Erotismo y Amor

Un ligero error del destino

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Historia basada en un patético hecho real, excepto por el final, obvio.

© Stregoika 2019

(…)
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
(…)

de “Los Amorosos Callan”
 de Jaime Sabines   

 

Capítulo  1  Teo el enamoradizo

Ya eran cinco maravillosos días desde que Teo aterrizó en el aeropuerto Rafael Núñez de Cartagena de Indias. Un amplio conjunto de experiencias inolvidables, del que cada una, por separado, merecía su propia historia. Primera vez que viajaba en avión, primera vez que veía el mar, primera vez que veía el mar ¡de noche! primera vez que veía un crucero y ¡primera vez que veía un crucero de noche! Todo al mismo tiempo. Vio todo desde la ventana del avión, al Allure of the Seas flotando entre la infinita oscuridad, reflejándose en el agua. Tenía veintiocho años de edad pero su corazón saltó como el de un niñato. Y muchas más cosas en él, eran como en un muchachito de dieciséis: sus aficiones, sus expectativas, su filosofía, su visión de la vida y aunque fuera tan difícil de admitir: su corazón. Sí, su corazón. En cinco días apenas había vivido tantas cosas que sentía que podría escribir un libro, pero que aún así se convertían en fruslerías al compararse con la historia que les voy a contar,  que tiene que ver justamente con el corazón de Teo, con los afectos de un niñato de dieciséis.

Centro histórico de la Heroica. Esplendoroso día se prometía, pues no había una nube que rompiera el prolijo azul del cielo. Caminaban Julio, el Profe Juan Martín y Teo, alejándose del centro de convenciones. La noche anterior había tenido lugar tal tormenta que solo pudo dejar tan despejado cielo para ese día.
Enormes olas rompieron toda la noche, desatando estremecedores cimbronazos que hacían parecer que el cielo se rompía y que caían los gigantescos pedazos. Teo, desde la casa donde él los otros se estaban quedando, lo estuvo escuchando muy atento, impresionado, sin miedo solo porque nadie más lo tenía y confiaba en los juicios de quienes no eran tan desvividos como él. Ahora, bajo el cielo fulgurante y viendo el horizonte inalcanzable del Caribe, el catedrático y los dos estudiantes de pregrado cruzaban la avenida para pasear por la ciudad amurallada.

Teo se sentía completo y contento, aunque con ansiedad, por saber que el tiempo era imparable y que la experiencia tarde o temprano llegaría a su fin. Tal vez sea difícil de creer que alguien se amargue en medio de tanta belleza y aventura por la sola certeza de una venidera conclusión, pero así era él, irremediablemente profundo y sensible. Tanto, que le picaba más en la panza el tic tac del reloj que la misma pobreza en que había emprendido su viaje. Teo estaba allá gracias a su profesor que, como incentivo a su esfuerzo, movió sus influencias para que la universidad pagara su viaje al Congreso Latinoamericano de Química. Lo que respectaba a su capacidad económica, se podía describir así: Había conseguido el equivalente al 75% del valor del pasaje de ida y para el primer día ya lo había entregado casi todo, al haber puesto parte en la vaca que hicieron para pagar la casa donde se quedarían. Pero aún así, le daba más ansiedad el maldito reloj que su bolsillo. Con el profesor y con Julio se sentía como en familia y el valor de la experiencia le permitía aguantarse las vergüenzas. Teo no hubiera concebido cabida a más emociones, no obstante aquél crucero atracó…

Turistas: vestidos con pantalones cortos, casi todos de color blanco; con sombreros y otros atavíos que les protegieran del devorador sol. Venían algunas familias y muchas parejas. Gente que Teo no estaba acostumbrado a ver, sobre todo por haber nacido y vivido toda la vida en un recoveco de Los Andes que parecía haber sido asignado por Dios después de lanzar unos dados. Para Teo, los turistas tenían pieles rosadas, debiluchas, ojos claros, extremidades largas y cabellos de escaso color. Para él, es como si ellos fueran extraterrestres.
Y analizando uno por uno a los extranjeros, fue que Teo vio por primera vez a Luma. Julio vio la cara de Teo y no dudó en aclarar:
—Se acabaron de bajar de un crucero. Están buenas ¿si o no? Teo tenía los ojos puestos en una joven, re-joven. No tenía más de dieciséis, eso era seguro. Iba al lado de un hombre, presumiblemente su padre. La chica tenía un sombrero azul cuyas horadaciones le dibujaban una sombra cuadriculada en la cara, que le daba un toque artístico a su tez y la embellecía aún más. Estaba encantada tomando fotos, arreglándoselas para sostener la pesada cámara a una sola mano, porque la otra la tenía ocupada asegurándose el sombrero contra la cabeza. El viento, por no poder arrebatárselo, se desquitaba mandándole varios mechones de su pelo negro a su linda cara.
Teo tuvo esa sensación que tienen los niñitos inocentes al ver una criatura hermosa. Una reacción hormonal que busca un efecto de bienestar basado en la preservación de la especie. Teo se preguntaba cómo diablos la especie humana nunca superó ese mecanismo y al contrario, lo adoptó y elevó al nivel de un dios. Lo solían llamar “amor”.
Esa jovencita había encajado perfectamente en lo que sus instintos habían establecido como perfección, un objeto digno de adoración. Y no discutiría moral ni mucho menos biológicamente la calidad de dicha perfección, pues apenas era un hombre. La chica tenía una escasa camisetita esqueleto y una pantaloneta de gimnasio, ambas blancas. Los ojos de Teo no tenían el menor entrenamiento en apreciar un cuerpo tan exquisito, solo quizá en los medios, la T.V. sobre todo. Pero nada comparado con el impacto de tener a pocos metros de distancia, sin más aislante que el aire, lo que para él era una diosa real.
Ese cuerpo, aunque casi estático ante sus ojos, daba fe de tener destrezas envidiables. Era como ver un rifle de asalto nuevecito y cargado,  aún sin los vestigios de su uso en guerra, sobre su metal, sino que estaba puesto sobre una mesa. Podía imaginárselo ahí en frente haciendo ráfagas, fuego, ruido y humo… pero no. Solo estaba ahí, en la mesa. Teo podría apostar que esa chica practicaba algún deporte, pero no cualquier deporte, sino uno extremo o artes marciales. Su piel no ofrecía ningún indicio de trabajo, conservaba la tersura y blancura de un bebé.
Posiblemente un juicio parecido, e inconsciente eso sí, es el que hacían los ricos sobre alguien cuando detectaban la pobreza. Una vida dura en el tercer mundo se ve en la complexión, en las uñas, en la piel y en la esclerótica… como se vería Teo en una ciudad del primer mundo. En contraste, cualquiera que encontrara a esta niña en el centro de Bogotá, sabría de inmediato que se trataba de una una ‘extraterrestre’.

