Incesto

El último deseo

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            Mi marido y yo estábamos sentados con otros dos matrimonios amigos, de más edad que nosotros, en una terraza del paseo marítimo, tomando algo y viendo a la gente pasar, mientras ellos no podían evitar fijarse en las nenas que pasaban por allí, llamándoles la atención los grupos de niñas y adolescentes que iban todas vestidas iguales, con esos shorts cortitos, unos más ajustados y otros más holgados, pero todas enseñando medio culito, como está de moda ahora entre las crías que empiezan la adolescencia imitando a las más mayores, en combinación con tops o camisetas cortitas también, enseñando el ombligo, provocando sus comentarios sobre ellas:

 

            —¡Qué maravilla!, están preciosas estas nenas.

 

            —Como me gustaría acariciarles esas piernas tan largas con esa piel tan suave.

 

            —A mí me encantan estas que tienen los muslos más gorditos y tan culoncitas. Están muy ricas —comentó otro.

 

            —Ya te digo, les daría unos buenos mordiscos.

 

            —Fíjate que cuanto más jovencitas son, más quieren enseñar…..

 

            —Eso es porque buscan llamar la atención, para competir con las mayores. Todas quieren ser las que atraen más miradas

 

            —A mí me pone malo verlas el culito cuando van andando. Además yo creo que es como tú dices, que les encanta que las miren, presumir y provocar —seguían comentando entre ellos sin importarles que nosotras estuviéramos presentes.

 

            —Quien pudiera tener alguna así en casa ¿eh? —dijo finalmente mi marido.

 

            —Paco, ¿Qué darías por estar con una cómo éstas? —le retó otro de los hombres.

 

            —Uufff, daría la vida, jajaja.

 

            Diciendo el que tenía más edad de todos:

 

            —Pues yo lo pediría como mi último deseo antes de morirme, jeje.

 

            —Tú has tenido dos hijas, podías haber aprovechado —le reprochó otro.

 

            —Sí, pero cuando eran pequeñas nunca me atreví a mucho. Sólo con la más pequeña, que era más cariñosa y se dejaba acariciar algo más.

 

            —Anda, seguro que le metías bien la mano entre las piernas.

 

            —Bueno, algo sí, no te lo voy a negar, lo que se dejaba. La verdad es que de niña estaba muy rica y le encantaba jugar a las cosquillas, jaja.

 

            Nosotras estábamos oyendo su conversación un poco alarmadas por lo que decían, reprendiéndole la esposa del que había dicho eso:

 

            —¿Cómo dices esas cosas? ¿Qué van a pensar?

 

            Intentando calmarla yo:

 

            —No te preocupes, mujer. Estamos en confianza y en todas las casas pasan esas cosas.

 

            —Sí, ya lo sé, pero a la nena no le hacía nada, o por lo menos yo no lo veía.

 

            Nuestros maridos se rieron entre ellos, como no creyendo lo que decía, o pensando que era muy ingenua.

 

            Interviniendo yo:

 

            —Mira Juani, todos los hombres hacen lo mismo, si tienen oportunidad, meten mano a las nenas.

 

            Diciendo la otra amiga, la de más edad:

 

            —Eso es verdad, porque cuando nos traen a la nieta a casa, tengo que estar vigilándote a ti también —dirigiéndose a su marido.

 

            —Sólo juego con ella, mujer.

 

            —Sí, vaya forma de jugar. Si ya te sorprendí poniéndole la polla en la mano de la cría.

 

            Haciéndole gracia ese comentario a mí marido:

 

            —Jajaja, ¿tú también? A la mía yo también se la ponía.

 

            —Sólo fue esa vez y porque ella siempre iba conmigo cuando iba a mear y le gustaba verme.

 

            —Ya, ya, sólo esa vez que yo te viera. Seguro que iba detrás de ti para agarrártela, porque sabía que tú la dejabas —seguía insistiéndole su mujer.

 

            Interrumpiendo la otra amiga:

 

            —Bueno, vamos a dejarlo, que aquí van a acabar saliendo cosas que no deberían saberse. Estáis hechos unos viejos pervertidos, todo el día pensando en lo mismo.

 

            —¿Y vosotras qué? No me digáis que no les echáis el ojo también a los nenes que pasan por aquí.

 

            —Algunos son muy guapos, sí, pero no somos tan pervertidas como para estar  pensando en tirárnoslos, como vosotros.

