Incesto Tabú

El primer vello púbico de mi hija

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El primer vello púbico de mi hija

Relato del desquiciado romance que tuve con mi hija Elena

Incesto | Tabú | Padre-hija | 11 años | Oral | Erotismo y Amor | Fantasía erótica

 

©Stregoika 2023

 

 

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1 -①

Todo empezó por un problema en el colegio de mi hija Elena, de 11 años. Hubo una pelea y mi hija resultó ser la causa. Una de sus amigas agarró a aruñetazos a un chico porque le estaba tomando fotos bajo la falda a mi hija. Su padre se quejó. A mí, al principio me dio mucha hartera hacerme cargo, pero de todo ese embrollo iba a salir algo bueno.

Sé que este tema es exclusivo de sitios de relatos porno, y que fuera de estos el tema ni se toca porque es un tabú. Y si se toca es para solicitar que al padre lo arrastren hasta la horca. Pero todos sabemos aquí cuánto nos gustan nuestras hijas. A mi, Elena, desde los 9 ya me traía loco. Aparte de amarla con locura, porque es mi hija y es hija única, la empecé a ver con deseo simplemente porque empezó a ponerse muy bonita. Su madre, Brenda (no vivimos juntos) es muy vanidosa y ve en Elena algo así como una extensión de sí misma a la qué vestir de forma estilizada y, aunque ella misma no usaría esa palabra, yo sí: Provocativa. ¿Que si provocativa? ¡Ay Dios! No voy a ser hipócrita y a decir que uno ve a sus hijos con ojos de padre y mamadas así. Hay tipos que matan y se hacen matar porque algún tipo les vio el culito a su hijita. Yo no. Yo me siento orgulloso y también se lo miro. Es algo muy difícil de explicar, sobre todo para que no suene monstruoso. Por ejemplo: Si tienes una camioneta nuevecita, del año, cegadora de brillante y con el caucho de las ruedas recién cortado, y todos la miran casi babeando… pues ¡Qué orgullo ¿NO?! Que babeen. Para mí mejor. Ahora, si alguno quiere manejarla sin permiso y a la fuerza, eso sí que no se puede admitir. Claro, si lo bajan a uno a punta de pistola… ¡pues me robaron el carro, nada qué hacer! A ver qué puede hacer la puta policía. Y, en cuanto a mi hija Elena, tan bonita ella y de la forma que la vestía su mamá… andar con ella y ver que a varios se les iban los ojos, especialmente a su colita cuando iba en leggins o a sus piernas con llevaba esas falditas chiquititas ¡pues no me daba bronca! ¡me daba orgullo! Ahora que, si alguien quería cogerse a mi nena e iba y la tocaba o algo peor, ahí sí me hacía matar. Pero por que le miraran el culito y tensaran la mandíbula como diciendo “mierda, pero qué poto tiene esa mocosa”, a mí me daba risa y mucho orgullo.
Y precisamente por algo así, sus amiguitos se interesaron en tomar fotos de sus calcitas. Recién había pasado un día en que los niños tenían que presentar sus proyectos empresariales en el colegio. Algo así como un simulacro, preparándolos para cuando fueran universitarios y presentaran sus tesis. Ese día, los peladitos se fueron de corbata y las niñas de sastre, muchas de ellas con minifalda y pantymedias de nylon. Ya me imagino a esos peladitos y hasta a varios profesores chorreando las babas por las niñas. Sobre todo por mi hija, que modestia aparte, era un bombón. Yo mismo solía enamorarme platónicamente de niñas así cuando era un mocoso de 10. Casi veinte años después tuve la fortuna de casarme con Brenda, una belleza despampanante. Menos mal Elena se parece a ella y no a mí, ja ja.

Mi Elena, apegándome al recuerdo de ella cuando tenía 11, era una morra de piel blanca como una yuca, cabello negro y largo, ojos cafés y cejas tupidas. Tenía pestañas prominentes. Quienes apenas la conocían, solian creer que usaba pestañas de fantasía. Elena no era flaca, como esas morras que se ponen, digamos, un traje de porrista y las paticas se les ven como dos hilachas que se le salieron a la falda. No. Tampoco era gruesa, como decir… una gimnasta. Mi niña tenía la complexión comparable a la de una deportista o bailarina. Ya se imaginarán semejante bizcochito ¿no? Si se lo están preguntando, justo ahora tiene 15… dejemos así. Mi Elena debería ser modelo o actriz de cine, pero sigue empecinada en estudiar ingeniería. El que se quede con ella va ser más afortunado que yo con Brenda.

Entonces, como les decía, Elena se había ido al colegio para presentar su proyecto empresarial, con un conjunto negro de falda… iba a decir corta, pero no. Cortas sí eran las faldas que le compraba su mamá, y ponía a babear a muchos en la calle. Imagínense a Elena, hija de padre y madre altos, en tacones y falda corta. Ay, pobres profesores. Y la envidia que me debieron tener ja ja. Según dijeron, ese mismo día le tomaron fotos desde abajo de una escalera escueta a Elena y seguramente les gustó tanto cómo se veía mi niña por debajo, que al día siguiente, en uniforme de diario, la siguieron espiando. Ahí ocurrió el altercado. Yo, como padre de la víctima, no tuve qué fastidiarme de más. Ella no hizo nada, solo ser una mamasita. Yo mismo solía mirar bajo las faldas en escaleras cuando era estudiante. Desde que a mi Elena no me la toquen, todo bien. Mátense a pajas por ella, si quieren.

Por la ausencia de la madre de Elena, Elena no tuvo más opción que tratar el caso conmigo. Yo sentía morbito por saber la perspectiva de Elena de haber sido espiada. Ya la había visto desnuda algunas veces, y me había masturbado pensando en ella en dos oportunidades. Sentir deseo por mi hija de 11 años no era un conflicto para mí, toda vez que tenía clarísimo que nunca haría nada que la dañara.


¿Por qué los hombres son tan bobos? —me preguntó— se la pasan viendo porno, pensando en sexo y espiando a las niñas.
Estábamos en la azotea de nuestra casa, bajo un cielo que se vestía rápidamente de gris. Mi niña estaba en traje de domingo perezoso, con
short de mezclilla, ombliguera y una pañoleta envolviéndole el cráneo. Dos cortinas de su pelo emergían de la prenda. Tenía los pies subidos en la mesa redonda de metal y los brazos cruzados.
Para responder a su pregunta, deliberé conmigo mismo por poco menos de un minuto. Lo que le respondiera sería crucial. ¿Era yo un padre mamerto, hipócrita o ignorante? Lo único que le podía decir era la verdad, en vez de mamadas que diría cualquiera, como “la gente es mala por ver porno”.
Vi por un segundo más sus piernas largas y estiradas desde el borde de la silla hasta el de la mesa. Se le veía el principio del glúteo. Empecé a decirle:
—Mi amor,
los hombres viven con ganas todo el tiempo.
Ella entornó sus ojos capuchinos sobre mí y dijo:
—Uich, que mamera.
—Tú tienes qué aprender a sobrellevar cosas como la que te pasó en el colegio. ¡Ojo! No digo que aprender a aceptarlas o a aguantárselas, sino a sobrellevarlas.
Mi niña frunció el ceño con curiosidad. Una verdadera charla padre-hija acababa de empezar.
—Si los hombres viven con ganas todo el tiempo —seguí—, y hay hombres en todas partes, es una realidad que no puedes cambiar. Entonces tienes tres opciones: 1) Encerrarte y amargarte, 2) volverte odiadora de hombres y vivir alejada de ellos, o 3) aprender a sobrellevar la realidad y vivir la vida.


