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Mi ojete: La pasión de mi papá.

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Incesto | Anal | Padre-hija | Tabú | Fetichismo

Relato por Victoria.

Esto ocurrió cuando tenía 16: Llegué a casa de la escuela y como sabía que mi papi estaba ahí, entré corriendo directo a la habitación. Mi papi era muy inquieto y si me dejaba agarrar, él no me soltaría hasta en unos cincuenta minutos, eso si estaba muy cargado; porque cuando no, las sesiones duraban hasta dos horas. Pasé de largo por el comedor y le grité:
—¡Hola papi, vengo y voy de salida otra vez!
Me metí a mi cuarto y pensé en qué ponerme. Tenía cita con mi novio y unos amigos, y quería estar muy sensual. Agarré una falda amarilla muy sencilla y holgada. La precisa para mostrar piernas y si acaso un poco de tanga. Ah, sí, me iba a poner la negra. Decían mis amigas que el amarillo con negro y el color clarito de mi piel iban muy bien. Me asomé afuera antes de salir de la habitación, y como papá no estaba por ahí, bajé las escaleras dando hurtadillas. Pero antes de llegar abajo, él apareció como un espectro. Estaba con los brazos cruzados y viéndome casi bravo.
—¿Te ibas a ir así no más? —dijo, y me miró que ya me violaba, por la pinta, la faldita corta y el top sin brasiér.
—Sí, papi, te dije que hoy me reunía con mi pandilla.
—¿Ni siquiera un besito de despedida? —me dijo.
Y no pude negarme. ¿Cómo no despedirme de mi papi? Me le acerqué y él me capturó. Me besó, o más bien me metió la lengua en la boca. Pero lo más impresionante fue que me alzó en peso y puso una mano bajo mi falda, en todo mi trasero. Antes de acariciarme o siquiera manosearme, halo hacia un lado mi tanga negra y… yo ya sabía lo que él iba a hacer. Le dije:
—¡Papi…! —en son de reclamo, pero sabiendo que nada lo detendría.
Igual, sentir su dedo cálido y seco metiéndose entre mis nalgas y buscando mi abertura anal, era algo que ya me gustaba. Cuando encontró la entradita, di un gemidito de gusto y apreté los párpados y la boca. Aprendí a fijarme en estas cosas cuando escribí mi primer relato (otro día se los muestro). El dedo de mi papi empezó a hacer circulitos para abrir la entrada y eso ¡se sentía de locura! Cada vueltecita avanzaba un poquito, hasta que al fin metió el dedo. Otra vez exclamé:
—¡Papi!
Pero esta vez con la voz quebrada. Sentí cómo los fluidos que la mojan a una cuando le dan ganas de que le metan la verga, bajaron por el interior de mi vagina y humedecieron la parte interna de mis labios. Pero no podía quedarme en casa. De veras quería a mi papá pero también quería una vida ‘normal’ y tener amigos y novios. Le dije, suavizando el mensaje con una caricia por su barba de tres días:
—Papi, por la noche vengo y jugamos ¿si?
Lo dije con la voz propia de estar arrechísima, mojada y con el dedo de mi papá entre el culo.

Y de eso va esta historia. De cómo mi papá me inició en el sexo de manera exquisita, a mis ocho años. Pero cuando cumplí 14 y ya tenía tan buena cola (o eso decía él y casi todos los demás), se obsesionó con mi ano a tal grado que se olvidó de mi vagina y de mi boca. Una vez, cuando yo tenía 15, un poquito ebrio, se arrodilló ante mí y me dijo que el día que yo le negara mi culo se pegaría un tiro.

