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Mi sobrino y el niño de mi amiga juntos

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Este relato puede considerarse una continuación de los referidos a “Mis sobrino”, y “el niño de amiga”, contando todo lo que  fue sucediendo después de esos morbosos acontecimientos….

Después de lo vivido con mi sobrino y el niño de mi amiga, me había convertido en una viciosa pervertida y no podía pasar mucho tiempo sin esos placeres, así que traté de convencer a mi cuñada para que dejara a su hijo volver a mi casa a pasar unos días con nosotros, a pesar de que me decía que la última vez que le había enviado conmigo, le había echado mucho de menos porque ya sabía yo que él era lo único que tenía desde que faltó su marido.

De todas formas, yo le comenté lo bien que le había venido al niño la última vez que estuvo conmigo y todo lo que había aprendido, y que al final sería ella la que más disfrutaría de todo ello según fuera creciendo.

Al final mi cuñada accedió y mi marido, como siempre, no puso ningún inconveniente, por lo que me fui muy contenta a recibirlo a la Estación.

Cuando llegó, casi no lo reconocí de lo que había cambiado. Había crecido y se había puesto muy guapo. Hasta llegué a ruborizarme cuando él, en vez de darme los dos besos típicos de sobrino a tía, me dio un beso en la boca, dejándome degustar su deliciosa lengua, allí en medio de la gente, que al vernos, no se lo qué pensarían de esa tórrida escena.

Cuando llegamos a casa era ya muy tarde y nos fuimos a la cama directamente, pero yo, de los nervios no podía ni dormirme, así que al oír a mi marido roncar, me levante y me fui a la habitación de mi sobrino. Él también dormía, pero de todas formas, me metí en su cama completamente desnuda y le abracé por la espalda, llevando mi mano a su pene, que al poco tiempo de sentir mis caricias rápidamente se empalmó aumentando mi excitación, lo que provocó que se despertara y se diera la vuelta para abrazarme haciéndome sentir la dureza de su polla entre mis muslos, que por cierto, noté que le había crecido más desde la última vez que nos habíamos visto y al agarrárselo con la mano, noté también su mayor grosor.

Así que le quité las sábanas por la curiosidad que tenía por verlo y lancé una exclamación cuando pude contemplar su pene tan vigoroso entre mis manos. Mi boca al instante empezó a salivar y no pude aguantarme por mucho más tiempo para llevarme su polla a la boca y saborear esa hermosura que acabó por embriagarme cuando pude degustar las primeras gotas de líquido pre-seminal, continuando mi mamada sin poder quitármela de la boca hasta que su potente chorro de semen me la llenó toda, del que intenté tragarme toda la cantidad que pude, relamiéndole el glande con las últimas gotas que salían de él hasta dejarlo completamente limpio y brillante con mi saliva.

En esos momentos, mi coño ya estaba súper empapado, llegando a mojar las sábanas del flujo que me salía, así que le pedí que me montara como lo hacía con su madre, notando al hacerlo, como sus embestidas eran más fuertes que la última vez que lo habíamos hecho, demostrando que ya se estaba haciendo un hombre, capaz de satisfacer a la mujer más exigente, por lo que no tarde en alcanzar un intenso orgasmo, mientras él todavía aguantaba su eyaculación, después de correrse tan rápidamente en mi boca.

Así que viendo que todavía seguía dispuesto, le dije que continuara follándome después de cambiar de posición y hacer que me penetrara por detrás con tanto ímpetu que movíamos toda la cama, dando esos golpes característicos cuando se oye a los vecinos follar en la habitación de al lado, por lo que temí que mi marido se despertara y al oírnos, nos pillara infraganti, pero en ese momento, lo único que me importó fue continuar disfrutando de mi sobrino hasta que volviéramos a corrernos juntos, momento en el que no pude reprimir un grito de placer, que ya me pareció imposible que no lo hubieran escuchado todos los vecinos.

Cuando recuperé un poco las fuerzas, volví a mi habitación con el temor de que mi marido estuviera despierto y me preguntara donde había estado, pero por suerte, parecía que seguía dormido, aunque sin roncar.

Al siguiente día, llevé a mi sobrino a casa de mi amiga, la que tenía un niño un poco menor que él, porque ella ya estaba al tanto de todo lo nuestro y le había prometido llevárselo porque tenía mucha curiosidad por conocerlo.

