Confesiones Incesto Sexo con Maduros Tabú

Fragatas portuguesas.

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Estoy separado de mi mujer desde hace cuatro años.      Vivo en un notorio balneario de la Quinta Región.      Este año desgraciadamente había una inusitada plaga de fragatas portuguesas y muchas playas estaban cerradas por los riesgos inherentes a las picaduras que pueden provocar estas peligrosas medusas.

 

 

Sonia, mi mujer.      Como todos los años me había mandado a mi hija Carolina, de diez años a disfrutar de las vacaciones de verano.      Ahí estaba mi pequeña en su diminuto bikini rojo botada boca abajo delante del televisor viendo los dibujos animados del cable.

 

 

Llevaba una semana conmigo y yo no sabía donde llevarla, las playas estaban cerradas por personal de la Armada.      Así que la había llevado de compras un par de veces.      Todas las otras veces había ido con ella a la playa, principalmente ella me visitaba con el objeto de disfrutar cerca del mar, pero este año eso no era posible.

 

 

Ir de compras no es algo que me resulte muy agradable, además, con una chicuela que todavía no sabe lo que necesita y se le ocurre comprar cualquier cosa.      Yo siempre he odiado ir de compras, pienso que es una cosa intrínseca al sexo masculino, pues a mi exesposa le fascinaba ir a comprar decenas de cosas que yo consideraba inútiles.      Pero ella era feliz entrando y saliendo de tiendas, probándose calzados, vestidos o lo que sea.

 

 

Hoy ni siquiera habíamos salido de casa, una por las medusas y otra porque el día había amanecido frio y con la vaguada costera amenazando con lloviznas.     Observé desde atrás como la parte inferior de su bikini se metía en el surco de sus nalguitas firmes y redonditas.      De repente me pareció que ese traje de baño era muy chico para ella, casi no cubría sus nalguitas.      Una niña así de pequeña no debería usar un traje de baño tan osado, pensé como padre.      Era tan pequeño que parecía obsceno.

 

 

Me sorprendí al sentir que mi pene se ponía duro y esa fue otra razón en contra de ese diminuto traje de baño rojo.      No era posible tener una tremenda erección mirando el culo de mi pequeña hija.      Quiero decir, si yo me excito ante esa visual, que sucederá con los chicos que se reúnan con ella.

 

 

Además, en ese momento ni siquiera estábamos en la playa, estábamos en mi sala de estar con ella tirada sobre la alfombra.      Sus largos cabellos oscuros le cubrían parte de su espalda.      Observe las tiras del bikini y pensé que sería demasiado fácil desatar esos nudos y verificar sus casi inexistentes senos.

 

 

¡Santos demonios!  ¿Qué me pasa?  ¿Estoy deseando a mi hija?

 

 

¡No!, no puede ser.   Es solo que la observo para cuidarla de otros.      No me gustaría que otros la miraran con ojos libidinosos.      Ella es pequeña, pero muy bella y bien formadita para su edad.      Mi bebita está creciendo.      ¡Sí!, eso es.      Soy solo un padre preocupado por ella.

 

 

Sí, es solo una preocupación de padre.      Lo otro es solo una fantasía.      Una aberración de hombre cachondo.      Nada más que eso.      Pero sus cabellos llegan hasta casi el inicio de su culo redondito.      Y esos hoyuelos que se le forman poquito antes de sus nalguitas.      Sus muslos están bien torneados.      Se puede apreciar el parchecito que cubre su entrepierna y, ¡oh! … ¡sí! … se ve el pliegue de sus labiecitos.      Al parecer el coño de mi hija tiene labios gorditos.

 

 

De repente me di cuenta de que mi mano estaba restregando mi pene endurecido como palo.      Otra vez la visual que me regalaba mi bebita era demasiado erótica y me procuraba una monstruosa erección.      Respire profundamente y me relajé con un sonoro suspiro.      Carolina se volteó a mirarme y me sonrió.

 

 

Noté el suave y tenue vello de sus piernas y como se perdía bajo esa tela roja de su bikini.      No podía esconder mi excitación y, ¡Dios mío!   Carolina había abierto ligeramente un poco más sus piernas y ahora podía observar su ingle que, ¡Jesús, Jesús!  Tiene una pequeña mancha de humedad, ¿estará cachonda mi pequeñita?