 

            —Ser sinceras, que si tuvierais a uno a mano, se lo comeríais todo —desafiándonos uno de los hombres.

 

            —Es verdad, tenemos que reconocerlo también. Todas hemos tenido ganas de hacerles una pajita a un crío de estos y de algo más, que alguna lo hemos hecho también —acabó reconociendo la más mayor, que se lo había reprochado a su marido.

 

            —¿Sí? ¿A tú chaval se lo hiciste? —le preguntó con morbo mi marido.

 

            —Ya estamos otra vez, hablando de más, jaja —queriendo otra vez cortar ese tipo de conversaciones que le incomodaba, otra amiga.

 

            Pero su marido quería que continuara hablando:

 

            —No pasa nada, cariño. ¿No decías que estamos en confianza? Puedes contar lo que pasaba.

 

            —Es verdad que tuve una temporada que me apetecía hacérselas, se le estaba desarrollando mucho y me decía que le dolían los testículos.

 

            —Y tú le aliviabas, ¿no?

 

            —Sí, es que la tenía preciosa, y bueno, todas hemos hecho eso alguna vez, cuando bañamos a los críos. Es que es casi sin querer, que se nos va la mano.

 

            —Eso es verdad y a ellos les encanta.

 

            —Pues ahora tienes nietos también y pueden tener el mismo problema.

 

            —Ya, pero supongo no le gustará a su madre que les haga eso. Ya se encargará ella, jaja.

 

            —No tiene por qué saberlo, mujer, le dices al nene que no diga nada y ya está.

 

            —Prefiero no pensar en eso, que me pongo……

 

            —Jajaja, nosotras criticando a los maridos, y también nos gustaría tener a un nene entre las piernas.

 

            —La tienen pequeña todavía a esa edad y no sé si nos darían gusto.

 

            —Pero juegas con ellos, mujer, que es muy rico. Además, ya alguno con 14 años tienen la polla como tu marido, jaja.

 

            —Y echan una cantidad de leche que te ponen perdida. Además, la tienen muy rica a esa edad, comentando yo con más atrevimiento.

 

            —Hablando de estas cosas me pongo mala, al final somos peores que nuestros maridos —decía otra, ya totalmente acalorada por la conversación.

 

            —Eso es cierto, pero nosotras no nos atrevemos tanto a contarlo y sólo así, entre amigas, se nos escapa algún comentario sobre lo que hacemos.

 

            Diciendo uno de los maridos para conciliarnos a todos:

 

            —Eso es normal, no tenéis por qué avergonzaros, mi mujer me lo reconoce también y es que llegamos a una edad que necesitamos esas cosas porque nos cansamos siempre de lo mismo, jaja.

 

            Habían pasado unos meses desde la última vez que pasamos esa tarde juntos y una de estas amigas me llamó muy preocupada, porque le habían diagnosticado a su marido una enfermedad diciéndole que le quedaba poco tiempo de vida, aunque de momento él estaba bien de salud y dispuesto a disfrutar el tiempo que le quedara.

 

            Mi amiga me decía que él se lo había tomado bien, porque ya tenía una edad y no esperaba mucho más de la vida, excepto un último deseo que nos había confesado esa última vez que nos vimos.

 

            Yo casi no lo recordaba y tuve que preguntarle:

 

            —¿Qué deseo era ese?

 

            —Pues eso que dijo cuando miraban a las nenas, que antes de morirse le gustaría estar con alguna de ellas, de las que veíamos pasar en el paseo.

 

            —¡Ah! Si, no me acordaba, jaja. Pero creía que lo decía en broma.

 

            —Qué va, amiga, ya me lo comentó varias veces desde que supo que iba a morirse.

 

            —Pues no sé cómo va a poder cumplir ese deseo.

 

            —Verás, te va a extrañar lo que te voy a decir, pero yo le quiero mucho y me gustaría ayudarle a cumplir ese deseo.

 

            —¡No me digas!  No me lo puedo creer. ¿Cómo vas a ayudarle?

 

            —Eso quería comentarte. Que me gustaría llevarle una nena para que disfrutara con ella, pero no sé de donde sacarla.

 

            —Jajaja, ¡estás loca! ¿De verdad estás dispuesta a eso? Es que a mi tampoco se me ocurre de donde sacarla.