Al llegar, se le iluminaron los ojos al verlo:

—Está guapísimo tu sobrino. No me extraña nada todo lo que me contaste de como disfruta su madre con él y cómo pudiste aprovechar tú también.

—Es que ya sabes que a esta edad cambian mucho y está muy crecido. Ya ves cómo se ha puesto, pero imagínatelo cuando empezamos con él, lo rico que estaba.

—Sí, me lo imagino como el mío, toda una ricura. Pero mira, como sabía que ibas a venir, he invitado también a esas amigas que te conté, que una de ellas tiene dos hijos que los va a traer también. También voy a avisar a la vecina que tiene la niña que viene a casa para estar con Borja, porque al final su madre, ya acabó enterándose de todo, porque se lo contó su hija cuando un día se la encontró debajo de su padre con las piernas abiertas.

—Bueno, era de esperar, porque a la niña se la veía con ganas cuando estuvo aquí y ya sabía yo que después de haberlo probado con tu hijo, no se iba a conformar sólo con eso. Su padre se daría cuenta, y como todos, no desaprovechó la oportunidad.

—Sí, menos mal que su madre se lo tomó bien cuando los pilló, pero cuando subió a casa para contarme lo que había pasado, ya empezó a insinuarme que ella también tenía derecho a tomarse su revancha y tuve que llevarla a la habitación del niño y dejarla con él.

—Bueno mujer, tiene derecho también. Al final resultó genial entonces, porque así somos más y se va ampliado el grupo.

—Sí, ya verás, con todos los que vienen, lo bien que nos lo vamos a pasar.

Efectivamente, fueron llegando las mamás con sus hijos y alguna otra que ya no estaba en edad de ser mamá precisamente, pero al ver el panorama parecían las más animadas y las que empezaron a tomar la iniciativa. A mi sobrino, prácticamente se lo llevaron entre dos y mi amiga protesto un poco porque quería ser ella la primera en disfrutarlo, por lo que le dije:

—No te preocupes, ya tendrás tiempo luego. Mientras tanto, tienes a otros para entretenerte.

Yo me fijé en uno de los nenes más jovencitos que habían traído, al que se le había puesto dura nada más desnudarlo su madre para enseñárselo a las demás, que me dijo:

—Este sólo ha estado conmigo todavía. El que está con tu amiga es su hermano mayor y a él ya lo he llevado alguna vez con amigas mías.

—Qué suerte. Tú con dos estarás bien servida, además de tu marido.

—Mi marido lleva un tiempo que nada de nada, pero menos mal que me dio permiso cuando empecé a quejarme de lo necesitada que estaba.

—Qué buen marido, no te quejes, porque el mío no sabe nada y tengo que andar a escondidas en mi casa con mi sobrino.

—Pues como la mayoría, por eso tenemos que venir aquí para desahogarnos tranquilas, porque las que tienen sólo niñas, tienen que aguantarse y ver como sus maridos disfrutan de ellas y por lo menos, viniendo aquí nosotras se mantiene el matrimonio unido sin que tengan nada que reprocharse.

Otra que nos estaba escuchando, intervino:

—Nosotras nos desahogamos aquí, pero ellos también tienen sus fiestas. El otro día vino a casa un amigo de mi marido con su nena y los dos se metieron en la habitación con la suya y con la nuestra y organizaron una buena. Yo tenía tarea en la cocina y les oía reírse y gemir sin parar, vamos, que se me puso el chocho caliente a mí también.

—Ellos siempre aprovechan la oportunidad de pasárselo bien. También mi marido trae amigos a casa y no les dice nada cuando empiezan a meterles mano a las niñas y ellas encantadas con tanto hombre pendiente de ellas.

—Bueno, mujer, déjalos que disfruten, acuérdate de que a la mayoría de nosotras nos pasaba lo mismo a su edad. Todavía me acuerdo de cuando yo no podía dormirme hasta que mi padre venía a mi cama por la noche para metérmela y no paraba hasta correrse encima de mi barriga, después de darme el gusto a mí también, para quedarme muy relajada y dormir bien. Ahora nosotras también tenemos aquí chicos para todos los gustos. Fíjate en ese pobre crío metido entre los muslos de esa señora, que parece que se va a enterrar en ella.

