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Una familia victoriana

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Cuando se habla de la “época victoriana”, lo primero que nos viene a la mente es que había una moralidad y sexualidad pública muy estricta, totalmente basada en una moral y en unos valores profundamente conservadores, vanagloriándose del desprecio al sexo como una forma de placer, dando lecciones de disciplina y moralismo, pero también fueron tiempos de una gran depravación en todos los niveles de la sociedad, algo quizás más desconocido.

              Como ejemplo de esa doble moral que existía, en contraposición a lo que se transmitía publicamente, en el ámbito privado era todo lo contrario y se producía una sexualidad promiscua y alocada. Se transgredía todo comportamiento “decente” y se desenvolvían en un mundo sexual oculto, donde la promiscuidad, la pedofilia, la prostitución y el adulterio era algo habitual.

              O sea, que esa “doble moral victoriana” consistía en mantener una fachada sobria y conservadora ante la mirada pública, pero en la vida privada transgredirla produciéndose los más increíbles actos sexuales.

              Se dice que muchos de los traumas, fetiches y falsas creencias sobre el sexo proceden de esa época y que todavía algunas de ellas están presentes en nuestra sociedad actual, produciendo dolor y sufrimiento gratuito.

              La familia Branson era la típica familia de clase media alta, acomodada y relacionada con esa rancia nobleza inglesa inmersa en sus arcaicas tradiciones y protocolos sociales, que no obstante, en su vida privada practicaba esa “doble moral” de la época, como tantas otras familias, sobre todo entre esas élites sociales, que tan solo debían preocuparse por guardar las apariencias.

              La esposa del Sr. Branson, Juliette, pertenecía a una de las mejores familias del Condado de Kent, y había sido criada en los mejores y estrictos Colegios, habiéndose formado en el arte de la música, la pintura y la literatura, que era precisamente lo que más le gustaba, dedicando su tiempo a la escritura de pequeños relatos en los que dejaba volar su fantasía, muchas veces derivada hacia una sexualidad que aunque había sido reprimida como a toda dama de la época, en su caso, también había sido estimulada precozmente desde niña por una tía soltera, con la que pasaba los veranos en su casa del Condado de Essex.

              Juliette pronto descubrió como su madura tía, la Sra. Amy Seymour, se dejaba llevar por una lujuria desenfrenada en las frías noches de su mansión, en las que no le faltaba la compañía de alguno de sus criados, generalmente los más jóvenes, que eran de su predilección, llegándose a escuchar sus gritos y gemidos por su pequeña sobrina, que le hacían sentir algo desconocido para ella hasta ese momento.

              La pequeña Juliette descubrió un lugar desde el que podía observar el dormitorio de su tía, al que acudía todas las noches para presenciar todo tipo de actos sexuales que le causaban una gran impresión, pervirtiéndose su mente ya para siempre con escenas como la de esos jóvenes desnudos con grandes vergas que después de metérselas en la boca, entraban en el coño o el culo de su tía en distintas posiciones, haciendo jadear a la madura señora hasta causarle un desmayo de placer.

              Durante una de esas noches, Juliette pudo ver desde su escondite como esa vez eran dos los criados qjue follaban a la vez a su tía de distintas formas y posiciones, llamándole la atención esas erguidas vergas, que eran capaces de darle tanto placer mientras les pedía más y más hasta dejarles agotados y vacíos de semen.

Juliette pudo observar, como a pesar de su edad, su tía conservaba un cuerpo exhuberante y sensual, con unos grandes pechos que caían sobre su abultada barriga y con unos muslos gruesos y un gran culo, lo que debido a su baja estatura, todo se acentuaba mucho más en ella, dentro de los cánones de belleza que buscaban los hombres para saciar su sexualidad, en contraposición a lo que se buscaba en una esposa ideal de la época, que era el prototipo de mujer delgada, de piel pálida y semblante languido, casi enfermizo, con el fin de no despertar esas bajas pasiones en los que se casaban con ellas, que solo buscaban un fin reproductivo en el matrimonio.

              Pero Juliette también se dio cuenta, durante esas noches, que ese sexo tan carnal como fuente de placer no era lo más importante, y que el morbo por el sexo era mucho más complejo que todo eso desde un plano psicológico, lo que se manifestaba en casos como cuando una de las criadas entró en la habitación de su tía con su hijo, de apenas 14 años, cuya timidez no le permitía mirar a esa mujer que apenas cubría su cuerpo con un corpiño de fina seda en el que se transparentaban los pezones de sus grandes pechos y unas enaguas levantadas más allá de las rodillas, lo que daba una visión voluptuosa del cuerpo de la mujer a ese muchacho, muy poco común de presenciar, aunque finalmente acabó mirándola, cuando ella le habló:

              —Tu madre me ha dicho que todos los días desperdicias tus corridas y ya sabes que eso no debe hacerse.

