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La carta.

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Ciertamente Los Andes es una de la ciudades más calurosas del país y los meses de diciembre a marzo son los peores.      Pero yo tenía la suerte de que la granja de mi padre era bastante extensa y teníamos un arroyo de riego que pasaba a los límites de la propiedad.      Caminé hacia allá en busca de un alivio a la calurosa jornada.

 

 

La vida en la granja no era muy divertida para un chico de quince años, especialmente para quien, como yo, era hijo único.      Nuestros vecinos más cercanos con chicos de mi edad estaban a cerca de cuatro kilómetros y mis padres no me permitían salir en bicicleta desde la granja.      Excepto los domingos por la tarde.

 

 

Los sábados invariablemente me quedaba solo en casa mientras mis padres iban de compras a la ciudad por víveres y pienso para los animales.      Me había ido caminando hacia el arroyo y estaba ya cerca de los árboles que bordeaban la rivera del torrente.      Caminando lentamente, escuché nítidamente la voz de una mujer que cantaba.      Noté una camioneta Mahindra estacionada bajo unos sauces al otro lado del espejo de agua.

 

 

No era mi caminata preferida, pero dado el calor había decidido ir a refrescarme en el agua fresca del riachuelo.      Estaba en el límite de la granja de mi padre y de nuestros vecinos.      Me moví sigilosamente para no hacer ruido, ya que sabía que la camioneta pertenecía a nuestros vecinos y esperaba que la dueña no estuviera solo cantando, sino que también bañándose.

 

 

Mirando a través de la foresta vi a la esposa de nuestro vecino nadando desnuda en el estero.      En realidad, no nadaba, sino que estaba de espalda moviendo los brazos para mantenerse a flote.      Mis ojos se abrieron como platos y traté de captar toda su figura, era la primera vez que veía una mujer sin su vestimenta.      Mi primera intención fue irme y no espiar a la esposa de nuestro vecino en su intimidad, ya que estaba mal atisbarla desnuda.      Pero mi mente de adolescente no podía dejar pasar esta oportunidad caída del cielo y me escondí para observarla subrepticiamente.

 

 

Viendo sus formas femeninas adorablemente expuestas, la madre naturaleza me hizo reaccionar con una furiosa erección, sin dejar de mirar su esplendida desnudez flotando en las cristalinas aguas, me calé los pantalones y comencé a hacerle carantoñas a mi enardecido pene.      Tuve visiones de mi polla en medio a sus senos que parecían globos que sustentaban su peso en el agua.      Más abajo, una mancha de fina filigrana de oro escondía su sexo.      Sus largos cabellos rubios estaban atados en una cola de caballo.      Mi mano se movía velozmente y en cosa de minutos, disparé copiosos borbotones de claro esperma perlado sobre los arbustos que me escondían de los ojos de la señora Luisa.      Ese es el nombre de la esposa de nuestro vecino.

 

 

Durante la siguiente hora permanecí escondido por la arboleda circundante y vi a nuestra vecina recostarse sobre una manta para espalmar crema protectora sobre su albina piel y broncearse bajo el sol león.      Hubiese querido poder llegar más cerca de ella sin que se diera cuenta de que yo estaba allí.      Pero ella estaba del otro lado del riachuelo y ese era uno obstáculo imposible de superar sin delatar mi presencia.      A veces ella movía sus piernas, incluso se sentó con sus piernas abiertas y plegadas como en una posición de meditación yoga, pero me fue prácticamente imposible poder ver claramente su coño adornado de vellos dorados.

 

 

Durante las dos semanas siguientes, todos los sábados después de que mis padres se iban al pueblo, me dirigía hasta el arroyo donde había visto a la señora Luisa.      Pero no volví a encontrarla, entonces al tercer sábado en que no la encontré, desplegué mi manta cerca del arroyo y me bañé en las frescas aguas del torrente.

