Adolescentes Confesiones Incesto Sexo con Maduras Tabú

El pito duro de mi hijo.

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He leído muchos relatos de madres e hijos, no puedo negar que me intrigan bastante, pero pensé que eran cosas que les sucedían solo a otras madres, jamás pensé que iba a vivir una situación similar con mi propio hijo.

 

Alberto es un muchacho dulce en su adolescencia, tiene poco más de quince años.     Es alto un metro setenta y ocho y sigue creciendo.      Calza zapatos cuarenta y cinco.      Es un poco torpe como todo adolescente.      Me encanta observar cualquier espinilla en su inmaduro rostro de niño.      Es mi bebé y él confía mucho en mí.

 

 

Los llevé a la tienda a comprarse unos jeans nuevos, ya que los que tenía inexplicablemente se le rompieron en las rodillas y me daba vergüenza de que mi hijo anduviera por la ciudad con sus jeans ajados y rotos.      Me llevé una sorpresa mayúscula cuando eligió unos jeans con rajaduras en sus muslos y rodillas.      Pensé que habíamos venido a comprar un par de jeans nuevos y no unos ya rotos.

 

 

Compartimos muchos gustos en cuanto a ropa, pero esto de vestimentas rotas expuestas en las tiendas me pareció algo atroz.      Casi como una estafa autorizada quizás por quien.      Mi hijo me dijo que no fuera a reclamar a la atención al cliente porque esta temporada se portaban los jeans rotos.      Terminó convenciéndome y elegimos dos jeans, luego nos fuimos a los probadores para ver cómo le quedaban.      Estaba bastante concurrido allí con otros jóvenes probándose diferentes prendas.

 

 

Alberto entró solo, pero pronto me llamó:

—Mami … mira … estos no me van … son demasiado estrechos … mis bolas quedan atascadas …

De hecho, sus cojones con suaves vellos estaban muy apretados, también note la protuberancia muy visible un poco más arriba.

—Quítatelos y prueba los otros …

Le aconsejé.   Alberto se quitó los jeans mientras yo lo miraba, llevaba unos calzoncillos azules muy ajustados y su masculinidad venía perfectamente delineada por su ropa interior, formaba un bulto muy grande.      Se puso los otros jeans, evidentemente estos también eran demasiado pequeños, se atascaban bajo su gruesa mole.     

—Pero ¿cómo es posible?, siempre has usado treinta y dos, treinta y cuatro y, ¿ahora no te van?   … de seguro te has pegado un estirón y ahora todo te queda chico …

Él trató de empujar su pene hacia adentro, pero no hubo caso de que lo metiera con su mano, entonces me dijo:

—Prueba tú mamá …

Miré su monstruosa hinchazón y le dije:

—No, Alberto … no es posible … esos jeans te quedan demasiado apretados …

—O mi polla ha crecido mucho …

Dijo sonriendo divertido.      Lo miré un poco severamente y llamé su atención:

—Compórtate Alberto … hay otras personas por aquí …

—Lo siento, mami … no me percate de ello …

Dijo y de repente se bajó los calzoncillos, mi boca se abrió con una sorpresa mayúscula.      Se rascó las bolas y noté que su pene pendía y se bamboleaba de lado a lado alcanzando hasta un poco más arriba de su rodilla.      Mientras mi lengua bañaba mis labios, mi ojos no podían creer lo que estaban viendo.      Su polla se balanceaba como un ofidio, grueso como mi muñeca y ni siquiera estaba rígido, esa polla era una super polla.      Mi hijo notó mi estupor y se puso algo nervioso.      Él nunca había hecho algo así delante de mí.      Apresuradamente salí del probador y le dije que iba a buscar un nuevo par de jeans.

 

 

Había estado toda la mañana aguantando los deseos de orinar, sentí unas contracciones en mi coño y no pude reprimir los chorritos de orina que escaparon de mi vulva.      Mojé mis bragas y noté la tibieza de mi propia orina bañando mis medias de color piel.      Me estaba meando de pie después de ver la inmensa verga de mi hijo.      Me llené de vergüenza.