 

            —Había pensado en nuestra nieta. Ya oíste lo que comentó Paco aquella vez, lo que hacía con la suya y que a su mujer no le parecía nada bien.

 

—Sí, jaja, pobre, si casi no le hacía nada a la cría, según ella.

 

—¿Te parece poco dejarla que le tocara la polla? y él también aprovechaba para sobarla bien, parece ser, según me contó. Si se llega a enterar la madre de la cría de todo eso, los mata.

 

—Bueno, mujer, ya sabes que esas cosas suelen pasar.

 

—Sí, pero una cosa es esa, que lo harán muchos y otra cosa es que se la folle, así como si nada pasara.

 

—Ya, te entiendo, eso es más complicado y más peligroso aunque yo creo que alguna nena se dejaría sin problemas. ¿Y tú crees que tú nieta se dejaría también?

 

—Supongo, ella siempre anda detrás de su abuelo y si la metiera en la cama con él, se lo tomaría como un juego más. Además, las últimas veces que estuvo en casa, me daba pena por él y yo ya las últimas veces le dejé que hiciera lo que quisiera con ella, pero es que me da miedo lo que pueda pasar, porque su mamá no va a estar de acuerdo, como comprenderás.

 

—Claro, a ti te gustaría que fuera con alguna que su mamá no pusiera impedimentos, para no tener problemas ¿no?

 

—Pues sí, por eso te preguntaba si conocías a  alguien, porque preferiría que fuera alguien de fuera, que no conozcamos.

 

—Es que nunca había pensado en estas cosas, como puedes suponer, pero ahora  que me lo dices, se me ocurre la chica que viene a casa a limpiar.

 

—¿Pero esa es mayor ya, no?

 

—Sí, claro, pero ella tiene una nena que tuvo muy joven y está aquí con ella, las dos solas, porque es ecuatoriana.

 

—¿Y tú crees que ella querría?

 

—Bueno, ya sabes cómo son algunas chicas de estos países, que empiezan muy pronto a tener sexo. Ya ves la madre, como se quedó embarazada de un primo suyo, me dijo Además, creo que una vez me comentó que tuvo una pareja hace poco y que le había pillado alguna vez con la cría, también.

 

—¡Ah, ya! Por eso crees que la nena tendrá experiencia y que no le importaría.

 

.—Bueno, eso ya no sé y es que yo tampoco me atrevo a preguntarle una cosa así tan delicada a su madre. Tampoco tengo tanta confianza con ella.

 

—Claro, es lógico. ¿Entonces, como podemos hacer?

 

—Mira, se me ocurre una cosa. Yo le podría comentar que tú la necesitas en tu casa para limpiar y que si puede ir algún día allí. Ella lleva muchas veces a su hija a las casas, porque no tiene con quien dejarla y así tu marido la puede conocer también y ves si le gusta, y ahí ya tú podrías hablar con ella, si te interesa.

 

—Sí, es una buena idea. ¿Cómo es la cría?

 

—Es muy rica, morenita, así desarrollada para su edad, con curvitas, ya sabes como son, que son muy alegres y provocativas y a los hombres les atraen mucho.

 

—¿A tú marido le gusta?

 

—A mi marido le gustan la madre y la hija, jaja, pero ya me fijé en como mira especialmente a la cría.

 

—¿Pero ya provoca a tu marido con su edad?

 

—Bueno, ya sabes, estos hombres se provocan solos ellos mismos, jaja. Es que la madre la trae vestida de una forma que la miro hasta yo.

 

—Irá con esos pantaloncitos que están de moda, ¿no?

 

—Sí, amiga, que son casi como bragas, que no tapan nada, y como la cría tiene un buen culo, mi marido se pone loco con ella.

 

—¿Le ha metido mano él también?

 

—No me extrañaría. Y seguro que la nena no dirá nada, con lo calientes que son, estará encantada.

 

—Pues creo que sería la nena ideal para mi marido. Gracias, amiga, ya me la mandaras a casa, a ver si sale todo bien.

 

Pasó un tiempo y llamé a mi amiga para preguntarle cómo iba todo con la chica que le había mandado. Me contó que la chica ya había ido 5 veces a su casa y que había llevado a su hija dos veces con ella. Que su marido no hacía más que mirarla y que ella le había preguntado a su marido si le gustaba la cría para cumplir su último deseo. Él la dijo que le encantaba, pero mi amiga le aconsejó que primero la tanteara para ver como era ella y si se dejaba tocar, y luego ella le preguntaría a su madre si la dejaba estar con su marido y quedamos en que me iría contando como iba todo.