»Tu mamá, por ejemplo. Es una mujer muy bella. Bellísima. ¿Crees que nunca ha tenido qué lidiar con que la mironeen o acosen? Ella y muchas mujeres bonitas aprenden a sobrellevar esas situaciones. Manejar las situaciones en vez de que las situaciones las manejen a ellas.
—Wow, voy a escribir eso en Face.
—Tú, con 11 años, ya estás recibiendo lecciones. No digo que esos chicos hicieran bien, pero
rasguñarles la cara fue un exceso de tu amiga.
—¿
Ella también tiene qué aprender a sobrellevarse?
—¡Correcto!
Ella es linda, y según me dijeron, reaccionó así porque a ella también la han espiado.
—¿Yo te parezco linda, papi?
Me puse de pie de un brinco diciendo un sonoro «¡já!» y me pasé las manos por la cara. Me acordé de las veces que me masturbé imaginándome cómo le hacía el amor justo ahí, donde estábamos, sobre la mesa redonda metálica.
—¿Qué? —me preguntó, alarmada por mi reacción.
—Creo que…
Iba a decir ‘
me gustas más que tu mamá’. pero lo cambié por:
—…Eres más bonita que tu mamá.
—Ay, pues claro —se miró las uñas—.
Se me nubló la mente, igual que el cielo. Parecía que llovería en cualquier momento. Me quedé contemplándola unos instantes. El sentimiento era impecable. Consistía en una realización plena, orgullo, júbilo, si quieren. Semejante hija y amarla y ser amado por ella… estar con ella, ahí. «¿Qué más se le puede pedir a la vida?».
—¿Papi?
—Dime, mi reina divina.
—¿Tú también andas con ganas todo el tiempo?
Esa pregunta destruyó mi sentimiento como un rayo lanzado por el mismo Dios. «Una hija hermosa y amor entre los dos. ¿Qué más puede pedirle a la vida? Rta: Echársela».
Sí, mi reina divina, justo ahora quisiera separar tus pies en el borde de la mesa, y meterme en medio para saborearte como si fueras algodón de dulce.’ Imaginé respondiéndole, pero fue peor de lo que planeé, puesto que se me empezó a parar. Ella ahí preguntándome si tenía ganas, con las piernotas estiradas desde la silla hasta la mesa, y yo imaginándome contestándole y luego haciendo eso…
El que se demora en contestar también responde —rió Elena.
Volví a sentarme, esta vez corriendo la silla más cerca de ella.
—Elena.
—¿Sí, papi?
—El día de tu exposición de empresarial, te fuiste muy linda. Demasiado linda.
—¡Gracias! —se regocijó.
—Muchos de tus compañeros nunca te habían visto así, y se impresionaron hasta enloquecerse.
—También tienen qué aprender a controlarse —
apuntó ella.
—Cierto, muy cierto. Por otra parte, tú nunca habrás de enterarte, pero ten por seguro que varios se masturbaron por ti.
Mi niña bajó los pies de la mesa, de golpe, para doblarse de risa. A mí, se me aceleró el pulso y se me calentó la piel, como le pasaba a un adolescente de los 90s que está por pedirlo por primera vez en su vida.
—¿Te acuerdas —añadí— de cuando cantaste en la novena de aguinaldos?
—Claro —dijo ella, esforzándose para parar de reír.
—¿Te acuerdas del traje que llevabas?
—¡Uhy, sí, re-lindo!
Era, apreciados lectores, un disfracito de mamá Noél, como para infartarse. Todo muy apegado al diseño típico, con terciopelo rojo y bordes blancos muy esponjosos en las solapas, muñecas y ruedo de la falda. También en el borde del gorro y la la borla de este, especialmente acolchada. Y un cinturón negro y ancho que moldeaba la tremenda cintura de Elena. El problema era la falda, que era demasiado corta. Mi ex-esposa decía «Para eso tiene piernas, que las luzca». Y ni siquiera iba a mostrar las piernas, puesto que llevaba medias blancas, aunque semi-transparentes. Brenda también dijo: «Que ni se le ocurra ponerse short o lycra, porque eso se ve in-mun-do». Hizo tanto énfasis en la palabra “inmundo” que estuve de acuerdo al instante. Entonces, durante toda la novena, Elena se subió a la tarima a cantar villancicos y a danzar, mostrando los cucos de forma descarada. Como lo dije, las panty-medias blancas no eran del todo opacas y se veían, a través, su pantaletas. Ah, y no eran panties de niña, sino un cachetero con encaje. Allí abajo en primera fila debió haber más de un afortunado mirón que se mató a pajas esa noche y hasta varios que tomaron fotos y videos de mi espectacular hija.
No quiero entrar aquí a juzgar a Brenda, que es una gran mujer. Al contrario, ella es una abanderada de la feminidad y le ha enseñado a Elena cómo vivir con desenvoltura, en vez de a vivir escondida y con miedo, como hacen casi todo el resto de madres.
Este año quiero uno así pero totalmente blanco.
Alzó las cejas cuando dijo “blanco”.
—Dalo por hecho.
Ahí estaba mi diosa, dominándome.
—¿Por qué me preguntas
si me acuerdo de ese día, papi?
—Ese día me masturbé por ti, Elena.
Entonces, quien se llevó las manos a la cara fue ella. Se levantó y rodeó la mesa, ahogando un grito entre sus manos. Del otro lado se detuvo, me miró y gritó:
—¡Papi!
Y desistió de seguir rodeando la mesa para no llegar a donde estaba yo.
Vaciló, con la mitad inferior de la cara cubierta con sus palmas.
No debes temer, Elena. Tú eres mi diosa, mi dueña y mi reina.
Ella bajó las manos.
Se soltó a llover. Los goterones hacían mucho ruido golpeando la mesa.
—Entremos o nos vamos a mojar
más —dije.

2 -②

No tocamos el tema por varios días. Yo estaba dispuesto a olvidarlo. Acosar sexualmente a mi hija no hacía parte de mis proyectos, pero el destino mete sus pervertidas manos en todo.
Elena hubo guardado un poco de distancia conmigo, pero nada más. Aún hablábamos y me sonreía mucho. Como los viernes eran sagrados para nosotros, como aquél en que nos llovió, a la semana siguiente fuimos de compras. Le compré una
laptop y accesorios. No le compré ropa porque Brenda decía que yo no podría vestir ni a un payaso, que ella se ocupaba de eso. Y yo no me oponía, pues razón de sobra sí tenía y por eso Elena vestía como modelo profesional. Aunque a veces provocaba de más. Ese día de compras, por ejemplo, Elena llevaba una falda ceñida y larga hasta la rodilla, con insinuantes aberturas laterales, unidas en el tope por cadenillas doradas. Estas aberturas eran tan profundas que, si Elena llevara panties, se le verían por los lados. Pero no se le veían porque llevaba tanga. Hacía unos años, llevar a tu hija de once años vestida así, te hacía meritorio a que te la quitaran. Ahora, cohibir sus expresiones daba cárcel. Otra de las ironías de este mundo mamón, y prueba de que no tenemos idea que qué es correcto y qué no y que la gente no piensa sino que se limita a obedecer. En fin.