              Justin, el hijo de la criada, la miró avergonzado, sin saber muy bien que decir, ya que la necesidad de pajearse todos los días no podía contenerla, por lo que su madre tenía miedo de que acabara forzando a alguna de sus hermanas, y ante el pudor de deslecharle ella misma, se sintió aliviada al ver el interés de su señora por el crío:

              —Si le agradas a Miss Seymour, ella calmará tus ardores y podrás disfrutar de sus carnes jodiendo su coño, como querías hacer conmigo, cuando te corrías ya antes de metérmela —añadió la madre de Justin.

              —Claro, es normal que pase en estas edades. Yo sé lo que este muchacho necesita. Le enseñaré la disciplina para que no se corra tan pronto en el coño de una dama. Lo repetiremos las veces que haga falta.

              Juliette observaba con los ojos muy abiertos toda la escena y no pudo evitar empezar a tocarse la rajita cuando Justín se colocó entre las piernas de su tía y empezó el baile follador con ella, que era detenido por la señora cuando sentía que ya iba a correrse, volviendo a empezar de nuevo una vez más calmado.

              Su madre observaba con atención como Miss Seymor enseñaba a su hijo con esa fuerte voluntad de detener la follada, exclamando:

              —¡Oh, señora! Yo no podría hacerlo. Cuando me va a venir el gusto, no podría sacarlo de mí y le sujetaría todavía más fuerte en mis entrañas.

              —Son muchos años de jodienda desde que el Sr. Mackinsey me desvirgó a la edad de 12 años y he instruido a muchos muchachos como tu hijo, pero ahora los disfruto mucho más, sintiendo su potente virilidad en mi coño, mientras me transmiten su energía divina.

              —¡Qué bello eufemismo! Por eso me daba rabia que mi hijo desperdiciara su energía y se derramara solo con las pajas.

              —Ahora eso no pasará. Tráemelo todas las noches que te lo pida y el resto podrás disfrutarlo tú misma pudiendo ver sus avances.

              —Gracias señora. Espero tenerlo mucho tiempo en casa y que no me lo lleven para ninguna guerra.

              Juliette casi no reconocía a su tía en su intimidad, ya que por el día se mostraba como Miss Amy Seymour, una señora de porte distinguido y serio ante los demás, manteniendo incluso, esa fría distancia con los criados que en la noche le procuraban esos placeres desenfrenados, prohibidos para una mujer de buena posición como ella, pero que eran gozados con total obscenidad.

              Efectivamente, parecía dos personas distintas, pero con Juliette mostraba una cierta ternura que a veces dejaba traslucir esa perversión que llevaba dentro, cuando ordenaba a alguna de sus criadas que bañaran a su sobrina y presenciaba como esas manos jabonosas pasaban una y otra vez por la blanca piel de la niña, que se estremecía cuando se detenían entre sus piernas, haciendo sonreír a la vieja dama, que ordenaba a su criada Florette, que insistiera en la zona, frotando con sus dedos la carnosa vulva, todavía lampiña, provocándole sus primeros orgasmos, dejando a su sobrina en un estado de languidez en el que parecía perder la consciencia.

              Después procedía a vestirla con delicados encajes blancos de seda que acentuaban su aire virginal, algo que no pasó desapercibido a Thomas, cuando entró en la estancia para avisar a Miss Seymour de que su caballo estaba listo para su monta, y al que ella entretuvo para que siguiera recreando su vista con la perturbadora visión de su sobrina a la que Florette estaba peinando su larga melena rubia, y ante la mirada libidinosa de su criado, le preguntó:

              —¿Te gusta mi sobrina?

              —¡Oh! Es muy hermosa, señora. Un regalo para cualquier hombre.

              —Pronto estará entre los brazos de alguno, pero primero habrá que adiestrarla en las artes amatorias.

              —Seguro que ella tendrá las mejores enseñanzas por su parte.

              —Quizás necesite tu colaboración, Thomas. ¿Estarás dispuesto?

              —Será un honor hacer lo que usted disponga, señora.

              De este modo, la vieja dama empezó a incluir a su pequeña sobrina en sus juegos sexuales y en vez de estar observando desde su agujero privado, ahora ella estaba en aquella cama, viendo de cerca esas vergas que tanto atraían su mirada, tocándolas y teniéndolas en sus manos, jugando con ellas e iniciándose en la destreza del sexo oral, alcanzando pronto la habilidad para hacerles correrse en su boca, ante el entusiasmo de su tía, encantada con la buena disposición de Juliette.