 

 

Salí chorreando agua sobre el césped y me moví hacia mi toalla, me acosté boca arriba bajo el ardiente sol.      Observé las blancas nubes y las estrías blancas que había dejado el paso de algún avión a mucha altura.      La visión de la señora Luisa volvieron a mi mente, mi cuerpo se había secado y los cálidos rayos del sol calentaban mi pija que se puso dura.      Rápidamente mi mano aferró mi carne caliente y comencé a pajearme con las imágenes de la señora Luisa.      No sabía como podía ser el meter mi polla dentro de ella, ni siquiera lo imaginaba ya que nunca había hecho nada de ese tipo, pero bastaban las imágenes del cuerpo de ella desnuda, para excitarme y darme placeres enormes en mi virgen polla adolescente.

 

 

Embelesado con las calientes imágenes girando en mi cabeza y concentrado en dar placer a mi dura verga, no escuché que alguien se aproximaba.      Era la señora Luisa que ya había comenzado a desnudarse, me percaté de ella solo cuando me habló desde una posición detrás de mí.

—¡Ehm! … perdóname, Andrés … no sabía que estabas aquí …

Rápidamente mi mano cubrió mi polla endurecida, ella me habló con una voz dulce y suave:

—Andrés … lo siento … no quise espiarte ni molestarte … pero es aquí donde vengo a nadar …

Mi única preocupación era cubrir mi desvergonzada desnudez e intentar disculparme con ella:

—¡Uhm! … yo … señora Luisa … yo no escuché su camioneta … lo siento … me vestiré y me iré a casa … te ruego por favor, no digas nada de esto a mis padres …

—¡Oh, Andrés! … nada temas … quédate tranquilo … ¿Qué tal si me desnudo y nadamos juntos? … ¿Te va de nadar conmigo? …

Sin esperar mi respuesta, la señora Luisa siguió desvistiéndose y pronto estaba solo con su sostén y pequeñas bragas de color celeste, mi corazón se desbocó y parecía que iba a escaparse de mi pecho viendo las largas piernas de la señora Luisa, sus amplias caderas y, ¡Dios mío!  Metió sus manos detrás de su espalda y desabrochó su sujetador, pareció que el mundo entero se estremeció cuando sus macizas tetas cayeron libres y bamboleantes, tenían vistosas venas azules y algún enrojecimiento causado por el estrecho sujetador que voló sobre el césped cerca de mis pies; mis ojos se abrieron ampliamente observando sus maravillosos pechos a menos de dos metros de mí.

 

 

Seguidamente, metió sus dedos en la banda elástica de sus bragas y las fue enrollando y deslizando hacia abajo con coquetos cimbreos de sus caderas.      Sus ojos estaban pegados en los míos cuando levantó una pierna y luego la otra para terminar de despojarse de sus calzoncitos.      Ante mis ojos estaba la maraña de pelos dorados de su coño, nunca había visto nada igual de tan cerca y me pareció una delicia escudriñar que bajo esos bellos de oro, se adivinaban los labios gorditos del precioso chocho de la señora Luisa.      Siempre sonriente me miró y preguntó:

—¿Has visto alguna vez a una chica o mujer desnuda ante ti, Andrés? …

Se acercó a mi con sus senos que no cesaban de moverse, tomo de mi mano y me dijo:

—Ven … ayúdame a estirar mi manta …

No sé donde se había ido mi voz, estaba mudo y no podía hablar nada, hasta tastabillé siguiéndola a extender su manta sobre el césped.      Me invitó a sentarme a su lado.      Mi polla estaba dura como fierro, pero ni siquiera me había dado cuenta de ello.      Caminaba como un autómata.      Me deje caer junto a ella y escuché su suave voz:

—Andrés … nunca debes contar a nadie de que estuvimos desnudos juntos …

Luego agregó:

—… estoy casada y mi marido es muy celoso … podría causarte daño a ti y a mí si supiera que algo así sucedió … pero hoy para mí es algo especial estar junto a ti … así que me tienes que prometer que no se lo dirás a nadie …