De regreso a casa, hacia las 9 p.m., Elena anduvo a brinquitos con su regalo aún en la caja. Lo puso sobre la alfombra y se sentó a lo turco en ella. Vi su entrepierna envuelta en la tela estirada de su tanga. «Dios mío, mamasita» pensé, quizá en voz alta. Qué tremendas piernas largas y bonitas. «Se le nota el gimnasio a mi niña». Elena desenvolvió el aparato y la vi retirándole las cintillas que protegían los bordes. Y le miraba los cucos bajo el toldo que formaba su falda. Quería ir, arrastrarme hasta ella y chuparla. Imaginé que lo hacía y ella abrió la cubierta de la laptop. Un mensaje automático de alerta emergió de mi mente. ¿Mi nena estaba en peligro? Me lancé a sentarme frente a ella y reclamé su atención absoluta.
—Elena, mi amor.
—¿Si, papi?
Prométeme que vas a tener cuidado.
—¿Con qué?
—No te hagas amiga de desconocidos por internet.
Ella rió mirando para arriba y comentó:
—Ay, papi, no veas tanto La Rosa de Guadalupe.
—¡Yo no veo eso! —dije, defendiendo mi dignidad.
Ella subió más las rodillas para poner su computador nuevo sobre ellas y me sorprendió echando un vistazo a su conchita.
—Pa
aapiii… —dijo en tono de regaño, sin mirarme.
Traducción:
Papi, no te estoy viendo pero te estoy viendo. No me mires mi cosita.
Exhalé como un búfalo y me puse de pie. Anduve unos pasos hacia el baño pero lo pensé bien y cambié de dirección. Debí ser demasiado evidente. No quería que, entrando al baño, Elena pensara que ya estaba pegándome una
frenética pajeada en su nombre. Volteé a verla como un idiota, para ver si se había dado cuenta de mi brusco cambio de dirección, y solo lo empeoré todo. Ella estaba conteniendo la risa, apretando un lado de su hermoso rostro. Se le formaba un hoyuelo en el centro de la mejilla. Y todavía estaba mostrando todo el cuco, ese pedazo de tela que tenía por misión existencial, cubrir el tesoro más grande del universo. Suspiré. Sentí maripositas en el vientre. Estaba enamorándome de mi hija.

No sé cuánto tiempo había pasado cuando ella irrumpió en mi habitación, a despertarme diciendo:
—Papi, esta porquería no sirve.
—¿Qué? —me refregué los ojos.
—Tiene todo bloqueado. Ahora para usar la
webcam me pide dizque tu identificación.
—Pues escríbela, bebé, tú te sabes mi número de seguro social.
—Ay, papi ¿Tú sí vives en los 90s, no?
Hablo de tu identificación biométrica.
—¿Ves lo que decía?
—Sí, creo que sí. Dan por hecho que lo primero que voy a hacer es empelotarme por internet ¿cierto?
Como todavía no había despertado del todo, no razoné y me quedé mirándola de arriba a abajo.
—¿Estás imaginándome desnuda, papi?
Esa niña era adivina o yo era muy pendejo.
—Ya te he visto viringa, Elena.
—¿Y te has vuelto a masturbar por mí? ¿Ahorita?
—No.
Puso cara de cero credibilidad. Pero yo decía la verdad. Pareció escribir en su rostro perfecto: “
Sí, claro, yo nací ayer. Estabas dormidote por cansado, ya.”.
Papi —dijo, subiéndose de rodillas a la cama y poniendo el computador a un lado. Mi corazón se aceleró.
—Dime, preciosa.
—En Comportamiento y Salud, un niño le preguntó a la profesora algo muy chistoso, y me acordé de ti.
Comportamiento y Salud era un taller de su colegio, donde reunían a chicos de diversos cursos.
—¿Qué? —pregunté, casi asustado.
—Era un niño de quinto, chiquito. Nos hizo reír a todos como por media hora. Preguntó si era malo masturbarse imaginando cosas.
Me senté en la cama y presté atención.
—Después de que paramos de reírnos —siguió Elena—,
la profe habló de fantasías sexuales.
«Cómo se han tirado la educación» pensé. Pero también me preocupé por el hecho de que mi nena relacionara ese tema conmigo.
—¿Qué te imaginas tú conmigo, papi?
Yo no quería decírselo, quería hacérselo. Tirármele encima y quitarle esa falda color caoba con los dientes y poseerla como a una
geisha imperial. No tenía escapatoria, ya había roto el hielo de papá mamerto y había pasado a un estadio de papá honesto. Ya no podría aparentar, menos con ella, que era más evolucionada que yo. Solo parecería un imbécil. Entonces decidí responder:
—¿Te acuerdas el día del aguacero?
—Claro.
¿Recuerdas que me dijiste que querías un traje de Santa totalmente blanco?
—Sí —sonrió ampliamente.
—Me imaginé que ya lo traías puesto. Qué veníamos de la novena y que había visto a muchos hombres, chicos y
a algunas mujeres babeando, porque se te veía todo desde abajo de la tarima.
Mi niña metió sus manos entre sus rodillas, indicio claro de que era consciente de su sexualidad. Ella, en efecto era más inteligente que Brenda y yo, y tenía un sexto y hasta un séptimo sentidos en desarrollo. Pero yo me preciaba de ser un conquistador con las palabras. A las mujeres se les entra mucho por los oídos. Una vez, antes de casarnos, tuve una sesión de sexo con Brenda en la que… ¡no la toqué! Solo la dejé recargarse en mí y le relaté con crudo detalle mis fantasías con que sus primos adolescentes se la
cogían entre todos. Ella tuvo qué dedearse y me exigía no parar de hablar.
Y, como si para el destino eso fuera poco, ahora estaba ahí, en la misma cama donde Elena fue concebida, con ella. Respondí prestamente a su pregunta, y le narré con fidelidad y alguna que otra hipérbole añadida sobre la marcha, cómo fantaseé. Le narré a mi hija mi fantasía sexual con ella.

Ya era veinticuatro y llegamos a casa con las compras, pero antes de nada te tomé de la mano y te llevé a la azotea. Allí estaba el alumbrado, y se veía toda la ciudad parpadeando sus lucecitas de colores. Te tomé por la cintura y te alcé para sentarte en la mesa metálica. Tus panty-medias blancas traían un labrado en forma de regalitos y bastocitos. Estoy que te devoro desde la tarde, cuando te pusiste tu traje. Me arrodillo y te descalzo, beso los dedos de tus pies, uno por uno y tú ríes. Tu aroma me enciende. Subo con mi boca por tus piernas. La textura del nylon me electriza. Me detengo en el ruedo de tu falda, muy cerca a donde nacen tus piernas, te beso los muslos y tomo tus manos. Me preguntas «¿Qué haces, papi?» pero yo te callo con un beso. Tu boca sabe como la miel de las primeras abejas creadas por Dios y tienen la suavidad de una rosa vírgen. Hueles delicioso. Emerge de ti una mezcla de calor, perfume evaporado y piel. Acaricio tu cabello mientras te beso. Poder acariciar tu pelo puede costarme una eternidad en el infierno, pero bien valdría la pena. Te presiono para que te recuestes en la mesa. Cedes. «¿Qué haces, papi?» preguntas otra vez, y para no ser grosero, te respondo: «Te hago el amor, mi niña». Desabrocho tu cinturón de Santa y accedo a tu vientre. Beso tu ombligo. Desciendo más y me topo con el cinto de tu falda. Halo de él con mi boca y encuentro la faja de tu panty-media. Quiero agarrarlo con la boca para bajártelo pero está demasiado ajustado y solo logro que te rías a causa de las cosquillas en tu abdomen. Me desespero y uso los dedos. Gritas riendo y usas tus manos para detenerme. «¡No papi!» dices. «¿Te gustan las cosquillas?» pregunto, y ríes asintiendo. «Lo que te voy a hacer es todavía mejor que las cosquillas». Te cubres la cara a dos manos y te retuerces como resorte. Me entusiasmas más aún y al fin, en medio de tu tembladera, te subo la falda.

