No Consentido

Manoseadas en Halloween

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He leído cientos de relatos de manoseos por cuya naturaleza, la probabilidad de que sean ficticios es casi nula. El acoso callejero y en medios de transporte es una realidad y un arte. Una vez leí un relato escrito por una dama, en el que relataba que se había vestido muy sexy para ir a una fiesta que con toda seguridad terminaría en sexo. Se bajó del metro atiborrado y con el pantalón lleno de semen y, al verlo en sus dedos, sintió muchas ganas de probarlo. Dijo que por sus demás relatos, el público ya debía saber que a ella le encantaba el semen, pero que probar el de un hombre que ni siquiera vio, era algo que la superaba. Se aguantó las ganas. Yo, puedo identificar cuando un relato es falso, de lejos. Y no tengo nada en contra de los relatos inventados, yo he escrito cientos, solo que con la clara intención de producir arte, jamás de engañar a nadie. Si relatos como ese de la señorita que quería darle una probada al semen que le echaron en el pantalón, es falso, una venia a su autor/a, qué talento tiene para calentar. Pero mi poderosa intuición me dice que es real, y da fe de que el fenómeno del manoseo y el acoso callejero tiene varias dimensiones, pero que los medios y las escuelas solo abordan una y ya, la que muestra a los hombres como animales arrechos irreprimibles y a las mujeres como pobres víctimas. En fin, hay que ser muy taimado para ver las cosas solo desde la perspectiva que te obliga la tele.
Les voy a dar un recuento de cositas que he hecho, ya que viene Halloween de 2023 y ese, es el día más sexy del año, para los manoseadores callejeros, al menos. Un saludo para ellos, y para las damas que no niegan que les gusta una acosadita de vez en cuando.
Por el estilo de vida y comunidad de donde vivo, ciudad latinoamericana con barrios populares, aquí las festividades son sagradamente comerciales. Hay sectores de los barrios o barrios enteros que son mega-centros comerciales a cielo abierto y se vuelven hervideros humanos en fiestas. En Hallooween, las calles se llenan tanto de gente que el tráfico de carros tiene que irse a otra parte. No exagero. Lo explico por si alguno de ustedes vive en un suburbio u otro tipo de ciudad donde esto no suceda. Aquí, en navidad, día de la madre, del padre o Halloween, vas pegadito literalmente a cuatro personas más avanzando a un metro por minuto. En zonas comerciales, claro. Ahora imaginen el festín que es esto para un manoseador. Uno de esos tipos que se acostumbró a rozar mujeres o jovencitas con las manos en transportes colmados o estaciones. Tocar tetas, culos y alguna panocha en los apretones, o sobarse contra una dama en medio de un tumulto, hasta acabar. Ahora que me acuerdo, una vez iba yo en un bus hiper-saturado de gente (Lectores residentes en Europa o USA podrían no creer cuán lleno de gente puede ir un bus aquí), y una señora que iba adelante, tenía que irse hasta atrás para bajarse. Astutamente, volvió al revés el bochorno y dijo en voz alta: «Bueno, voy a pasar, y cuidado que voy agarrando vergas». También hube de oír otras veces a mujeres, burlándose de la situación: «De un bus así una sale embarazada y ni le dan a uno el teléfono». ¿Ven, que hay otras dimensiones para ver? No es tan dramático como la tele o la escuela te lo quieren hacer ver.
Siguiendo con el cuento: Una vez no me aguanté de ver a una pre-adolescente disfrazada de diabla, con panty-media negro y un simple velito transparente y ridículamente corto, de color rojo, haciendo de minifalda. Me puse como un animal, me le fui detrás y cuando tuve oportunidad, la aterreé. Fue algo majestuoso. La paja que te haces después de eso es gloriosa. Los detalles están en un relato llamado “manoseada a chamaca en Halloween”. Sé de sobra que a todas las mujeres sin excepción les ha pasado algo así al menos una vez en la vida. Es la naturaleza humana. Es como a nosotros los hombres, sobre todo de jóvenes, nos toca pasar más de una vez por que nos utilicen aprovechándose de nuestra hambre y al final nos dejen con las ganas. Repito: Es la naturaleza humana.