              Nadie ajeno a esa mansión podría adivinar lo que sucedía en aquel dormitorio todas las noches y como era pervertida la inocencia de aquella niña cuya vida ya no volvería a ser igual, porque el sexo había empezado a ocupar una parte muy importante de ella.

              Cuando Juliette alcanzó una buena destreza en el arte de devorar pollas, su tía creyó que había llegado el momento en el que la cría empezara a disfrutarlas en su coño y para ello vio claro que Justín era el adecuado para iniciarla de una forma placentera, ya que el tamaño de su polla se adaptaría perfectamente a la estrecha vagina de su sobrina.

              La señora Seymour, aparte de ser una gozadora de críos, también era una voyeur empedernida y disfrutaba especialmente de esas sesiones en las que dos infantes se solazaban mutuamente en la práctica de la jodienda con la perversidad de esas edades, así que llamó a Justin para que fuera el primero en follar a su sobrina, para que le abriera el camino a esas pollas adultas que llevarían su gozo a un nivel superior.

              El cuerpo desnudo de Juliette con sus incipientes formas sería un delicado bocado para cualquier pervertido amante de las crías, pero Justin ya tenía la experiencia necesaria para llevarla a esos goces prohibidos para otras niñas de su edad, educadas en la estricta moral victoriana.

              Para que su sobrina Justine tuviera la máxima estimulación, también llamó a Thomas, que junto a Justine prepararon a su sobrina para llevarla a esos máximos niveles de excitación en los que su vulva se abriera como una almeja deseando que una polla se introdujera en su mojada vagina, así que después de que ella disfrutara de esas dos pollas con sus manos y boca, ya parecía dispuesta para que el joven muchacho se pusiera entre sus piernas abiertas y fuera entrando poco a poco en su virginal coño, lo que hizo entre suspiros y gemidos de la cría, que ya anhelaba ese momento.

              Una vez acoplado, Justín empezó a empujar venciendo toda resistencia, con rítmicos movimientos acompasados a los gemidos de Juliette, que era sujetada por Thomas mientras metía ligeramente su polla en la boca de la niña, expuesta para ser tomada por ellos.

              La Sra. Seymour se masturbaba viendo la escena, disfrutando de ese momento único en el que su pequeña sobrina era la protagonista de su alocada depravación, hasta que Justín no pudo aguantar más y se corrió dentro de Juliette, sacando su polla para que la gruesa polla de Thomas entrara en el dilatado y lubricado coño de su sobrina, con lo que ahora no tendría oposición para joderla a su gusto.

              Unos cuantos empujones de Thomas dentro de su vagina acabaron con su resistencia y una nueva corrida llenó el pequeño coño de Juliette, siendo eso el anticipo de muchas otras pollas que acabarían en su interior.

              Con todas estas experiencias vividas, Juliette, durante su adolescencia empezó a escribir pequeños relatos que fue guardando celosamente, hasta que después de casada con Sir Charles Branson, se los enseñó dejándole maravillado con el morbo que desprendían y la fina técnica literaria para introducirle en esas historias, haciéndole comprender que no se había casado con la típica dama victoriana frígida y fría en el sexo, sino que lo que había descubierto de ella a través de esos relatos podría ser la antesala del disfrute de los mayores placeres prohibidos del sexo, que otros hombres se veían obligados a buscar entre las mujeres de los bajos suburbios, que por unas monedas accedían a complacer cualquier capricho o fantasía.

              Entre esos relatos también había viejos cuentos infantiles que habían sido transformados por la perversa mente de Juliette en sicalípticas historias capaces de perturbar a los lectores más libertinos, compulsivos amantes de la paja, tan denostada en la época, y que el Sr. Branson había empezado a distribuir clandestinamente entre la aristocracia y las clases más pudientes, pasando de mano en mano, sin imaginarse que todos esos relatos pudieran estar escritos por una mujer, ya que su autoría permanecía anónima y nunca llegó a descubrirse, a pesar de que se intentaron adjudicar a alguno de los prestigiosos escritores de la época, bajo el pretexto de que no se atrevían a firmar escritos tan procaces y contrarios a toda moral, y menos todavía se hubiera aceptado que una mujer pudiera escribir tales obscenidades, aunque ella no le fuera a la zaga en talento literario a sus compañeros hombres.

              Cuando Juliette tuvo a sus hijos Gilbert y Melissa, empezó a leerles esos cuentos sin saber que efectos iban a tener en sus pequeñas mentes, pero su inocencia hacía que se divirtieran con ellos dentro de esa infantil inconsciencia, convirtiéndose en el inicio de esas prácticas sexuales que no podrían conocerse fuera de la familia.