 

Tiempo más tarde, me la encontré en la calle; la vi muy contenta y me dijo que tenía que contarme muchas cosas, por lo que fuimos a un sitio discreto para que lo contara todo:

 

—Pues mira, como te dije la otra vez, él fue poco a poco. Mientras  la chica hacía la limpieza, mi marido entretenía a su hija y cuando no los veía su madre, él  aprovechaba para acariciarla y ella se arrimaba más a él. Yo les miraba estando pendiente de que su madre no viera nada, pero hija, estas chicas que andan por las casas, son más listas que nadie, y se acabó dando cuenta y ¿sabes lo que me dijo?

 

—¿Qué te dijo?

 

—Pues que si mi marido quería calentarse con la niña, tendría que pagarle más dinero.

—Jaja, son así de descaradas….

 

—No sabes el apuro que pasé en ese momento, no sabía que decirle y le pedí perdón y que fuera discreta. Me excusé diciéndole que mi marido estaba enfermo y le quedaba poco de vida y que lo único que le animaba era estar con su hija.

 

—¿Y lo entendió?

 

—Sí, gracias a Dios. Ella lo entendió y miró con compasión a mi marido, pero me dijo que muchos hombres intentaban aprovecharse de ella y de su hija y que si mi marido quería estar con la niña en la cama, tendría que pagarle bastante más.

 

—Así te lo dijo, con esa naturalidad….. Bueno, pues estupendo, ¿no? O sea, que la cría ya no debe ser ni virgen. ¡Qué barbaridad….!

 

—Sí, yo no me lo podía creer que me dijera eso y la insistí en que si le parecía bien que mi marido pudiera disfrutar con ella siempre que la cría quisiera, claro, que yo no quería obligarla a nada.

 

—Seguro que se lo han propuesto más veces en otras casas, por eso te dijo eso, porque como es tan buena, se aprovecharían de ella.

 

—Sí, es muy buena, es que además me dijo que por su hija no me preocupara, que ya no era virgen, como me decías, y que ella iba a disfrutarlo también.

 

Ante mi cara de asombro, ella siguió:

 

—¿Te lo puedes creer? Una cría de esa edad y que ya no era virgen, pero bueno, casi no me extraña, porque de la forma que andan por la calle, supongo que les dirán de todo y algunos no se conformarán con mirar.

 

—Por supuesto. No sabía que habían llegado a tanto con ella, pero ya te lo dijimos, que no fueras tan ingenua.

 

—Sí, ya veo, pero todo esto que estoy viviendo me ha abierto los ojos.

 

—Bueno, sigue, ¿qué más pasó?

 

—¡Ah!, sí, perdona. Pues nada, que llegamos a un acuerdo y ese día me dejó a la nena para que durmiera en mi casa.

 

—¡Vaya!, y tu marido loco de contento, ¿no?

 

—Ya ves. Me dio las gracias mil veces, me dijo todo lo que me quería y yo lo que le quería a él y acabamos los dos llorando como tontos.

 

—¡Ay, que bonito! Me dais envidia del amor que os tenéis y la buena persona que eres.

 

—Sí, fue muy emocionante también para mí, no te creas, verlos allí juntos en la cama, como mi marido disfrutaba besándola, lamiéndola por todos lados. La nena de verdad que es un encanto, La miraba como tonta viendo como se la metía en la boca toda entera y se la lamía de arriba abajo mejor que yo, jaja.

 

—¿Y tú marido con la enfermedad, no tuvo problema para ponérsela dura?

 

— Que va, cuando tiene sexo conmigo, si que tiene que tomar la pastilla, pero con la cría, ni pastilla ni nada, estuvo tieso todo el rato, hasta que ya no pudo más del agotamiento.

 

—Entonces se la metió pero bien, a la nena ¿no?

 

—Sí, no veas los gritos y gemidos que soltaba ella. Cualquiera que nos viera no sé que pensaría.

 

—Pues que erais un matrimonio feliz y se morirían de envidia.

 

—La verdad es que fue tremendo, Mi marido se la metía entera y ella disfrutaba como una loca. Yo creía que le estaba haciendo daño, pero ella decía: (—Más, más, sigue….)