 

 

Rápidamente escogí otro par de jeans de una medida más grande y volví al probador, Alberto había cerrado la cortina.      Lo vi parado allí con esa cosa tiesa como palo, se había quitado los calzoncillos y magreaba su pene con una mano, los bordes de su camisa cubrían un poco su polla.      Le tiré los jeans dentro del probador y cerré la cortina de golpe.      Me apoyé a la pared y sentí como me orinaba de nuevo debido a la mastodóntica erección del pene de mi hijo.      Nerviosa volví a abrir la cortina:

—¿Qué haces? …

—Nada, mami … pero se puso solo así grande … a mi me gusta cuando se pone así …

Lo miré estupefacta sintiendo el tibio líquido que salía involuntariamente de mi panocha que se contraía sin que yo pudiera hacer nada, jamás me había sentido así tan desamparada y no sabía explicar el porqué, lo único nuevo en esta ecuación era esa gigantesca pija de mi hijo.

 

 

Me estaba orinando de pie frente a él.      Volví a salir del probador y me apoyé otra vez a la pared con las piernas apretadas tratando de no seguir meándome encima.      Afortunadamente, me había vestido con una amplia falda que ocultaba mis piernas, pero sentía la humedad de mis bragas y medias, sentía hasta mis zapatos bañados.      Preocupada miré a mi alrededor y por suerte no había nadie.      Escuché a mi hijo llamarme:

—Mami … mami … ¿sigues ahí? …

No quería enfrentarme otra vez más con su furiosa erección, así que titubee un instante:

—¡Sí! … sí, hijo …

Dije y volví a entrar en el probador.      Los jeans que le había traído le calzaban como un guante y me alegré por él.      Comenzó a quitarse los jeans, todavía estaba sin calzoncillos, pero su pija ya no estaba rígida.      Me miró a los ojos y me preguntó:

—¿Por qué hace un rato escapaste? …

—Bueno … porque se me escapó un poco de pipi … necesitaba orinar … mojé un poco mi ropa interior …

Alberto comenzó a reír de mi en forma burlesca.      Rápidamente recogí los jeans y me sentí un poco mal con mis bragas y medias mojadas.      Fuimos a la caja a pagar por los jeans y luego nos dirigimos a casa.      Él siguió burlándose camino a casa y repetitivamente me preguntaba:

—Entonces … ¿mojaste tus bragas y tus medias? …

—Sí, Alberto … me oriné encima … y no me siento bien … así que deja de reírte de mí …

Apenas llegamos a casa me fui derechita al baño y lo primero que hice fue sacarme los zapatos, las medias y las bragas mojadas, también mi falda y mi blusa.      Me quedé solo con mi sujetador celeste.      En eso entró mi hijo.      Me dijo que no me preocupara y eran cosas que solían suceder.      Miró que estaba casi desnuda, luego recogió del suelo mis bragas y mis medias, se las llevó a las narices y olfateó mis humores mientras me miraba sonriente; le dije:

—Basta, Alberto … necesito ducharme ahora … déjame en paz …

Me quité el sostén para meterme bajo la ducha.     Me volteé para sacar del cajón alguna toalla y de repente sentí que su mano se introducía entre mis piernas y en el momento de alzarme, su dedo penetro mi coño.

—¡Ay! … ¡Alberto, por Dios! … ¡Compórtate! …

Le dije ofuscada y sorprendida.      Sin embargo, se acercó más a mí y de nuevo metió su mano sobre mi panocha, cuando sentí que su dedo volvía a introducirse en mi chocho, entré en pánico.      Le grité, pero él no me escuchó y empujó su dedo más profundo dentro de mí.      A este punto yo no sabía que hacer.      Oponerme, ¡Já!, el mide casi uno ochenta y yo uno sesenta, el pesa casi ochenta kilos y yo cincuenta y seis.      Es un chico joven e impetuoso con músculos muy desarrollados, así que con cierta facilidad me atracó al lavamanos, pero luego sacó su dedo de mi panocha y di un respiro de tranquilidad, solo que no sabía que tramaba él; hasta cuando sucedió lo que más me asustaba, su polla.      Apoyó su miembro entre mis piernas de gelatina que temblaban sin control y me incrustó su pene en mi panocha.      No sé como lo hizo, pero inmediatamente me penetro y comenzó a follarme, en ese preciso momento mi vejiga explotó y me oriné sobre las baldosas del piso.