              De hecho, cuando a Gilbert le costaba dormirse y no era suficiente la lectura de uno de esos relatos de su madre, Juliette descubrió el truco de masturbar a su hijo mientras se lo leía, provocando en él una progresiva relajación que hacía caer a su pequeño en un sueño profundo.

              Mientras le leía esos cuentos llenos de perversas escenas incestuosas, que Gilbert no llegaba a entender del todo, los dedos de su madre masajeaban su pollita erecta hasta que se mojaban sus dedos con esa sustancia pegajosa que rezumaba de ella y que al terminar, ella metía en su boca para degustar ese sabor prohibido.

              Entre la joven Juliette y el maduro Sr. Branson, a pesar de la diferencia de edad habitual en la época, no había secretos, y a él también le gustaba presenciar esas perversas escenas familiares que le retrotraían a su niñez, cuando alguna mujer mayor se divertía con él, o cuando su misma tía, la Sra. Robinson, hacía que se disparara su semen entre sus muslos o su culo, que ofrecía gozosamente a su sobrino, porque no se resignaba a dejar de disfrutar del sexo en su viudez.

              A la pequeña Melissa también le gustaban especialmente esos cuentos, y le gustaba que se los leyera su madre, mientras su padre la tenía entre sus brazos, acurrucándola hasta que se durmiera, mientras sus manos acariciaban todo su cuerpo bajo sus ropas.

              Juliette se masturbaba mientras los leía, viendo como su marido hacía lo mismo con su hija, que se retorcía de placer entre su regazo, lamiendo su coñito hasta que se desmayaba en medio de varios orgasmos, lo que aprovechaba Sir Charles para meter su cabeza entre los muslos de su esposa y comer esa rica raja llena del flujo brotado tras su masturbación.

              Al marido de Juliette le encantaba ese nivel de perversión de su esposa, que le trasladaba a mundos que no había imaginado, permitiéndole tener unas experiencias nunca soñadas, disfrutando de sus hijos y haciéndoles disfrutar a ellos, como cuando Juliette comenzaba las suaves masturbaciones a su hijo y Charles, muy excitado ante tal escena, se ponía a lamer la pollita de Gilbert, succionando todo ese líquido pre seminal que acabó convirtiéndose en más denso según iba creciendo, algo que no desaprovechaba tampoco su esposa, que lo lamía hasta dejarle sin nada.

              Su hermana Melissa no era tampoco ajena a esas prácticas a las que se sumaba igualmente, alternando la polla de su hermano con la de su padre, disfrutando toda la familia de ese estado de excitación al que la llevaban las lecturas de los relatos escritos por Juliette.

              Sir Charles pensó que ese ritual era demasiado obsceno y morboso, como para no poder compartirlo con nadie más, y quizás eso fue lo que le llevó a empezar a distribuir esos relatos de su esposa de una forma discreta y anónima entre esos círculos que él sabía que aunque públicamente mostraran una cara de total puritanismo, en su privacidad disfrutaban de todas esas perversiones de las que eran capaces, pero de las que solo se oían rumores en conversaciones privadas animadas por el alcohol.

              Para ello, consiguió imprimirlos de forma clandestina en unos pequeños folletos, que empezó a pasar a sus amistades, diciéndoles que los había conseguido en el puerto de Londres, aunque su origen se seguía manteniendo en el misterio. Charles comprobó cómo rápidamente, esos relatos alcanzaron una cierta popularidad, preguntándose todo el mundo de donde podrían salir, lo que a él le causaba más morbo todavía el imaginar el efecto que estarían causando entre esos hombres que los leían y como estarían influyendo en la sexualidad de todas esas familias en su intimidad.

              Esa morbosa relación incestuosa con sus hijos se convirtió en un ritual que los llevaba al máximo nivel de excitación y de placer que podían alcanzar, no habiendo límites entre ellos cuando en la misma cama, Charles jodía a su hija Melissa y Juliette se dejaba montar por su hijo Gilbert, llegándose incluso a intercambiar entre ellos en ese sexo compartido sin distinción de sexos.

              No obstante, ellos tenían la esperanza de alcanzar situaciones de más perversión todavía, al haber escuchado Charles el rumor de que algunas familias se reunían para disfrutar de ese sexo sin límites ni juicios externos, pero eran reuniones secretas sobre las que nadie conocía nada, como los relatos que escribía su esposa Juliette.

              Pero fue precisamente a través de esos relatos, como Charles pudo contactar con una de esas familias, ya que empezó a ser conocido por distribuir esos relatos en secreto y le buscaban para conseguirlos, como el Sr. Odonell, un adinerado comerciante casado en segundas nupcias con Miss Alice Campbell, 20 años más joven que él, a la que habían traído desde las colonias de niña y de la que se decía que la había conocido en uno de esos famosos burdeles donde se ofrecían espectáculos eróticos, pero ahora era una distinguida dama casada, que con sus artes sabía satisfacer las perversiones del Sr. Odonell en la intimidad.