Mientras le relataba, el rostro de Elena se sonrojó y aflojó tan lentamente que parecía un sueño. Sus manos también cambiaron de posición. Seguían unidas por las palmas pero ya no a la altura de sus rodillas sino más al centro de los muslos. Por significar eso que estaba sintiendo cositas, me puse muy nervioso y mi corazón se aceleró. La voz quiso temblarme pero no se lo permití. Conquistar a mi hija de once años sería la hazaña más grande de mi vida, tan grande que ni siquiera aspiraba a ella. Seguí con el relato de mi fantasía:

Ahí, a centímetros de mi cara, tengo tu hermosura. Eso que estaban viendo los asistentes a la novena y por lo que en ese momento, seguro, estaban masturbándose. Traes panties en V, que se ven fatales a través de la pantymedia blanca transparentosa, sobre la que refleja la intermitencia de las luces navideñas. No aguanto más y te devoro, hija mía. Primero pellizco con mis labios el rededor de tu pubis. Luego uso los dientes. Tu aroma se hace más ferviente.

Elena pasó saliva.

Levanto tus rodillas y presiono mi nariz y boca contra tu sexo. Aspiro con mucha fuerza. Te bajo el pantymedia y veo que tu ropa interior tiene un confuso diseño de rombitos traslúcidos y un moñito en el centro del cinto. Veo tu piel respirar. «Te voy a comer» te advierto. Junto tus rodillas y las levanto. Pero qué cola tienes. No sabes cuánto te la miran en la calle. Te beso con pasión entre tus nalgas. Siento en mi boca la textura de la la tela de tu panty y tu rico aroma. Uso mis dedos para halarte el panty, saboreándome.

Elena salió corriendo.

Yo quedé ahí, con el corazón saliéndoseme del pecho, temblando como gelatina y mojado como si me hubiera hecho encima.

Que conste que tu me preguntaste —exclamé.

3 -③

La primera vez que vi a Elena desnuda, fue por un descuido de ella, que salió del baño con su toallón atado a la altura del pecho y caía abierto. Anduvo distraídamente hacia su habitación, frotándose crema en los brazos. Aquella vez solo me causó gracia. «Tápate», estuve a punto de decirle, pero me pareció innecesario alertarla por algo tan carente de importancia. Allí solo estaba yo, su padre. Nada más pasó por mi cabeza. Era un padre ideal. No obstante, el universo parecía conspirar para que me muriera de deseo por Elena. Al poco, quizá al día siguiente, pasaba canales de televisión y me detuve en una película donde había una pareja teniendo su charla de almohada. Me quedé allí porque la chica era una rubia hermosísima. Claramente, ella trataba de demostrarle que lo conocía muy bien, diciéndole cosas de él. En un momento dijo «…y sé que te gusta mi vagina porque es bonita. Hasta parezco una niña». Quedé boquiabierto. Hasta la puta televisión, que se ufanaba de perseguir abusadores, se unía al ardid. Pero eso no es todo. En menos de un día, vi a Tim Roth hacer el siguiente comentario: «Necesito un trago, estoy seco como pantaleta de niña». Lo dijo porque iría a ver a un cura católico pervertido. Y, en menos de una semana, en medio de un paseo, Elena se desnudó en la orilla de una piscina. Llegó hasta ahí, en short y top, preguntándole a su madre por su traje de baño. Brenda la reprendió por desordenada, pues había hallado las prendas entre los abarrotes y las había tomado.
—Fue que la encontré ya tarde y la eché donde pude —se defendió Elena.
—No me importa —respondió Brenda—. A ver si la ropa sucia también la metes entre las botellas de agua.
—¡Ay mami!
Brenda le señaló desde la piscina dónde estaba el traje de baño y Elena fue por él. Sin pensarlo, se desnudó allí mismo y se cambió. Pero esa vez ya no la vi como un padre, como cuando sali
ó de la ducha. Las sincronicidades habían tenido éxito en programarme para tenerle hambre a Elena. «Mi vagina es bonita porque parece la de una niña». Entonces, la vagina de Elena. La vagina de una niña de —entonces— 10 años. Y sí, era bonita, muy bonita. Más que bonita: provocativa. Sentí deseo por mi hija. Pensándolo, lo que no sentí ese día que la vi salir de la ducha, lo sentí con semanas de retraso: Habría querido tirarme de rodillas ante ella y chupársela. Chupársela todo el día. Primero ahí en el pasillo, luego en la mesa, luego en su habitación. Que me dijera «Papi, necesito ir a orinar» y yo le dijese «orina en mi boca, preciosa». Aquél día del incidente en la piscina, me pajeé por primera vez imaginándome a mi niña. Y al final de ese año, fue lo de la novena.
Y el colmo fue aquél incidente de sus compañeritos arrechos tomándole fotos por debajo a Elena. La charla que tuvimos y que ella me preguntara «¿Yo te parezco linda, papi?» y «¿Tú también andas con ganas todo el tiempo?».

Varios días corrieron sin pena gloria después de que Elena saliera corriendo en la mejor parte del relato de mi fantasía con ella. No parecía apenada, ni asustada, pero tampoco interesada. Me torturaba. Acordaros vosotros, lectores, de cuando solíais ser imberbes y la morra que os gustaba, sabía que os gustaba pero no demostraba nada más allá de la indiferencia. Una tortura ¿no? Ahora extrapólenlo a un sentimiento incestuoso. Mi hija me tenía preso en un enamoramiento obsesivo. Si hasta quería, con efecto super-retardado, ir a buscar a esos chiquillos que le hacían upskirts a mi hija ¡para partirles su mandarina en gajos! Pero también querría ver las fotos y matarme a pajas.

Y Dios seguía, en su infinito poder, empujándome con el dedo para que terminara fornicando con mi hija.

Otra vez viernes. El único día decente para estar a solas con Elena. El resto era puro trabajo yo y estudio ella, y los fines de semana se la llevaba Brenda.
Papi ¿Tienes tiempo?
—Claro, amor ¿Qué necesitas? —dije.
Pero lo que pensé fue: «Estoy a tu servicio, Diosa mía, soy tu esclavo, tu propiedad, córtame en pedazos si quieres, pero hazlo desnuda».
El miércoles, en portería me entregaron una encomienda. Mi mamá me compró ropa. Necesito que me tomes fotos con ella para mandárselas.

Al término de dos minutos estuvimos en su habitación. Elena tomó de su cómoda una bolsa y de ella un montón de prendas.