 

 

Quizás suene como una locura, pero en ese momento no sabes que hacer ni que decir.      Mi propio hijo me estaba follando en el baño de nuestra casa, quería que se detuviera.      Sin embargo, empujaba con fuerza mi trasero sobre su polla hinchada.

—¡Oh, Alberto! … ¡Detente, por favor! …

Comencé a gritar, pero no había nadie que pudiera escucharme, solos él y yo; lo único que le escuche decir fue:

—¡Hmmmm, mami! … ¡Qué lindo y apretado coño tienes! …

Por supuesto que mi coño era estrecho, nunca había conocido a nadie con una verga como la de mi hijo, que siguió metiéndola muy profundamente en mí.

 

 

Al cabo de un rato no hice ningún movimiento más de desaprobación.      Sentía su pija como inflaba mi coño y comencé a estremecerme, ya no de miedo, sino de placer.      No tenía las fuerzas necesarias para permanecer en pie, así que él me aferraba de la cintura y me levantaba en el aire con sus fuertes embestidas.      Ahora me sentía muy cachonda empalada en la verga de mi niño.      Comencé a gemir y a jadear taladrada por la gran pija de Alberto que me follaba divinamente.      Imposible seguir su ritmo impetuoso y me encantó cuando me dijo que era la mamá más cachonda del mundo.      Me iba a correr, pero no quería demostrarlo, no quería dejar que mi hijo se diera cuenta de cuanto me estaba haciendo gozar con su majestuosa polla.      Por primera luché para no alcanzar el orgasmo, me contuve unos cuatro minutos, pero sentí que mi orgasmo sacudía violentamente todo mi cuerpo.      Me mordí mis labios para no gritar, tampoco dije nada, solo gemí y sollocé de dicha y lujurioso placer,

 

 

No sé si Alberto se dio cuenta, porque me estaba follando muy duro cuando me corrí, pero él siguió, siguió y siguió.      Por mi mente pasaban muchas cosas, pero realmente quería que este momento no acabara jamás.      Como mujer estaba feliz y satisfecha con su prodigiosa polla profundamente en mí panocha, pero como madre me venían los sentimientos de culpa.      Mi mundo entero se había derrumbado.      A veces leo incrédula los relatos que escriben otras madres como yo.      No podía comprender como es que se enfrascaban en una relación sexual con el propio hijo.      Solo ahora lo estaba entendiendo; son cosas que suceden en las familias y ahora me estaba sucediendo a mí.      Pero todavía trataba de convencerme de que esto no me estaba sucediendo realmente a mí.      Pero ahí estaba la gorda y larga polla de mi hijo que me embestía una y otra vez.      Casi me corro de nuevo cuando metió su mano sobre mis muslos mojados de orina y luego lamió sus dedos.      Me hizo sentir como una puta caliente y me aferré al lavamanos hasta que mis nudillos se pusieron blancos, al mirarme al espejo me vi con mi rostro desfigurado por la lujuria desenfrenada que me estaba haciendo sentir él.

 

 

No lo había sentido correrse a él y ahora yo quería su lechita candente.      Empujé mi trasero sobre su polla y me vine por segunda vez.      Solo que esta vez no lo oculté, grite y me estremecí metiendo mis manos hacia atrás y tirándolo más profundo dentro de mí.      Quería que me chorreara el coño, quería que me llenara el útero, pero inexplicablemente Alberto decidió otra cosa.      Me follo por otros diez minutos provocándome un tercer orgasmo y luego lo saco de mi chocho y me roció la espalda y mis glúteos.