 

 —Así que menuda noche os pasasteis. Cuando se lo cuente a mi marido no se lo va a creer, pero se va a alegrar mucho por su amigo.

 

—Ten cuidado que no te la pida él también, jaja; pero sí, ya me dijo mi marido que ahora podía morirse tranquilo. Y yo me siento muy feliz por haberle conseguido su último deseo.

 

—Qué bien amiga. ¿Te imaginas que nosotras pedimos también ese último deseo?

 

—¿Cuál? ¿Estar con un nene?

 

—Claro, tu marido ahora no podría negártelo, no me digas que no te apetece.

 

—Por apetecerme, claro que me gustaría, pero cuando llegue ese momento, no se como estaré yo para esas cosas.

 

—Pero podrías hacerlo ahora, no tienes por qué esperar para cumplir eso. Tu marido lo comprendería seguro.

 

—Sí, ya lo sé. Me estás poniendo los dientes largos, amiga. No sé que hacer, además, tendríamos el mismo problema que para buscar a esta nena.

 

—No tanto, los chicos están más dispuestos a eso y yo creo que sería más fácil.

 

—Pues ponte a pensar en alguno también. Te estoy pidiendo demasiado ya, jaja.

 

—No, mujer, si se me ocurre algo, ya te contaré.

 

Creo que mi amiga se quedó bastante nerviosa esperando que yo le buscara a algún crío, así que hablé con nuestra otra amiga, con la que habíamos coincidido aquella vez en la terraza de la playa.

 

Cuando le conté todo lo que había pasado con nuestros amigos, la enfermedad de él y lo que hicieron, no se lo podía creer tampoco, pero le dio mucho morbo cuando le conté los detalles y más cuando la dije que ahora ella quería cumplir también ese mismo deseo y le pregunté si ella conocía a algún chaval con quien pudiera hacerlo:

 

—No sé si podré ayudaros, pero no debería decirte esto.

 

—Puedes decirme lo que quieras, Sole, ya sabes que soy muy discreta para estas cosas.

 

—Verás, desde que empezó el curso, tengo a mi sobrino Manuel en casa para que vaya al Instituto, porque tenía problemas con sus padres y nos lo mandaron con nosotros, para ver si no estaba tan rebelde y se ponía a estudiar.

 

—Ya entiendo ¿y qué tal se porta el chico?

 

—Él es bueno y se comporta bien, pero he tenido que hacer algo para conseguirlo.

 

—¡Uuuuyyy!, que ya me parece por donde vas…..

 

—Sí amiga, le fui prometiendo que si estudiaba y si iba aprobando, que le dejaba verme desnuda y tocarme, porque le veía muy interesado y como es tan atrevido, me lo pedía.

 

—Vaya con estos niños de ahora, si que son listos para lo que quieren, pero ¿Cuántos años tiene ahora?

 

—Hizo 13 y está todo el día en Internet viendo porno y esas cosas. Haciéndose pajas continuamente y al principio no podía con él.

 

—Bueno, como todos, imagino. Pero tú no estás acostumbrada  a esas cosas, claro.

 

—No, los míos no eran así, eran otros tiempos, no sé.

 

—Y al ver al crío todo el día dándose, te entraron las ganas a ti, jaja…..

 

—Pues ya ves,,, me da vergüenza reconocerlo.

 

—No tienes por qué. Te agradezco tu confianza y que me lo cuentes. ¡Oye! ¿Tú crees que tu sobrino querría estar con nuestra amiga?

 

—Yo creo que estaría encantado, pero es que no tiene mucha experiencia todavía, yo hasta ahora sólo le he masturbado y se la he chupado.

 

—¿No te lo has follado?

 

—No, no me he atrevido, me da no se qué todavía.

 

—Seguro que estará deseándolo el crío. Mira, podemos hacer una cosa, tú empiezas a follártelo y así ves como va, y para que aprenda un poco más, antes de llevárselo a Juani.

 

—¡Ay, amiga!, ganas no me faltan, pero este es capaz de preñarme.

 

—Ponle un condón, mujer.

 

—Es que me gusta que me echen la leche dentro.

 

—Claro, que viciosa eres, ya lo se que es muy rico, pero ¿quieres arriesgarte? Mira, Juani no tendría ese problema porque tiene la menopausia ya.

