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Penúltimo post: El dilema de los escritores del siglo pasado.

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©Stregoika 2020

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Escribes una novela. Tu primera novela. 220 páginas no parecen gran cosa, pero para ti lo son. Tus novelas son como tus hijos: Aunque sean un asco, para ti son lo mejor del mundo y les amas. Escribes «Fin» y te entra ansiedad, debido a que terminar de escribir un libro es igual a una despedida para siempre de personas que amas. Te despides de tus personajes. Por más que evites admitirlo, la novela ya está terminada y la única forma de volver al mundo que creaste y encontrarte allí con tus personajes, sería escribiendo una secuela. Pero no. La historia ya está terminada y punto.
Lo siguiente es dejarla reposar, lo cual cuesta esfuerzo. Cuesta dejarla reposar una semana, cuesta más dejarla reposar un mes y es casi imposible dejarla quieta durante casi un año para prácticamente olvidarla y, entonces, corregirla bien, como si fueras otra persona y no el autor. ¿Cómo puede costar tanto tiempo crear un libro? Y aún así, después de hacer buenas correcciones, después de un prudente aplazamiento de varios meses, no has hecho casi nada. Falta que tu novela la lea alguien que sepa más que tú, que la quiera leer de verdad y que te quiera decir qué piensa. No todos los escritores tienen ese alguien. Los familiares promedio te felicitarán sin siquiera leer la obra. Los familiares narcisistas te dirán algo como: «Mejor no aspire a tanto, así sufre menos».
Entonces, a aventarse a hacer una propuesta a una casa editorial. Todavía no sabes que las casas editoriales solo leen las propuestas dependiendo del nombre del remitente y que si eres un desconocido, la propuesta irá directo a la basura. Inviertes tiempo, dinero e ilusiones en hacer la propuesta y después esperas. De las casas editoriales más decentes, recibes una cortés carta donde te dicen que no están interesados en tu obra pero que te desean éxito en tu labor creativa. Recibes la respuesta tan rápido que te preguntas si al menos abrieron el paquete con la propuesta. De otras, te dijeron que si no recibes respuesta en seis meses, des por rechazada la propuesta. No entiendo por qué les cuesta tanto decir «no». En esos seis meses, no puedes hacer nada más con tu obra, para no comprometerla, porque estás ilusionado con recibir una respuesta favorable y al fin ser escritor profesional. Pero los seis meses pasan y tienes que, como dijo la editorial, dar por rechazada tu novela. El «no» de seis meses. Haces otra propuesta editorial a otra casa y se repite la historia. Han pasado casi dos años desde que escribiste ”fin”, y no has hecho nada con tu obra. Te preguntas si ha sido la mayor pérdida de tiempo de tu vida. Te preguntas si, a pesar de creer tan fascinante tu novela, simplemente no lo es y tú no eres bueno para ser escritor.
Todos en medios te dicen que no hay que rendirse. Te lo repiten frenéticamente. No sé porqué lo repiten tanto, si nadie apoya a nadie. Solo repiten. Te crees el cuento y pues, haces de tripas corazón y no te rindes. Te metes a leer en internet y encuentras testimonios de escritores que empapelaron su ciudad entera paseándose por cada singular editorial y fueron rechazados en todas, hasta que en una, la destinada, la elegida por el destino, fue recibido y ahora ese fulano es un best-seller. Que, los editores de las anteriores firmas deben querer colgarse. Crees que puede pasarte lo mismo a ti, pues tu novela, obvio, es una maravilla sin descubrir. Sigues buscando editoriales.
Te topas con que hay más editoriales que aquellas cuyo nombre sabías desde chico. En sus presentaciones dicen que reciben propuestas editoriales a autores noveles y captas una enorme diferencia con los titanes del mundo editorial, puesto que estas últimas si acaso las reciben por protocolo —si es que las reciben—. Te entra el entusiasmo otra vez y envías tu propuesta a una pequeña editorial. Recibes respuesta en 20 días y te dicen que están interesados en tu obra. Brincas del asiento y das palmas de alegría. Tratas de controlar la respiración para leer el mensaje con calma. Te dicen que tu obra es buena. Te pones feliz, crees que al fin el sueño puede hacerse realidad. Pero: Si tienes suerte, esa pequeña editorial te dirá sin rodeos que tú debes pagar la mitad del trabajo de edición e impresión. Si tienes dinero y eres ingenuo, pagarás y terminarás habiendo comprado de100 a 500 copias de tu propia novela para vender por ti mismo. Al final no tendrás a nadie más a quien vender copias y las regalarás o usarás los libros como bloques para hacerte un mueble con tablones. Pero eso es si tienes suerte, repito. Si no la tienes y eres ingenuo, firmarás un complicado contrato en el que venderás tu alma, y habrás sido solo otro cauto aspirante a escritor que cayó víctima de una supuesta casa editorial que hace dinero a migajas, arrancándoselo a autores a través de sus ilusiones de publicar.