 

 

Nuestros ojos se encontraron en el espejo y pareciera que solo entonces nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho, nos mirábamos a la cara incrédulos, pero yo le sonreí y él me devolvió la sonrisa.      Su semen tibio resbalaba por mis nalgas y por el surco de mi culo.      Miré el reloj y, atónita, me di cuenta de que faltaba media hora para el regreso de mi marido:

—¡Uy!, Alberto … tú padre estará aquí en veinte minutos más … debemos lavarnos …

—¡Mierda! … ¡Qué rápido que paso el tiempo, mami! …

Rápidamente nos bañamos juntos, nos dimos prisa y solo un par de veloces besitos.      Él se había dado cuenta perfectamente de lo que habíamos hecho.      Si mi marido se enterara de esto, terminaríamos muy mal tanto él como yo.      Por fortuna, cuando mi esposo entró a casa nos encontró vestidos y a mirar la televisión como cualquier otro día normal.

 

 

Esa noche reflexioné bastante sobre lo que habíamos hecho mi hijo y yo, nunca esperé que pasara algo parecido.     Ni de él ni de mí, ¿y cómo fue que sucedió todo esto?    Por el momento no tenía ninguna respuesta a esto.      Sabía que estaba mal y que nunca debió haber sucedido, sentí temor por el futuro de nuestra familia.

 

 

Al final la vida debe continuar, mi esposo se fue a trabajar a la hora acostumbrada y yo me estaba ocupando de los quehaceres domésticos.      Alberto volvió a la escuela.      Pero mi vida había cambiado para siempre.      Me encontraba en una especie de montaña rusa.      Había días en que Alberto se acercaba a mí sexualmente apenas volvía del colegio, yo lo esperaba y aceptaba.      Pero tenía miedo a la sociedad y a mi marido.

 

 

Estoy casada con mi marido, pero no puedo dejar la polla de mi hijo.     Nos hemos acomodado en modo que hay días que tengo relaciones sexuales con mi marido en la mañana temprano y, cuando mi hijo vuelve del colegio, me folla hasta hacerme explotar el cerebro, todo en un mismo día.

 

 

Alberto volvió del colegio temprano una tarde, me encontró sentada en el sofá a tomar una taza de café.      Tranquilamente se sentó a mi lado y me pidió un beso, me acerqué a él y le di un beso francés largo y apasionado.      Rápidamente me sentí cachonda cuando su mano se deslizó bajo mi vestido, apartó mis bragas y comenzó a tocarme.      No me pude resistir, él me bajo las bragas y me encantó cuando se arrodilló entre mis muslo y comenzó a lamer y chupar mí coño.      Mi panocha estaba lisa y limpia ya que mi marido me acababa de afeitar esa misma mañana antes de dejarme llena de semen.      Estaba realmente asombrada por la habilidad con la que me lamía y muy rápidamente le estaba rogando que me follara.

 

 

Estaba gimiendo de lujuriosa calentura, sabía que no era normal, pero lo estaba disfrutando.      Cuando me sacudí en un repentino orgasmo, él levantó su cabeza y me sonrió, se levantó y me hizo saborear mis propios jugos con un profundo beso con lengua.      Luego me mostró su pito duro como piedra.      Me cogió sobre el sofá y me hizo gritar, ya no me importaba gritar y gemir con su polla profundamente enterrada en mi coño.      Me corrí dos veces más y sabía que él todavía no se corría, en ese momento lo único que quería era satisfacerlo y darle una agradable y amorosa mamada de mamá.      Rápidamente le quité los calzoncillos y lo hice acomodar sobre el sillón.      Oleadas de estremecimiento barrieron todo mi cuerpo cuando me encontré cara cara con su descomunal polla.      Comencé a lamerlo.   Con mi mano libre jugué con sus bolas y seguí chupándolo profundamente, hasta hacer que su polla bajara por mi garganta.      Luego le hice alzar sus pierna y me agaché a lamer su pequeño agujerito anal.      Alberto se volvió loco:

—¡Oh, mami! … ¡Pero si me estás besando el culo! …

Seguí impertérrita a lamer su ano.      Estaba gimiendo y tratando de ver como mi lengua empujaba el hoyito de su esfínter, me sentí muy cachonda de hacérselo, le estaba enseñando una forma más de gozar.

