Era viernes por la noche. Andres y su novia se encontraban en el cine, ya que el fin de semana no podrían verse, ambos habían arreglado para ver una película que a ella le había llamado la atención. La película no era muy interesante para Andres, él solo podía pensar en el día siguiente y en su tan esperado encuentro con su señor.
Cuando la película por fin terminó, ambos salieron del cine tomados de las manos y cenaron algo en el patio de comidas del shopping. Finalmente pidieron un auto y viajaron hacia la casa de su novia. Ella comenzo a acariciar la pierna de Andres pero él no tenía intenciones de quedarse a dormir con ella. De manera poco elegante le explico que mañana saldrán muy temprano, por lo que prefería irse a dormir a su casa para no molestarla a la mañana. La noticia no le agradó a su novia, quien, notablemente molesta, se apartó de él y continuó el resto del viaje en silencio. Una vez llegaron a la casa de ella, Andres la beso y ella respondio al beso sin muchas ganas. Le deseo suerte para el día siguiente y bajo del auto.
Andres sabía que su novia estaba molesta, pero en su mente solo podía pensar en el fin de semana que le esperaba. Había hablado con su señor durante la semana y las instrucciones habían sido claras.Tenía prohibido acostarse con su novia o tocarse hasta el sábado. Su señor lo quería excitado. Andres,antes del encuentro, debía bañarse, aplicarse un enema para estar limpio para su señor, ponerse la tanga color vino de su novia, vestirse y salir de casa a las 11 de la mañana.
Tal como se le había indicado, Andrés salió de su casa a las 11 en punto, limpió y preparado para pasar todo el día junto a su señor. Cuarenta minutos después ya se encontraba frente a la entrada de su señor. Le envío un mensaje y espero de pie junto a las rejas de la casa. Quince minutos después, tras varios mensajes y dos llamadas, su señor apareció por una esquina, vistiendo unos pantalones cortos y una musculosa. Se encontraba transpirado y algo agitado. Apenas vio a Andrés sonrió, se le acercó y le dio una nalgada.
— Tarde más de lo que pensaba, putita. ¿Esperaste mucho?
— No — dijo rápidamente, antes de recordar las llamadas y los mensajes que había enviado. — Bueno, si, pero no importa.
— Veni, pasa — Dijo sonriendo mientras abría las rejas de la casa.
Mientras caminaba hacia la puerta principal y observaba el jardín que separaba la fachada de la casa de la vereda, Andrés dudo por un segundo de su decisión, de haberle mentido a su novia para pasar el fin de semana con un hombre del cual aun no sabia su nombre. La duda duró solo unos pasos, hasta que el hombre metió su mano por debajo de su pantalón y lo guió hasta la entrada sujetándolo por una nalga. Apenas ambos cruzaron el umbral y la puerta se cerró, el hombre le ordenó desvestirse y quedarse únicamente con su ropa interior. Andres no protestó y rápidamente se desvistió. Se acomodo las tiras de la tanga y se quedó de pie, con la cara totalmente roja de vergüenza.
Su señor se acercó lentamente y lo miró con atención. Le hizo dar una vuelta y abrió sus nalgas para que la tanga se colara más profundo en él.
— Te queda muy bien, putita. Aunque los pelitos de acá abajo están un poco de más. Depiladita estarías mucho mas cogible.
— Pero mi novia.. — dijo Andres en una mezcla de vergüenza y felicidad por el elogio.
— Las putitas que no discuten son todavía más cogibles.
Andres no tuvo tiempo de responder al último comentario. Su señor lo volteó y beso sin dejarlo contestar. Cuando sus manos sudorosas apretaron sus nalgas sus piernas temblaron y cuando el beso termino su cabeza solo podia pensar en sexo, pero su señor se aparto y camino hacia la cocina, abrio la heladera y se puso a beber agua como si nada hubiera pasado.
— Tengo hambre putita — dijo finalmente, mientras se giraba para ver a Andres aun parado junto a la puerta.
— ¿Queres que pidamos algo? — Dijo, algo confundido por la situación.
—¿Pedir? No. Hay un pedazo de carne en la heladera y algunas verduras. Cociname algo mientras me voy a bañar.
Andres estaba visiblemente confundido, pero en cuanto comprobó que las palabras de aquel hombre no eran una broma, el enfadó se apoderó de él. No había venido a cocinarle. Esto le parecía una muy mala broma. Sin decir una palabra se giró y comenzó a vestirse a toda velocidad. Su señor de inmediato se acercó a él y lo tomó por las muñecas con fuerza.