Ansiedad ¿quién dijo ansiedad? De verse Teo a sí mismo, de ver las ridiculeces que le pasaban por la mente, quién era en realidad y qué posibilidades tenía… varias decenas de miles de años de evolución que no sirvieron para un carajo. ¿Qué parte del cerebro le decía a alguien que le guste o no una chica o que se sintiera atraído? ¡De seguro era una parte muy imbécil del cerebro! Si fuéramos mas aptos para la vida como era en el mundo, las nuevas generaciones vendrían sin esas imbecilidades.
Por otra parte, era probable que la cultura ya hubiera arreglado en cierta medida ese vergonzoso defecto, por lo menos en alguna afortunada mayoría. Pero Teo vendría a ser parte de una minoría desfavorecida, un pobre remanente con una sensibilidad innecesaria y sobre todo, trágica.

Con el logro ya alcanzado de sacarse a la hermosa turista de la cabeza, después de varias horas, Teo tomó aire. Por lo pronto, la fugaz experiencia no había sido más que un quisquilloso episodiesito de ansiedad, una reminiscencia de la soledad en la que Teo había vivido casi toda su vida. Casi toda, mas no toda, ya que en Bogotá lo esperaba Carolina, su novia, a quien quería mucho. Llevaba con ella poco más de un año y le había servido para olvidar de a pocos la amargura del desamor y el rechazo. El impacto que le había producido la despampanante adolescente a Teo, probablemente no era más que un impulso vestigial de algo orgánico y ya desaparecido.

 

Capítulo  2  Justicia Poética

Camino al centro de convenciones, otra vez. Un pequeño grupo de neuronas trabajaban por su cuenta en armar una idea para Teo, pero el resto de ellas se resistía con facilidad. La idea era que, desde que había llegado a Cartagena, Teo se había fijado en varias turistas, ya fuere a causa de su llamativa voluptuosidad o, en el otro extremo, su belleza angelical.  A dichas mujeres, por azar, había vuelto a ver al día siguiente e incluso otra vez al siguiente. Muy seguramente porque casi nadie le pasaba desapercibido, por la falta de costumbre de ver gente de otras latitudes. Entonces ¿Por qué no habría de volver a ver también a la encantadora muchachita del crucero? Pero Teo, erguido, oculto tras su edad como bandera de madurez, hacía caso omiso de sí mismo. O eso intentaba.

El profesor se reunió con sus colegas y Julio y Teo se quedaron con los estudiantes. Desde la perspectiva de Julio, se habrían quedado con “los de su edad”, pero Teo,  no encajaba.
Era demasiado joven para estar con los profesores y demasiado viejo para estar con sus compañeros. Suspiró e hizo lo que había tenido que hacer por diez semestres: Hacer de tripas corazón, y mezclarse.
El pasatiempo favorito de los estudiantes mientras llegaba la hora de ingresar al centro de convenciones para asistir a las conferencias era tomarse fotos. Selfies iban y venían, también tradicionales fotos en grupo tomadas por un voluntario. Todos estaban tan felices y dichosos que a nadie parecía preocuparle que ese maravilloso momento terminara. De seguro habían ido antes a Cartagena y a lugares más lejanos y hermosos y de seguro volverían luego. Teo, en cambio, luchaba por permitirse disfrutarlo y en momentos se reprimía para disimular y mezclarse con lo que para los demás era solo un paseo más. Se esforzaba para gozarlo cuanto más pudiera, así que ahí estaba, arrimándose con apenas actuada confianza a los grupos para incluirse en las fotos. Unos le integraban con gran amabilidad, otros con no disimulado desdén. La mayor dificultad de Teo era encajar. En el fondo sabía que encajar era una necesidad creada, no natural, que estaba tan bien difundida que si no la asimilaba, fracasaría. Sabía que aparentar era una de las claves en la vida y que iba a tener que hacerlo por el resto de ella si aspiraba a tener una existencia que pudiera llamarse “normal”. Iba a tener que aparentar para tener vida social y para las entrevistas de trabajo. Y estaba seguro que, si no tuviera a Carolina, también iba a tener que aparentar para conquistar a otra chica.