Yo, solo me puse cómodo en la silla de su escritorio,
con el celular en la mano y los pies subidos en la butaca de su tocador. Tuve qué esperar, porque dijo que se peinaría bien y se maquillaría.
—¿Estás listo? —me preguntó desde su baño, con su vocecita dulce de niña mimada.
—No solo listo, estoy ansioso.
—¡Ay-ay-ay! Ahí voy.
Yo tenía hasta ese momento una sonrisa juguetona, pero al ver a Elena emerger por la puerta de su baño, la sonrisa se me borró y dejó en su lugar una bocaza abierta por la que podrían entrar moscas.
El atuendo constaba de una blusa color púrpura brillante con cuello recto, sin mangas, y una falda de mezclilla azul muy fina, plisada y corta. Tenía de especial un cinto alto que ascendía hasta cubrir buena parte del dorso, y pasaba por corsé. Los zapatos hacían juego con la blusa. Para rematar, Elena se había puesto delineador y ensombrecido ligeramente los párpados, y llevaba pintalabios rojo. En el pelo se había puesto algo gel fijador, razón por la que aparecía brillante y con aspecto de húmedo. Sentí una punzada en la boca del estómago, como cuando eres un nene de 10 años que ve por primera vez a las muchachas de bachillerato, en especial a las más grandes y te enamoras al instante. No imaginabas que algo tan hermoso pudiera existir.
—Las medias
sí son viejas—se frotó el muslo con la palma hasta subirse ligeramente la falda—. ¿Qué dices?
Mis labios se movieron como cuando un pez se ahoga. Esa fue la respuesta más clara que Elena podía esperar. Sonrió y dijo:
—Lindo ¿no?
E
ipso facto empezó a modelar. Mi cara de atónito le sirvió de incentivo y agarró a andar delante de mí, haciendo catwalk. Anduvo de ida y vuelta, mirándome.
—Yo te amo, Elena —dije, con la voz en un hilo y los ojos congelados.
—Y yo a ti, papi.
Se descalzó y se subió a la cama. Yo tomaba fotos. El corazón se me aceleró y, como en ocasiones anteriores, se me calentó la piel. Pasé saliva. Elena disfrutaba sin duda, de forma casi sádica, del efecto que producía en mí. Allí, encima de la cama, abandonó el refinamiento del catwalk y se contoneó de más, con las manos en la cintura. Daba la vuelta y su cabello y falda volaban. «Me quiero morir» pensé. Otra vez estaba ahí el culito perfecto de mi hija, empacado al vacío en pantymedias.
—¿Por qué te muerdes la mano? —me preguntó, riendo— ¿
Qué tienes?
Brincó de la cama y al caer a la alfombra, su falda se levantó y vi el triangulito blanco donde se unían sus piernas.
«¿Sabes que vamos a terminar haciendo el amor, hoy y aquí, cierto?» pensé.
—¡Siguiente! —Exclamó mi diosa y se fue de vuelta al baño.
En 1
5 minutos, que parecieron 15 eternidades, Elena volvió a salir, de una vez haciendo catwalk. Llevaba un vestido que a mis ojos profanos pareció de fantasía. Jamás había visto algo así, con el perdón de los lectores y en especial de las lectoras que sí sepan algo de diseño. Era de una sola pieza, de color blanco, de magas largas hasta la muñeca pero con abertura entre el hombro y el codo. Tenía escote en V ¡hasta el ombligo! Y el faldón, que caía hasta el tercio inferior de la pantorrilla, tenía 4 aberturas, las laterales desde la cabeza del fémur y las otras dos casi a ras de pubis. Estaba hecho para mostrar, sin premura alguna, unos pantymedias negros. Los zapatos eran altos, blancos también y con aberturas laterales y en el talón.
Esas medias también son tuyas ¿no?
—Sí señor.
Después del desfile entre su cama y yo, se descalzó y se subió.
—Di algo, papi, o voy a pensar que los vestidos están feos.
Traté de espabilar y balbuceé:
—No, para nada, mi amor. Están de ataque. Y tú, tú estás DE LOCURA, hija.
—Gracias, papi.
Volvió a lanzarse de la cama y su caída tuvo el mismo efecto que la vez anterior. Su
panty blanco a través del nylon negro se veía aún más estremecedor. Entró al baño anunciando:
—¡Y ahora el último!
—Te voy a coger, no me aguanto, hija mía —dije, entre los dientes.
—¿Qué dijiste, papi?
—Que…
A ¿Tuviste qué pagar el envío?
No.
Sentí unas ganas enromes de ir a espiarla mientras se cambiaba. Incluso me paré y me volví a sentar. La próstata me pesaba una tonelada
y ya había mojado el bóxer. También, la dolorosa marca de mis dientes en el dorso de mi mano izquierda iba durar al menos un día.
—¡Este es para veranear! —anunció y salió de nuevo.
Se quedó recargada en el marco de la puerta, viéndome, esperando una reacción. Alzaba sus cejas y sonreía mucho. El
outfit consistía en un top de malla de hilo muy fino, de color blanco con franjas beige y adornos de flores muy pequeñas. La falda era ceñida, con igual diseño que el top, larga hasta el tercio inferior del muslo. Sandalias y pañoleta blancas.
—Este es el que más te gustó ¿no? —casi rió.
Lo dijo por mi cara de niño enamorado. Esta se debía a que la luz del baño era más fuerte que la de la habitación y pasaba desde atrás, a través de la malla de lana y hasta mis ojos. Entre la parte alta de sus muslos unidos y su pubis se veía una luz en forma de copa de cóctel.
—Eres de pocas palabras pero de muchas caras, papá.
—Ven aquí.
Ella caminó e hizo un último desfile para mí. Vi sus calcitas muy bien. Eran sus pantaletas blancas deportivas. Lo que verías si la agarrabas en uniforme de colegio y le subías la falda. Un cachetero de lycra que sus compañeritos de colegio, arrechos ellos, ya había
n fotografiado.
Ahí fue donde el tono se subió. Elena estaba a 30cm de mí, girando lentamente, y me descubrió mordiéndome el labio inferior al verle las nalgas a través de la prenda. Otra vez dijo:
—Paaapiii…
Carraspeé y logré articular:
—¿No tienes una tanga? ¿O un
panty más pequeño? Creo que no se ve bien, si es para tierra caliente, que lleves ropa de gimnasio debajo. Se te nota lo cachaca.
—Ya estás hablando como mi mamá. Le has aprendido harto ¿no?
Para que veas. Anda, ponte una tanga.
Ella
se movió en dirección a su guardarropa y yo caminé tras ella, con una carpa de circo en el pantalón. «Hoy es el gran día, mi niña. Hoy pruebas la leche de tu papi» pensé. Abrió un cajón, pero antes de buscar la tanga volteó a verme, como sabiendo lo que iba a pasar. Me estaba leyendo la mente. Sospechaba que yo estaba igual que aquella vez que estaba sentada desempacando su laptop o que, según yo mismo le conté, usó aquél trajecito en navidad. Con resignación, buscó y encontró la prenda. Me miró como esperando que le diera paso para ir al baño, pero no se lo dí. Supo que tenía que cambiarse ahí, donde estaba. Su subió la falda hasta volverla un cintuŕon, se bajó el cachetero y se lo sacó. Sentí una gruesa gota de lubricante saliéndoseme. Entonces se acomodó la tanga y puso la falda en su lugar.
Toma, mándale las fotos a tu mami.
—Sí, papi.
Agarró su celular y apoyó los codos en la cómoda para escribir. Me senté en la cama, detrás de ella y me doblé para ver de cerca su trasero. Qué gloria de cola la de mi hija. La verga estaba que se me salía sola del pantalón.
—Paaapiii… —balbuceó mientras tecleaba en el
smartphone.
Me arrodillé y acerqué mi cara a su trasero. Me sentía como si una deidad se hubiese presentado y me postrase ante ella. Le besé una nalga a través de los hilos delgados de malla de lana.
—Papi, estate quieto.
—No puedo, Elena, no puedo —dije, apenas con la voz que dejaba de limosna el estado tan tremendo en que estaba.
Entre la verga y el corazón me iban a hacer explotar.
Entonces pasé a su otra nalga y la mordí, protegie
ndo su piel de mis dientes con la interposición de mis labios.
—Papi, estate quieto.
Se me salió un gemido. No era para menos, puesto que esa era una experiencia mística.
Con mis manos en su cintura y mi cara pegada a sus glúteos, volví a morderla. Ella dejó caer el teléfono, dio la vuelta y se quejó:
—¡Papi!
—No tienes por qué temer, mi diosa hermosa.
—Pero es que no tengo miedo. Es que, cuando te pones así, me mojo toda.

