Incesto

Catalina La Pequeña

0
Please log in or register to do it.

Incesto | 13 años | Padre-hija | Raro

©Stregoika 2022

—Cállese —Susurró Albeiro.
El solo tono fue suficiente para que Jota, aún con lo imbécil que era, entendiera que debía callarse. Asintió acatando la orden, cruzando su índice retorcido sobre su propia boca, reseca como hoja de follaje. El compadre señaló su propio oído y enseguida a la lejanía. Su compadre inclinó la cabeza y aguzó la audición. En unos segundos llegó a sus tímpanos aquello que su compadre quería que oyera, y repentinamente dejó de ser un tonto, ya que el mensaje estaba más clarito que el agua en su mente de macho. Volvió a subir la mirada y la puso sobre Albeiro, pelando los ojos. Su compadre se complació de verle así y asintió también, sonriendo.
El sonido era un gemido gutural ligeramente agudo, la firma inconfundible de la presencia de una zombi. Jota agarró por las solapas a su compadre y le susurró:
—¿Será que sí está buena, commm… padrito? —puso tono de súplica.
—Pues vamo’ a ver, vamos! —respondió Albeiro, palmeando el hombro del ansioso Jota.
De inmediato abandonaron su escondite, arrastrándose como fieras que rodean a una presa. Pisaban hojas secas y empujaban los arbustos requemados, pero se esforzaban por no hacer ruido. Jota intentó hacer comentarios pero su compadre lo reprimió de inmediato por medio de violentos manoteos, a los que su cuasi-impedido mental compadre obedeció con idéntico gesto que cuando Albeiro dijo «cállese».
Anduvieron ambos despojos de hombres por entre muros partidos y barreras de hormigón que algún día fueron pilares. De Pereira no quedaba un carajo, solo confuso material arqueológico y una marea de recuerdos brumosos en las trastornadas mentes de los sobrevivientes. Ninguno de ellos dos había visto, ni vería otra vez una mujer viva. Por eso se habían vuelto violadores de no-muertas. Avanzaron a cuatro apoyos hasta lo alto de una colina desde donde se tenía una magnífica vista del sector. Allí hubo, antes de la hecatombe, una industria química, por lo que nunca crecieron árboles, a diferencia del resto de la ciudad, donde la vida vegetal ya había superado en altura (y rodeado) a las casas de tres pisos.
El par de anima-necró-filos compadres esperó por unos minutos, en silencio, hasta que un nuevo sonido emergió de los escombros de la fábrica. En sus mentes post-apocalípticas, ese sonido clasificaba como excitante. Ambos pelaron los ojos entre las ruinas y pudieron ver una delgada figura a la distancia. Sin duda alguna, era una no-muerta. Estaba tratando de avanzar, tambaleándose y arrastrando un pie, al lado de un muro de color claro, razón por la que el par de hombres pudieron ver su figura y chocaron las palmas en celebración. Se reprendieron rápida, callada y mutuamente por la estupidez de ponerse en peligro por haber hecho ruido. Se incorporaron y volvieron a ponerse como gatos. Retomaron el sigiloso curso, reptando hacia los despojos de la desaparecida fábrica. Albeiro paró. Le pasó a su bobo compadre un objeto que traía, indicándole que, llegado el momento, lo usara con fuerza. Ellos mismos lo habían diseñado y usado ya. Se trataba de un bozal.
Al cabo de dos minutos más, ya estaban arrastrándose por las vigas desnudas del esqueleto de la fábrica. Los gimoteos sin vida de la sensual zombi ya no eran lejanos. Estaban a pocos pasos y a un metro arriba de ella. Y ella, según pensaron ellos, estaba mucho mejor de lo que creían. Era una colegiala joven, esbelta y de cabello largo y negro. Tenía piernas largas y grises, falda tartan de un color que bien puede haber sido azul, una blusa desgarrada y los senos de fuera. Por el tamaño de estos, los hombres dedujeron que ella debió haber sido una pre-pago de unos trece años. La criatura seguía dando pasos torpes sobre los fragmentos de muro convertidos en escalones. No podía levantar del todo uno de sus pies y lo arrastraba. También seguía produciendo lastimeros gemidos, como si renegara de no poder avanzar con mayor eficiencia. Jota ya se sobaba el pantalón, comportamiento que su compadre le reprendió con un mudo: «Tranquilo ¡no se impaciente hombre!». La zombi llegó a un punto donde la aguardaba una caída. Bajar por esa cuesta repleta de escombro ya era difícil para aun vivo, así que para una no-muerta… La sexy cadáver ambulante se aferró patéticamente del borde de un corroído muro cuya mitad seguía erguida. Intentó dar el primer paso pero cayó. Rodó un par de metros sobre el escombro tupido en pronunciada pendiente. Al rodar, su falda se invirtió y Jota tuvo que ahogar a dos manos un grito de impresión. Albeiro casi puede entender que su compadre dijo «¡mamasita!», al ver las provocativas formas de la joven y la escasa ropita interior que llevaba encima. Aquella era una tanga, pero el color ya se había mimetizado con el de la piel de la muerta. Era visible la prenda únicamente porque la gastada tela cargaba el mugre de manera diferente que la piel, y se veía cuarteada, formando un triangulito percudido que se introducía entre sus todavía estéticos glúteos.
—¡Nos ganamos la lotería, compadre, nos ganamos la lotería! —Exclamó Jota, abriendo tan poco la boca y gastando tan poco aire que solo él mismo pudo oírse.
Agitó con fuerza a Albeiro, pero su compadre estaba fuera de sí por una razón que distaba mares de la de Jota. Al rodar la no-muerta, Jota reparó en lo que para él era el derrière más exquisito que había visto en décadas. Pero Albeiro, puso su atención en su cara, y ¿cómo no iba a identificarla? si era su querida hija, Catalina.

