Advertencia: esto puede hacer hervir la sangre al público promedio. Hace mucho que no escribo un post de puras mamadas, pero ¿qué culpa? Me sirve de desahogo. Escupan sobre mí en los comentarios, si quieren.
Hace poco me vi una película que nadie creería que un hombre macho de pecho y brazos peludos vería. Pero la vi ¿por qué? Por que la protagonista era una morra. A-DO-RA-BLE. Del tipo de morras de las que me enamoraba cuando era profesor. A un nivel no humano de perfección, belleza y gracia.
Hope dances (2017), con Avarose Dillon. Ahorita ya es una mujer adulta, y como en muchos casos, ya no es tan bonita. Sí es una mujer linda, pero es que la ultra-perfección física de la pre-adolescencia y adolescencia son insuperables. Hay un montón de ejemplos de casos iguales, pero no me ocuparé de eso ahorita.
Hope dances cuenta la historia de Hope, una morra de 11 que juega baseball y baila ballet. Es una película de bajo presupuesto pero se le abona, y con mucha razón, que siendo una película sobre ballet, enseña al público secular (o sea, a los que no sabemos un culo del tema) sobre ballet más que otras películas también sobre esto. Por ejemplo, Leap (Ballerina) 2016, esa graciosa película de animación que solo es la versión ballet de The Karate Kid. Se queda en pañales ante Hope dances si se le mira con el ángulo de si es o no un tributo al arte del ballet.
(Suspiro) No sé de qué planeta vendré, pero de seguro allá el sexo femenino no envejece y todas se quedan con su aspecto de morras toda la vida. Maldito este planeta donde se les maldijo a sus habitantes con el gen del envejecimiento.
Avarose Dilon me pareció tan angelical, una divinidad tal que debí parecer un imbécil viendo la película sentado en la orilla del asiento, con las manos entre las rodillas y gritando cada rato “¡MAMASITA!”, en especial cuando aparecía en leotardo o le hacían primeros o primeros primerísimos planos (muy de cerca a la cara).
He visto muy pocos cuerpos con esas proporciones. Es gente muy bella, no como a uno que al nacer lo pusieron en un cuarto aparte para que no asustara a los otros bebés. ¿Saben quién tiene un cuerpo con esas proporciones extra-ordanarias? Gal Gadot. Sí, la mujer maravilla. Ella misma lo dice en una película (Keeping Up with the Joneses (2016)): «Solo soy una mujer con una buena estructura ósea».
Una reverencia a Dillon donde esté, con coranzocitos saliendo de mí y reventando ¡puk! ¡puk!
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Hace poco visité una casa por algo de mi trabajo y un par de puertas al este había una morra con su perro. Una cagona de unos 13 años, con el uniforme de deportes de su colegio. Pero, por gracioso que les parezca, primero me llamó la atención su perro. Era un chihuahua viejo, que la primera vez que me vio me ladró mucho. Así me pasaba mucho, y yo odiaba los perros. Pero con los años y todo lo mucho (o poco ¿cómo saber?) que he expandido mi consciencia, aprendí a no amargarme y la energía se me alivianó tanto que los perros ya no me ladran. Incluso me hago amigo de ellos. Pues este chihuahua me batió la cola al verme y… su dueña reaccionó. En un comportamiento bastante usual de los seres humanos, ahí sí se dio cuenta que su perro existía y así viejo, gordo y todo, lo alzó para consentirlo. Para lucirse conmigo. Ahí sí que me fijé en ella.
Era una sardina blanca con cabello negro planchado y ojos claros, como verdes. Al agacharse a alzar el perro, se aseguró que su trasero apuntara a mí y se viera bien. Se le marcaban sus panties de niña. Pero se veía bonita. Se cansó rápido del perro y lo devolvió a tierra. Al incorporarse debió darse cuenta que se esforzó de más en alzar al perro, estaba acalorada y se quitó la chaqueta para quedar en top. Pero ¡qué melones! Para comerlos ¡con cubiertos! Me miraba y se los miraba. No es que fuera una guarra. A esa edad no somos conscientes de nuestros comportamientos instintivos. Guarro uno cuando es consciente de ellos y los sigue haciendo ex professo.