— ¿Qué haces putita? ¿Quién te dijo que te vistas? — dijo con voz totalmente seria — Hoy sos MI putita y vas a hacer lo que te diga. Si digo que vas a cocinar para tu macho mientras me voy a bañar, vos vas y me cocinas. ¿Entendiste?
Aquel hombre lo superabá, tanto en tamaño como en fuerza. Andres intentó forcejear para soltarse, pero el tono de su voz lo paralizó hasta tal punto que no se atrevió a moverse. Su cuerpo se encontraba tenso por el miedo, pero al mismo tiempo sintió cierta excitación. No era lógico calentarse frente a tal acto de agresión, lo normal hubiera sido congelarse por el miedo y arrepentirse de haberle mentido a su novia para ir al encuentro de un hombre del cual no sabía ni su nombre, pero no era así.
— Si… —dijo simplemente, con voz baja
El hombre soltó sus muñecas, tiró tranquilamente la ropa de Andres al suelo, le dio una suave bofetada en el rostro y le indico con la cabeza la cocina. Andres dudo un segundo antes de comenzar a caminar hacia la cocina y revisar la heladera en busca de la carne que su señor había mencionado.
El hombre, complacido frente a la obediencia de su putita, se dirigió al baño, se desvistió y se quitó el sudor del cuerpo. Cuando salió del baño, la comida ya estaba en el horno y su putita se encontraba lavando algunos platos sucios. El hombre se acercó lentamente y tomó a Andres desde atrás, sujetándolo de las caderas y apoyando su pene entre sus nalgas.
— Así me gusta, putita — dijo el hombre, mientras comenzaba a acariciar sus caderas y masajear sus nalgas.
Las palabras de su señor aceleraron el corazón de Andres, mientras que las caricias comenzaron a excitarlo. Sin pensarlo, dejó el plato dentro de la bacha y se agarró firmemente de la mesada, mientras comenzó a empujar sus nalgas contra su señor.
Entre los besos y las caricias, que Andres recibió gustosamente, pequeños gemidos comenzaron a escapar entre sus labios. Los pequeños pellizcos en sus senos comenzaron a despertar su pene, que se doblaba y apretaba dentro de la tanga color vino. Cuando su señor se arrodilló frente a sus nalgas, Andres abrió instintivamente sus piernas y dejó escapar un gemido en cuanto la lengua comenzó a explorar su interior. Tras varios minutos de goce, su señor se levantó, tomó a Andres por las caderas y lo acomodo frente a él. Corrió el hilo de la tanga y presionó su glande contra su ano. La primera embestida fue tan salvaje que de un solo movimiento las bolas de su señor golpearon contra sus muslos. Andres soltó un grito de dolor. Su señor no prestó atención a eso y continuó penetrando con fuerza y sin compasión. Paradojicamente, aunque a Andres le dolía cada embestida, el sentirse usado y que su placer no importaba, género en él un gran placer.
Unos minutos después, su señor aceleró el ritmo de sus embestidas y finalmente presionó con fuerza las caderas de Andrés contra las de él hasta vaciar sus bolas en lo más profundo que pudo. Se mantuvo unos segundos así, lo más pegado que pudo a sus caderas, luego se apartó y tiró a hacia abajo del cabello de Andres. El entendió de inmediato que debía hacer y a pesar de que no había llegado a acabar y su ano aun le dolía, se dejó caer sobre sus rodillas y comenzó a lamer el pene de su señor. Sabía muy bien, gracias a su encuentro anterior, que su deber era limpiar ese trozo de carne una vez acabara y nada más importaba.
Una vez lamió las últimas gotas de semen y se aseguro de que la cabeza estaba totalmente limpia, Andres se ocupó de besar y lamer todo el tronco y los huevos de su macho. Intentó acariciar su propio pene mientras lo hacía pero solo bastó un golpe seco en su cabeza para entender que sus manos deberían estar quietas.
Cuando su señor tuvo suficiente, tomó a Andres por los cabellos y lo separó suavemente de entre sus piernas. Levantó su cabeza para ver su rostro y se inclinó para darle un profundo beso en los labios. Luego se apartó, busco una cerveza en la heladera y se sentó en el sillón del living a ver televisión.