—¿Qué le pasa, compadrito? —preguntó el ahora, además de tonto, arrecho compadre de Albeiro.
No obtuvo respuesta, solo un fuerte halonazo en reversa. Albeiro estaba en shock por haber estado persiguiendo a su amada y luego perdida hija, Catalina La Pequeña. Aún con la mano apretándose el bulto por encima del pantalón, Jota trastabilló una y otra vez, mientras era enérgicamente jalado por Albeiro, alejándose de la zombi. Varios metros adentro, Albeiro soltó a su compadre, que ya venía un poco molesto. Cayó sobre sus posaderas, para ponerse casi-casi a llorar. Apretó los puños delante de su cara y tensionó la mandíbula como si estuviera aguantando una quemadura.
—¿Quiere que yo vaya primero, compadrito? Porque si eso es lo que usted quiere, yo con muuu… cho gusto lo hago —Susurró Jota.
—¿Usted es que es güevón o qué? ¿No la vio acaso?
—Sí, sí la vi compadrito, y está que se come sola. Por eso yo voy primero… —se dio la vuelta y dio un paso.
Albeiro lo agarró como se agarra un muñeco de trapo y lo tiró al piso. Allí, lo encaró y le dijo:
—Esa que está allá es Catalina ¡mi hija! Y usted no la va tocar.
Jota se quedó impertérrito, pero después de unos segundos, supo exactamente qué decir:
—Uhy, pero está conservadita ¿no?
El padre celoso arremetió contra su tonto compadre, a quien no le quedó otro camino que mostrar las manos en señal de rendición.
—Usted vuelve a decir una güevonada de esas y lo mato ¿oyó? ¡Lo mato!