Puede que nada de eso tan nefasto te haya ocurrido, y que sepas, felizmente, que esas cosas suceden solo porque leíste testimonios de otros autores en internet. Te santiguas y te juras a ti mismo tener cuidado.
¿Qué hacer con tu novela? Ya van a ser tres años y tu obra no ha sido leída por nadie. Por NADIE. Duele decirlo, y duele escribirlo. Tu obra es tan buena, tan original, es única y genuina. Pero nadie la ha leído. Sigues leyendo en internet y te das cuenta que hay concursos. Alguien los mencionó. Admites que el camino es más duro y largo de lo que nunca creíste pero decides dar la lucha. Buscas concursos:
Pasas horas leyendo convocatorias, hasta que te arden los ojos y has tomado nota de un par o cuando mucho tres premios que se ajustan a tu novela. Repasas esos tres premios candidatos y descartas dos, porque no te habías dado cuenta que tenían condiciones que no cumples: O no tienes la nacionalidad, la edad o por ridículo que parezca, la orientación sexual o la etnia para participar. Pero queda uno… ¡un premio literario al que puedes inscribirte! Dejas de hacer tus deberes por un día y medio para ponerte en todo al día. Pones tu novela a doble espacio en times new roman, como lo exigen, y el número de páginas se triplica: Tu novela ya no sirve. Mandas todo al carajo.
Pero todo y todos siguen diciéndote que no te rindas, que Stephen King no nació siendo best-seller y que JK Rowling fue rechazada en decenas de editoriales, y que Dan Brown no sé qué… Así que revisas los certámenes literarios durante los próximos meses. Encuentras un par de premios a los que puedes inscribirte, de lejos, pero puedes. Al menos ya sabes de cuántas páginas es realmente tu novela. A uno la envías por e-mail y al otro, envías —a otro continente— dos copias de tu novela, de dos kilogramos cada una. Eso es costoso, y perdón que lo diga. Igual que con la propuesta editorial, esperas de seis a ocho meses, durante los que tu novela sigue enterrada. Ha pasado tanto tiempo desde que escribiste «Fin», te deprimiste y lo superaste, que ya incluso tienes una novela nueva terminada. El ansiado día de publicación del ganador de cada premio llega y los ves por internet. El ganador es un tipo de apellido difícil de pronunciar y que es dueño de una librería, director de una revista o ya era un escritor publicado. Sientes un puñal hundido en tu pecho bajando lento hasta el abdomen. Sientes que no eres nadie. Como el que ha leído tu novela: NADIE.
Pero el mundo no se rinde nunca de decirte que no te rindas. Parece una lora repitiéndolo. Entonces tienes de nuevo la experiencia, durante un año más, de presentarte a premios literarios un par de veces más o hasta tres, si eres terco, y siempre pasa lo mismo: El ganador ya hacía parte del mundo de la literatura o de las publicaciones. Lees blogs y artículos y te topas con de todo: El que te dice que tienes mentalidad de perdedor y por eso nunca ganas un concurso literario, cuando él [el autor] gana tres al año. Pero también te encuentras, y por decenas, con artículos cuyos autores dicen sin pelos en la lengua que los concursos están amañados, que son campañas para publicitar editoriales o instituciones. Decides, con dolor, que ya ha pasado demasiado tiempo y que tu obra debe ser leída. Echas mano del último recurso: La auto-edición.
Al leer al respecto, también te dicen de todo: fulano de tal se hizo millonario y escritor para series de Netflix a punta de sus entradas de blog. Que la industria editorial es tiránica y anticuada que la auto-edición es benevolente y moderna. Aprendes qué es un formato ePub y si tienes con qué, terminas volviéndote muy bueno haciendo tus propias portadas. Ya no solo eres aspirante a escritor sino a ilustrador.
