La noche era fría y Andres no tenía idea de donde estaba. Un poco asustado miró a su alrededor intentando reconocer algún lugar, pero ninguna de las casas que lo rodeaban le resultaba familiar. Miró a su lado y por primera vez pudo ver bien al hombre que había seguido hasta aquí. Era mas alto que él, al menos debia medir un metro noventa, llevaba el pelo corto y unas cuantas canas decoraban su cabello negro. Tenía un rostro rudo, de los pómulos pronunciados, nariz griega y de ojos marrones que imponen respeto. El extraño se acercó y sin decir una palabra comenzó a acariciar y apretar la nalga derecha de Andres. Esa muestra de confianza y autoridad tranquilizo un poco la mente de Andres, pero a medida que caminaban las dudas volvían a su cabeza.
— ¿A dónde vamos?— dijo con nerviosismo al sentir como la mano del extraño finalmente se metía dentro de su pantalón y acariciaba por primera vez la piel de su nalga.
— ¿La primera vez que hablas y lo primero que preguntas es eso? — Dijo el hombre con un tono casi burlón— ¿No queres saber donde estás? Se ve que estás algo perdida..
— Es que… Si. ¿Dónde estamos? — Andres sintió vergüenza por la situación en la que se encontraba y de inmediato fijó la vista al suelo con la intención de esconder su rostro, a lo que el extraño respondió con un apretón de nalgas y una pequeña carcajada.
— No te preocupes, ya casi llegamos a mi casa. Vas a ver que bien que la vamos a pasar.
— ¿Cómo… Cómo te llamas? — Se animó a preguntar por fin, aunque sin levantar la mirada del suelo.
— ¿Para qué quieres saber como me llamo? ¿No es mucho más divertido así? Me calienta la idea de que son una zorrita que ve un pedazo de carne y no te importa nada mas. No le importa dónde está ni con quien con tal de que le den duro. ¿No te parece que hay más morboso así? — preguntó el extraño mientras tiraba de la nalga de Andres para que él se acerque.
— Si, puede ser…— Dijo Andres mientras sus ojos seguían clavados al suelo por la vergüenza. Toda la situación le parecía surrealista pero era lo más excitante que le había pasado en la vida. Él nunca había hecho algo así antes y estaba más excitado que nunca.
— Escuchame putita, cuando lleguemos a mi casa quiero que apenas entres te saques todo y te arrodilles para que termines lo que empezaste en el autobús. ¿Entendiste?— El hombre habló totalmente serio y clavó sus ojos en Andres esperando una respuesta.
— Si. — Contestó con voz muy baja Andres
— Si, señor — Replicó el hombre
— Si, señor— Dijo por fin Andres
Los dos continuaron caminando en silencio por unos minutos más, hasta que el hombre sacó la mano del pantalón de Andres y rebusco en su propio bolsillo. Tomó un juego de llaves y busco entre ellas hasta encontrar la correcta. Abrió las rejas que rodeaban la casa y ambos atravesaron juntos el pequeño jardín que separaba la fachada de la casa de la calle, subieron unos escalones hasta llegar a una puesta de madera blanca y apenas la puerta se abrió Andres comenzó a desvestirse. Lo hizo tan rápido como pudo, lo primero que tocó el suelo fue su mochila, sobre ella callo su abrigo, luego su camisa y a esta le siguió el pantalón y la ropa interior. Sin decir palabra apoyó sus rodillas en el suelo y espero.
El hombre parecía complacido por lo rápido que había actuado Andres. Se desajustó su cinturón, desabotono su pantalón y con su verga en mano se paró frente a él. El hombre se tomó su tiempo para jugar con sus dedos y la boca de Andres. Acarició sus labios y masajeo su lengua mientras amasaba poco a poco su verga y se relamía los labios. Cuando por fin sacó sus dedos, lo tomó del pelo y empujó su barra de carne dentro de su boca de un solo empujón.
Esta vez no fue nada parecida a la anterior. El hombre había tomado el control de la situación y no le daba descanso. Más de una vez Andres perdió el aire e intentó parar, pero su señor no le daba tregua. No fue hasta que Andres casi vomitó que su señor no lo soltó y le permitió respirar. Dejó que se recuperara, prendió las luces de la casa y volvió a tomarlo por los cabellos, aunque esta vez fue más gentil.