— Acomodate esa tanguita que se te escapa algo, putita — Le dijo mientras cambiaba de canales en busca de que ver. — Y avísame cuando esté la comida.
Andres, aun de rodillas en el suelo, miró hacia abajo y observó su erección. El tanga de su novia se encontraba echada hacia un lado y tanto sus testículos como su pene estaban completamente a la vista. Lentamente y todavía excitado, intento meter todo bajo el pequeño trozo de tela color vino. Con algo de trabajo logró tapar sus testículos pero la punta de su pene continuaba asomando por fuera del pequeño triángulo de tela. Con el rostro rojo, por la vergüenza, se giró y revisó el horno, intentando no pensar en la excitación que aún sentía. Se sentía usado, aquel hombre no había pensado ni un segundo en su placer. Su señor lo penetró, acabó dentro de él, usó su boca para limpiar su pene una vez terminó y finalmente se echó en el sillón a ver la televisión mientras esperaba que él terminara el almuerzo.
Andres jamás se había sentido tan humillado y al mismo tiempo tan excitado. El sabía bien que no debería estar feliz con el trato que aquel hombre le estaba dando pero no podía evitar sentirse así. En ese momento, realmente sintió que ese hombre era su señor.
A pesar de la excitación que sentía, Andres terminó de cocinar con una sonrisa en el rostro. Puso la mesa y cuando todo estuvo listo lo llamó. Su señor se levantó del sillón y se dirigió a la mesa. Se detuvo un momento a observar la comida, los platos y a Andres, que se mantenía de pie junto a la mesa. Finalmente se sentó y le ordenó que le sirviera la comida. Andres no dudó, cortó un pedazo de carne, lo sirvió en el plato de su hombre y luego puso algo de ensalada. Cuando comenzó a cortar otro pedazo para él, el hombre lo detuvo. y sin siquiera mirarlo, separó sus piernas y le dijo “ tu comida es esta”. Andres ya no podía discutir, la excitación había llegado a tal punto que sentía que podía hacer cualquier cosas que ese hombre le ordenará. Dejó los cubiertos sobre la mesa, se arrodilló en el suelo y se arrastró debajo de la mesa para comenzar a chupar el pene de su señor.
Mientras Andrés lamía y chupaba ese pedazo de carne, a media erección, podía escuchar la televisión de fondo ycomo su señor comía. Casi sin pensarlo, comenzó a acariciarse. Las gotas preseminales, que desde hace tiempo habían comenzado a recorrer su glande y ya estaban humedeciendo la tanga, la cual cubría poco más de la mitad de su pene, sirvieron como lubricante e hicieron mucho más placentera su masturbación. Su mano se movía al compás de su lengua. Cada beso o lenguetazo sobre la verga de su macho era acompañado por una caricia a su propio pene. Andres sentía su orgasmo cada vez más cerca, pero, de pronto y sin aviso, el sonido del televisor cesó y de inmediato su señor se levantó, alejando su pene de Andres y dejándolo confundido. Sin decir una palabra, el hombre se dirigió a su habitación para regresar con las mismas esposas de cuero con las que lo había atado en su primer encuentro.
— Vení acá — dijo su macho con voz serena.
Andres se arrastró por el suelo, desde abajo de la mesa hasta los pies de su señor. En su cara se dibujaba una súplica silenciosa mientras se arrodillaba frente a él y dejaba a la vista su pene, que se asomaba por sobre el pequeño trozo de tela color vino. Su señor no reaccionó a su patético ruego silencioso y sin decir nada se paró a sus espaldas y ató sus manos.
— No se cuantas veces tengo que decirte que no te toques— Dijo su señor, manteniendo el mismo tono sereno de voz, mientras terminaba de ajustar las esposas— parece que las palabras no te llegan. Párate, vamos a probar otra cosa..
A Andres le costó levantarse del suelo con sus manos atadas a la espalda, pero después de algunos intentos y con poca gracia logró hacerlo. Su señor caminó hacia una de las dos puertas que para Andrés aún eran un misterio y la abrió. Del otro lado se encontraban unas escaleras anchas y bien iluminadas. Su señor bajó y Andrés lo siguió.