Hablando de pajas gloriosas, una vez, que era yo profesor, vi a una nena hermosa de grado octavo (±13 años) recargada de pecho sobre una mesa bajita y con las piernas bien estiradas. ¿Si entienden? Estaba mostrando toda la cola, puesto que su falda era muy corta. El aula era contigua a unos bañitos de preescolar y me fui allí a seguir mirándola a través de la puerta entre-abierta y me pajeé como loco. Los detalles están en un relato que llamé “la mejor paja que me he hecho en la vida”. Y sí lo fue, el éxtasis me duró horas, en forma de hormigueo en los antebrazos y energía que me hacía cosquillas en las comisuras de los pulgares de los pies y el centro de la espalda. Solo un par de veces más tuve esa sensación.
Una
cuando iba en el bus después de una experiencia muy aburridora. Me había ido de putas pero la puta que había elegido me robó. Era una de esas que se para en la zona de tolerancia casi empelota  y cuando entra con un cliente, se vuelve toda una señora respetable y no quiere que la toquen. «Si no va a vender la cuca ¿Para que se pone a puta?» iba yo renegando, ya en el bus. Pero la vida me consoló. Fue como si un ángel me abrazara la cabeza y me dijera: «Ya, tranquilo, mal-hu-mo-ra-do. Toma este regalo». Se subió una adolescente hermosísima, blanca, de cabello larguísimo, delgada, bien vestida y… sola. Era la tercera pasajera en el bus. El otro era un anciano que venía durmiendo adelante. Al ver a semejante ángel ahí servido para mí, se me quitó el mal genio. Fui a sentarme dertrás de ella y me saqué la verga. Su montón de pelo caía por el espaldar. Se lo acaricié y se lo olfateé. Se me paró monumentalmente. La sensación de “no-consentido” y de peligro hacen que una paja sea deliciosa. Desde el principio, antes de venirse, se siente demasiado bien. Ni comparación con la paja que te haces en tu cama o escritorio viendo porno. Además, con esa muchacha tan bonita, como de 14 años, ahí a cms de mí… wow. Me la la jalé frenéticamente, imaginándome que se la tenía entre el culo. me la apreté durísimo con la mano y se sintió tan bien, taniéndola a ella ahí de inspiración en vivo, que empecé a sacudirme como pez fuera del agua. Reprimí un par de gruñidos y le disparé un chorro de semen en el pelo. Me había pasado muy pocas veces, disparar así, hay que estar muy contento, supongo. Recogí el resto de la venida en la mano y se la unté toda en el pelo. La nena se veía muy bonita con mi leche pegajosa haciéndole puentes entre los cabellos. No puedo describir la felicidad que sentí. Mi espermatozoides estaban en el cabello de una muchacha bonita. Las partes restregadas se veían traslúcidas pero había también bojotes blancos.  Ojalá hubiera tomado una foto. El corazón me martillaba el pecho y la próstata todavía me palpitaba detrás de las bolas. Me acordé automáticamente de aquella paja que me hice mirando a mi alumna de octavo que se le veía la cola. Fue demasiado celestial.
Me cambié de asiento y seguí mirándola, enamorado. Me distraje y después de varios minutos volví a verla, ya con el pelo pasado para adelante. ¿Había descubierto mi venida? ¿La había tocado? ¿Qué le había parecido? Lamenté profundamente haberme perdido el momento en que se agarró el cabello para pasárselo adelante. Mi semen debería estar ahora también en sus manitas de ángel. Sentía un batallón de hormigas andando por mi vientre, brazos y piernas. No sé si imaginen sentirse tan bien. Ojalá que sí, y que les haya pasado.