              En su anterior matrimonio, el Sr. Odeonell había tenido tres hijas y dos hijos, todavía de corta edad, a los que su nueva madre empezó a darles una educación no muy acorde con su posición, pero al Sr. Odonell, obnubilado por los encantos de su joven esposa, no le importó cuando ella empezó a meterle a sus hijas en la cama para participar en sus juegos amatorios.

              Y sorprendentemente fue donde él descubrió que en esos relatos se contaban historias como las que él estaba viviendo, por lo que se convirtió en adicto a ellos, entablando una amistad más íntima con el Sr. Branson, que se los proporcionaba, comentando entre ellos los relatos mientras el Sr. Odonel insistía en preguntarle de donde los sacaba, aunque Sir Charles, para proteger a su esposa, le decía que se los traían unos marineros de tierras americanas, donde seguramente, acabaría llegando su popularidad también, pensaba él.

              También solían ir juntos por el suburbio de Whitechapel, lleno de burdeles y “jardines de recreo”, que eran más refinados, donde se podían satisfacer todos los gustos, desde los más elegantes y sofisticados hasta los que los encontraban en algún callejón cercano por unas cuantas monedas.

              Era una zona de un bullicio constante, en la que se instalaban vendedores ambulantes, cuyas esposas eran parte de la mercancía también, que se ofrecían a los clientes para ganarse un dinero extra.

              En los burdeles podían encontrarse generálmente mujeres solteras o viudas, e incluso casadas, que con el permiso de sus maridos, también buscaban unos ingresos extras, así como muchas niñas que eran llevadas a esos burdeles por sus padres, muchas veces alcohólicos, a las que sorprendentemente no habían desvirgado ellos todavía, por lo que allí podían vender su virginidad, incluso con la complicidad de algunos médicos que las sedaban para que no se resistieran demasiado.

Aunque la visitas a esos burdeles era algo habitual entre los hombres de la época, que buscaban allí todo lo que sus esposas no les daban, por su educación y convencionalismos sociales; los señores Branson y Odonell, en realidad no necesitaban de esos servicios, ya que en sus casas tenían todo lo que querían, pero lo que les llevaba allí era ese morbo de todo pervertido, que aparte de disfrutar de esos espectáculos, tenían acceso a mujeres casadas del barrio, que por necesidad ofrecían su coño a otros hombres que pagaran por ello, o para vivir excitantes situaciones en las que algún camarero les decía al oído:

—Hoy tenemos en una de las habitaciones a una virgencita, por si se les apetece:

Los clientes solían preguntarle por la edad, como era físicamente y las libras que tendrían que pagar por entrar por primera vez en sus coñitos, hasta que alguno aceptaba la propuesta y era llevado al piso superior.

Como esos casos no eran tan frecuentes como desearían, entre ellos solían comentarlos morbosamente cuando se les presentaban:

—¿No se le apetece la virgencita, Sr. Odonell? —le provocaba Charles.

—La verdad es que sí, porque como se dice en esos relatos que tanto nos gustan, a tu hija solo puedes desvirgarla una vez y si quieres repetir esa experiencia, tienes que buscarte otras.

Charles reía socarrónamente con complicidad, al compartir la apreciación de su amigo, contestándole:

—Algunos tienen la suerte de tener varias y no necesitan buscar tanto, jaja….. —sin imaginar todavía lo que acabaría confesándole su amigo.

              A pesar de las bromas entre ellos, la realidad podía parecer muy terrible, pero en la mentalidad de la época, los niños tenían poco valor, las familias era numerosas y muchos morían a una edad temprana, por lo que muchas veces eran vendidos a las fábricas o para el desempeño de cualquier trabajo, siendo la prostitución una de esas salidas, incluso elegida por ellos mismos cuando se quedaban huérfanos y buscaban un dinero fácil, o simplemente por una cuestión de superviviencia, pero todo esto era parte de esa «doble moral».

              Los señores Branson y Odonell, durante esas perversas conversaciones, habían descubierto unos gustos comunes hacia los críos, experimentado en sus propias familias, pero el vicio les llevaba a buscar por esos suburbios, chavales que por unas monedas les chuparan la polla o se dejaran sodomizar, así como hacerles ellos lo mismo.

              Obviamente, ellos no eran los únicos que buscaban esos placeres y solían encontrarse con otros hombres por esas calles, que, según el momento, se ignoraban por discreción o confraternizaban en esos lugares de diversión, encontrándose a personas de todo tipo, donde daban salida a variados fetiches en los que siempre obtenían satisfación, siendo todo una cuestión del dinero que pudieran pagar.