—Jajajaja, es graciosa la escena. Esa señora es una viciosa de mucho cuidado. La última vez se lo hizo con cuatro chicos, uno detrás de otro y con esas tetas tan grandes que tiene y esos muslos parece que se los va a asfixiar, pero les deja bien exprimidos a todos.

—Yo cuando empecé con mi sobrino, lo que más me gustaba era sacarle el semen con la boca y tragármelo todo. Estaba delicioso —les dije yo.

—Es que cuando empieza a salirles es una delicia; yo no me cansaba de tomárselo al mayor. Ahora lo estoy disfrutando con el pequeño y tengo hasta mejor la piel —contestó la que había traído a sus dos hijos.

—Pues déjame probarlo a mí, que le estoy viendo a tu lado y me estoy muriendo de ganas.

—Claro mujer, para eso venimos aquí, quédate con él mientras yo me voy con ese que se quedó libre.

Al dejármelo su madre, traté de excitarle con mis caricias y decirle que me mamara las tetas que no dejaba de mirarlas y cuando su pene alcanzó su máximo tamaño, me dediqué a pasar mi lengua por él para ensalivarlo bien y tragármelo hasta el fondo, presionando con mis labios su glande para extraer el preciado líquido que tanto ansiaba. Yo era la primera mujer que se lo chupaba aparte de su madre y eso se notó en su excitación porque al poco rato, su polla explotó dentro de mi boca derramando todo el semen que tenía acumulado, primero casi transparente y luego más blanquecino, como si le hubiera vaciado prácticamente todo, porque el pobre se quedó agotado con los ojos cerrados, temblando casi, sin fuerzas para moverse.

Su madre estaba dando cuenta del otro chico cabalgando sobre él mientras se mezclaban sus gemidos con los del resto de mujeres que disfrutaban del resto de los jovencitos por todos sus agujeros.

Hasta la hija de la vecina, como invitada especial, también se dejaba lamer por alguna señora a la que le gustaba saborear un coñito de esa edad, para acabar dejándose follar por alguno de los chicos que eran llevados por sus madres para que probaran también un coño jovencito, mucho más apretado que el de señoras que ya habían parido y sus vaginas ya no apretaban tanto, aunque quizás ella hubiera preferido alguna polla de mayor calibre, pero hoy era la fiesta de los chicos y las madres mandaban.

Ya de vuelta en casa, todavía me quedaban algunos días para seguir estando con mi sobrino, pero como cada vez era más atrevida y menos cuidadosa con mi marido, pasó lo inevitable y una noche mientras hablábamos, le dije:

—Estos días estoy muy cansada. No sé qué me pasa.

—Yo creo que cuando se vaya tu sobrino vas a dormir mejor y estarás más descansada.

—¿Por qué dices eso?

—Porque te levantas mucho por las noches y no paras.

—Es que ya sabes que cuando roncas no me dejas dormir.

—No hace falta que sigas disimulando conmigo. Ya me di cuenta la vez anterior cuando estuvo aquí tu sobrino, que parecía que habías rejuvenecido 10 años y no parabas de pedirme sexo.

—¿Cómo lo supiste?

—Mi hermana me lo contó todo. Nosotros de pequeños tuvimos nuestras cosas y de ahí le viene la afición por estos gustos y yo quise que tú también lo probaras, pero no queríamos decirte nada, porque sabía que así el morbo sería mayor y disfrutarías de sensaciones únicas como las que disfrutaba yo con ella a escondidas de nuestros padres.

—No me lo puedo creer. ¿Tú sabes lo mal que lo pasé algunas veces que pensé que me habías descubierto?

—Sí,  jaja, perdona, ya lo imagino, pero seguro que el placer fue mucho mayor y gracias a esto ahora puedes compartir tus gustos con otras madres que lo tienen más fácil. También es una forma de compensarte por no haber tenido hijos y no haber podido tener la oportunidad de experimentarlo.

—Pues muchas gracias. Me has dado la mayor prueba de amor de un marido maravilloso y me has demostrado lo mucho que me quieres, y yo para compensarte, te voy a llevar a un sitio donde tú también podrás recordar aquellos años en los que descubriste el sexo con tu hermana.

—Estupendo, así podremos disfrutar los dos juntos del sexo en las situaciones más morbosas que existen.