El sol ya había cambiado de lugar. Ambos anima-necrófilos seguían ahí sentados entre las hierbas que se alcanzaban a asomar por las grietas del concreto, cobijados por la sombra de las ruinas de la fábrica. Ninguno había movido un músculo ni dicho nada. Pero sí seguían oyendo los gimoteos de la sexy Catalina La Pequeña no-muerta, muy cerca. Jota había intentado abrir la boca varias veces pero Albeiro siempre detenía su parlamento mediante un agresivo ademán. Pero Jota, excitado y sobresaltado, ya no podía más.
—Máteme si quiere, compadre. Pero eso no va a cambiar la verdad.
—¡Cállese, cállese o lo mato!
—Usted le tiene miedo a la verdad, compadre. Ella ya no es su hija. Usted no tiene hija. Ella está muerta hace años ¿No la ve?
Albeiro solo podía mirarlo como si pudiera lanzar fuego por sus ojos.
—Usted puede verme así todo… así de la forma esppp… ecial en que soy yo. Pero yo me esperé hasta el fin del mundo, literalmente, compadrito, para dejar de ser bobo. Antes nunca me eché un culito así, y me lo voy a echar ahora. Yo no le pido que usted haga nada —empezó a ponerse de pie—, pero no me imppp… ida hacerlo a mí.
Se jaló el tiro del pantalón, sacudió una pierna y agregó:
—Voy a culiar compadre, ya vengo.
Camino de vuelta, recogió el bozal que había caído cuando Albeiro lo jaló. Luego se perdió detrás de lo que quedaba del grueso muro.