Desde la perspectiva de Teo, las sonrisas de todos parecían tan legítimas… quizá lo eran. Todos eran tan sanguíneos, tan alegres y tan idóneos para el momento… si hasta tenían el rango de edad promedio para estar a punto de licenciarse. Esa situación, solo era una de mil en las que Teo había tenido que desenvolverse, sin cumplir nunca con el requisito de ‘encajar’.
Justo cuando Teo creyó que había logrado mezclarse, los demás estudiantes, liderados por los más eufóricos, llevaron la sesión de fotos a otro nivel. Empezaron a atraer con amabilidad y calidez a extraños, entre locales y turistas, para tomarse fotos con ellos. En pocos minutos la actividad se convirtió en una improvisada competencia, definitivamente divertida para ellos, que consistía en tomarse una aventurada foto con la turista que estuviera ‘más buena’. Los contendientes eran los frenéticos varones y las espectadoras, las burlonas chicas. Estaban pasándola de maravilla. Teo trató de aceptar que había llegado a su límite sin amargarse: ¿Cómo diablos iba a ponerse a eso? Ni en un millón de años. Solo le restaba esperar los escasos minutos que quedaban para que fuera absolutamente necesario entrar al edificio, quedándose ahí parado haciendo bien su papel de chico maduro, serio pero no amargado, pues se procuraba reírse del espectáculo que hacían los otros. Fácil, era cuestión de tiempo.
Pero el tiempo no colaboró, bastó un segundo para que apareciera Luma, justo como lo había presentido. O no justo, PEOR. La muchachita que para Teo era de hipnótica belleza, pasajera de un crucero, proveniente de otro mundo, reapareció justo en medio de los compañeros de Teo en pleno momento de su frenesí exhibicionista, en el clímax de su ritual de apareamiento. El inmaduro estudiante sintió unas garras clavándosele en el vientre.
Luma llevaba una pañoleta blanca en la cabeza y sobre ella sus gafas de sol. Llevaba puesto un top blanqui-azul con estampado de palmeras, shorts de jean y sandalias. Era del tipo de las que aparecían en E.S.P.N. en competencias de fitness, solo que con dos tercios de la edad. “Pero qué piernas y qué cola las de esta china” pensó Teo. Y los demás no solo pensaron, sino que actuaron. Los compañeros de Teo enloquecieron y se lanzaron todos sobre ella, deteniéndose solo ante la cara de impresión y amable asombro de Luma. Aún con un poco de gentileza, los futuros licenciados le hacían ademanes a Luma para invitarla a tomarse la foto. Solo era un montón de idiotas comportándose como tales. Luma empezó a hablar, negando con el índice. Obviamente estaba diciéndoles —en Francés—, que no entendía nada de lo que decían. Trataba de conservar la sonrisa y no parecer déspota. Las compañeras de Teo pasaron de risas compulsivas a instar a los imbéciles a que desistieran. La vergüenza que sintió Teo era la que los otros no poseían. En pocos segundos, sin necesidad de mediar palabras, varias fotos de Luma fueron tomadas por y con los compañeros de Teo. Poco a poco la fueron dejando en paz y asombrada por el asalto fotográfico, rápido y, abusivo pero gracioso.
Había llegado la hora y todos empezaron a desplazarse. Teo no quiso irse sin ver de cerca a su diosa. Se acercó con disimulo, sabiendo que verla por tercera vez ya sería mucho menos posible.
Los vivaces compañeros de Teo, en cuestión de segundos hacían toda una proeza digna de recordar pero que, no recordarían. Eran capaces de comprimir el tiempo con tal de vivir al máximo, haciendo lo más posible en muy pocos instantes. Teo hacía lo contrario: era capaz de dilatar el tiempo. En unos segundos de quietud podía apreciar y disfrutar lo que alguien convencional no podría ver en al vida entera. Se dispuso a contemplar a Luma. La primera vez, la había tenido a unos cuatro metros de distancia, ahora la tenía a uno. Ella había sacado un celular y estaba tomándose una selfie. Levantó ese brazo atlético para enfocarse y se retrató. Quería obtener su foto antes de que se le pasara el asombro por lo que había sucedido. Teo la observó centímetro a centímetro. Parecía estar hecha de un material más caro que aquél con el que estaban hechos los mortales. La sensación era esa misma que tenía cuando era un mocosito de cinco años y veía los juguetes de sus compañeros de salón. Tal parecía que en el mundo había cosas mucho mejores, pero que, simplemente; Teo no tenía acceso a ellas. Cosas relucientes, sofisticadas, bonitas, pero que solo cabían en sus sueños. Cuando Teo estaba por ser promovido a los treintas, experimentó lo mismo, pero no con cosas, sino con una persona: con Luma. Esa muchacha pudo desde el primer contacto visual, hacer sentir a Teo como un niño enamorado.
Luma sonreía para sí misma en su auto-retrato. Su sonrisa era enorme, parecía partirle la cara. Los pómulos se le hinchaban saludablemente con la sonrisa.

