme y me separé de su pierna, mi mano estaba a punto de acalambrarse y justo cuando mis dedos salieron de ella, sus piernas se cerraron conmigo en medio.

—Luís… —sus ojos estaban entrecerrados, fijos en mí, estaba en medio de una lucha interna, igual que yo— no… creo que no estoy lista… aun no.

—Raquel… —dije apenas, me costaba hablar, definitivamente no estaba en forma. Tampoco es que fuera algo fácil de procesar, digo, estaba ya encaminado y que te corten el rollo nunca es agradable.

—Quiero hacerlo… de veras que sí —Parecía que estaba al borde del llanto—.  E-es que me da miedo.

De nuevo, algo raro me sucedió. La calentura me habría hecho ordenarle que me dejara continuar, a fin de cuentas, la hipnosis había estado funcionando hasta entonces. Pero sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y una mano se asió a mí con fuerza.

—P-por favor… Perdón.

Sus piernas seguían pegadas a mí, estaban temblando y ahora era por una razón distinta. Tomé su mano y me recosté a su lado, nuestros dedos estaban entrelazados y limpié sus lágrimas con la mano que tenía libre. No era lo que yo habría querido, pero sé que no habría podido perdonarme si la hubiera obligado a seguir. 

No hubo manera de continuar después de eso. Esa tarde sólo nos acurrucamos hasta que Raquel se calmara y ambos nos vestimos antes de que Julia y mamá llegaran. Mis bolas quedaron azules toda la tarde, ¡Y yo que me quejé de la corrida de aquella otra vez! Pero esa pequeñísima e insignificante victoria personal que representó para mí controlarme y anteponer los deseos de mi hermanita a mis impulsos, nadie me la podía quitar. Y en retrospectiva, rindió frutos.

Nuestra relación se hizo cada vez más y más íntima. La confianza que ahora había entre ambos hizo que los silencios incómodos se acabaran de la noche a la mañana. Nuestros cuerpos se rozaban sin el menor pudor cada que sabíamos que nadie nos veía. Mi experiencia en el sexo era mayor a mi experiencia teniendo pareja… y yo era virgen, era lo más cercano para mí a tener una novia. Los besos eran cosa de todos los días, ver la tele en la sala implicaba acurrucarnos ya fuera el uno sobre el otro o viceversa y en sesión terminaba sin un agarrón de teta, de nalga o entrepierna. Eso sí, todo furtivo cuando no estábamos solos, pero cuando teníamos la oportunidad, nuestros sexos eran atendidos por la mano o la boca del otro.

No puedo describir la mi primera vez que probé los jugos de su cueva de otra manera que no sea una experiencia religiosa. Jamás pensé que desarrollaría tal gusto por bajar por los chescos como para que el antojo me sorprendiera en momentos muy random de mi día a día. Llegué a comer como hambreado, me volví adicto a chupar de ese fruto. He de reconocer, haciendo memoria, que empecé no sabiendo lo que hacía. Hallar aquél no tan oculto botón fue una victoria que me tomó tiempo pero que me recompensó con creces.

—¡Al fin lo hallaste! —se burló mientras nos vestíamos—. Bueno, más vale tarde que nunca, ¿eh?

Poco a poco, fui conociendo ese lado más afable de mi hermana, que se asomaba cada vez más y gustaba de condimentar cualquier conversación con algún comentario cómico, hacer pequeñas bromas o responder con sarcasmo cualquier intento de ataque de mi parte. Y por supuesto, estaba su otro nuevo lado, el cachondo.

—Voy a bañarme —dijo, mientras relamía el semen en sus dedos—, ¿vienes?

Su mirada seductora había mejorado, y con creces. Mi verga estaba apenas relajándose antes de que cayera víctima del hechizo de sus ojos… y de ese culo contoneándose rumbo a su cuarto. Apenas salió con su toalla rumbo al baño, sonrió al ver mi nueva erección y entramos ambos a la ducha.

La excusa de enjabonarnos fue perfecta para yo amasar sus tetas y castigar su clítoris de vez en cuando y ella estrujar mi verga mientras me daba la espalda. El agua me permitía arrimarle el rifle y sirvió de lubricación para acercarlo a su entrepierna, la cual estaba hirviendo. Posé mis manos en su cadera e hice el amago de embestirla, pero me aseguré de que sólo resbalara y no entrara. Ella se tensó por completo y bufó.

—¡Menso! Me espantaste —dijo mientras se giraba para calcinarme con la mirada.

—Creíste que la iba a meter, ¿verdad? —le dediqué la más triunfal de las sonrisas mientras arqueaba las cejas de forma burlona.

—Se me paró el corazón.

—Igual a mí.  —Me acerqué para acorralarla en una esquina entre mis brazos y con el basto apuntándole de frente—. Ya me la debías.

—¿No puedes esperar hasta tu cumpleaños? —contraatacó.

—¿Mi cumpleaños? —Estaba sorprendido—. ¿Es en serio?

—Iba a ser sorpresa.  —Hizo puchero—. No quería esperar hasta el mío, así que pensé en que falta poco para el tuyo.

—Bueno… ya no será sorpresa.

—¡Pues no! —Me dio un ligero coscorrón mientras esbozaba de nuevo una sonrisa—. Eso te pasa por menso y apresurado.

Dicho esto, su mano se apresuró a hacer que me viniera y salió del baño una vez que el agua se llevara mi corrida. Me quedé absorto, con las palabras de Raquel revoloteando en mi cabeza y el garrote aún como piedra. Si había entendido bien, sus planes seguían en pie… pero aún faltaba más de un mes para mi cumpleaños; y si no, el de ella sería hasta dentro de 4. 
Maestro reprimido
Niña Culona en mi 15 años

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