Y la otra
en Halloween de 2022. Para mí es sagrado salir al tumulto a manosear sardinas, pero en 2021 no pude salir porque no estaba bien de salud. Entonces al año siguiente me desquité con todo. Hacía poco había tenido una manoseada masiva a la hora de salida de un colegio. Me había presentado específicamente para eso, para ver a las morras en los desniveles y tocarlas, si podía. Pero algo extraordinario y maravilloso pasó: Empezó una pelea en el separador de la calle, entre particualres y estudiantes. Todo el estudiantado, unos 300 jóvenes, se agolparon al rededor y pararon el tráfico. Aproveché como nunca. Me metí en la multitud y cogí culos y levanté faldas como nunca. Fueron unos dos minutos de pura gloria. Manoseé a unas 20 colegialas, al menos. Algunas volteaban a verme, asombradas, pero nada más. Ser manoseadas justo allí viendo la pelea era algo absolutamente inesperado y no tenían idea de cómo reaccionar. No era como si le metes la mano en el culo a una estudiante en un bus, que va sola y al menos un poco prevenida. No. En un tumulto lleno de sobresalto inesperado (la pelea), puedes entrar y coger culos a dos manos una tras otra y tras otra y tras otra. El paraíso. Pero ese día tuve qué esperar un montón para hacerme la paja, porque estaba lejos de casa y tenía otras cosas que hacer. Así que, para Halloween, tenía la exaltación viva, por la manoseada masiva (los detalles están en «el mejor día de un manoseador») y por no haber podido salir el Halloween anterior.
Ya saben cuán apretada en una avenida comercial en Halloween. Y por como son las morras hoy en día, puedes cogerlas y no reparan. Les parece demasiado poco para armar un alboroto. Igual que aquella escaramuza, no se lo esperan y mientras deciden como reaccionar, tú ya estás lejos. Me metí entre la gente y me apreté contra una pared. En cosa de des minutos la cantidad de gente creció tanto que todos iban bien pegaditos a todos. Estaba muy ansioso, porque había morras divinas disfrazadas de muchas cosas infartantes y, como lo he manifestado hasta el cansancio: muy insinuantes, más de la cuenta, más de lo verosímil. Ha eso ha llegado el mundo. Morritas de once años que andan por ahí en la calle con un short chiquitito y los cachetitos de fuera. ¿Que no saben que hay hijos de puta como yo? «A papaya ponida, papaya partida», dicen en mi país.
Quedé ubicado entre un puesto donde una pareja estaba pintando caras y cabello y un puesto de empanadas. ¿qué hace un adulto solo ahí, no disfrazado y sin hacer anda? Nadie se pregunta eso, créanme. Pero la respuesta es: Salió a manosear. Y así fue, empezó la acción.
Me quedé allí contra la pared, a manos extendidas, agarrando todo lo que pasara. Tocar la colita de una morra de 13 o 14 es una experiencia mística. Esa redondez perfecta y la textura de sus disfraces baratos es electrizante. Las tres capas: La piel de mi mano, su ropa y la piel de sus nalgas. Se presionan las tres cosas la una contra las otras dos. Se siente muy bien. Y otra cosa: El calor. Muchas de las nalgas que toco se sienten calientes. Yo seré muy frío, no sé, pero siento esos culos calientes como si las morras vinieran de estar con papi en una faena de amor. Me encanta sentir las costuras de los bordes de sus prendas. Con las yemas de los dedos puedo ‘ver’ si tienen cachetero, tanga, panty en V o si no siento nada: llevan hilo o no llevan ropa interior.
Esa noche había acariciado nalgas por diez minutos y estaba más mojado que espalda de taxista. Tenía el corazón a mil. El apretón estaba a tal grado que no me costaba esfuerzo alguno manosear e incluso ellas mismas pasaban sus culos por mi pelvis. Me dieron ganas de eyacular. Entonces llegó el momento afortunado: Una morra de unos 15 se estacionó pegada a mí, disfrazada de Harley Quinn. Ya salido de control, presioné contra la pared para retorcerme y poder verla. Quería saber cómo estaba de cola. La logré ver por un corto instante y de lado, pero comprobé lo que quería comprobar. Tenía ese cachetero mitad azul y mitad rojo y medias veladas oscuras, con los cachetes asomándose. «A esta me la como, hijueputa» pensé. Obvio, no iba a comérmela, solo me calentaba oírme pensándolo. Me froté el pantalón. Los locales tenían música a lato volumen y repartían dulces a manotadas. Era lo que le importaba a la gente. Yo podía masturbarme allí, si quería. Un minuto después, la Harley Quinn se hizo delante de mí, de lado y le