Cuando yo era una nena de 8, él era un papá aburridamente normal. Yo no me acuerdo muy bien de esto, lo sé porque él mismo me lo contó. Para una presentación en el cole, me puse una faldita blanca que a él lo encendió. Según él, siempre le habían gustado las niñas y llevaba ocho años esperando que ‘no llegara el momento’ que empezara yo a excitarle. Pero el día llegó. Dizque se pajeó como loco con mi falda y mis pequeños panties por semanas hasta que se decidió a hablarme de sexo. Simplemente me dijo cómo se fabricaban los niños y que era algo muy delicioso. Día después vimos porno —de eso sí me acuerdo muy bien—. Había una rubia dando sentones sobre un hombre. La forma en que saltaban sus senos me impresionó, y francamente no entendía lo que sucedía en sus genitales. Me asombró cómo era de grande la vagina de esa mujer, si acaso no le dolía por cómo se estiraba y abría tanto. Y el miembro de él no lo tuve en cuenta hasta que lo sacó. No había entendido que estaba dentro de ella. Y también, me asombró lo grande que era. Sentí un poco de miedo pero mi papá me hablaba y me decía que eso era ‘amor’ y que era riquísimo. No recuerdo más de ese primer video porno que vi en mi vida. Pero recuerdo otro, al poco tiempo, en el que un sujeto —me pregunto ahora si habrá sido el papá o un profesor— agarró a una niña como de 10 en un salón de clase. Ese no era un video hecho por profesionales, sino amateur. El tipo se sentó y paró a la niña, que era deslumbrantemente hermosa, junto a él. Le pegó la besuqueada y manoseada más brutales que he visto. La puso a que ella misma sostuviera su falda de colegial a la altura del pecho mientras él le besaba la cara y con la mano le tanteaba la entrepierna con muchas ganas, como si amasara mezcla para arepas. Después el tipo metió la mano en su pantaletita y con igual hambre la manoseó. No me acuerdo de mucho más, solo que después el tipo le chupó la vagina a la nena como si fuera un mango. Tuve ideas inocentes en mi joven cabeza, como ¿Por qué habría alguien de chupar la vagina? Sobre todo ¡con tantas ganas! ¿No es algo sucio? ¿Le habría untado algo rico, como helado, acaso? Y hacia el final, la niña le chupaba el pene al sujeto.

A los pocos días casi todo eso se hizo realidad con mi papá. Se me entró a la pieza cuando salía de bañarme y me dijo que íbamos a hacer el amor, o sea, lo de los videos. Al principio tuve dudas pero debo confesar, ahora que tengo 33 años, que fue algo maravilloso. Mi padre fue mucho, pero mucho más gentil que el tipo del último video. Y esa primera vez fue la pura salida del cascarón. No recuerdo haberlo disfrutado pero tampoco haberlo sufrido. ¡Venga, que la primera vez es necesaria! Además, de no ser por las semanas de charlas de mi padre y los videos, habría sido algo traumático, pero papá supo cómo hacer las cosas.
Al día siguiente volvimos a hacerlo, y al siguiente y al siguiente… y fue cada vez mejor. La virginidad me la quitó al cabo de una semana. Tampoco recuerdo un momento exacto en el que haya empezado a disfrutar abiertamente, es decir, a ser la prostituta  de mi papá. Fue al poco, en todo caso.
Mi papá me cogía en la casa cuando mamá no estaba, o cuando había visita que entretenía a mi mamá. Mientras todos hablaban basura en la sala, mi papi me hacía sus delicias en el cuarto de ropas. Lo mejor era volver a la visita, en palabras de él, “recién cogida”.
Cuando estábamos de paseo, las faenas eran intensas y duraderas. A él le gustaba que le hiciera mamadas rápidas y lo mantuviera relajado. Una vez, en la cocina de la casa alquilada, ni bien llegamos y él me llevó; desenfundó y me dijo:
—Dale, Victoria, haz feliz a papi.
Tenía la pita sudada y mojada, porque venía manejando durante cuatro horas y al pie venía yo en minifalda. Y venía mostrándole todo, para tortutarlo. Pero se la chupé muy bien. No duró casi nada, perreó en mi boca y gruñó y en menos de nada me llenó la boca de su semen caliente. Mi madre me llamó. Mi padre se la guardó rápidamente, pero yo quedé jodida porque estaba acostumbrada a botarla en un trapo o a irme hasta donde pudiera escupir. Ese día, mi mamá entró a la cocina de esa casa y yo no tenía ni idea de adónde ir a escupir la lefa de mi papá. Mi mamá me preguntó:
—¿Victoria, dónde pusiste la bolsa con los vasos desechables?
Si no hablaba o escupía, nos descubriría. Mi mamá no iba a preguntar otra vez, así que me tuve que tragar la bocanada de mecos. Igual que todo lo demás con el sexo con papá, era un ‘primerazo’ que ocurría sin ser drástico, sino después de mucho entrenamiento. Ya había tenido semen de mi papá en la boca decenas de veces. Tarde o temprano iba a tragar un poco, o la venida completa.