—¡Teo, muévalo que nos coge el tarde! —gritó Julio.
Había pasado un segundo, uno y medio, máximo. Teo había contemplado a Luma mientras se hacía su selfie, nada más. Se dio la vuelta, se dispuso a entrar al congreso y olvidarlo todo.
Pero…
—Hey! Are you member of the Congress? What do we have to do to get in? Just to take a look!
El padre de Luma había llegado y se había dirigido a Teo.
—Dad,  I’ve just spoke English and French and they don’t understand  —agregó Luma.
Teo, por primera vez en mucho tiempo, quizá toda su vida, actuó sin pensarlo y con espontaneidad total:
—Actually, I’m just attending to, but my teacher maybe can make you get in. Come with me, please! —respondió él.
Teo estaba muy emocionado. El infantil concepto de justicia que las películas le habían impreso en la mente desde niño, acababa de parecer tener una manifestación en la vida real: que los otros eran unos escandalosos e inmaduros niñitos y después que terminaron de jugar, entraron los adultos. Fue lo que sintió Teo, cuando conducía a Luma y a su padre hacia el interior del centro de convenciones.

Varios de los desparpajados compañeros de Teo que todavía estaban en la antesala del edificio, se quedaron boquiabiertos al verlo entrar acompañado de la joven que hacía uno o dos minutos ellos habían acosado. Teo lo advirtió y tuvo un mal presentimiento. Creyó predecir el fastidioso comportamiento de varios de sus imberbes colegas, cuales alces que traban las astas. Ya le había pasado decenas de veces, hasta el punto de tener la suficiente experiencia para predecir con cien por ciento de atino, los comportamientos de los machos cabríos humanos. Pero, había una variable que Teo nunca había tenido en cuenta y que necesitaba incluir en su ecuación.
¿Por qué diablos ninguno de ellos se lanzaba sobre Luma para arrebatársela de algún modo salvaje? Predeciblemente haciendo algún chiste en contra de Teo, en un intento de destruir su confianza; ofreciéndole a ella conocer la ciudad o a alguien influyente… pero nada de eso sucedió. Nadie se acercó. Los líderes de manada seguían viendo a Teo, a Luma y su padre mientras cruzaban la brillante antesala rumbo a los puestos de información. Solo veían, abriendo los ojos y un poco más la boca. Teo lo advirtió todo súbitamente. La razón llegó a su cabeza como si las nubes se hubieran despejado de golpe y se sintió como un tonto, tan merecedor al premio a la idiotez como cualquiera de aquellos a quienes tanto criticaba en silencio. Lógico: ¡Para ellos era normal cortejar, pero Teo era casi un señor!
Ese pensamiento puso a Teo en su sitio. Le provocó un tremendo malestar que apenas pudo disimular mientras le presentaba al profe Juan Martín a Luma y a su padre. ¿Por qué diablos se le olvidaba que tenía veintiocho años? A los otros no se les había olvidado que tenían casi todos veintiuno,  máximo, y un par de casos, solamente, veintitrés. Pero, de manera absruda, quien primero se estaba imaginando un cortejo era justamente: Teo.
Pero la vida es cruel y absurda, con poco decir. Habérsele acercado a Luma para contemplarla y haber estado ahí justo cuando su animado padre llegó, haber sido él quién los llevó con el profe Juan Martín, que era el indicado para ofrecerles ayuda y hacerlos entrar al celebrado congreso, justo él, en el momento y el lugar marcados… llevaría los acontecimientos a un nivel nefasto de ironía. Si Teo hubiera pensado como hombre de veintiocho años, habría razonado y actuado diferente. Pero la edad de su corazón era muy corta. Se había congelado a los dieciséis, a la espera de cosas que nunca llegaron.

 

Capítulo  3  Todo lo del pobre es robado

La mañana tropical llegó, y Teo despertó, prácticamente tirándose de la cama. En su país había un dicho: “Todo lo del pobre es robado”, justamente las palabras sobre las que pensó toda la noche, cada vez que lo picaba un mosquito. La deplorable falta de experiencia en la vida, propiciada específicamente por su origen humilde, le estaba haciendo pasar malos ratos hasta cuando dormía. No tuvo atuendo adecuado para su visita a un lugar tan caliente, no tuvo dinero, no preparó bloqueador solar ni repelente. Se sentía tan fuera de lugar como una palmera en el ártico. Si, hasta la presión atmosférica lo estaba asfixiando, pues sus pulmones estaban acostumbrados de toda una vida y con exclusividad, a lidiar con el poco peso del aire en las cumbres andinas.
Todos sus conocidos de la universidad se habían quedado en hoteles, en pisos altos desde los que tenían vista al mar y a donde no subían los mosquitos. Pero Teo, y su rebelde grupo de acompañantes, estaban alojados en una casa particular que olía a perro.  Se asomó por el balcón hacia la calle, a ver si tenía la fortuna de ver otra de esas espectaculares mujeres a medio vestir, que vehículos lujosos estuvieron recogiendo durante toda la noche. “Todo lo del pobre es robado” se repetía Teo mientras se rascaba los piquetes.

No obstante, Teo tenía una inusitada inyección de actitud. Los piquetes, la pobreza ni el olor a perro estaban siendo suficientes para desanimarlo. Es más, por saber qué le esperaba en la tarde, estaba deseando saltar al futuro. Si tuviera la capacidad de agarrar la tira del tiempo y halarla para que pasara más a prisa, lo habría hecho con un el Winche de un Jeep. ¡Pobre! La actitud correcta habría sido no esperar nada, pero los acontecimientos de la tarde anterior se transportaban a su cerebro a través de la vena de la sensibilidad y llegaban contaminados de ilusión. Teo seguía estúpidamente viviendo en una película barata en la que se hacía justicia poética y se cumplían los sueños. No obstante, no toda la culpa era suya, pues él no había decidido nada de lo que le había sucedido el día anterior y que lo sumía en tan peligroso romanticismo. Era el destino quien movía los hilos, lleno de malicia.
Lo que sucedió la tarde anterior, fue que el profe Juan Martín, emocionado por la inusitada actuación de Teo como relacionista público, oprimió los botones necesarios para conseguirles entradas a Luma y a su padre a varias de las conferencias del día en el Congreso Latinoamericano de Química. Luma resultó ser hija de un farmacéutico Francés que se topó en pleno viaje de placer con un congreso internacional de química. Su interés no era propiamente la ciencia sino el networking para la compañía que recién había fundado. Al profe Juan Martín le pareció a su vez un contacto interesante y por eso cooperó con tanto entusiasmo.