4 -④

Ah, lectores. Estoy suspirando. La vida puede ser buena. A veces. Está bien, muy pocas veces. 0k,0k, específicamente cuando estás arrodillado dándole besos de amor a tu hija bonita en la nalgas, y ella se voltea y te dice «…cuando te pones así, me mojo toda.» Cuando tu hija de once años te dice algo así, dejan de importar los gobiernos, la inflación, la hora pico y los impuestos. Tu hija moja por ti. Si le pides algo más a la vida, eres un glotón.

Ahí, de rodillas, como orando, le pregunté a Elena:
—Mi reina: Ese día que saliste corriendo… ¿Por qué saliste corriendo?
Elena puso cara como si le hubieran hecho la pregunta más estúpida posible.
—Ay papi, tú sí…
—¡Dime!
—¡Pues al baño, porque estaba empapada!
Así que no fue por miedo.
«Señor, acaba de ganar la lotería»
«¡No moleste, estoy arrodillado ante mi hija!»
—Y… ¿Ya te moja
ste ahorita?
Ella asintió hundiendo los labios. Tomé sus manos en las mías, acariciando sus nudillos con mis pulgares. Besé sus dedos.
—Mi soberana: ¿Honrarías a tu pobre padre con el permiso de beber tus jugos?
Después de unos segundos de silencio, agregué:
—Que mojes significa que quieres. Dame permiso, y si algo no te gusta, me dices y paro.
Ella asintió. Tomé con la boca el ruedo de la faldita de malla de
hilo, y la subí. Ambos temblábamos como gelatina. Al pasar mi cara cerca a su vagina, percibí por primera vez el delicioso aroma de la excitación de mi hija. Fue como un rayo. Gemí como si me hubiese machucado un dedo, pero con la boca llena. Bajé mi mano y le separé los pies. Más delicioso y tibio perfume de niña excitada emergió de su interior. Besé el parche de algodón de su tanga, acción por la que le saqué su primer gemido de toda la vida. Se sintió tanto calor en mis labios que evoqué la piel asoleada en la playa. Era hora de chupar, y usé mi mano para jalar su tanga. Los dedos me temblaban como a anciano con parkinson. Jalé, estiré y retiré. Casi me da un soponcio. Ya le había visto su rajita unas dos veces, tres máximo, pero a metros de distancia. Ahora la tenía a 5cm. Ella me la estaba dando para que se la mamara. La rajita de mi Elena. La rajita de una niña de once años. Perfecta. Esplendorosa. Vulvas ligeramente infladitas. Color monótono. Piel más suave que la de un neonato. Y lo mejor de todo: su primer pelo. Ahí, solitario, esperando a sus hermanos. Un vellito asomándose en toda la mitad, a un beso de distancia del límite superior de la rajita. Tuve qué pasar saliva o me ahogaría en ella. Subí la mirada para ver su rostro. Estaba temblando y con los ojos cerrados, aguardando por la tormenta eléctrica. Entonces, desaté la tormenta: Empecé a chupar.

Elena se cubrió la boca a dos manos y ahogó varios gritos. Al primer contacto con mi boca succionadora, ella hizo el amague de retirar la cadera, pero de inmediato la regresó. Repitió ese movimiento varias veces hasta que pudo contener la electricidad y dejarme chupar sin interrupciones. Le acariciaba las piernas y la cola mientras mamaba.
«Señor, bien pueda, entre al paraíso»
«No moleste ¿no ve que le estoy chupando la vagina a mi hija?»
Elena se quitó las manos de la boca, aspiró aire entre los dientes y dijo eso que tanto me gustaba oírle:
—Paaapiii…
Ascendí besando toda la línea recta entre su pubis y su boca. Me tiré a la cama con ella, besándola. Me reprimía para no asustarla. No se puede ser un tigre en la primera vez de una niña. Me reprimí de lívido pero no de lengua: Le dije, ente beso y beso, un montón de cosas que me tenía guardadas.
—Eres la niña más hermosa que existe… me excitas, me vuelves loco… estás buenísima, Elena… cada pinta que te compra tu mamá es como para devorarte… Te amo Elena, te amo… te adoro… te venero…

Desenfundé mi cañón de infantería. Fue algo instintivo, desprovisto de razonamiento. Elena lo vio y exclamó:
—¡Uich!
Si no me controlaba todavía más, aquello se convertiría en una violación. Preferiría volarme la cabeza. Exhalé y me pasé la mano por la cara. Le pregunté, estúpidamente:
—¿Alguna vez habías visto un pene?
Y de inmediato me di un palmo de narices. ¿Cómo le pregunto eso a mi hija de 11 años?
Rodé y me puse boca arriba, a su lado.
—Ven, mira. Conoce el pene de tu papi.
Ella se arrodilló y prestó atención. Estaba sonrojada y despelucada. Acaricié su rostro y la invité a tocarlo.
—Qué grande —dijo.
No soy superdotado, solo lo estándar, pero para una niña, era impresionante.
—Está así por ti, mi niña linda. Cuando estás así de bonita, él también se moja y quiere entrar en tu vagina, en tu boquita y en tu colita.
Elena me miró con una sonrisa pícara, como si estuviéramos haciendo pilatunas.
—Toca la punta —le dije, y me exprimí una gota de lubricante.
Uno se moja para lubricar, para que entrar sea más fácil y se sienta mejor. Y tú te mojas para lo mismo.
—Sí, eso nos dijeron en Comportamiento y Salud.