Me encantaba ver feliz a mi papá. Además, él me consentía mucho y me daba gusto en todo. Solo me advertía sin parar que nunca dejara que nadie se me viniera dentro de la vagina. Así duramos por años, pero para el tiempo de mi primera comunión, a los 14, el vestido era muy ceñido y se me marcaba la cintura, según él, ‘fatal’. Me agarró antes de ir a la iglesia y dice que la forma de mi culo en las pantymedias blancas y lo linda que me veía en conjunto, con guantes, velo y zapatos blancos, lo dejó en shock. Me dobló en una mesa, me volteó el faldón sobre la espalda y se quedó ahí arrodillado detrás de mí, contemplándome como si se le hubiera aparecido un santo. Yo estaba esperando que me bajara las medias y me lo hiciera, acabara rápido y nos fuéramos a la ceremonia. Creí que iba a ser otro día típico de él, de morboso, de ver a su hija ahí en medio de todos pero ‘toda culiada’. Pero no. Solo me lamió todas la medias y me olió el orto, y eso, después de que creí que iba a rezarle un rosario a mis nalgas. Tuvo una especie de trance y no pudo hacer nada, hasta después de la misa. Me agarró  en el cuarto de san-alejo en la casa, ligerito antes de que me quitara el vestido, y me desvirgó mi pobre culito. Y desde ahí, para él soy eso, un culo, un ojete en el que se puede entrar y pasarla bien.

Ya más mayorcita, la obsesión de mi papá por mi agujerito de cagar llegaba a límites insospechados, como el que se fuera a dormir conmigo, y pasara la noche con dedos metidos en mi culo. En la mañana yo despertaba primero, con su mano entre mis nalgas. Solo bastaba con ponerme de pie y su brazo quedaba prendido de mí graciosamente. Bastaba con dar un paso y los dedos se salían y su mano caía. Otra cosa que le gustaba era hacerme laaargas sesiones de anilingüis mientras yo chateaba o navegaba con mi celular sobre mi cama. Alguna vez también me pidió dejarlo verme cagar.
Aquél día que me puse la faldita amarilla para mi novio, logré que este me cogiera. No estuvo nada mal. Para cuando volví a casa estaba más revolcada que gata en tejado, aunque solo por mi vagina. Allí, ni bien entré y mi papá me enculó de una forma que… incluso tenía más hambre que nunca, porque yo lo había hecho esperar. Mi nuevo novio me había hecho el amor por la vagina durante la noche y por la madrugada mi papá prácticamente me escribió en el cuerpo con su verga: «¿Crees que alguien te va a coger mejor que yo?» Y tenía razón, mucha razón. Me iba a quedar difícil encontrar a uno que me diera más rico —con más hambre— que mi papá, en especial por el culo. Digo, es que a muchos hombres les gusta un buen culo, pero a ver cuál va a tener más hambre que mi papá por el culo de su hija.