—Que… va a a ver si la mamá está igual de buena para hacerle ¿o qué? —le preguntó Julio a Teo, picándolo con el codo.
No podía creer la suerte que tenía Teo, aunque alguien tan recorrido como Julio no podría sentir envidia, solo incredulidad. El padre de Luma había decidido permanecer en Cartagena un poco más de tiempo, debido al congreso y su primer conexión social fue el profe Juan Martín y desde luego, Teo. A él, se le estaba olvidando que apenas quedaban dos días de viaje y que sus condiciones no eran tanto como de universitario en viaje académico, sino más bien las de un hambriento polizón de la era victoriana. La imagen engañosa de que las cosas que anhelaba, estaban ahí a su alcance, le hacía nublar la mente:
Durante las conferencias del día anterior, todo había sido un sueño para Teo. Le parecía que estaba viviendo una colorida comiquita pintada por apasionados artistas japoneses, encantados de relatar historias rebosantes de las maravillas de la juventud y el romance y sensualidad adolescente. Teo no había asistido a las conferencias, sino que se había “sacrificado” para acompañar a Luma. La chica no estaba ni de lejos interesada en los novedosos análisis que se podían hacer a pacientes a partir de la composición química de los gases que expulsaban, igual que se hacía ya con los automotores, ni en la proteína verde fluorescente que se usaba como un bio-trazador alternativo. Naa… ella estaba de viaje por placer, en una de las ciudades más visitadas de Suramérica. Y, las manos del destino embriagado en crueldad hicieron el resto: Al padre de Luma le pareció perfecta la recomendación del profe Juan Martín, que fuera Teo quien la acompañara. Era el más confiable por amplio margen, ya que era el más maduro y tranquilo entre su rebaño de estudiantes.
Teo había pasado el día anterior con una sonrisa tan amplia, que a la mañana siguiente sintió los pómulos machucados, como cuando se va al gimnasio, sin creer que levantar pesas por primera vez,  pueda dejar una cuota de intenso dolor. Luma y su imprevisto guía turístico anduvieron por todo el distrito como si se conocieran de mucho antes. La labor de Teo como anfitrión fue magnífica, pues aunque admitía para sus adentros su interés romántico en la muchacha, no sabía cómo actuar al respecto y su compañía se limitó a una entretenida y sustanciosa entrevista, que bien hubiera merecido ser radiodifundida. Teo era un soberbio comunicador, pero se había metido a estudiar Licenciatura en Química porque fue lo único que pudo estudiar en una universidad pública, pues las carreras que a él le apasionaban, solo estaban al alcance de los ricos.

Mientras andaban y hablaban, Teo disfrutaba casi inconscientemente de una sensación que apenas estaba conociendo. Simplemente, al lado de ella no se sentía fuera de lugar, ya no tenía la necesidad de encajar o bien, creía ¡al fin había encajado! Paseaba por Cartagena de Indias como si la conociera o  no le importaba no conocerla tan bien. Cosas que se compensan con ‘personalidad’. Parecía que sus viejos miedos se hubieran esfumado y que la vida finalmente le estaba sonriendo, dándole una oportunidad de sentirse alguien. Teo y Luma, una pareja más que paseaba por la bella ciudad amurallada. Por primera vez podía pasar desapercibido de sí mismo.

Luma Jacotey era la hija menor de un empresario Francés, Lilian Jacotey, y de una empresaria Brasilera. La hija mayor estaba administrando una aerolínea en Francia. Ella y su padre estaban de crucero como modesto regalo de cumpleaños. La chica cumplía 16, tal y como Teo lo sospechó en el momento que la vio por primera vez. Y de igual modo, acertando Teo en sus sospechas, la chica practicaba Full Contact. Por eso era la sensación de potencia, como un rifle en una mesa. Estaría inscrita en campeonatos reconocidos de su país. Además, asistía a una escuela de actuación, planeando algún día explotar su talento en el cine. Le mostró a Teo un sinfín de fotografías y varios videos de su rutina. No había qué agregar. El corazón de Teo estaba hecho miel y él se resistía a abrazarla y consentirla.
Estaba junto a una chica que venía de un país desarrollado, practicaba artes marciales, conocía varios países, hablaba tres idiomas —el tercero era portugués— y quería ser estrella de cine.
“Hay gente que si vive en este mundo” pensó Teo. Sobre todo porque, Luma no estudiaba bachillerato, sino que desde muy niña fue apoyada para hacer lo que le gustara. Los estudios regulares en países pobres, creía Teo, constituían una esperanza para dejar de ser pobre. Pero apenas una esperanza, no una garantía, ni siquiera una posibilidad real, sino escurridiza. Pero, si no se nace pobre ¿para qué hacer estudios regulares? Teo se preguntó si esa era la definición más simple posible de “desarrollo”. Existir con todo lo que se puede ofrecer para ser feliz, en vez de existir con puras esperanzas. La entrevista había terminado.