Andres ahora pudo ver por primera vez ese pedazo de carne que ya había saboreado en dos ocasiones en solo una hora. De un color oscuro y atravesado por una vena bien marcada una verga de al menos dieciocho centímetros palpitaba a unos centímetros de su rostro. La rodeó con sus dedos y apenas pudo tocar la punta de su pulgar con su dedo del medio. Andres se tomó su tiempo para lamer las pesadas y afeitadas bolas de su señor, las chupo con delicadeza y recorre su tronco con su lengua para después engullir por completo toda esa preciosa verga. Pasó varios minutos arrodillado junto a la puerta de la casa de este hombre del cual no sabía nada. Cada tanto intentaba tocar los huevos de su macho anónimo con sus manos o tomarlo por las caderas para ganar un punto de apoyo pero su señor rápidamente le retiraba las manos y le recordaba que solo usara la boca.
— ¿Te gustan los juguetes, putita?— pregunto a Andres al tiempo que tiraba de su cabello para apartarlo de su verga.
Andres simplemente afirmo que si con la cabeza y eso fue suficiente para su señor. Sin soltarlo del cabello obligó a Andres a caminar a gatas por la casa hasta una habitación. Al entrar se mantuvo arrodillado frente a una cama mientras su señor rebuscaba en unos cajones. No tardó mucho en aparecerse frente a Andres sosteniendo lo que parecía unos pedazos de cuero unidos por remaches de los cuales salían unas tiras y hebillas. Con una leve sonrisa lo miró y le ordenó colocar sus manos en la espalda. Se paró detrás de él, lo obligó a cruzar los brazos sobre sus caderas, los cubrió con los pedazos de cuero para luego ajustarlos hasta que sus brazos quedaron inmovilizados por completo.
Con Andres de rodillas y sus manos atadas volvió a colocarse frente a él, ahora completamente desnudo y con una erección mayor que antes. Su señor tomó su cabeza con ambas manos y la utilizó a su antojo. Las primeras penetraciones fueron lentas y profundas. El glande, duro como piedra, acariciaba el paladar de Andres y avanzaba por la garganta hasta golpear sus amígdalas. Las arcadas no tardaron en aparecer pero Andres no podía resistirse.
Andres hizo todo lo posible por no vomitar hasta que su señor decidió que el juego había sido suficiente. Sin decirle nada tomó su verga desde la base y se la restriego por el rostro bañándolo con su propia saliva.Volvió a tomarlo del pelo y levantó el rostro de Andres para observar su expresión. La cara de Andres era un desastre, se encontraba cubierto de saliva y aun intentaba recobrar el aire, pero no había rastro de reproche o enojo en sus ojos. Su señor sonrió y acarició su mejilla, a lo que Andres respondió con una sonrisa de orgullo.
— ¿Todavía podes aguantar?— Preguntó su señor con curiosidad.
— Si. — Fue lo único que contestó mientras miraba a los ojos de su señor con mucha exitacion.
Sin perder un segundo, el hombre tomó a Andres por debajo de sus axilas y lo lanzó sobre la cama, lo giró sin mucho esfuerzo para dejarlo boca abajo en el colchón y con su culo a su merced. Con los brazos atados a sus espaldas Andres no podía hacer otra cosa que entregarse a su señor. No podía ver nada de lo que pasaba y comenzaba a sentirse nervioso, pero al momento que las manos de su señor empezaron a acariciar sus nalgas la excitación borró todas sus dudas y se dejó hacer.
Al sentir cómo las manos separaban sus nalgas y exponían su ano un escalofrio recorrio su cuerpo. El aliento que calentaba su piel fue el anticipo a la humedad lengua que comenzó a saborearlo. Los gemidos no se hicieron esperar a medida de que la lengua dibujaba círculos sobre su ano. Cuando la presión aumentó y por fin la lengua comenzó a meterse dentro de él, Andres solo podía pensar en el deseo irrefrenable de ser penetrado, pero la lengua continuó jugando con él varios minutos más. Andres gimió al compás de la lengua que hacía vibrar su cuerpo y casi soltó un grito de placer cuando el primer dedo se coló entre sus nalgas. Poco a poco el dedo de su señor se introdujo más, giró, salió y volvió a colarse dentro de él. Andrés cada vez estaba más caliente y cuando el segundo dedo siguió al primero un leve orgasmo lo sacudió. El hombre se percató de esto y de inmediato comenzó a penetrar con más ahínco que antes, abriéndose y moviéndose cada uno hacia un lado distinto. El tercer dedo no tardó en seguir a los otros dos, esto provocó un poco de incomodidad en Andres pero sin quejarse lo soportó hasta que los tres dedos entraban y salían de él sin dificultad.