agarré la nalga. La textura del nylon con la forma redonda de la nalga y el borde del cachetero se sienten muy bien en la palma. Me moría por apretar, por acariciar sin medida. Pero me daba miedo. En caso de cualquier cosa ¿A dónde iba a salir a correr? Ya podía imaginar en redes: «Manoseador apedredeado». Así que solo me quedé varios segundos sintiéndole la nalga a la muchacha, mojándome más y más. Rogaba por congelar el tiempo. Era la mayor satisfacción que había tenido esa noche. El mejor culo que había visto y agarrado sin permiso en años. Me palpitaba todo por dentro y sé que no pude evitar hacer cara de éxtasis, levantando el entrecejo, encogiendo los ojos y soltando la mandíbula. El que me viera, diría que me estaba viniendo. Pero no estaría lejos de la realidad. La vida, como en aquél día que se subió una morra sola al bus, me dio un regalo: La pareja que tenía el puestico para pintar cabello y caras, alzó su mesa y le dio la vuelta, no sé por qué razón. La mesa ocupaba más en su nueva posición y obligó a esta Harley Quinn a pegarse más a mí, y no de lado sino de espalda, para dar paso. Pegó sus moñas (una azul y una roja) a mi cara y aspiré su maravilloso perfume. Ella volteó a verme, como diciendo “perdón, qué pena”. Usé el 120% de mi fuerza de voluntad para no agarrarla por la cintura. Se sentía como si fuera mía, tal cual—vívido. Y lo mejor de todo, sus portentosos glúteos estaban aplastándose contra mi pelvis. No puedo decir lo rico que fue. Los de la mesa no paraban de pedir disculpas y movían su puesto delante de la Harley, por lo que se apretó más contra mí. Ahora usé el 180% de mi fuerza de voluntad para no perrear en su culo. Y para colmo, por su calor y aroma, empecé a sentir como cuando uno es un niño de 5 años y se enamora de una de bachillerato. La quería para mí. Sigo sin saber por qué me pasan esas cosas a mí, creo que es ley de atracción. El caso es que la señora que cargaba la mesa con su marido, se quejó por el peso y la Harley se hincó un poco, para ayudarle con una mano (en la otra traía un bate). Volvió a verme y traté de disimular la cara de éxtasis. Me dijo “Qué pena”. Pero yo no estaba disgustado ni ofendido. Estaba eyaculando. Se me empaparon las bolas de proteína que se enfrío rapidísimo, y el hormigueo, que duraría horas, empezó de inmediato. Me temblaba la carraca. Solo los caballeros entenderán lo agradable que es descargar después de sentirse muy pesado. La señora de la mesa terminó de pasar y la Harley siguió avanzando a pasitos de pato, entre la estruendosa muchedumbre. Le acaricié el culo una última vez y dije en voz baja: «Adiós y gracias, estuvo delicioso». Todavía sentía impulsos eléctricos y palpitaciones en los genitales, como si a punta de retortijones el sistema quisiera sacar hasta el último espermatozoide. Debía tener una mancha en el tiro del tamaño de un plato de postre. Me miré las manos. Temblaba como gelatina. Duré unos diez minutos cruzando la calle (repito, no exagero) saliendo del hervidero para poder emprender rumbo a casa.
Después me pregunté por qué una jovencita en cachetero dice “qué pena” si le frota el culo a un desconocido. Estoy seguro que, esta visión del mundo la tenemos exclusivamente los reprimidos. Para la nena en cuestión, un depravado como yo es algo así como un fantasma o un extraterrestre. Ha oído de ellos pero jamás se ha topado con uno y no cree que en verdad existan.
La satisfacción de un acoso callejero asciende a niveles inexplicables. Lo correcto o incorrecto no aplica. Es muy excitante hacerlo a escondidas y sin permiso, en medio del peligro.
Mañana es Halloween de 2023 y estoy muy ansioso. Sobre todo porque soy alguien, en medio de lo patético y lo reprimido, alguien muy afortunado. Me va bien para ser un mirón y manoseador. Me pasan cosas que son difíciles de creer. Como cuando una colegiala se subió a una red a rescatar su maleta, que sus malintencionados amigos le habían subido allá. Por no mostrarles el culo a ellos, me los mostró a mí durante todo el descenso. Si no es ley de atracción, entonces es simplemente que estas cosas suceden en todas partes a toda hora pero solo yo les doy valor.
Ustedes que tienen pareja, ámense mucho y jueguen mucho con sus fluidos, sean sucios. Señores, agarren a sus hijas de once o más y háganles el amor.

Feliz Halloween.
 

De vacaciones en el Paraíso 1
La carta.

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