Ahora estaba yo en deuda con mi marido y tenía que hacer algo para que él pudiera vivir también esos maravillosos momentos que pasaba yo y tantas otras mujeres y hombres que se introducían en el mundo del morbo, por unas causas u otras, así que hablé con alguna de mis amigas para preguntarles que posibilidades había y esto fue lo que hablamos:

—Así que tú marido ya se ha enterado de lo tuyo, ¿no? Pues menos mal que se lo ha tomado bien, porque no siempre suele ser así.

—Es que en realidad, él lo había planeado con su hermana porque mi marido es tan morboso como yo, pero prefería mantener una discreción, precisamente porque no estábamos en igualdad de condiciones, pero ahora me gustaría compensarle y que él pudiera vivir esos momentos también.

—Ya, te entiendo, ¿pero él conoce a alguna…….?

—No, no, que va, por eso quería pedirte ayuda.

—Pues tú dirás…..

—No sé si sería posible introducirle en esas fiestas que organizan vuestros maridos….

—Me estás pidiendo algo complicado, porque ya sabes que solo participan los que tienen alguna hija, y en su caso…..

—Claro, es lógico,  tenía que haberlo pensado. Es una pena.

—Pero, espera. Tengo una idea. ¿Te imaginas que nos juntamos todos?, padres y madres con nuestros hijos, sobrinos….. Así tu marido podría venir también.

—Pues sí, me parece genial. ¿Se lo propones tú al grupo, a ver qué les parece?

—Sí, no te preocupes, ya te informaré.

Yo preferí esperar a saber algo para decírselo a mi marido, para que no se hiciera muchas ilusiones, pero a los pocos días, mi amiga me lo confirmó:

—Amiga, les ha encantado la idea, tanto a ellos como a ellas, y a los críos les parece muy divertido también, así que ya puedes decírselo a tu marido.

—¡Uff! No se lo va a creer el pobre. Yo sé que todo eso es como un sueño para él, aunque  nunca me lo dijera, a pesar de tener un pasado que tampoco me contó.

—Es complicado hablar de estas cosas, aunque sea con tu pareja. Y a veces pasan años hasta que puedes sincerarte, o porque surja algo que lo cambia todo.

Cuando se lo dije a mi marido, efectivamente, no podía creérselo, pero me preguntaba que cuando iba a ser esa reunión y hasta que me confirmaron el día, yo creo que ni dormía por las noches, jaja.

Una vez encontrado el lugar adecuado, la casa de campo de uno de los que solían participar, allí nos encontramos todos, un poco expectantes por lo que podía pasar y mi marido estaba especialmente nervioso, viendo desfilar a todas las nenas que acudían con sus padres.

Nosotros llevábamos a nuestro sobrino, mi amiga Ana a sus hijos, y así todas las demás familias, llegando a ser, al final, sobre 30 personas.

Para provocar un poco a mi marido y que se fuera relajando, le pregunté:

—¿Cuál te gusta más de todas las crías?

—¡Uufff! Están todas preciosas, desde las mayores hasta las más pequeñas. Fíjate, a las hijas de Carlos ya las conocía, pero nunca me imaginaría que pudiera verlas en esta situación, con esos vestidos tan pegados que se les marca todo, y pensar en todo lo que debe de llevar él disfrutando de ellas, me pone malo.

—Pues ya ves, y de las demás, porque ya sabes que se reunían entre ellos.

—A veces se les escapaba algún comentario, pero yo no me lo creía, porque suponía que eran fantasías de ellos cuando se emborrachaban en los bares, que ya sabes que a veces decimos cosas que no debemos.

—¿Qué decían?

—Comentaban que alguna vez, se habían juntado las crías en casa de alguno para rasurarse los pocos pelos que les empezaban a salir en el coño y uno decía que las había tenido que ayudar, riéndose todos, pero cuando estaba yo en el grupo, no continuaban la conversación.

—Claro, normal, no querían descubrirse ante ti. Pero ahora estás aquí, ¿con cuál te apetece empezar?

—No sé, es que no estoy acostumbrado a esto y no me atrevo a empezar a meter mano a alguna ya, mientras me están mirando los demás.

—Por eso no te preocupes. Ya ves que alguno no pierde el tiempo, como ese que ya se ha puesto a la pequeña de Carlos encima de él.

—Sí, ya veo, menudo morbo, ya me he empalmado solo de mirarlos.

Mientras hablábamos, se nos acercó una cría, a la que no conocíamos, preguntándole a mi marido:

—¿Puedo chuparle la polla, señor?