 

—Qué suerte, así no tiene que tomar nada.

 

—Bueno, pues ya me dirás lo que haces y hablamos con Juani.

 

Una semana después, Sole me llamó contándome que ya había follado con su sobrino y que había sido maravilloso, que era una sensación única y especial llena de morbo. Me dijo que el chico, después de hacerlo unas cuantas veces, había empezado ya a controlar la eyaculación y que cada vez aguantaba más, pero que no importaba si se corría, porque al momento la tenía durita otra vez y volvía a empezar.

 

Entonces quedamos en que ya estaba dispuesto para que le lleváramos con Juani y que ella lo disfrutara también y nos presentamos en su casa con el chaval.

 

Juani estaba muy nerviosa y el crío también un poco tímido con ella, así que tuvimos que animarlos un poco, diciéndoles que no perdieran más el tiempo y se metieran en la habitación.

 

Dejaron la puerta abierta y pudimos ver como Juani le bajaba los pantalones al chaval y agarrándole el pene se puso a chupárselo, como si llevara mucho tiempo deseando hacer eso y no pudiera esperar más.

 

Luego ella se desnudó para que el chico la viera y se tumbó en la cama para que él se pusiera encima de ella poniéndose a hacer primero un 69, chupándose mutuamente. Fue muy morboso ver esa escena, con la cabeza del crío entre las piernas de mi amiga, chupándole todo el coño.

 

Pero ella quería saborear ese momento sin prisas, aunque estuviera deseando ser follada como una cualquiera, sin frenos ni falsos pudores.

 

Ella se derretía de placer, en acelerados gemidos sin pausa, que se incrementaron cuando el chico la penetró empujando fuertemente para hacerla sentir su pene bien dentro de su coño.

 

Los gritos de placer de ambos se fundieron al alcanzar un orgasmo simultáneo, que nos dejó a nosotras absortas ante ese momento mágico que toda pareja desea.

 

Nuestra amiga volvió a lamer golosamente los restos de semen que todavía salían de la polla del chaval y luego se cambió de posición para que se la volviera  meter desde atrás ofreciéndole el culo. El sobrino de mi amiga se la volvió a meter por el coño, pero Juani le dijo:

 

—Por el culito, cariño, métela ahí.

 

El chaval dudó por un momento, porque era la primera vez que lo hacía análmente, pero el espectáculo de ver a una mujer madura ofreciéndosele, le hizo olvidar toda reticencia y penetró de nuevo a Juani, esta vez por el culo, donde sintieron con más intensidad el contacto sexual que los llevaría a un nuevo orgasmo.

 

Mientras tanto, mi amiga y yo estábamos mirando muy excitadas y habíamos empezado a tocarnos entre las piernas. Juani nos vio y nos hizo una seña para que entráramos en la habitación.

 

A mí me habían entrado muchas ganas de estar con el chaval, y como Sole ya lo había probado, me lo cedió a mí para que se me pusiera encima y me penetrara, porque el chico seguía duro como una piedra.

 

Me tumbé con las piernas bien abiertas y poniéndose encima de mí, enseguida empezó a darme gusto con sus movimientos mientras yo le sujetaba por el culito para que no la sacara y me la metiera más adentro, hasta ese punto donde se disparan mis orgasmos y me corro como una loca y por el morbo que me producía esa situación hizo que aumentara la intensidad del orgasmo que tuve.

 

Al sacarla de mi coño, yo también quise chuparle los restos de semen que todavía le salían, quedándonos asombradas  con la cantidad que echaba:

 

—¡Qué barbaridad!, no le para de salir leche.

 

Diciendo Sole:

 

—Es tremendo, chicas. Estuve toda la semana follándomelo y parece como si cada vez le saliera más.

 

—¿En tu casa está todo el día así empinado también?

 

—Si, amigas, no hay manera de que se le baje.

 

—Qué suerte, Sole, tú le vas a tener en casa hasta que termine el curso.

 

—Bueno, no os preocupéis, yo os lo puedo traer cuando queráis.

 

—Gracias, Sole, queremos disfrutarle más veces.

 

Y así fue como por la generosidad de Juani para hacer que su marido cumpliera su último deseo, todas acabamos cumpliendo los nuestros.

 

 

           

 

           

 

Fantasias perversas sin limites
Reminiscencias VIII.

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