Durante la siguiente media hora ella me habló de muchas cosas y que debíamos tener cuidado con la gente que podría llevarle el cuento a su marido.      Me contó que estaba teniendo algunos problemas en su matrimonio.      Ella me dijo que tenía treinta años y su marido cincuenta y nueve y, que estaba celoso de cualquier hombre que la mirara.      Finalmente, me dijo que le resultaba agradable estar conmigo y si quería besarla era algo natural y podía hacerlo.      Entonces yo la bese en la mejilla como los besos que le doy a mi madre.      Entonces la señora Luisa tomó mi rostro en sus manos y me sostuvo suavemente quieto mientras posaba sus labios sobre los míos.      Se me cortó hasta la respiración sintiendo sus delicados y mullidos labios y mi polla pareció dar un estirón, mientras mi cuerpo temblaba sin que yo lo pudiera evitar.

—¿Alguna vez has besado a una niña, Andrés? …

Me preguntó la señora Luisa, pero yo había perdido la voz.      Luego continuó hablando sobre cosas de sexo y de jóvenes.      Parecía que me había desdoblado y mi otro yo escuchaba un montón de chachara que no lograba comprender, solo sabía que mi pene estaba muy sensible y a punto de estallar.

 

 

La señora Luisa me había encontrado a masturbarme y cuando estaba a punto de correrme me hablo y me hizo sentir mucha vergüenza.      Nunca nadie había visto mi pene, ni menos mientras yo me masturbaba.      La cosa no me hizo ninguna gracia, pero las cosas ahora habían cambiado; ella estaba desnuda junto a mí y besándome ¡Mi Dios!      Ella movió su lengua dentro de mí y mezclo su saliva con la mía, en ese momento de mi boca escapó algo así como un gemido y sentí que se me cerraba la garganta.      La señora Luisa se detuvo un rato y me tiró bien estrecho a su lado, durante varios minutos ella me habló de cosas relativas al sexo, me dijo lo que le gustaba que le hicieran y me preguntó si alguna vez había tenido sexo con alguna chica.      Lo siguiente que sucedió casi me provoca un infarto al miocardio.      Ella estiró su mano casi casualmente, se inclinó un poco y aferró firmemente mi polla dura y, con una voz ronca me dijo:

—Besa mis pezones, Andrés … luego chúpalos, por favor …

No me recuerdo de haber tenido alguna vez en mi boca una teta de mujer, seguramente mi madre me lactó con sus pechos, pero no tengo noción de ello en mis recuerdos.      Lamí sus tibios y suaves senos y chupe de sus hermosos pezones de mujer, sentí que la señora Luisa me tiraba encima de su cuerpo.      Me acomodó bien encima de ella y luego su mano bajó entre su cuerpo y el mío para agarrar firmemente mi polla y guiarla hacia su coño.      Su chocho era diferente a cualquier cosa que pueda haber pensado que sería.      Era cálido y mojado, y cuando me sentí tan profundamente en su vagina como mi pene de quince años podía alcanzar, disparé mi semen dentro de su chocho.      No sabía que venía después, recuperé un poco mi respiración y esperé haber si la señora Luisa me daba alguna instrucción, y ella me habló:

—¡Oh, Andrés! … mi querido, Andrés … te corriste, ¿no? … yo fui tu primera chica, ¿verdad? …

Me preguntó mirándome eufórica mientras yo yacía encima de ella un poco nervioso, pero ella continuaba ardiente y entusiasta diciéndome:

—… ¡no lo saques! … solo muévete un poco de lado a lado dentro de mí … veras que se pondrá duro y lo volveremos a hacer …

Parece que ella tenía algún poder premonitorio, porque en cosa de minutos mi polla estaba otra vez super dura dentro de su coño ardoroso.      Esta vez ella me dijo cómo moverme y la sentí que me apretaba y me besaba con mucha fuerza y pasión.      Debe haber sido el modo en que ella se corría, porque después me dijo que la había hecho sentirse muy bien.      Con tanto zamarreo volví a correrme dentro de ella, luego me preguntó:

—Andrés … ¿disfrutaste conmigo esta tu primera vez? … ¿te gustó que yo haya sido la primera? …

Le dije que me había gustado mucho.      Luego le confesé que yo la había estado espiado unas semanas antes y ella se sorprendió mucho, porque dijo que hacía ocho años que venía casi todos los sábados a bañarse desnuda y nunca vio a nadie.      Después le dije que la encontraba tan hermosa que había tenido que masturbarme mirando su esplendido cuerpo, esto la hizo muy feliz y me dijo:

—Dulce Andrés … ahora voy a hacerte un poco más feliz …

La señora Luisa se movió un poco hacia abajo y comenzó a besar mi polla, me lamió por los costados, jugó con mis bolas; repentinamente se tragó toda mi polla, sus labios estaban tocando mis exiguos vellos púbicos.      Enseguida comenzó a mover su cabeza arriba y abajo, arriba y abajo, después se detuvo a lamer la corona de mi glande y me lamió mientras me masturbaba con su mano.      Decididamente mi cuerpo comenzó a despabilarse, mis bolas se agitaron al sentir mi esperma hervir dentro de ellas, me iba a correr, mi respiración se hizo dificultosa, mi pene pareció entiesarse aún más, apreté mis glúteos y mis piernas se pusieron rígidas y mis músculos se tensaron, debía …

—¡Ooohhh, señora Luisa! … me voy a …  

Pero antes de que pudiera advertirla que me iba a correr, un potentísimo chorro de leche caliente explotó en su boca.      La sentí como se agazapó encima de mi polla y movió su cabeza en delirio arriba y abajo, abajo y arriba, chupando y tragando, bebiendo todo mi semen.      Me sentí un poco confundido, con mis amigos habíamos hablado teóricamente de una mamada, era casi unánime la opinión de que era algo asqueroso que una chica se tragara algo salido de una verga.      Sin embargo, la señora Luisa me succionaba el pene maravillosamente y yo acaricié sus cabellos manteniendo su cabeza estrechamente pegada a mi pelvis.      Se sentía delicioso.      También me encantó cuando ella soltó mi pene y me dio un beso con lengua.      Por primera vez saboree mi propio esperma directamente de los labios de ella.      Luego ella se acomodó a mi lado.

—Llámame Luisa … solo Luisa … ¿Ok? …

Se había hecho tarde, casi las tres de la tarde.      Le dije que me debía marchar, pues mis padres regresarían del pueblo a breve.      Ella me escuchó y nuevamente me recordó de tener mi boca cerrada y no decir a nadie lo que habíamos hecho ella y yo, luego agregó:

—Andrés … podríamos vernos el próximo sábado … ¿te va? …

—Sí … me gustaría mucho … y no diré nada a nadie … no te preocupes …

Dije antes de partir a casa.      Me volví a mirarla cuando me había alejado unos metros y la vi allí mirándome y sonriendo, luego levantó una mano y me despidió de nuevo.

 

 

Toda la semana estuve pensando en la señora Luisa y lo que habíamos hecho.      Una tarde mientras almorzábamos, mamá habló de una muchacha de una graja cercana de nombre Verónica, dijo que ella estaba embarazada.      Verónica estaba en mi curso y no podía creer que esa menudita chica iba a tener un bebé.      Me recordé en mi mente inocente de lo que habíamos hecho la señora Luisa y yo, ¿podría ella quedar embarazada después de lo que hicimos?      De repente mamá me interpeló:

—¿Quién ha estado saliendo con Verónica, hijo? …

—¡Uhm! … no conozco a nadie que estuviera saliendo con ella últimamente, mamá … sus padres la mantienen encerrada en casa …

Respondí tratando de recordar.      Mi padre se sonrió y dijo:

—¿Encerrada? … pero ella descubrió muy bien como dejar entrar a alguien en ella …

No entendí el comentario de papá, pero mi madre se agitó y le dijo:

—¡Carlos! … deja de hablar así … especialmente frente al niño …

Papá miró a mamá y le preguntó:

—¿No estaba trabajando para los Urriola? …

Guau, me sobresalté, es la granja de la señora Luisa.       Me preguntaba si el esposo de ella tenía algo que ver con el embarazo de Verónica.      Mamá notó mi aptitud de sorpresa y me preguntó:

—Hijo … ¿tienes algo que ver tú con esa muchacha? …

—No, mami … absolutamente nada …

Dije con mis mejillas ardientes y coloradas, luego tratando de escabullirme le pedí:

—… mami quiero ir a visitar a Marcelo en bicicleta, ¿puedo? …

Mamá me dio una de esas miradas que solo las madres saben dar, escudriño mi alma entera con sus ojos, luego respondió:

—Supongo que puedes ir … pero ten cuidado en el camino … recuerda que debes volver antes de las ocho … no lo olvides …

 

 

 

Rápidamente pedalee a la casa de Marcelo, lo encontré cerca del granero a limpiar, nos saludamos y enseguida le espeté:

—¿Sabías que Verónica va a tener un bebé? …

—¡Demonios, no! … no sabía nada … tan joven … yo tuve algunos atraques con ella y me dejo tocar sus pechos por debajo de su sostén … pero cuando metí mi mano bajo su vestido me rechazó … lo más extraño es que me dijo que eso lo conservaba para alguien más … tal vez ese es quien la metió en problemas …

—¿Y no te dijo quién? …

—No … no me dijo nada … sé que está trabajando para los Urriola …

—Sí … mi padre dijo lo mismo …

—Quien sabe … tal vez ese viejo la embarazó …

Ayudé un poco a Marcelo con su trabajo y luego volví a casa para la cena.

 

 

El sábado sucesivo crucé la campiña y me fui al lugar donde me había encontrado con la señora Luisa la semana anterior.      La camioneta no estaba allí, pero me desnudé y me di un baño en el estero; luego salí del agua y me senté sobre mi toalla.      Pasaron algunos minutos y escuche el ruido del motor de un vehículo acercándose, el motor se detuvo antes de hacerse visible y luego de entre los matorrales apareció la señora Luisa.

 

 

Me levanté y la saludé con un beso, ella inmediatamente comenzó a desnudarse, lo hizo muy rápido ya que vestía un top que dejaba su ombligo al descubierto, no llevaba sujetador y se lo quitó con un rápido movimiento por sobre su cabeza, también los pantaloncitos cortos se los quitó con sus coquetos movimientos, quedándose solo con unos preciosos calzoncitos que apretaban los labios de su vagina regordeta, eran la cosa más bella que había visto:

—¿Puedes regalármelos para llevarlos a casa? …

La señora Luisa me sonrió y lentamente se los quitó, luego me los lanzó y yo los atrapé en el aire antes de que cayeran a tierra y me los llevé a mi nariz, tenían una aroma a perfume y una fragancia a ella y su intimidad.

—Andrés … eso fue muy dulce de tu parte … pero no quiero saber si vas a usarlos … los hombres no usan ropa interior de niña …

—¡Oh, no! … no los quiero para eso … los quiero porque son tuyos y huelen a ti …

—¡Que lindo eres! …

De ahí en adelante las cosas ocurrieron muy rápido, de repente me encontré encima de ella con mi pene bombeando su apretada, cálida, suave y jugosa vagina.      Ella movía su panocha en modo excepcional, masajeaba, apretujaba y presionaba mi pene en manera exquisita.      Está vez duré un poco más que la primera vez, pero fue inevitable que me corriera en su adorable conchita.      Ella me abrazó y no me dejó salir, aferró mis glúteos y rotó sus caderas hasta que me puso duro otra vez y seguimos haciendo el amor y le descargué una segunda copiosa cantidad de semen y esta vez ella también acabó con fuertes gemidos y apasionados besos.