Mi marido se quedó con la boca abierta, sin saber que decir, pero yo le di un empujón para que reaccionara, contestándole a la cría:

—Claro, cariño, tómala. ¿Sabes cómo hacerlo?

Yo me eché a reír, y le dije:

—Qué preguntas tienes Esta te lo va a hacer mejor que yo, jaja.

Y efectivamente, la cría, con todo el desparpajo del mundo se puso a chuparle la polla a mi marido, que contemplaba extasiado la carita de esa chiquilla, como se metía en la boca su polla, lamiendo su glande y haciéndola entrar y salir de ella como una experta, metiéndosela  hasta la garganta.

Mis amigas me reclamaban, así que dejé a mi marido entretenido con la cría, mientras me presentaban a algunas de las personas que no conocía:

—Esta es Justine, es francesa y ha venido hace poco al barrio, con su marido y sus hijos. Míralos que ricos son, Jean-Pierre, el mayor y su hermana Rosaline.

Justine era una mujer espectacular, alta, con una larga melena rubia y cuerpo de modelo y sus hijos había heredado su belleza; Jean-Pierre era un niño rubio, muy guapo, que a su edad era como un caramelito para cualquier mujer viciosa de las que estábamos allí, que lo miraban con deseo, mientras su hermana era rubia también, con unas largas piernas que resaltaban con la cortísima minifalda que llevaba pegada a su precioso culito, y que mostraba en parte al andar, llamando la atención sobre todas las demás.

—Encantada, Justine. ¿Y cómo te enteraste de estas reuniones?

—Es que soy vecina de Ana y empecé a observar la actitud que tenía con sus hijos….

Interviniendo Ana:

—Jaja, fíjate como se notaba que le iban estas cosas, porque un día me preguntó directamente: (—¿Vosotros sois liberales?). Yo me quedé un poco cortada, porque no sabía si se refería a que sí lo era con mi marido, pero ella me insistió: (—Quiero decir con los niños, que si lo eres…). Y bueno, con los nervios, yo creo que le dije que sí, pero menos mal que ella enseguida me dijo que también lo eran ellos con los suyos, y ya más relajada, empezamos a hablar como si nos conociéramos desde siempre.

—Así fue, jaja. Ana es genial y sus hijos encantadores. Fue una suerte encontrarme con ellos al llegar a España, porque aunque en Francia es más habitual esto, me habían dicho que aquí era más difícil —nos dijo Justine.

—Pues ya ves que somos muchas más familias de las que te habían contado, pero es verdad que somos grupos más cerrados, porque aquí tenemos menos tradición que vosotros en estas cosas.

—Sí, puede ser, en nuestras familias ya tenían estas costumbres. Nosotros nos conocimos en un Club nudista y me ha encantado el morbo que tenéis entre vosotros, que al final es igual que allí. Hemos disfrutado mucho con Ana y su familia y los críos se llevan de maravilla. Unas veces duermen en su casa y otras, en la mía.

Mi marido, que acababa de tener su primera follada con la cría, escuchaba atentamente nuestra conversación, diciéndome:

—Las personas que hay aquí son increíbles. Acaba uno perdiendo la noción de la realidad en este ambiente.

—Y lo que te queda, cariño. Vete a hablar un poco con Carlos, ahora que se quedó solo, a ver si te deja a las nenas.

Mi marido se acercó a Carlos, con un poco de prevención, porque era alguien al que conocía desde hace muchos años, pero nunca habían hablado de estos temas; aunque en estos ambientes, la confianza es máxima y se rompen todas esas barreras sociales convencionales, empezando Carlos la conversación para tranquilizar a mi marido:

—Me alegro mucho de que hayas venido a la reunión con tu mujer. Tienes que comprender que si nunca te hablé de esto fue por prudencia y discreción. No te veíamos como un candidato apropiado  para unirte al grupo.

—Sí, lo entiendo, no te preocupes. Yo no tenía nada que aportar, jeje, y os agradezco mucho vuestra acogida.

—Bueno,  hombre, algo sí que aportas, al parecer tenéis un sobrino que hace las delicias de nuestras mujeres, así que bienvenido, porque ya me había fijado hace tiempo en como mirabas a mis hijas.

—¿Sí? ¿Te diste cuenta?