Luma y Teo estaban sentados en lo alto de una muralla, a la sombra de una garita. Llevaban un rato sentados viendo el inmenso mar gris-azul. Había horizonte marítimo a más de 180 grados de paneo. En la lejanía se veían las minúsculas sombritas de imponentes barcos de carga y un poco más cerca, veleros y pequeñas embarcaciones privadas con una frondosa estela de espuma tras ellas. La lentitud era casi onírica: habría que quedarse atento varios, pero varios segundos para percibir el movimiento.
Todo lo que hablaron Luma y Teo, siempre fue en inglés. Un delicioso inglés afrancesado de ella, que tenía a Teo suspirando y el inglés con acento latino de Teo que, aunque a él le avergonzaba no sonar mejor, ella decía que le encantaba.

—Oye, hemos hablado demasiado de mí, cuéntame de tí —pidió ella—. Ya sé que estudias química y que por eso ustedes le cayeron bien a mi papá y que pueden sentarse horas y horas a hablar de cosas aburridas —rió—. ¡Mentiras! mi papá es muy inteligente y yo lo admiro mucho. Vamos, cuéntame, dónde vives, qué planes tienes, ¡Qué te gusta más hacer… !
 Teo exhaló cansado. No sabía qué tanto podía decirle. Pasaron dos o tres segundos de silencio. Luma se acomodó de frente a él, puso los pies debajo de los muslos y descansó el mentón sobre un puño para mirar fijamente a Teo. Luego levantó las cejas agregó:
—Escucho.
Pero su celular sonó. Teo se sintió literalmente salvado por la campana. “Ya completó las trescientas” dijo ella antes de contestar:
—¡Hola papá!…. sí. Aquí en… —hizo gestos interrogatorios a Teo— …frente al Claustro de la Merced, estamos en una muralla… claro… no, “cool”…” sonrió ampliamente “Ok… 0k ya te lo paso —le alcanzó el teléfono a Teo.
—Aló… sí señor… uhy, ¡claro que sí!.… 0K, muchas gracias, allí estaremos… ya vamos para allá.
Teo terminó la llamada y le informó a Luma:
—¡Tu papá quiere ir a la Noche Blanca con el profe y conmigo!
—Cada vez le caes mejor a mi papá —celebró ella—. Dios mío ¡cosa de químicos…! Oye, gracias. Hoy ha sido el mejor día de este paseo, hasta ahora… eres un gran conversador ¿Te lo han dicho? —hizo una mueca— Demasiado bueno para ser un químico, de hecho…

Por eso, Teo vivía un peligroso sueño. Ella le hacía olvidar que todo lo del pobre era robado y aparte, y más grave, le hacía sentir que no tenía necesidad de aparentar ni encajar. El viaje terminaba a pasos cada vez más largos, y extrañamente él había dejado de considerarlo. Parecía que un extraño virus le hubiera afectado el razonamiento.

 

Capítulo  4  Vivir sin expectativas

Así que, nada de mala onda, ni baja vibra, ni mal aliento mental, ni nada de eso que los babosos gurús del entusiasmo establecían como pecados en la religión de la actitud positiva.  Ese nuevo día tendría su tarde y su noche, pero no una noche cualquiera, sino la “Noche Blanca”, una celebración icónica de la heroica.
Ducha rápida, aunque al ponerse la camiseta ya se está sudando otra vez y esta se pega al cuerpo. El cuerpo de un chico andino, con reservas normales de grasa y que se hincha al pasar los 35 grados centígrados. Teo luchaba contra su propio ego al verse al espejo, con su ya deshecho corte militar, convertido en una imitación permanente de un erizo. También, el calor obraba en su volumen, haciéndolo ver desproporcionadamente cachetón y como si fuera poco, rojo como tomate. Si estuviera en su helada tierra, podría lucir un grueso gorro de lana con orejeras y borlas, enmarcando una varonil y afilada cara. Pero el calor y la falta de costumbre al trópico, lo tenían deformado.  
Desayuno costeño y ¡a la playa! Para variar tanta conferencia y desahogar tanta ciencia, un chapuzón en el mar Caribe. Como en las demás cosas, Teo disfrutaba desde la calma quietud, a diferencia de los demás que, parecían necesitar conducir a través de sí varios tera-vatios de electricidad para siquiera sentir algo. Mientras el profe Juan Martín, Julio y otros estudiantes que habían decidido ese día acompañarles; hacían competencias de natación, mucho bullicio y cada uno quería ser el alma de la fiesta, Teo permanecía panza arriba flotando. Le encantaba sentir el ir y venir de las olas debajo suyo y no ver el agua, sino el cielo, infinito. Era una forma sensacional de sentirse parte del universo, el estado menos aislado de la existencia en que había estado Teo alguna vez, pues ese agua no estaba estanca ni separada, sino que pertenecía a un cuerpo que tocaba costas en todo el mundo, contenía una infinita cantidad de vida y sobre todo, llevaba ahí yendo y viniendo desde que empezó el tiempo. Además, estaba pensando en Luma. Y estaba tan enamorado sin admitirlo aún, que seguía sin acordarse que tenía veintiocho años y ella dieciséis.
¡Qué tarde maravillosa había sido la anterior! Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien le había dicho que la pasaba bien con él. Tanto que no parecía haber sido a él mismo sino a quien sea que haya sido en una vida pasada. Parecía tan irreal… ¡y parecía tan irreal también todo lo que le estaba sucediendo! ¿Habría cabida a la duda? ¿Sería cierta tanta dicha? Por otra parte ¿Cuán miserable tenía que ser la vida de alguien para que, al sentir dicha, dudara de ella?
Tuvo un nostálgico recuerdo de Carolina y sintió la necesidad de llamarla, pero no quería perder esa conexión que tenía con ‘el todo’, ahí flotando panza arriba.  Ya luego se acordaría de llamarla. El tiempo habría de pasar y hasta la noche volvería a ver a Luma. Teo ya estaba prendado, perdido, como le pasaba a los seis años cuando llegaba una niña nueva a segundo de primaria y era rubia como el sol.