 

 

Carolina miraba la televisión y yo me acerqué a ella poniendo mi mano sobre su tobillo derecho.      Así de cerca su trasero parecía aún más invitante.      Ella estiró sus piernas y me dejó su vagina totalmente expuesta a mis ojos.      Suavemente moví mi mano por su estilada piernecita y alcancé su muslo.      Noté una variación en su respiración, pero no hizo ningún otro movimiento.      Alcancé su entrepierna y rocé el género rojo que estaba ligeramente húmedo y cubría su coñito.

 

 

¡Oh, Dios! … Carolina lanzó un suave gemido cuando mi dedo rozó delicadamente su hendedura pequeñita cubierta por la tela roja.      Comencé a pasear mi dedo arriba y abajo, abajo y arriba; lenta y suavemente.      Carolina seguía concentrada en la televisión.      Levanté el parche de tela roja sobre su chochito y vislumbré unos apretados labiecitos con trazas de humedad.      Mi dedo acarició esos pliegues de cálida piel.      ¡Mi hija se estaba dejando tocar!

 

 

Mi dedo separó esos labios gorditos y siguió el surco de ellos hasta el capuchón de su clítoris y, ¡Maravillosamente, Carolina abrió más sus piernas!      A pesar de todo ella no hizo ningún sonido.

 

 

Finalmente, el lujurioso demonio se apoderó de mí y no pude controlarme más.      Me moví encima de ella desabrochando mis pantalones y haciendo salir a mi pene.      Sentí la mano de Carolina sobre mi verga, lanzó una risita y comenzó a guiar mi pene a su panocha con su manito izquierda.      Casi me corro en ese preciso instante.

 

 

¡Guau! La primera señal que da mi hija es apoderarse de mi polla y guiarla en medio a sus nalguitas.      Inmediatamente empuje y encontré un agujerito demasiado estrecho, pensé que quizás estaba en el orificio equivocado.      Seguí empujando y ya había perdido toda noción de tiempo y espacio, existía solo el apretado agujerito de mi pequeña.      ¿Será el hoyuelo correcto o la estaré enculando?

 

 

Hubo un momento en que mi pene toco una resistencia, empujé y mi hija chilló, había roto su himen.    Mi pene estaba en su chochito y se deslizaba en su ajustado canal vaginal.      Carolina gimió y sollozó mientras la penetraba profundamente, pero no hizo ningún movimiento para alejarse, ni tampoco me dijo nada.      Resistió estoicamente la penetración profunda, la dejé que se acostumbrara a mi polla y besé sus oscuros cabellos.

 

 

Comenzó a gemir y mover su trasero y yo seguí adelante, comencé a follar su apretado coño.      Intenté ir más despacio, pero el goce era demasiado y empujé vigorosamente cada vez con más fuerza, hasta que Carolina lanzo un grito con sus manitos crispadas como garras, me detuve y volví en mí.

 

 

¡Dios! Estaba follando a mi propia hija y mi pene explotaba con potentes borbotones de semen caliente en su panocha apretada.      Carolina gemía y sobajeaba mi verga con sus paredes vaginales.      Me vino el arrepentimiento.      Con mi pene aún enterrado profundamente en ella le dije:

—¡Uhm! … yo … yo … lo siento … pero …

Pero Carolina se volteó bajo de mí como una culebra y tomó mi rostro en sus manos, me miró a los ojos y me dijo:

—Papi … te amo …

Y ese fue el día más glorioso de mi vida.      Me reí junto a ella.      ¡Le había gustado!      Fue la mejor follada de mi vida y tal vez, me dejaría hacerlo de nuevo.      Luego me tomó la mano y me dijo:

—Papi … quedé un poco adolorida … pero recuerda que la próxima semana cumpliré once años … me debes regalar algo y me debes prometer que volveremos a hacerlo … ¿sí? …

No cabía en mi de alegría y espero ansioso que llegue la próxima semana …

 

FIN

 

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El pito duro de mi hijo.
Torna dentro de tu madre, bebito mío.

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