—Claro, nosotros nos fijamos en esas cosas. ¿Te acuerdas de aquella vez que coincidimos en la playa? La mayor se había bañado y su madre le quitó el bikini para que no cogiera frío la cría y tú te quedaste mirándola comiéndotela con los ojos.

—¡Puufff! ¡Qué vergüenza! Pues intenté disimular todo lo que pude.

—¡Bah! No te preocupes. A nosotros nos gusta hacer esas cosas para provocar las miradas de los hombres en las crías y tú reaccionaste como otro cualquiera al que le gustan las nenas.

—Bueno, al menos no os lo tomáis a mal. Ahora no he podido evitar mirarlas tampoco, porque están preciosas.

—Sí que lo están, muy ricas las dos, para mí están en la mejor edad.

—Pero supongo que habrás estado disfrutando de ellas desde siempre. ¿Cómo empezaste?

—Pues mira, eso podría decírtelo mejor Justine, la francesa, porque ellos llevan muchos años de adelanto sobre nosotros, pero más o menos todos hacemos lo mismo. Lo importante es irlas estimulando desde pequeñas. Ya sabes, acariciándoles la rajita y poco a poco irlas metiendo el dedo, según se vaya pudiendo, pero sin forzarlas nunca; todo siempre como un juego, y como decía un amigo mío, a algunas empieza a picarles la almejita antes y a otras después, cada una tiene su ritmo, pero tú ya vas viendo cómo se mojan y como ellas mismas te van pidiendo que les metas el dedo, porque les da mucho gusto, y así se van dilatando hasta que puedes meterles la polla.

A su lado, estaba otro hombre mayor, escuchando la conversación muy interesado, mientras se entretenía con otra de las nenas, y que intervino dando la razón a Carlos:

—Así es, a mí me encanta encenderlas dándoles una buena manoseada, hasta sentir como sus chochitos se te deshacen entre los dedos como mantequilla, y llegado a ese punto, amigo, es lo más delicioso del mundo. Y cuando aprenden a sacarte la leche, ya es puro vicio.

Pero el que estaba totalmente encendido era mi marido, jaja:

—¡Uuuufff! Yo no sé si podría aguantarme hasta que fuera el momento adecuado.

—Vuelvo a decirte lo mismo —añadió Carlos—. No hay unas edades concretas, cada una es diferente y te tienes que ir adaptando a ellas, aunque como en todo, la experiencia es muy importante, también. Normalmente no las entregamos a otros hombres hasta que no están iniciadas, a no ser que sea alguien muy experto, pero en este caso, tú ya puedes estar con cualquiera de las dos.

—¿Me las estás ofreciendo?

—Claro, para eso venimos aquí, jaja.

Carlos llamó a la pequeña de sus hijas:

—Ven, cariño, tú ya le conoces, deja que juegue un poco contigo.

Y dirigiéndose a mí:

—Puedes sobarla todo lo que quieras, comerla el coñito y todo lo demás menos follarla. Tú caliéntate con esta y luego te follas a la mayor.

—¿Es que la pequeña es virgen todavía?

—No, pero de momento solo folla conmigo, jeje.

Mientras yo estaba disfrutando de Jean-Pierre, pude ver a mi marido como se volvía loco con la hija pequeña de Carlos y no sé cuántas veces podría llegar a correrse en la noche, pero no desperdició la ocasión de follarse a su hermana mayor, delante de su padre, añadiéndole más morbo a la situación.

Carlos se masturbaba mientras mi marido se vaciaba completamente en el coño de su hija. Ofrecer a sus hijas a otros hombres era algo que disfrutaba especialmente, incluso más que estar con las hijas de sus amigos, a las que ya había follado innumerables veces.

Junto a Asun, la abuela de Nerea y Ruth, nos turnábamos para dar buena cuenta de Jean-Pierre, alternándonos entre su polla y su boca, mientras su madre nos miraba complacida y orgullosa de su hijo, viendo como nos follaba a las dos sin desfallecer, mientras su otra hija Rosaline se ocupaba a la vez de dos de los maridos de nuestras amigas, entusiasmados con la efusividad de la francesita.

La reunión estaba resultando todo un éxito y todos estábamos gozando lo máximo de esos momentos tan especiales, mayores y pequeños, todos unidos en ese mundo creado para nosotros, en el que las sensaciones se volvían más intensas, únicas e irrepetibles.

 

 

 

El Hombre de la Casa 5: Días en el Paraíso
Paseo escolastico de fin de año.

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