Todavía tenía algunos minutos en su teléfono, así que después de llamar a su madre, Teo llamó a Carolina. Jamás se le había hecho tan extraño hablar con ella. No dudaba que ella lo amaba y por simple inspección de su historia reciente, sabía que él también la amaba. Fue tan cortés y amoroso como siempre y luego se despidió. Se sintió raro, porque acababa de hablar con lo más cercano a un alter-ego que había tenido y no sintió necesario ni prudente contarle de lo maravilloso que estaba pasándola, estrictamente por haber conocido a Luma.

Empero, Teo ya no tenía un centavo y quedaba un día y medio de viaje. ¿Qué diablos esperaba que sucediera? La ansiedad parecía querer asomarse y volver a tener el timón del temperamento de Teo. Pero no podía hacer nada en contra del Teo mejorado que había surgido. Contra todo pronóstico, estaba pensando “positivo”, estaba dispuesto a disfrutar el presente sin arruinarlo pensando en el futuro. Se suponía que así se vencía la ansiedad, pero hacerlo no era tan fácil como decirlo: Teo necesitó lo que consideró una diosa encarnada que le diera la mano. Pero, habría qué preguntarle a la vida, qué lógica tuvo para orientar esa campaña de ayuda y motivación a un desesperado. ¡Quizá disfrutaba practicando tortura por deporte!

Paseo por la heroica. Programa: visitar cuantos monumentos se pudiera, a pie y por fuera, la versión de turismo digna de estudiantes de universidad pública. El teatro Heredia, la India Catalina, El castillo de San Felipe, los zapatos viejos… Recorrer a pie la ciudad incluyendo los barrios no turísticos, por curiosidad intelectual. Sudar como perro. Quemar las calorías que en Bogotá durarían una semana, y recuperarlas luego con un almuerzo con mazorquita chiquita y butifarra, y claro, cerveza en cantidades dignas de un estudiante de La Macarena.
—El tipo es farmacéutico, pero está empezando una empresa de alimentos, condimentos precisamente y como con las drogas le ha ido bien, me refiero a medicamentos —Teo y Julio rieron— pues quiere que con los condimentos sea igual. Quiere exportar —dijo el profesor.
Como siempre, hablaba cuidando muy bien su modulación y la claridad del mensaje. Parecía acomodar las palabras en el aire con las manos mientras hablaba y mientras se le enfriaba la sopa.
—y es que ¿quiere encontrar expertos en condimentos aquí en Cartagena? —preguntó Julio, convencido de haber hecho una pregunta interesante. Pero el profe la destruyó con una respuesta muy simple:
—No. Busca químicos que hablen varios idiomas, para certificar la traducción de las recetas de los condimentos que él produzca y poderlos exportar. Eso le saldría más barato que exportar sin la receta traducida. Normatividad de allá.
El profesor siempre hablaba haciendo énfasis en las palabras más perentorias. Julio se retorció en el asiento, haciéndole un montón de fuerza al posa-brazos. Al tiempo de rugir un bostezo, agregó:
—Aquí el único que habla otro idioma es aquí el caballero —señaló a Teo.
—Yo solo hablo inglés.
—Inglés y Español —corrigió Juan Martín.
—Pero no Francés —apuntó Teo.
—¡A aprender, ya! —Julio golpeó la mesa. Los tres rieron.
La ropa de los tres estaba hacía horas mojada en sudor y pegada al cuerpo. Estaban en un restaurante de barrio, lo cual solo era otra característica de su viaje de bajo presupuesto. El lugar no tenía aire acondicionado y yacía bajo teja de zinc. A veces Teo volteaba inconscientemente buscando donde estaba ardiendo la fogata. Los negros de la mesa de al lado los miraban con disimulo, para burlarse de lo blanditos que eran los cachacos.