Enfrentarse a zombis era algo peligroso, muy peligroso. Pero, enfrentarse a una zombi sexy que estaba sola, estando el vivo en semejante necesidad de sexo, prácticamente nivelaba el terreno. El zombi de Catalina La Pequeña había regresado a las ruinas de la fábrica, donde estuvo antes de caer. Su inútil cerebro no pudo con la titánica tarea de decidir si buscar otro camino, y la zombi se quedó andando en círculos en aquél espacio desnivelado por los escombros. Jota llevaba un rato espiándola y sobándose el pantalón. Le encantaba verle las piernas y cómo saltaban sus senos cuando ella descendía de un escalón muy alto. Esos senos fueron muy erectos en vida de ella, por los implantes, y lo seguían siendo ya de muerta, por el rigor mortis.
—Niña Catica, la verdad es que yo siempre la deseé, pero nunca le dije nada por miedo, miedo a mi compadre, más que todo. Pero si no appp… provecho ahora, voy a verme como un tonto. Y no quiero verme como un tonnn… to —susurró Jota para sí mismo.
Entonces abandonó su posición segura y cayó de pies sobre los escombros, cual depredador. La zombi advirtió su presencia y no dio espera para los gritos y gruñidos a gañote muerto. Se lanzó sobre Jota.
Los desgarrados gritos de la muerta llamaron la atención de Albeiro, que se levantó ipso facto.
—¡Usted se va a hacer matar, Jotica! —dijo y corrió al auxilio de su compadre.
Los encontró batiéndose cuerpo a cuerpo, uno de ellos vivo, fornido y bajado del zarzo; y el otro, sexy y no-muerto. Jota resistía el asalto de la sexy zombi y trataba de ponerle el rudimentario bozal. Su compadre cayó sorpresivamente sobre ellos y proporcionó ayuda inmediata a Jota. Agarró por los brazos a la no-muerta, en medio de un va y ven de resistencia, pero al fin Jota logró imponer el accesorio.
—Gracias, compadrito —dijo Jota, soltándose la bragueta.
—¡ESPERE! ¡ESPÉRESE, CARAJO, RESPETE! —tronó Albeiro.
Jota dio un paso atrás, casi con vergüenza. Algo que no notó Albeiro, fue que su tonto compadre tenía una herida recién hecha en el antebrazo, efectuada con dientes, muy cerca de la palma de la mano. El otro tenía maniatada a la zombi, pero en vez de atacarla, le habló:
—Cata, Catica, mami; ¡Mírese esa tetas! Por qué se mandó a poner eso ¿ah? Si usté es mi niña, mi niña de la casa, mami.
Y en efecto, la tetas de la zombi eran demasiado para lo que fue en vida una niña de 13 años. Pero así como Albeiro las veía con desprecio, Jota las veía con hambre.
—Todo por culpa de esa Diabla triple-malparida —cerró los ojos y apretó su rostro contra el rostro de la no-muerta—. Perdónenos, mamita. Yo sé que esta no es usté.
Jota lamentó el sin-sentido tan deplorable que estaba presenciando.
—Jota.
—¿Sí, compadre?
—Usted se va a echar hoy al zombi de mi hija. Disfrútela ¿oyó?
—Claro que sí, compadrito —se volvió  sobar el pantalón.
—Pero prométame que si encontramos a La Diabla… si la encontramos viva, la violamos y la matamos, si la encontramos muerta, la revivimos, la violamos y la matamos, y si la encontramos zombi, la violamos diez veces y la descuartizamos.
—Claro que sí, compadre, se lo prometo —respondió Jota, tan relajado como si le hubiesen pedido fuego para encender un cigarro.
La mejor cara de determinación de Albeiro se dejó ver. Echó para adelante la mandíbula y encorvó hacia arriba la boca. Con la voz engrosada, dijo:
—Hágale a ver —y aumentó la fuerza con que sostenía a la sexy zombi de Catalina La Pequeña, en su mortaja de colegial.
Jota se bajó los pantalones y avanzó hacia ellos, tropezando estúpidamente. Sus calzoncillos eran un monumento a la vergüenza por su suciedad y apompamiento. Cosas de la vida después del fin del mundo. Las piernas necróticas de Catalina La Pequeña le dieron guerra a Jota durante unos segundos, pero al fin logró este meterse entre ellas y que le molestaran solo apretándolo. Jota puso su cara casi encima de la de ella, aún con el bozal y los estruendosos aullidos que pegaba.
—Debió apretarle más esa mierda. Puede abrir mucho la boca y está gritando muy duro ¡Qué tal que lleguen más zombis, compadre!
—No se preocupe commm… padrito que yo soy rápido en estas cosas.
—Más le vale, Jotica.
—Compadrito páseme un poquito de lubri…
—Pero no la puedo soltar ¿usted es que es güevón?
—Por eso digo que yo lo saco.
Y así lo hizo. Metió la mano en el bolsillo de Albeiro. Como consagrados anima-necrófilos, sabían de esas cosas. La vagina de una no-muerta era algo demasiado seco y cerrado, como hacerlo con un libro viejo. Pero esa era una relación carnal que bien valía la pena en ese mundo demencial.
—Échele arto Jotica ¡Échele arto! —lo animó Albeiro, y agregó antes de dar un resoplido de asco: —¡Jueputa olor a zombi!