Cuando los dedos salieron de él su ano aun se mantenía abierto y a la espera de más. Sin dificultad el hombre sin nombre se colocó entre las piernas abiertas de Andres y comenzó a acariciar sus nalgas con su verga. Luego de jugar un poco con la impaciencia de Andres apoyó el glande contra su ano. Ya sin perder tiempo aquel hombre comenzó a presionar con más fuerza y penetrar poco a poco en el hambriento ano del indefenso Andres. Un grito seco cubrió la habitación cuando la cabeza penetró dentro de ella pero fue rápidamente silenciado por un segundo empujón que no se detuvo hasta que las caderas del hombre chocaron contra sus nalgas. Por unos cuantos segundos su macho permaneció inmovil, luego lo tomó por las caderas, tiró hacia él hasta que sus caderas se levantaron en el aire y empinaron sus nalgas ofreciéndose por completo para su amo. Andres mordió la almohada para no gritar cuando las embestidas comenzaron, cada una era más violenta que la anterior y no le daban pausa. Sus manos se aferraban con fuerza en las caderas de Andres y le impedían cualquier movimiento.
Cuando la primera nalgada llegó, los ojos de Andres se pusieron en blanco y su mente se perdió en el placer. Cuando el quinto golpe llegó, las nalgas de Andres comenzaron a arder y picar. Los siguientes azotes cayeron sobre él sin tregua y se sincronizaron a la perfección con cada penetración. El primer orgasmo de Andres hizo temblar todo su cuerpo y los que lo siguieron casi le hicieron perder la razón pero su señor no se detuvo hasta que su leche comenzó a salir. Su dedos se clavaron con fuerza en las caderas y presionaron con fuerza, acoplando los dos cuerpos a la perfección. Andres sintió como cada descarga de semen se disparaba dentro de él y lo llenaba por completo, mientras un sonoro gemido cubrió la habitación.
Unos segundos después, su hombre se desplomó sobre la cama, a un lado de él, acarició la cabeza de Andres y le ordenó limpiarle la verga. Casi como un gusano él se revolcó sobre el colchón hasta llegar a la entrepierna de su señor y lamió con adoración los restos de leche que aún cubrían ese glande carmesí. En su boca, por varios minutos se entremezclaron los sabores de su ano y el semen de su macho. La necesidad de tocar su propio pene lo invadieron pero con sus manos atadas sólo podía refregarse con desesperación contra el colchón mientras continuaba limpiando el pene de su hombre.
Solo un tirón de pelo logró sacarlo de su trance. Andres sintió deseos de rogar por ser liberado y por tener permiso de tocar su propio pene, pero antes de poder generar su súplica. Su señor se levantó de la cama y volvió a revolver el cajón del cual había sacado los pedazos de cuero que inmovilizaban sus brazos. No tardó mucho en volver con un nuevo objeto entre sus manos. Con una seria expresión en el rostro mostró a Andres un bozal de cuero adornado por una bola de goma roja y dijo con tranquilidad
— Me voy a bañar, putita. Quiero que mientras tanto te quedes acá y saborees mi leche en tus agujeros. Abrí la boquita.
Andres dudó un segundo pero decidió callarse y, con algo de vergüenza, abrir su boca a la espera de su bozal. El tamaño no era exagerado, pero se ajustaba bastante bien a él. Sus dientes se clavaron en la bola de goma y pronto la saliva comenzó a acumularse.
Su señor se paró a un metro de él y lo observó complacido. Andres se encontraba de lado sobre la cama, con las manos inmovilizadas a sus espaldas y la mordaza que lo mantenía en silencio, mientras su erección se asomaba entre sus piernas con un largo hilo de liquido preseminal que colgaba desde la punta de su glande hasta casi llegar al colchón. Con una sonrisa se acercó a él, azotó una vez más las doloridas nalgas de Andres y lo dejó en la habitación, solo y totalmente excitado.