Anda, toca la punta.
Elena se animó y puso la yema de su índice en mi glande. Se le empapó de líquido pre-seminal tibio. Lo retiró y quedó una estela de aceitoso lubricante que se partió en dos al final. A ella le pareció divertido.
—Por cierto, mi niña, tus jugos saben DELICIOSO.
Elena, que no era boba, supo que esa era una invitación a que se untara en la boca el dedo con mi mojada. Sonrió, dudó por un segundo y al fin se untó la yema del dedo en los labios. Me quedé esperando su reacción mientras me pajeaba un poco.
—Agarra más —le dije y me estiré el miembro.
Ya sin agüero, Elena agarró más líquido pre-seminal de mi verga y lo probó.
Otra vez me quedé esperando una reacción.
—¿Qué tal? —pregunté.
Mi hija solo aplastó los labios, abrió los ojotes y subió un hombro. Prácticamente leí en su expresión.
Pues no es asqueroso pero tampoco es miel de abejas.
—Pruébalo directo del pene —le apunté a la cara.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en su hermoso rostro.
—Dale, no seas tímida, chupa a papi.
Confieso que moría hacía meses por decir
le eso último.
Elena apoyó los codos en el colchón y acercó la cara a mi falo. Presentí la gloria. Se tardó casi un minuto en decidirse, pero al fin se metió la punta del glande entre los labios.
«Señor, el universo es suyo, bien pueda tomar posesión»
«¡Cuál universo ni qué nada! ¿No ve que mi hija me lo está chupando?»
Ese primer contacto de sus labiecitos en la punta de mi pija fue como una electrocución que me llevó ante Dios. Me retorcí y gemí, y ella quitó la boca. Por mi reacción, creyó que algo me dolía, pero en un instante comprobó que era todo lo contrario. Me miró sonrió, y solo por verme feliz, se puso a lamerme el cabezón. Le agarré entre las nalgas con la mano y palpé todas las delicias de mi niña. Ella gimotéo y se acomodó para darme acceso a su carne. Obviamente, ella no estaba lista para metérsela toda en la boca ni para tragarse una venida. Le dije:
—No pares.
Y me la agarré para pajearme, sintiendo su lengüita en la punta. Pataleé, gruñí y casi lloré. Le retiré mi verga y me vine. Hacía mucho no tenía esa potencia. El primer chorro me cayó e
n la camisa a la altura del pecho. El resto, claro, cayó apenas hasta el ombligo. Fue un espectáculo que a Elena le encantó ver. Exclamó, muy sorprendida:
—¡Uuuuich!
La tomé por la cintura y la derribé a mi lado.
—Duerme conmigo, mi Diosa —le dije—, duerme conmigo.

5 -⑤

El tiempo devino impregnado de amor. Una vez acepté el mensaje enviado por el universo y seguí el consejo, todo se transformó. Jamás me había sentido tan completo ni que la vida tuviera tanto sentido. Consumar un amor tan grande en vez de reprimirlo te lleva la gloria en La Tierra. El impacto de mi encuentro carnal con mi hija me abrió los ojos como si una venda me hubiese sido rapada. Vi horizontes que antes no habría podido ni soñar. Tuve deseos de hacer cosas muy locas por amor a Elena, cosas que, a ojos cautivos por la mascarada, parecerían irracionales. Quise sacarla del colegio y salirme yo de mi trabajo, para dedicarme exclusivamente a existir para ella. Y el no poder hacerlo por razones obvias, me sirvió de luz para ver lo que antes no veía: Somos esclavos, el amor nos libera, y por eso el amor está prohibido.

O quizá solo me había deschabetado.

Pero todo esto es ripio, porque es sobre mí. La verdaderamente importante es Elena. Si para mí se abrieron nuevas puertas perceptuales, para ella, que era evolutivamente superior que Brenda y yo; fue una ascención. Una liberación, ya que corría antes de ella, el peligro de quedarse estancada y volverse un peón más de la granja humana, que actúa, siente y piensa como otros se lo indican. Me enorgullecía de que mi relación con Elena fuera una prueba superada y que ella estuviera contenta. ¿Que si contenta? Esperen y les cuento:

La noche del lunes siguiente, Elena entró a la que fuera una vez la habitación matrimonial de Brenda y mía. Se metió a la cama. Lo primero que pensé tras despertarme, fue que probablemente ella había tenido una pesadilla. Pero al instante razoné que Elena ya estaba grandecita para eso. Terminé de despertar, aflojé la lengua y le dije:
—¡Hola, mi reina! Bienvenida.
—Hola, papi.
Se recargó en mi brazo y aproveché para acariciarle la espalda con las puntas de mis dedos. Por su parte, ella se puso a jugar con los vellos de mi pecho. Pasaron unos minutos libres de palabras. Solo me sentía en el paraíso.
—Papi ¿tienes sueño?
—Si quieres dormir, durmamos.
Pasaron otros minutos más y empecé a dormirme. Mis dedos en su espalda bajaron paulatinamente la velocidad hasta parar totalmente. Pero algo me despertó de nuevo: Elena se decidió y al fin bajó. Me bajó la pantaloneta de dormir. Me lo sacó y me lo chupó.
Volví a vigilia de un delicioso golpe, dando un gemido gutural y a continuación, diciendo su nombre, en tono estrictamente pornográfico:
—¡ELENA!
Y es que ya no jugaba solo con la punta, como la primera vez. Se lo había apañado todo, hasta la base de la lengua. Se me paró en segundos. Tiré las cobijas y le agarré el trasero.
Llevaba su sexy ropita de dormir.
—¡Mamassita!
Mi hija liberó su boca un par de segundos para decirme:
—¡Me encanta cuando me haces así!
Se refería a la tremenda manoseada que le pegaba. Era una forma gentil de masturbarla, por encima de sus prendas. Le hundí más los dedos. Me retorcía como pez fuera del agua, efecto de su gloriosa mamada. Empujaba hacia arriba, usando los talones para impulsarme, como si quisiera trepar a alguna parte.
—¡Elena!
Podía sentir su mano suave y tibia en mis güevas y, dentro de su boquita, mi glande saliendo y entrando de la piel del pene. Adentro, afuera, adentro, afuera… qué lengua tan rica, mi niña ¡qué paladar!
Me vine. Gruñí, tens
é los músculos de todo el cuerpo y me corrí. Qué ordeñada me acababa de hacer mi nena. Por otra parte, ese fue su primer contacto con el semen, y dio una poderosa arcada de impresión. Yo estaba resistiendo el voltaje del descomunal orgasmo, cubriéndome los ojos como si estuviera ante una luz muy fuerte. Sentí cómo Elena devolvía mi venida de su boca a mi bajo abdomen.

Después, con la cabeza fría, pude pensar. La primera vez, ella probó mis fluidos y, naturalmente, se tomó su tiempo para decidir si le gustaba o no. Le tomó días. Al final de tanta dura deliberación interna, no se aguanto más y se metió a mi cama buscando más. Por eso se engulló mi verga completa sin agüero.

Y, en cuanto a mí, haber bebido sus tiernos juguitos me había hecho química en el cerebro y un conveniente corto circuito en la psique. De ahí en más iba a ser su esclavo. Si ella necesitaba algo y yo dudaba en dárselo, sabía que mi embrujo estaba dejando de tener efecto y tenía que darme más poción. Pero ella misma era la fuente del elixir mágico: Bastaba con que se parara frente a mí, se subiera la falda, se desplazara los panties a un lado y se palmeara la vagina. Yo babeaba de inmediato. Ella me ordenaba con su índice y yo obedecía. Me ponía a chupar. Por eso sentí el anhelo de volverme hippie y vivir sin trabajar, solo rodeado de flores y cogiendo todo el día con mi hija. Al no ser eso posible, al menos sí nos la pasamos el resto de viernes durante muchos años, sin salir de casa. Nos la llevábamos haciendo el amor desde que ella llegaba del colegio hasta la madrugada del sábado. Por su puesto que la desvirgué, primero por atrás y mucho después por delante, pero esa es otra historia.