Al visitar la primera página de auto-edición, ves los eBooks que hay y te das cuenta de libros con cientos de miles de descargas y que, si googleas el nombre del autor, este aparece desde el primer resultado, en Amazon, reseñado por otros autores y promocionado por portales. Crees que así será tu caso.
Al fin tienes tu primer eBook, después de días de batallar con las exigencias de formato del prestador de servicios de auto-publicación, sobre todo con la carátula. Lo compartes orgullosamente en tus redes, pero tus amigos, no leen ni la etiqueta de la cerveza. A los tres días el número de descargas sigue en 0, y empiezas a aburrirte de ese dolor que has sentido repetitivamente por ya cuatro años, correspondiente a la dura realidad: Que perdiste el tiempo. Piensas si acaso deberías pagar una cuenta Premiun para ser impulsado… pero… ya ha sido suficiente.
Sigues amando tus libritos, sabiendo que son buenos, únicos y extraordinarios, pero que están condenados al limbo eterno. ¿Por qué? ¿En qué momento te rendiste? Fácil: cuando llegaste ad portas de pagar por ser leído. Eso no tiene sentido. Fue entonces cuando pusiste tus obras gratis. Si no vas a pagar por ser leído, tampoco vas a cobrar. ¡Al fin una descarga! Con las semanas, al fin un comentario. Pero el contador vuelve a vararse. El público que podías captar, ya fue captado. Es todo. No va más.
Aprendes que, esa novela que viste en un portal de auto-publicación y que tenía cientos de miles de descargas, fue escrita por un adolescente y que era sobre un vampi-lobo de su misma edad que entra a una escuela y encuentra su primer amor. Y que la carátula de este eBook está hecha con una foto de un o una modelo, ya sea de máquinas de afeitar o de máquinas para hacer abdominales. Y que la sinopsis delata un autor egocéntrico e inmaduro, por el énfasis que hace a la belleza física o a atributos como la fuerza física o las habilidades en la cama. Te das cuenta que los nombres de sus personajes son sacados forzosamente de otros idiomas o inventados, con vocablos de puras vocales cerradas para parecer hotaku, o terminados en er para parecer anglosajones, aunque el autor haya escrito sentado una terraza en Iztapalapa mientras oía corridos. De seguro esa generación de autores no tiene como influencia para escribir a la literatura previa, sino a las películas.
Concluyes que, definitivamente, la literatura ya no es lo que era y que eres un viejo dinosaurio tratando de sobrevivir con el escasísimo oxígeno que queda en esta era. La oferta literaria está desbordada. Si para finales del siglo pasado (eso suena como si hubiese sido hace cien años), la oferta literaria podía compararse con un arroyo, hoy (primeros tiempos ‘pandémicos’)¹ puede compararse con un tsunami.
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¹Este artículo fue escrito en Abril de 2020
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Ahora, trátenme de cavernícola: Tal explosión en la oferta es debido a la disposición tecnológica. Tal desmesura en la oferta literaria causó el detrimento en la calidad e incluso la pérdida de la esencia del arte. Un libro que tenga éxito, lo debe más a las habilidades de vendedor de su autor que a su habilidad para usar el idioma y escribir bien. Peor aún, las habilidades de escribir y de vender son mutuamente excluyentes: La personalidad del vendedor es extrovertida, mientras que la del escritor es introvertida. El escritor es introspectivo, sensible y solitario (¿o es que escriben novelas acompañados?) y el vendedor, por el contrario, es social y entusiasta.
Sin importar que tan bien o mal escribas, puedes escribir un artículo y compartirlo en tus redes sociales. Tienes un canal de YouTube con miles de seguidores, o eres doctor y tienes 2000 contactos en Facebook, o apareces en TV y tienes 10000 seguidores: Tu artículo tendrá varios cientos de miles visitas y centenares o miles de likes y cientos de comentarios. Una gran casa editorial nunca tiraría tu manuscrito a la basura.
Otra persona, que sea poco social —más parecida a un escritor—, escribirá y compartirá también algo, pero su contador lo hará parecer alguien que no sabe escribir o que no tiene nada interesante qué decir.
Ser escritor en este siglo ya no depende de escribir, sino de ser social o influyente. En este siglo, ser escritor no es lo que fue antes. La literatura tampoco lo es.

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