Los portentosos tetones de Catalina iban y venían mientras Jota le hacía el amor, y Albeiro empezaba a calentarse. Jota estaba en lo suyo, pero Albeiro trataba de mirar a otra parte, pues no le gustaba la sensación de excitarse por su hija. Pero cada vez duraba menos tiempo viendo a otra parte y huyendo de la realidad, y cada vez duraba más tiempo con sus sentidos en lo verdadero . Le gustaba cómo saltaban esas muertas tetas de su zombi hija y como su compadre les daba chupeteadas de tanto en tanto. Después de unos minutos, Jota gruñó y se detuvo.
—¿Ya compadre, ya acabó?
—No, qué ‘acabó ni qué nada’ commm… padrito. Voltéela.
—Qué voltéela ni que nada ¿no ve que es mi hija? —rezongó Albeiro indignado.
Pero para cuando terminó de decirlo, ya había terminado también de voltearla.
—Gracias compadrito.
«Qué pedazo de culo tan muerto pero tan rico» Pensó Jota. Le tanteó bien todo, en medio, arriba y abajo, mientras con la otra mano se masturbaba y aseguraba que la erección estuviera al máximo.
—Aliste esas nalgas que ahí voy, ahijadita linda.
—Hágale más bien y no hable mierda —se quejó Albeiro.
Pero él también estaba hipnotizado por las espectaculares carnes de la zombi, que, por cierto, ya estaba dando gritos más bajos y más parecidos a gemidos de placer, pero todavía cargados de ultra-tumba y gélido tono estertórico.
El padre de la sexy zombi ya no pudo disimular más consigo mismo. Estaba viendo cómo la pita de su compadre entraba y salía frenéticamente de entre las nalgas de su hijita zombi, glúteos grises y sin vida, tiesitos y con la harapienta tanga corrida hacia un lado.
—Tenía buen culo mi niña ¿no? —murmuró.
—Tiene, compadre, tiene —corrigió Jota, con el aliento pausado.
El compadre tonto empezó a gruñir y a temblar y, curiosamente, también aumentaron los gritos de la zombi. Hubo un cambio en el mensaje que portaban los sonidos provenientes de Jota, ya que se volvieron ridículos. Gritaba ya no como hombre, sino como adolescente drogado. Definitivamente se estaba viniendo. Se echó sobre el cuerpo en cuatro de Catalina, temblando y presionando como loco. Ese movimiento hizo que Albeiro reaccionara sujetándola a ella con más fuerza, movimiento que dio lugar a que él rozara una de sus frías tetazas con la mano. Con la cara como de un niño sorprendido, trató de inspeccionar que su compadre todavía estuviera sumergido en su clímax para no ser sorprendido por él. Notó que él estaba en trance, y aprovechó entonces para amasar los tetones del cuerpo no-muerto de su amada hija Catalina La Pequeña. Se excitó a muerte. O a zombi, más bien.
—Ahora sí ¿ya acabó, compadre?
La respuesta de Jota fue desmontar tambaleándose, como si hubiera consumido algunas botellas de aguardiente. Ni siquiera podía abrir bien los ojos. Se quedó ahí, jalando sus pantalones hacia arriba con una mano y con la otra guardándose el pene, pero parecía que su cerebro no podía hacer tantas operaciones al tiempo. Además, murmuraba:
—Catica, qué rico, yo la amo ahijadita ¡la amo, siempre la amé!
Y para rematar, lloró.
—Y sigue diciendo güevonadas —se quejó Albeiro.
La sexy zombi estaba ahí todavía con el culo empinado, la faldita de colegiala sobre la espalda, la tanga corrida, las  nalgas abiertas y sus orificios recién usados. Desde la perspectiva de Albeiro se veía tan provocativa como desde la perspectiva de Jota. Pero Albeiro estaba agotando las últimas fuerzas en la batalla contra sí mismo. Lentamente disminuyó la fuerza con que sujetaba al zombi de Catalina La Pequeña, y para su enorme sorpresa, advirtió que ella había dejado de resistir, quién sabe hacía cuánto. Soltó sus brazos y la tomó gentilmente por la cintura, para enderezarla. La miró a sus vidriosos y opacos ojos. Ella le devolvió la mirada y añadió un lastimero gemido a boca abierta, como si su putrefacto cerebro quisiera lograr la articulación de una palabra.
—Catica, mija ¡usted está ahí todavía! ¡Míreme, mija, míreme!
Jota dio un respingo de desaprobación, manoteó groseramente y se retiró. Se sentó a lo lejos, sobre una loza de concreto y allí, observó su herida y gritó:
—¡Compadrito, tengo qué decirle algo!
Pero no recibió respuesta. Albeiro estaba acariciando el rostro de la sexy zombi y seguía diciendo cosas que a Jota le parecían sandeces de un padre nostálgico. El compadre ligeramente impedido intelectualmente, renegó en silencio su suerte.