 

 

Mi marido no tiene una polla pequeña y estaba acostumbrada a ella, pero la de Alberto es portentosa, mágica, celestial y única; nunca me había sentido así con mi marido.      Seguí empujando mi lengua en su ano y repentinamente sucedió.      Alberto comenzó a mover sus caderas y a respirar entrecortado, supe lo que estaba por pasar, pero no llegue a tiempo a su polla, vi como gruesas y densas hebras de semen salieron volando de su polla y no pude atrapar ninguna.      Mi hijo se quedó quieto, casi aturdido:

—¡Oh, mami! … ¡Me corro! …

Me reí al ver la poza de semen en su estómago, lamí su vientre hasta la última gota de esperma.      Mi hijo se levantó y dijo que se iba a duchar.      Me quedé a pasar mi lengua por mis labios, estaba muy cachonda y quería que él regresara pronto; me puse las bragas y justo en ese momento escuche el sonido del timbre.      Eran mis padres que pasaban a tomar un café conmigo.      Solo entonces me di cuenta de que podrían haber llegado en el momento que besaba el culo a mi hijo.      Me pareció que estábamos corriendo un riesgo enorme, pero no podíamos detenernos.

 

 

Alberto tampoco me lo hacía fácil.      Dos días después me agarró descaradamente mientras su padre estaba concentrado a ver una partida del Barcelona con el Real Madrid, los eternos rivales.      Me empujo contra la puerta de la cocina, casi a los pies de la escalera.      Por el reflejo de la ventana podía ver a su padre sentado al sofá.      Rápidamente me bajo las bragas a los tobillos, su pito estaba duro y más crecido que nunca.      Me lo hizo sentir entre las nalgas y luego plegándose un poco hacia abajo, empujó hacia arriba y me la metió casi toda de un solo golpe.      Literalmente se me escapo todo el aire de mis pulmones.   Silenciosamente gemí y respiré atosigada de pija.     Tan rápido como me la metió, me la saco y se fue a la pieza de la lavandería con una sonrisa en sus labios.      Me dejó tan cachonda que lo seguí de carrerita.      Me tomó de la cintura y me sentó en la lavadora.    Luego con sus pantalones bajados a los tobillos, apunto su durísimo pito a mi panocha y me empaló violentamente, me aferré a sus hombros desesperada y escondí mi rostro en su cuello para no gritar.

 

 

Seguí amarrándolo con mi brazos y mis dientes mordiendo su hombro.      Mi coño estaba rebasado de su polla hundida profundamente en mis rosáceas y mojadas carnes.      Empujó y empujó tanto y tan fuerte que estimuló mi vejiga haciendo que mi orina saliera en chorros mientras él me embestía con todas sus fuerzas.      Ya lo había meado tantas veces que no me preocupaba volver a hacerlo.      Oriné sobre su pija hasta vaciar totalmente mi vesícula urinaria.      Alberto continuaba a follarme duro, pero no podía hacer ningún sonido con mi marido al piso de abajo mirando la Tv.      Me corrí casi junto a él y una vez que se vació en mi coño; rápidamente me puso de pie en el piso, me subió las bragas y con una palmada en el trasero me dijo:

—Ve … ve a ver al viejo … quizás te está buscando …

Me pareció astuto de su parte preocuparse por su padre.      Alberto volvió a su cuarto y yo baje a la sala a ver a mi marido.      Sentí que mis bragas estaban mojadas con el semen que colaba de mi coño.      No me atreví a sentarme al lado de mi marido de inmediato, pase y toque sus cabellos, él estaba todavía muy abstraído por la partida de futbol, le pregunté:

—¿Quieres una cerveza? …

Ni siquiera se volteó a mirarme y respondió:

—Sí, cariño … gracias …

En la cocina me tomé unos minutos para recuperar la respiración y reponerme del loco riesgo que mi hijo me había hecho vivir al follarme con mi marido en casa.      Después volví a la sala y le di la cerveza a mi marido, me senté frente a él y me quedé en silencio.      El futbol terminó diez minutos después y mi esposo me tomó de la mano y me dijo:

—Vamos arriba, cariño … te voy a follar …

¡Oh! Un golpe de miedo atravesó mi corazón y pensé; “pronto se dará cuenta”, rápidamente me fui al baño y me lave acuciosamente antes de ir a acostarme.      Conozco a mi marido y sé que siempre quiere lamerme el coño, luego quiere que yo se lo chupe antes de follar.      Así fue como sucedió.      Mi hijo me había dejado completamente satisfecha habiéndome follado una hora antes, pero casi exploté rápidamente en un orgasmo, cuando mi marido metió su lengua en mi coño recién follado por mi hijo.