6 -⑥

Para las vacaciones de mitad de año, Brenda nos visitó mucho. Me nacieron anhelos de reconciliarme con ella. Todavía la amaba. Un día, yo volvía de acompañar a Brenda al parqueadero del edificio cuando se marchaba. La habíamos pasado muy bien y yo cargaba una pesada nostalgia. Subí en el ascensor hecho un zombi, casi sollozando. Aunque era tan feliz con Elena, ahora querría tenerlas a las dos.
«Señor, aquí está su esposa Brenda, quiere volver con usted. Señor ¿por qué se queda callado?»
Cuando volví a entrar al apartamento, Elena notó mi pesadumbre. Trató de consolarme siendo más consentida y cariñosa que una gatita. Caímos en el sofá de la sala y ella se acaballó en mí. Puso sus palmas en mi pecho y me habló:
—Papi, a ti te gustaría volver con mi mami ¿cierto?
—Sí, mi amor, pero lo que no se puede, no se puede.
—Me tienes a mí —declaró, subiendo un hombro.
La abracé y con mi cara pegada al costado de su cara, le respondí:
—¡Yo sé, mi amor, yo sé! Y tú me tienes a mí. Nunca estará sola si mi corazón todavía late.
Su respuesta fue abrazarme más fuerte.

Cogimos.

Después de media hora, Elena estaba de rodillas y yo me masturbaba en su lengua. Ella esperaba el premio con paciencia. Un par de minutos de manualidad y la eyaculé. Los goterones de esperma espesa bajaban lengua adentro. Ella mi me miró a la cara, abrió los ojos y cerró la boca para tragar. Hizo glup y me la chupó un poco más. Remató con un beso en el orificio de mi pene, se paró y se fue, chupándose los dedos. Me dejó ahí desnudo y con la pita ablandándose. Me tenía como un simple dispensador de golosina.


Tocaron a la puerta. «¿Quién mierdas?» Pensé. Me vestí
como un rayo y fui a ver. Era Brenda.
—¡Hola! Perdóname, se me quedaron las viandas de mi mamá. No sé dónde tengo al cabeza.
Como antigua señora de la casa y dignataria vitalicia e indiscutible de mi vida, entró sin permiso.
—Seguro están en la cocina —agregó y fue directo allá.
Al oír la voz de su madre, Elena salió como pepa de guama. La asaltó sin importarle nada, se tiró sobre ella y la inmovilizó a besos.
—¡Mami, mami volviste!
Ese “volviste” tenía un sentido más allá de lo literal.
Brenda fue recíproca en cuanto a la emboscada de besos. Le besó todo el rostro a Elena, pero algo la detuvo y provocó que volteara a mirarme con los ojos rectilíneos. Presentí de qué se trataba y sentí una daga hundiéndoseme en el vientre y bajando hasta la ingle, sangre saliendo a mares y el calor de la vida yéndose.
—Ve a tu cuarto amor, tengo que hablar con tu papá.
«¿Dónde dejé mi revólver? Es un buen momento para suicidarme» pensé. Elena obedeció y yo también. Entré a la cocina con Brenda. Con mi ex-mujer. La fémina por excelencia. Me sentía
como un mocoso al que han sorprendido y van a dilapidar entre todos los adultos. Brenda tomó asiento ante la mesa de la cocina, donde, en efecto, estaba la caja con viandas que eran para su madre. —Siéntate —me dijo.
Pude leer su mente. La sentencia completa fue: «Siéntate, o ¿estás muy tenso para sentarte?»
—Siéntate, debes estar muy relajado ¿no? —insistió ella, con voz de rector de escuela.
Sentí que me cagaba, pero aún así me senté. Esa caja con viandas era lo único que me protegía de la ira de Dios. Brenda me miró sin expresión legible, me analizó por casi un minuto, esperando a lo mejor que yo hablara. Pero no dije nada y ella tuvo qué decir:
—¿Quieres decirme por qué mi hija tiene aliento a semen?
En efecto, me cagué.
Brenda me miró por un minuto más, como leyendo mi mente y mis sentimientos con un escáner psíquico. Al fin, vaciló y acercó la caja con viandas. Exhaló tan fuerte que sus mejillas se inflaron. Bajó la tensión de su voz casi a la risa y pudo decir:
—¿Te estás cogiendo a nuestra hija? Responde, sé hombre.
—Sí.
Brenda limpió el sudor imaginario de su frente. Se recargó en el espaldar y volvió a resoplar. Me miró y me regaló algo muy parecido a una sonrisa. Alzó los hombros y dijo:
—Bueno, te la debes estar cogiendo muy bien porque está muy contenta.
Hubo otro interminable segundo de silencio. Ella solo sostenía un diálogo interno mientras veía y acariciaba distraídamente la caja de viandas. Luego dijo:
—Elena es muuy bonita —hizo un acento superlativo en ese “muuy”—, desde los 9 años tiene mucho pedido. Quién mejor que tú para que sea su primera vez. Mejor tú que algún profesor o dentro de pocos años algún tonto adolescente.
Tú la amas tanto como yo. No se puede pedir más.
Agarró las viandas y se puso de pie. Pasó a mi lado, me tocó el hombro y remató:
—No vayas a embarazarla.
Brenda se marchó.

La expresión “No podía creer lo que oía” se usa mucho y pierde su significado. Deberían reservarla para ocasiones como esa, en que uno literalmente no cree lo que oye o ve, y se pregunta si es real-real o está soñando. Debí tardar unos 20min en ser capaz de levantar mi culo de la silla para irme a bañar, con las piernas hechas gelatina y como si mi estómago estuviera digiriendo un vibrador.

7 -⑦

Después de reponerme del susto, volví lentamente a la vida normal. O sea, trabajar duro para mi diosa y tener una vida sexual plena con ella. En vacaciones todos los días y en calendario laboral y escolar, hacer el amor los viernes por la tarde, siete u ocho veces.
Un día se me pasó de vuelta por la mente lo que había dicho Brenda: «
Mejor tú que algún tonto adolescente». Como hombre maduro (?) que era, la encrucijada duró apenas una noche y en pocas horas tenía una respuesta: Elena crecería y tendría novios, y yo no podía negarle eso. Por mí, que se quedara de once años toda la vida, qué rico. Pero ella tenía su propia vida, yo la amaba y ella merecía enfrentarse a los embates de una vida ‘normal’. Eso requería dejar de cogérmela tarde o temprano. No imaginaba a mi diosa venerada, siendo una mujer adulta que vive con su anciano padre que toma viagra para comérsela ¡Qué horror!
Liberado del peso del destino inevitable, solo por haberlo aceptado, resolví adquirir un recuerdo de mi Elena de once años, el cual pudiera llevarme a la tumba. Algo que pudiera pedir, me enterraran con aquello. Se lo pedí a Elena y ella accedió entusiasmada. Me dio permiso de depilarle ese primer vellito de su cuca y guardarlo.

El primer vello púbico de mi hija está enmarcado en una tarjeta blanca con mensajes de amor escritos a mano por Elena y respondidos por mí. Lo llevo siempre, y siempre lo llevaré.

Fin

En la imagen: Elena de StarSessions

Mis Primas (Parte 2)
Con mis primas

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  1. hola soy mujer española y secologa , tengo 2 hijas de 12 y 14 años y mi esposo mis 2 hijas y yo somos incestuosos ,, si eres papa y vives con tu hija solo ella te visista los fines de semanas y te masturbas espiandola o te masturbas con sus bragas y nesecitas consejos escribeme a mi telegran @milena8899 ademas tengo videos padre hijas reales 100% real real para intercanbio ok solo intercanbio y te doy ayuda de consejos para tu hija