Como temía perderme, me ofreció llevarme de compras a otra ciudad. A ver ¿cómo se dice que no a eso? Allá, en un motel, hicimos locuras. Lo tenía todo planeado. Hizo realidad conmigo algunas cosas que había visto en videos porno, como meterme leche (no, no semen, sino leche de verdad) por el culo y pajearse viendo como la lanzaba a chorros que sonaban gracioso. Hicimos un desastre en esa habitación. A la mañana siguiente él desayunó en mi culo. Si, como lo leen. Me hizo poner faldita azul y tanga blanca, apoyarme de hombros en el piso, poner las rodillas en mis hombros y apuntar con mi culo al techo. Metió un espećulo de ginecología en mi ano y gentilmente lo abrió. Sirvió en él cereal con leche. Comió sin dejar de verme todo el tiempo a los ojos. Luego retiró el instrumento y me enculó.
Esa misma noche, con tintes románticos, cenamos y él me obsequió un plug anal, para que me lo metiera y pasara todo el día con él insertado cuando supiera que tenía que ausentarme luego. Entonces, antes de irme, le dejaría el plug impregnado de mí, como consuelo. Lo acepté, pero nunca llegamos a usarlo porque…

Mi madre se consiguió otro hombre y deshizo nuestras vidas. Me obligó a irme con ella y pues, me puso en la universidad y me dio buena vida. Mi papá no podía ni acercarse a eso. El pobre estuvo de crisis en crisis durante casi una década y terminó en un internado mental. Fue algo muy duro.

Hace poco, que volví a la ciudad, me decidí a ir a verlo. El pobrecito estaba deshecho y así también deshizo mi corazón. Pero me reconoció y cuando me abrazó sin pararse de su silla, puso su dedo muy fuerte sobre mi leggins, justo encima de mi ojete. Sonreía como un niño al que le has dado un fino regalo. Le palmeé la mano, reprendiéndolo, porque ahí había enfermeros y doctores. Hicimos la visita normal y fue algo muy memorable. En medio de toda su locura, mi papá seguía ahí dentro, tan tierno y gentil. Todo el tiempo estuvo tratando de manosearme. Pero, él no debía preocuparse, pues yo llevaba un regalo para él. Le pedí a mi esposo que se quedara con el viejo mientras yo iba al baño. Allí, me bajé los leggins, me agaché hasta el piso y puse mi mano en mi culo para sacar el plug. Se sentía rico. Lo saqué y tuve que ahogar un gemidito. Lo había tenido insertado durante unas 7 horas y ya sin él, mi culo se sintió frío y un poco triste. Metí el plug en una bolsita resellable y esta a su vez en un bolsa ámbar. Regresé afuera y le dije a mi papi:
—Un regalo para ti, papito. No lo abras todavía, pero puedes olerlo.
Mi papi abrió las bolsas sin sacar el contenido y pegó la nariz para aspirar. Seguro creyó que eran hierbas u otra cosa. Pero el olor a culo sudado de su hija lo hizo cerrar los ojos y contener el aliento. Se quedó como en éxtasis místico por varios segundos. Después volvió en sí y quiso meter la lengua a las bolsas. Tuve qué reprimirlo. Me despedí y le besé en la boca, con lengua. ¡Al diablo con los doctores y los enfermeros! Al ver eso, mi esposo se calentó y dijo que me levantaría a verga esa noche. Mi padre, por su parte, me dio una fuertísima palmada en el trasero cuando di la vuelta. Sonó tan fuerte que todos voltearon. Yo solo le sonreí y le mandé un besito con la mano. Me fui contoneando mi culo cual prostituta, para inspirarle muchas pajas a mi papá. Igual, eso fui durante muchos años, los mejores de mi vida: La prostituta de mi papá. Y ahí llevaba en metido en ese leggins negro que había escogido adrede, el culo que tanto le obsesionaba a él. Mi culito, mi ojete, mi orto… mi ano.
Te quiero papá.

Stregoika ©2022.

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