 

 

Nos quedamos recostados el uno al lado del otro y yo le pregunté:

—¿Quedarás embarazada después de lo que hemos hecho? …

Ella sonrió, pero no me contestó, entonces le dije:

—… porque al parecer tu marido dejó embarazada a Verónica después de haber follado con ella …

La señora Luisa dio un salto poniéndose de pie ofuscada:

—¿Qué quieres decir con que mi marido dejó embarazada a Verónica? … ¿Quién te dijo eso? …

Me sorprendió su reacción, así que le conté todo lo que sabía y los rumores que circulaban al respecto, ella se puso su top y pantaloncitos, me dijo:

—Andrés … nadie debe saber esto entre tu y yo … y … no sé si podré volver a verte … prueba a venir el próximo sábado …

Me dio un ligero beso en los labios y se volvió alejándose de carrera hacia su camioneta.

 

 

Estuve toda la semana en estado de ansiedad pensando a la señora Luisa, no sabía si la había embarazado o no.      Mamá contó que se había encontrado con la madre de Verónica y ella le dijo que su hija no quería decir quien la había embarazado.      Finalmente llegó el sábado, había una lluvia ligera, pero igualmente fui al arroyo con la esperanza de ver a la hermosa señora Luisa; esperé cerca de tres horas y ella no apareció.      Volví a casa con mi joven corazón a pedacitos y muy decepcionado.

 

 

El sábado siguiente volví a ir al arroyo esperanzado de volver a verla, necesitaba verla otra vez.   Además, el verano estaba llegando a su fin y eran los últimos días agradables para bañarse en el estero, quizás más adelante no íbamos a poder encontrarnos.

 

 

Me desnudé y me recosté sobre mi toalla; cerca de diez minutos después escuche el ruido de un vehículo acercándose.      Luego apareció ella, la que ocupaba todo mi corazón, la señora Luisa.     Tan pronto como descendió de la camioneta me acerqué a saludarla y ella me abrazó muy estrecho y me besó con pasión.      Ni ella ni yo dijimos nada.      Me tomó de la mano y nos fuimos donde tenía mi toalla, extendió su manta y se quitó su vestido, debajo no llevaba nada.      En poco tiempo nos estábamos besando y ella con su mano firmemente jugó con mi polla; se inclinó y comenzó a chupar mi pene endurecido como el acero, lo dejó lleno de su saliva y luego me tiró encima de ella, mantuvo sus piernas muy abiertas y mi polla entró a su panocha en forma automática.

 

 

Hicimos el amor por varios minutos, pero su coño estaba demasiado estrecho, caliente y suavecito como para no correrme.      Esta vez fue la primera vez que ella se agitó mucho y entre chillidos y apretones también se corrió junto a mí:

—¡Oh, sí! … ¡Córrete! … ¡Ven dentro de mí … ¡Oh, Andrés! …

La señora Luisa me dio muchos besos mientras disparaba mis chorros de esperma dentro de su coño que succionaba mi pene mejor que su boca.      Nos quedamos acostados lado a lado, ella siguió jugando con mi polla, luego me dijo:

—Andrés … tenías razón … fue mi esposo quien dejó embarazada a Verónica … su madre dijo que quería hacerla abortar … y mi marido le dio dos millones para que buscara una clínica donde hacerlo …

Mi mente estaba confusa mientras ella me explicaba todo, después ella me dijo que no podía quedar embarazada porque su marido le había exigido ponerse un dispositivo para no tener hijos.      Me sentí aliviado de que así fuese.

 

 

Después de un rato me pidió que lamiera su coño, ya que ella me había hecho sexo oral, era mi turno ahora de corresponderle.      Con un poco de recelo me acerque a sus labios de rizados vellos rubios, recién había descargado poderosos chorros de esperma allí.      Vi mi líquido perlado que colaba de su panocha y titubee.      Me sorprendió ver la cantidad de vellos que tenía allí, algunos bajaban en medio a sus nalgas hacia el surco de su culo.      Me acerqué con cautela y comencé a lamer sus muslos, cuando estuve cerca de su vagina llena de mi semen, cerré mis ojos y comencé a lamer sus jugos y mis jugos, había superado el momento.