Un par de minutos de locución salamera de Albeiro transcurrió sin más. La zombi sensual solo había gimoteado como si tratara de decir algo, pero quizá dándose por vencida, desistió de hablar y movió las manos. Movió las manos nada menos que a la bragueta de Albeiro. ¡Estaba pidiendo más!
—¿Quiere de esto, mamita? —preguntó Albeiro.
Al principio intentó detener las manos de ella pero, de tanto rozarle sus muertas pero aún así espectaculares tetas, pagadas por algún extinto —literalmente— narcotraficante, Albeiro se rindió y terminó sacando su pene medio erecto. Aquello ‘impresionó’ a la no-muerta, que viendo lo que le pareció un manjar demasiado apetecible, bajó la cabeza al tiempo de hacer gemidos comparables al de un sediento extraviado en el desierto pero que ha divisado un oasis. Su compadre vio desde la distancia algo que lo hizo poner de pie, gritar y correr: ¡Albeiro estaba soltándole el bozal! El hombre quería una mamada de su hija, aunque fuera después de muerta.
—¡No, compadrito ¿qué hace? ¡No se lo quite, déjeselo por seguuu… ridad!
Pero contra todo pronóstico, lo que vio Jota al llegar a donde estaban los otros, fue a una linda pre-pago, con enormes implantes, que murió a los trece años y ahora era zombi, mamándosela tiernamente a quien fuera su padre. La cara de Albeiro tenía escrita la palabra ‘Gloria’ en letra grande y brillante. Tenía el ceño elevado y los ojos cerrados, con la nariz apuntando al cielo. Lo único que hacía, además de disfrutar de la fría boca de la sexy zombi, era acariciarle a ella su espalda y cabellera.
La cara de Jota llegaba hasta su pecho. La zombi succionaba con fuerza, si hasta se le hundían sus cadavéricos cachetes, pero parecía, fuera de toda lógica, que lo succionaba con deseo, casi con amor. Sostenía los testículos de Albeiro con una mano, se sostenía a ella misma en el piso, con la otra, y todo lo demás lo hacía con el vaivén de su cuello y la fricción de sus labios y lengua sin vida. El impresionado observador hechó mano de su única opción: Sentarse a mirar. Observaba la inverosímil escena incesto-anima-necrófila y de vez en vez, miraba la herida en su mano. Sentía a ratos que su consciencia se iba, veía borroso y perdía las fuerzas. Sabía que tenía que hacerle saber a su compadre que había sido mordido antes que fuera tarde, pero odiaría interrumpir ese idilio tan maravilloso. Debatía consigo mismo una y otra vez y no lograba tomar una decisión de si parar el acto sexual de su compadre con el zombi de su hija o no. Lo pensó por última vez cuando Albeiro estaba tirado de pecho sobre la espalada de su hija zombi, haciéndole sexo anal profundo. Pero, siete minutos después, cuando el jadeante Albeiro estaba eyaculando en el rostro de Catalina La Pequeña, Jota había perdido la capacidad de pensar. Pero aún podía ver, oír y moverse, aunque no razonaba nada. Se puso de pie lentamente, detectando instintivamente que uno de los dos que estaban delante de él, era una presa. Tenía energía, sangre viva y calor. Se lanzó sobre él. La zombi de Catalina no tuvo inteligencia ni poder alguno más que para quedarse a ver cómo, tras una corta pelea, ése que la había cogido primero mataba a quien fue su padre y luego comía partes de él. Bastó un par de minutos para que ella se uniera al festín.

¿A alguien más le gustaría ser comido por su hija?

Fan Fiction dedicado a la treinta-masita divina de <3 Carolina Gaitán. <3

Lea ahora: Greta Thunberg VS El Negro de Whatsapp

y Dulce Niña Musical.

»

Más textos revoltosos

 

 

 

Una tarde especial.
Todavía me pajeo por tí, Dara

Nadie le ha dado "Me Gusta". ¡Sé el primero!