Esos burdeles podían ser desde un pequeño cuartucho, donde una mujer o varias de cualaquier edad, podían recibir en una destartalada cama a varios hombres al día, hasta lugares más refinados, con mujeres más selectas, jóvenes y hasta niñas, que discretamente también se podían disfrfutar con más seguridad que las que podían encontrarse en las calles colindantes ofreciendo sus servicios.

Otros preferían no exponerse al riesgo de estos placeres esporádicos, y bajo la excusa de querer contratarlos para el servicio en sus casas, exploraban estos barrios donde abundaba la pobreza, en busca de familias numerosas que quisieran desprenderse de alguno de sus hijos, por lo que sus padres aceptaban encantados cualquier cantidad que les ofrecieran por ellos, con la esperanza de que sus hijos tuvieran una nejor vida al servicio de esas adineradas familias, aunque en realidad, lo que buscaban sus compradores, era tenerlos en exclusva para servirse sexualmente de ellos.

De este modo, eran elegidos expresamente según sus gustos particulares, incluso si todavía no tenían la edad para trabajar, que en esa época estaba en los 11 años, pero eso tampoco importaba mucho cuando una transación interesaba a las dos partes.

En medio de todo este ambiente embriagador de sexo y alcohol, finalmente los Sres. Branson y Odonell acabaron confesándose sus vicios privados practicados con sus familias, lo que lejos de sorprender mucho a ninguno de ellos, les hizo mostrar su entusiasmo por todo lo que habían estado compartiendo durante ese tiempo, aunque Charles siguió manteniendo el secreto de la autoría de esos relatos que tanto les habían unido.

Todo esto les llevó a tener una mayor complicidad todavía, pero a la vez más discreta, ya que sabían a lo que se exponían si eso llegara a saberse, pero no fue obstáculo para que ambos desearan estrechar más esa amistad incluyendo a sus propias familias, acordando juntarse entre ellos.

Cuando Charles se lo contó a su esposa Juliette, a ella le asaltó un cierto temor, porque aunque era algo que siempre solía tratar en sus relatos, soñando que algún día pudiera hacerse realidad, nunca imaginó que ella pudiera llegar a experimentarlo, dando lugar a que lo hablaran entre ellos:

—El Sr. Odonell tiene una bella mujer, jóven y exótica, y sus hijos son como un variado jardín de flores, que ellos llevan disrutando desde hace tiempo.

—Si nos juntáramos podríamos vivir lo que cuento en muchos de mis relatos. Se me está humedeciendo el coño solo de pensarlo —le contetaba ella.

—Me vuelve loco tu perversidad. Estoy seguro de que te encantaría ver a tu hijo Gilbert joder el coño de esa viciosa mujer y poder divertirse con sus hijas, así como verme a mí con ellas.

—Muy cierto, querido. Tú también tendrás que ver como el viejo Sr. Odonell jode a tu niña y la hace disfrutar como tú.

—No me importa. Solo deseo que goce de una buena polla mientras yo me entretengo con su bello jardín de flores, jaja.

—¿A la pequeña también la joden?

—Se la mete un poco, me dijo, pero yo espero metérsela hasta el fondo. La he visto y es una descarada criatura, muy rica, que le gusta dormirse con la polla de alguno de sus hermanos.

—¡Mmmmm! Estoy segura de que disfrutaremos mucho. Tendremos una buena jodienda, como las de mis relatos…..

—Nos reuniremos en su casa de campo, un lugar muy discreto, lejos de cualquier mirada.

Cuando llegó el fin de semana, las dos familias de reunieron en la casa de los Odonell, en Berkshire, presentándo los maridos a sus respectivas familias, centrándose las miradas en los niños de forma libidinosa, aunque luego se retiraron un poco para conocerse entre ellos, mientras los adultos conversaban en un tono poco común entre familias de su abolengo:

—Con tantos niños en casa, las noches serán divertidas —le comentaba Juliette a Alice.

—Sí, a veces agotadoras, cariño. Los niños tienen mucha energía y este tipo de diversión les fascina, sobre todo a partir de empezar a leerles esos cuentos que trae mi marido a casa, que les encendían. ¿Tú también se los leías?

Juliette balbuceó ligeramente ante esa pregunta tan directa, hasta que finálmente le contestó:

—¡Oh!, sí, esos relatos son fabulosos. Mi marido y yo también disfrutamos mucho de su lectura.