 

 

Continué a lamer el coño de la señora Luisa, ya no me importaba si estaba rebosante de mi propio semen.      La sentí que se agitaba mucho, agarró mi cabeza en sus manos con mucha fuerza y pareció que restregara mi boca y mi rostro con su cuquita, siempre con más fuerza hasta que gritó y se corrió con temblores de su cuerpo y dificultades para respirar.

—¡Ummmm! … ¡Ssiii, Andrés! … ¡Dame! … ¡Dame tu lengua más fuerte! … ¡Hmmmm! …

Afortunadamente soltó mi cara y yo pude finalmente respirar, creí que iba a morir atosigado con jugos de coño.      Se sentó con las piernas abiertas y miró su panocha mojada y enrojecida:

—¡Oh, Andrés! … ¡Queridísimo Andrés! … me hiciste venir tan rico …

Me explicó que a la mujer le gusta cuando le chupan el coño, casi tanto como al hombre cuando le chupan la verga.      Descansamos solo un par de minutos y volvimos a tener sexo.      Ella remarcaba que yo debía correrme dentro de ella y no sacar la polla.

 

 

Por dos sábados consecutivos, nos juntamos cerca del arroyo y tuvimos sexo desenfrenado, cada vez ella se aseguraba de que yo no sacara mi polla de su coño.      Incluso cuando me chupo la pija, me dijo que le avisara cuando estaba a punto de correrme.      Eso hice y ella se retiró para tenderse sobre la manta y guiar mi polla a su chocho para acabar dentro de ella.

*****

 

 

Pasaron cerca de veinte años desde la última vez que tuvimos sexo la señora Luisa y yo.      Mis padres fallecieron.      Me casé y tuve un niño y una niña con mi mujer, están yendo al colegio todavía.

 

 

La señora Luisa también tuvo su bebé.      Su marido falleció en un hospital de la capital.      Ahora ella vive sola con su hijo

 

El fin de semana pasado, estaba conduciendo mi tractor y me acerqué al lugar donde perdí mi virginidad con la señora Luisa tantos años atrás.      Para mi sorpresa, ella estaba allí nadando en el arroyo.      Cuando me vio, levantó su mano para saludarme.      Detuve el tractor y caminé hacia la orilla del riachuelo, la miré y le pregunté:

—Podría desnudarme y saltar al agua contigo? …

—¡Claro! … si no te incomoda ver a una mujer de cincuenta años desnuda …

Me desnudé parsimoniosamente mientras la contemplaba y recordaba con verdadero placer todas esas veces que estuve junto a ella.      Apenas me metí al agua ella trato de saltar sobre mi cabeza y comenzó a salpicarme con agua, jugamos como lo habíamos hecho hace veinte años.      Cuando salimos del agua nos encaminamos hacia donde ella tenía su manta.      Me emocioné al ver la misma manta de la primera que tuve mi primera experiencia sexual.      Mirándome fijamente me dijo:

—Andrés … por favor hoy llámame, Luisa …

—Sí, claro … porque no …

Respondí al instante.      Ella se recostó con sus piernas abiertas, luego plegó sus rodillas y las dobló, volvió a mirarme y me dijo:

—Ahora, Andrés … quiero que me folles una vez más … si es que quieres hacerlo …

Luego agregó siempre sonriente:

—… ¡oh, Andrés! … me emociona pensar que fui tu primera mujer … ven … ahora ven dentro de mí una vez más …

Pasamos las siguientes dos horas reviviendo nuestros goces del pasado con todas las delicias de hace veinte años atrás, pero con más experiencia.      Luisa volvió a dejarme alucinado.      Luego conversamos y ella me dijo:

—¿Recuerdas que me contaste de esa chica que había quedado embarazada y me preguntaste si tú me habías embarazado a mí? … bueno, pensé que debía vengarme de mi marido …

Hizo una larga pausa como rememorando esos recuerdos del pasado y luego continuó:

—¿Sabes, Andrés? … decidí entonces tener mi propio bebé … sincronicé el todo para mi siguiente ciclo … me saque el dispositivo intrauterino …

Dio un suspiro de alivio, como si estuviera sacándose de encima un peso que llevaba de muchos años y prosiguió:

—¿Recuerdas las últimas dos veces que tuvimos sexo? … yo hice que te corrieras dentro de mí … incluso cuando te chupé, hice que te corrieras en mi coño … ¿recuerdas? …

Estaba totalmente emocionado escuchándola y me parecía adivinar lo que ella me quería decir después de veinte años, pero no la interrumpí y ella siguió con su discurso cual, si fuera una exculpación, luego me confesó que su deseo era quedar embarazada:

—Andrés … no podía hacértelo saber … eras menor de edad y yo una adulta de treinta años … era un ilícito … cuando descubrí que eras virgen … quería ser tu primera chica … todavía recuerdo lo emocionado que estabas con tu polla durísima …

Mientras hablaba se le pusieron los ojos llorosos y sentí que se me apretaba la garganta:

—Por eso … durante dos semanas tuve sexo contigo … te hice entrar y no te permití salir … recé para tener un hijo … un hijo tuyo, Andrés … mi hijo es también hijo tuyo …

Cuando termino de hablar se le llenaron los ojos de lágrimas y comenzó a llorar, la abracé y la atraje hacia mí.      Nos besamos y acariciamos y nos entregamos el uno al otro en forma pura; tuvimos sexo, pero fue mucho mejor que eso.      Está vez fui yo que me corrí y la mantuve abrazada con mi pija que explotaba profundamente dentro de ella.      Después ella subió a su vehículo y yo a mi tractor.

*****

 

 

Meses después Luisa cedió todas sus tierras a su hijo con la intención de mudarse a una ciudad del norte por motivos de salud.      Me llamó y me contó todo y yo le pregunté si podríamos tener juntos una última vez.      Acordamos de reunirnos en un motel de la autopista.      Cuando llegué en mi auto, ella ya estaba allí en su vehículo.      Nos encerramos en una habitación, el sexo fue deliciosamente largo y las pasiones volvieron y nos llevaron a esos momentos de antes.      La follé como un adolescente y ella respondió como la verdadera mujer que hay en ella.

 

 

Luisa me contó que su fallecido marido nunca quiso tener hijos y cuando dejó embarazada a la pequeña niña, ella estaba furiosa y lo único en que pensaba era en vengarse de él.      Y se hizo embarazar por mí en venganza.      Pero cuando el niño nació, todo su rencor desapareció y el bebé se convirtió en el centro de su vida.      Nunca volvió a tener relaciones sexuales con su marido ni con ningún otro hombre.      Así que esta y las veces anteriores, eran las únicas en que volvió a disfrutar del sexo.      Si alguna vez volvía a tener sexo quería que fueras tú, me dijo.      Varios sábados te esperé en el arroyo hasta que apareciste y la espera valió la pena.

 

 

Cuando salimos de la habitación para dirigirnos hacia nuestros vehículos, ella se detuvo, me miró y preguntó:

—¿Y que hiciste con mis bragas? …

La lleve al costado de mi auto, abrí la guantera y saqué ese par de bragas de hace veinte años atrás.      Ella se emocionó vistosamente, se afirmó a mi auto y con coquetos movimientos se quitó las bragas que llevaba y me las pasó:

—Ten … para que me recuerdes y recuerdes también este día …

*****

 

 

Nunca volví a ver a Luisa viva.      Ella se quedó a vivir en el norte por cerca de veinte años más antes de morir.      Su hijo la trajo para ser enterrada en el mausoleo de familia.      Días después del funeral me encontré con su hijo, creo que me esperaba, tenía una carta en mano y me dijo:

—Mamá me dejó esta carta … me cuenta todo … quería que lo supieras … papá …

Entonces se me acercó a mí y nos abrazamos.

 

FIN

 

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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias.  Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

 

luisa_luisa4634@yahoo.com

 

 

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