Una vezabajo,Andres entendió rápidamente que ese sotano en algún momento había sido un garaje, pero la entrada para autos había sido cerrada y la rampa del exterior rellenada con tierra para formar el pequeño jardín que se encontraba a un lado de la entrada de la casa. Por lo que podía ver, ahora la habitación servía a otros propósitos. La cantidad de cajas amontonadas contra una pared indicaba que su señor usaba gran parte de ese sótano como un depósito. Contra la otra pared se encontraba una mesa de trabajo, equipada con varias herramientas, y en el medio, ubicado frente a un espejo de pared, había un banco de ejercicios y algunas pesas.
Su señor tomó a Andres por las esposas y lo guió hasta el banco de ejercicios y lo ayudó a arrodillarse sobre él. Bajo la tanga hasta sus rodillas y comenzó a acariciar sus nalgas, a la vez que su otra mano se apoyaba y sostenía los brazos inmovilizados de Andrés.
— Vamos a ver si entendes asi, putita — Dijo su señor con voz calma, mientras masajeaba las nalgas de Andrés — ¿Quien sos?
— Yo.. emm.. me llamo Andres
Un fuerte golpe sobre sus nalgas hizo salir de Andres un alarido de dolor. La nalgada fue tan rápida como certera. Andres intento instintivamente moverse y alejarse del golpe pero el agarre de su señor no cedió.
— No es tan difícil. Se que pensar no es lo tuyo, pero intentalo ¿Quien sos? — Volvió a preguntar su señor, aun manteniendo la calma
— PARA!! DUELE! ¡Me llamo Andres! te lo jur…AHHH
Otro golpe, igual de fuerte que el anterior, volvió a caer sobre su todavía dolorida nalga.
— Yo puedo seguir todo el día, putita. ¿Quién sos?
— Yo… — Andres guardó silencio unos segundos, pensó que decir, y finalmente balbuceó — Soy tu putita.
— Bien, ¿Ves que podes si queres? — dijo su señor al tiempo que acariciaba con cariño la nalga recién golpeada
— Ya entendí, por favor soltame.
El hombre de inmediato apartó su mano de las manos de Andres, que continuaban atadas, y dejó de acariciar sus nalgas. Se puso frente a Andres y lo miró a los ojos.
— Si estás segura de que queres que pare, ya mismo te desato, te abro la puerta y no nos vemos nunca más, putita. — Dijo, totalmente serio, el hombre.
— Quiero que seas mas dulce — Contesto Andres, casi murmurando y apartando la mirada hacia un lado.
— Puede que algunas veces quiera y pueda ser más dulce, pero ahora tengo que enseñarte y seguramente, si seguimos con esto, tenga que ser duro muchas veces más. — Respondió con seriedad el hombre — Me gustas putita, quiero educarte para que seas mia. Quiero que sientas que sos mia, pero si esto no es lo que vos queres ya mismo te desato y terminamos esto.
— Pero me duele…— Dijo Andres murmurando, con un tono casi infantil
— Es un castigo, tiene que doler. — Contestó el hombre, sin perder la calma
— Solo quería acabar…
— Pero no te di permiso para que te tocaras.
— ¿Entonces no puedo acabar? — Contesto Andres, con lágrimas en los ojos
— No sin mi permiso, putita. Mientras que seas mia vas a hacer lo que yo quiera, cuando yo quiera y como yo quiera. — Sentenció su señor — Ahora tengo que castigarte, a menos que te quieras ir… ¿Qué queres que hagamos? ¿Vas a recibir tu castigo como una buena putita o te queres ir?
Andrés se mantuvo pensativo por unos segundos, mientras que su señor lo miraba a los ojos y esperaba su respuesta. Desde que lo conoció, su señor se había mostrado siempre dominante y seguro, y esos rasgos a él lo excitaban. Sus nalgas le dolían por los recientes golpes, al igual que le habían dolido la primera vez que se conocieron, pero aun así, una parte de él encontraba cierto placer en ese dolor. Aunque no era precisamente el dolor lo que le gustaba, era el sentimiento de humillación y sumisión. Una parte de él estaba realmente excitado por todo esto pero la otra tenía miedo. Desde el inicio, ese hombre jamás lo trato de igual a igual. No le intereso ni su nombre. Estaba claro que a su señor no le importaba quién era Andrés. Para él solo era una putita que debía obedecer y servir. Andrés debía decidir entre retomar su dignidad, volver a su vida normal, con su novia y sus encuentros ocasionales con otros hombres o entregarse a su señor en cuerpo y alma.
— Quiero seguir. — Dijo finalmente, mirando a los ojos a su señor.