Alice le fue desgranando cuales eran sus favoritos, como muestra de que los conocía muy bien, algo que llenó de orgullo a Juliette, al comprobar los efectos de su obra, incluso entre las mujeres, viendo que también les gustaban sus obras, insistiendo Alice:

—Me encantan los de esos jovenes muchachos a los que viejas damas meten en sus alcobas para gozar de su virilidad, incluso con el permiso de sus maridos, que se los llevan para que disfruten de lo que ellos ya no pueden darles.

—A mi también. Casi no podía imaginarme esas escenas hasta que Charles me trajo a Gilbert a la cama y los dos disfrutamos de él. Aunque luego, la pequeña Melissa no tardó en unirse a nosotros, haciendo más feliz a su padre todavía.

Alice también aprovechó para contarle a Juliette como había sido su vida desde que un militar ingles la compró a su madre siendo una niña y la tuvo a su servicio hasta que él volvió a Londres trayéndola a la cuna del imperio, ya que su compañía se había hecho tan íntima que hasta compartían cama, como sucedía con otras muchas niñas a las que acababan adoptando los colonizadores británicos.

Cuando Alice era una adolescente, su protector murió y ella tuvo que empezar a ganarse la vida en esos burdeles, en los que pronto empezó a destacar debido a su exótica belleza, dedicándose más bien a los espectáculos eróticos que a la prostitución, aunque no renunciaba a ella para ganarse un extra cuando la pagaban bien.

Juliette escuchaba asombrada lo que le contaba su nueva amiga, aunque ella ya sabía que su vida no era muy diferente a la de otras tantas niñas en sus mismas circunstancias, y como las más inteligentes habían sabido sacar provecho de ello para casarse con hombres de buena posición que les aseguraran una vida sin esas necesidades que habían tenido en sus orígenes.

Mientras los adultos hablaban, los hijos de ambas familias estaban ansiosos y expectantes porque iban a poder estar con otras personas diferentes a sus padres por primera vez, mientras las dos mujeres estaban ya excitándose hablando de esos temas, con morbosas anécdotas y recuerdos de ambas, lo que hizo que Alice llamara a una de sus hijas, Anne:

—Cariño, sientate en las piernas del Sr. Branson para que os conozcáis mejor. Este señor es el que le da a tu padre los cuentos que te leemos.

—¡Ah! ¿Me va a leer alguno? —preguntó la niña de forma inocente.

—Bueno, precisamente, tengo uno nuevo que todavía no conocen tus padres: «Se llama «El Príncipe de la perversión». Si quieres te lo leo —le dijo el marido de Juliette.

—Síi —le dijo entusiasmada Anne.

Charles empezó a leerle ese cuento, mientras le iba acariciando su cuerpo con la mano, lo que ella aceptaba de buen grado mientras escuchaba atentamente, y ante esa situación, intervino su madre:

—Disculpe, Sr. Branson, será mejor que desnude a la niña para que puedan disfrutar mejor de la lectura.

—¡Oh, sí!, gracias Alice, será lo mejor. Yo me pondré más cómodo también.

Anne se sentó desnuda en el regazo de Charles, que pudo acariciar a su gusto su suave piel, pasando su dedo por la rajita de la niña durante esos párrafos más excitantes, que se retorcía de placer, buscando con su mano la polla de de él, que ya se había sacado para que ella le pajeara.

Alice también observaba muy excitada la escena, mientras veia como su marido ya estaba con Melissa y Juliette le chupaba la polla a uno de sus hijos mientras el otro le comía el coño, así que llamó a Gilbert para disfrutar de él mientras los demás hacían lo mismo.

Charles, por su parte, a duras penas podía seguir con la lectura del relato a la niña, a la que solo pudo decir:

—Chúpame la polla como la niña del cuento hacía con el Príncipe.

Anne se metío la polla del Sr. Branson en la boca, sin importarle su tamaño, mientras su coño ya se había abierto lo suficiente como para poder follarla, pero esperó a deleitarse con la caliente lengua de la niña, que ya estaba a punto de hacerle eyacular.

En ese momento, las dos damas ya estaban siendo jodidas por los jóvenes varones, elevando el tono de sus gemidos, a la vez que Charles ya le había metido la polla a Anne, sentada sobre él, mientras intentaba continuar con la lectura, ya que se había unido su hermana mayor Kimberly, que le daba a chupar sus duras tetas, a la vez que él acariciaba su coño empapado, para ponerlo a punto para ser penetrado, una vez que Anne terminara de correrse, aunque la pequeña Victoria también estaba por allí esperando tener su oportunidad.

Con las tres hijas de la familia Odonell a su alrrededor, Charles se sintió demasiado ansioso por poder disfrutar de las tres, costándole trabajo centrarse en una sola, pero una vez que se corrió con las dos mayores, pudo dedicarse con más tranquilidad a la pequeña, jugueteando con ella y mezclándose su candidez con el morbo de ver su cara chupando una polla como si se estuviera comiendo un helado.