Terminé lo que tenía que hacer allí y, aunque no era mi ruta, me fui por al pie de la nena. Ella se hizo la desentendida pero cuando pasé justo a su lado, no resistimos el mirarnos a los ojos.
Esto no me lo van a creer. Me electricé y aparte, sentí cómo ella se electrizó también. De hecho aflojó la mandíbula dejó salir un pequeño hálito, como asombrada de su propio logro de haber llamado tanto mi atención. Qué atracción tan bárbara, y qué horror no poder hacer nada. La paja, nada más.
La inusual interacción se sintió tan bien que me arregló el día y otros más por delante.
Poco después la volví a ver de lejos, despidiéndose de beso en la boca de su novio ñero, con camisa hasta las rodillas y gorra plana y ladeada. «Pero este post-cuarentón la hizo mojar hace pocos días» pensé.
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Y ayer, otra vez trabajando, llegué a una esquina desde donde se veía buena parte de la ciudad y daba el sol generosamente. Ingresé a una tienda a dejar lo que habían pedido, pero con media consciencia secuestrada por lo que había en la acera: Una nena de unos 10 años, máximo, asoleándose en shorts y blusita ceñida.
De veras no sé qué decir, ni cómo expresar lo que sentí. Lo intentaré con una pregunta: ¿Cómo puede existir algo tan lindo? Era una morra de piel trigueña con cabello largo y negro, y para remate lo tenía húmedo y brillante. Sé de sobra que pretender que una nena de ±10 se vea sensual es una monstruosidad para muchos. Pero el mundo se ha balanceado entre lo monstruoso y lo virtuoso durante toda su historia, sin que sepamos qué es de verdad monstruoso o virtuoso. Solo lo que otros digan e imbécilmente aceptamos. La única ley de verdad y la única que me interesa, es la ley natural: No hagas a otro lo que no quisieras que te hagan.
Fantaseé de inmediato con ella, con todo el poder de mi imaginación, que sería inconcebible para muchos. Pero me detuve porque al final siempre se paga un precio: el de volver a la dura realidad.
La morrita, que no era boba y se dio cuenta que yo la miraba casi suspirando, también se me quedó viendo, como si esperara que le dijera algo. Esta es la clase de percepciones que particularmente yo tengo, porque puedo sentir las emociones de otros (y cuando no tienen ninguna en absoluto, lo cual es aterrador). Empero, el discurso en contra de que los hombres sintamos atracción por una morra, se sirve de una falacia clásica para auto-complacerse: Que parte de la “enfermedad” mental del “pedófilo” es tener la fantasía de que sus victimas disfrutan o desean lo mismo que el sujeto. Así, se puede descartar todo lo que diga este. Por ejemplo aquí, si cuento esta historia así, es porque debo ser un así llamado “pedo” y ya está.
Pero sigo en cuento: Entré a la tienda y antes de salir, la nena se asomó. Yo di por hecho que ella era hija del tendero. Pero cuando yo salí, hice una llamada telefónica y aproveché para echarle ojo a semejante obra de arte de la creación un minuto más. Terminé la llamada y ella siguió viéndome y me preguntó la hora. Se la dije, le dije «Adiós, mi amor» y me fui, para darme cuenta al rato que ella andaba también, detrás mío. Definitivamente no era hija del tendero, entonces. Me asombré de cuán confiadas andan algunas menores por ahí, solas. Suspiré un rato más hasta perderla vista y seguir por mi propio camino.
Parte de la condena de habitar este mundo es estar tentado permanente e intensa, muy intensamente. La mayoría de gente se entrega a las tentaciones, porque son tentaciones bendecidas según el modelo. Pero el modelo llega a cambiar.
No sé si haya algún lector tan abierto de mente, pero tan abierto que capte que mi atracción es, digamos, 90% romántica y 10% sexual.
Yo llegué a estar tan tragado de alumnas mías de 13 o 14 años que estuve a punto de cometer la locura de enfrentarme a sus malditas familias narcisistas para salvarlas del infierno que eso es. Pero este mundo distópico no da para eso. Al menos sí puedo escribir estas mamadas.
Ojalá recuperen algún día el tiempo perdido de haber leído esta basura.
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