 

 

Me pareció genial que mi marido me lamiera el coño todavía con trazas de semen de Alberto.      Muy pronto tuve un super orgasmo pensando al semen de mi hijo en mi chocho y a mi marido lamiéndome todo.      Mi marido ignorante de todo se acomodó para que le chupara su verga diciéndome:

—¡Uhmm! … sí que estás cachonda esta tarde, cariño …

Mi esposo no acostumbraba a correrse en mi boca mientras se lo chupo, a él le gustaba follarme y correrse en mi coño e iba a hacer precisamente eso.      Luego de unos minutos mi panocha fue llenada de esperma masculino por segunda vez.      Supuse erróneamente que mi hijo no se iba a enterar de esto, pero a la mañana siguiente, quince minutos después de que mi esposo se había ido al trabajo, mi hijo entró desnudo a nuestro dormitorio con su pija entiesada al máximo.      Se rio después de acostarse a mi lado:

—Así que le diste la pasada al viejo anoche, ¿no? … te escuché, ¿sabes? …

Por supuesto que no iba a negarlo, él ya lo sabía, había escuchado todo:

—Es mi marido, ¿sabes? … ¡Aaaahhhh! … ¡Oooohhhh! … ¡Ummmm! …

Gemí cuando la mitad de su gorda polla entró en mi resbaladizo coño.      Alberto inmediatamente comenzó a follarme profundamente y muy duro, así que otra vez mi cuerpo se inflamó en llamas.

—¡Hey! … más despacio … acaso te crees que soy una maquina de follar …

—Bueno, es tu coño cachondo que quiere ser follado … di que quieres ser follada en ese coño apretado y caliente que tienes … ¡dímelo! …

—¡Sí! … sí … fóllame fuerte … sí …

Me quedé boquiabierta al escuchar mi propia voz pidiéndole a mi hijo de follarme con todo.      Empujó tan fuerte su polla que hizo rechinar mis dientes y abrí ampliamente mis piernas para que él me diera su hombría con todas sus fuerzas.

 

 

Me folló hasta dejarme semi inconsciente, con una sonrisa de boba de oreja a oreja, mis piececitos encorvados y mis manos crispadas sobre su espalda.      Volvió a rompérseme una uña cuando enterré mis garras chillando mi orgasmo demencial.      No sé si podré resistir y continuar con dos hombres que me follan tan cachondamente, según mi hijo sí, pero yo tenía mis dudas.      Finalmente, Alberto se corrió y lleno mi panocha con su denso néctar.

 

 

A las ocho de la mañana ya me había follado dos veces.      Se fue de carreras a la ducha y a las nueve menos un cuarto, salió de la casa bien peinado, bien desayunado y su polla todavía no se aflojaba totalmente.      Satisfecha, pero un poco adolorida, me levanté para iniciar mi día.      Ciertamente estaba pasando por una etapa muy extraña, pero muy excitante y cachondo experimentarlo con mi hijo y mi marido.      Ahora a mi hijo le bastaba meter su mano bajo mi vestido o atraparme con un profundo beso francés y, yo estaba lista para él.

 

 

No podía confiarme demasiado.      Siempre estaba alerta a todo.      Mi marido no es ningún tonto.      Mí hijo comenzó a exigirme más.      Insistió en que me quitara las bragas y sostén cuando estuviéramos solos en casa; al principio no me atreví; ¿qué pasa si mi esposo se da cuenta y comienza a hacerme preguntas?      Nunca antes había hecho algo así y no sabría que responderle.      Quería evitar ese riesgo a todo costo, pero finalmente accedí.      Me acostumbré a tener siempre un par de bragas y sostén al alcance de la mano por si llega alguna visita o mi marido regresa repentinamente a casa.      Pero no me puedo resistir a su polla.      Él durísimo pito de mi hijo.

 

FIN

 

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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias.  Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

 

luisa_luisa4634@yahoo.com

 

 

En la calle solos
Fragatas portuguesas.

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