Una vez que los demás se fueron quedando ssatisfechos, todos se centraron en ver como el Sr. Branson disfrutaba de Victoria, de una forma acorde a su edad, comentando su Madrastra:

—¡Buuff! Está llevando a la niña al éxtasis, Sr. Branson. ¿Cómo puede aguantarse la ganas de follarla?

—Después de joder con sus hermanas es más facil no caer en la tentación de metérsela, pero ya tengo experiencia con mi hija Melissa, cuando era pequeña, durante nuestros largos momentos de sobadas mientras la leía cualquier relato, tras lo cual acababa montando a mi esposa para que me sacara la leche, mientras yo degustaba el jugoso coño de la niña.

—Es encomiable por su parte. Mi marido también prefiere esperar el momento oportuno, pero él ya tiene a las mayores para satisfacerse, y a mí, por supuesto, aunque entiendo que no es lo mismo. Por eso pagan tantas libras por desflorar a niñas en esos burdeles donde son vendidas.

Todos los demás ya habían estado teniendo sexo entre todos, incluidos Juliette y el Sr. Odonell que la estuvo follando con ese morbo añadido de poder joder a la esposa de su amigo, disfrutando de ese adulterio tan común en esa época de tanta promiscuidad privada, por lo que todos se centraron en esa tierna y morbosa escena, a la vez, de ver al Sr. Branson con esa cría que apenas se estaba iniciando en su sexualidad, pasando su polla por su cerrada rajita sin llegar a metérsela del todo, pero abriéndosela de tal modo que sorprendió a sus padres:

—Mira querido, el coñito de tu hijita parece querer tragarse esa gran polla —le dijo Alice a su esposo, muy excitada.

—¡Dios! Me la follaría ahora mismo.

—¿Qué te parece si lo intenta Gilbert primero, que la tiene más pequeña?

—Sí, me gustaría ver eso. Creo que me voy a pajear viéndolo.

Indicaron a Gilbert que se pusiera entre las piernas abiertas de Victoria, a la que su padre sujetaba entre sus brazos, y empezó a querer metérsela poco a poco, teniendo que ser frenado por Charles, para que no lo hiciera demasiado rápido.

Primero hizo desaparecer su glande en la vagina de la niña, para luego continuar metiéndola despacio, quejándose Victoria lilgeramente, pero el suave vaivén de Gilbert al joderla terminó con su resistencia. Un hilo de sangre cayó entre sus muslos, pero la polla de Gilbert ya se deslizaba facilmente en su coño haciendo gritar a la pequeña Victoria de placer hasta que él se corrió cuando ella ya había tenido varios orgasmos.

Cuando Gilbert se la sacó, el semen se le salía del coño juntándose con la sangre dándole un curioso tono rosáceo, dejando el coño de la cría totalmente abierto, invitando a ser jodida de nuevo, por lo que Charles, caballerosamente, le cedió el turno a su padre, al creer que le correspondía ese honor.

El Sr. Odonell colocó a su hija sentada de frente a él, introduciendo su polla en el, hasta ese momento, vírgen coño de la niña, que no obstante, opuso una ligera resistencia a ser penetrado por esa polla tan gruesa, pero ahora el camino estaba abierto y una vez conseguido estar dentro de ella, empezó a joderla, al principio despacio, y luego más rapidamente, hasta que la corrida del hombre se disparó nuevamente en su interior, aunque ya no fuera tan abundante, después de las anteriores eyaculaciones.

Victoria estaba prácticamente desmayada sobre el cuerpo de su padre, celebrando todos la desvirgación de la más pequeña de sus hijas, y aunque Charles quería joderla también, consideraron oportuno que ese encuentro se produjera otro día, para dejar descansar a la cría después de tan intensa sesión.

Charles le recordó a sus amigo la broma que le había dicho en el burdel, sobre los hombres que tienen varias hijas:

—Ahora tienes un coño más para joder y tienes que satisfacer a todas tus hembras, pero si no puedes con todas, puedes llamarme sin ningún problema, jaja.

—Claro, amigo. Siempre serás bien recibido en esta casa y tendrás a tu disposición todo lo que se encuentra en ella.

—Igualmente. Mi mujer y mis hijos te recibirán con las piernas abiertas, jaja.

Entre risas y bromas, todos celebraron que había sido un encuentro espectacular entre las dos familias, que seguramente repetirían en más ocasiones y quién sabe que más sorpresas les depararía esta depravada relación que habían iniciado.

 

 

 

 

 

 

 

 

Dialogos íntimos
Antonella y Rebecca - Mejores amigas.

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