—Bueno pues —habló Juan Martín— yo voy a dormir un rato porque la noche está imperdible. ¿Ustedes también, o se van a levantar viejas?
—Yo me voy a levantar viejas, este se va levantar sardinitas, ojalá extranjeras —se burló Julio.
Todos rieron nuevamente. Teo nunca se hubiera tomado la broma tan relajado, pues se había acostumbrado de toda la vida, a que cualquier comentario acerca de su vida sentimental, fuera siempre una cruel burla. Para él, lo más cercano a un amigo que le conociera bien, era aquél que supiera que parte intrínseca de su vida había sido la soledad y que aquello merecía respeto. Pero Teo estaba, durante ese viaje, olfateando las migajas y gateando tontamente hacia la fosa con estacas.
En el siguiente instante empezaron a desenrollar billetes. Teo sintió una aguja entrándole por el vientre y ascendiendo por el pecho, pues, como todo en su experiencia de viajero, pagar por su comida era algo fuera de su alcance. Al verle la cara, Juan Martín le preguntó:
—¿Tiene plata, Teo? Si no tiene, fresco —había hecho énfasis en “Fresco”.
—No señor —contestó Teo, con la voz que le quedaba después de tener esa larga aguja atravesándole el Tórax.
—Julio, hagamos vaca —ordenó Juan Martín.
Mientras sacaban más billetes y los desenrollaban, Teo se abstrajo. Lo último que notó fue que lo que habían reunido de su dinero suelto no alcanzaba y seguían sacando chichiguas de sus bolsillos para completar. Sintió como si le estuvieran dando caridad. “…este se va levantar sardinitas…” le hizo eco a Teo en la cabeza. “…sardinitas, ojalá extranjeras” otra vez. Y si las palabras originales no hicieron ningún daño, pues este eco maldito si se metió como una sierra eléctrica en el alma de Teo. ¿Quién diablos creía que era, sintiéndose animado con una extraterrestre como Luma? ¿Qué no veía su propia realidad, su origen, su situación, su EDAD? ¿No había pasado toda la tarde anterior con ella sin invitarla si quiera a un helado? Lo que habían comido lo había comprado ella. Y ahí estaban el profesor y su compañero de carrera pagándole el almuerzo también. Una partecita optimista dentro de Teo le recordó que ella había dicho que ese había sido el mejor día de su viaje hasta entonces. Pero el resto de él gritó ¡“mentira”! Lo que había empezado como una aguja, se ensanchó y convirtió en una espada y empezó a girar. El dolor era necesario para volver a la realidad. Mientras más se pospusiera el dolor, más intenso llegaría a ser.
Por eso Teo creía que era mejor vivir sin expectativas, ni ilusiones. La misma Carolina se lo decía a veces: “Vivamos el presente, no sabemos si mañana estemos juntos”. Pero Teo era todavía muy niño para entenderlo y siempre se enfurecía. Sintió ganas de llorar. No debió reprimir esas ganas. Hacerse el fuerte solo era indicio de terquedad. Camino a la casa de prepagos y con olor a perro donde se estaban quedando, Juan Martín y Julio hablaron muy sobriamente, por respeto a Teo, pues sospechaban cómo se sentía.

 

Capítulo  5  La noche blanca

El mar se veía hermoso a la hora en que el sol estaba a a una hora de camino para tocar el horizonte. Se veía oscuro desde temprano pero el cielo todavía podía verse. La perspectiva contraria debía ser de una hermosura enloquecedora, si el observador se ubicare dándole la espalda al sol y viendo desde algún punto del océano.
La luz todavía se reflejaría en las olas y se vería el mar iluminado hasta el horizonte bajo un cielo que se enfriaba lentamente. Teo enfocó los ojos para ver si había algún buque en el horizonte y tuvo suerte. Allí se veía uno, chiquitito. Cuánta inmensidad y ¿qué significa una persona sola? ¿qué significaba Teo? En la mañana moría de ganas por que llegara la noche y volver a ver a Luma. Ahora no quería que el tiempo siguiera avanzando.
Pero el tiempo siempre parecía hacer lo contrario de lo que la gente quería y la hora había llegado: Plaza de la Torre del reloj. Última noche en Cartagena de Indias. Se celebraría la tan mentada noche blanca.  El cielo terminaba de apagarse y empezaba a encenderse la ciudad. Al suroeste, se veía de lado el centro de convenciones y Teo lo empezaba a verlo con Nostalgia. Gracias a Luma, se había olvidado de la preocupación al menos por dos días. Pero Teo ya había vuelto a aterrizar y ahí estaba, tan parco como siempre. La versión humana del gato Grumpy.  Las capas de color que la fantasía le colocó a lo largo de dos jornadas, las acababa de quitar su uso de razón, como usando despiadadamente una espátula.
Poco más allá del centro de convenciones, se veían algunos buques anclados. Al otro lado de la bahía, se veían unas lucecitas, el camino a Getsemaní. Y mas allá, negritud total, la línea divisoria entre el cielo y el mar solo podía imaginarse. Teo estaba despidiéndose en silencio, tratando de respirar ese aire y disfrutarlo mientras pudiera.

Había mucha gente yendo y viniendo, todos vestidos de blanco. Todas la mujeres que veía, como había pasado durante todo el viaje, eran hermosas. Se sentía como dentro de una película. Lo que podía escucharse era a alguien que hacía pruebas de sonido con un sistema que amplificaría como para un concierto. Músicos sacaban notas solitarias de sus instrumentos para probar los micrófonos. La magia estaba apenas destilándose. Teo trataba de no perder la razón. Estaba buscando a quién armarle conversación, lo que era toda una proeza para él. Eso le permitiría mantener el polo a tierra y no elevarse estúpidamente para creer eventualmente, otra vez, en la justicia poética de las películas o en el colorido romanticismo de las comiquitas japonesas. Buscaba entre la gente a quién decirle cualquier cosa. Solo veía gente vestida de blanco mezclándose como en una licuadora hipnótica. Ya había divisado a varios conocidos, pero la mayoría le caían mal y aquellos que no, Teo estaba seguro de caerles mal a ellos. Las notas solitarias de los músicos empezaban a unirse y los instrumentos a sonar juntos. El sonido estaba casi listo y en cualquier momento empezarían a tocar. ¡Lotería! Había aparecido el profesor y le ahorró todo esfuerzo, pues fue el quien solicitó la presencia de Teo:
—Teo, lo relaciono: Mr. Chalfie, Teo, Teo, Mr. Chalfie.
Un premio Nobel de Química. Mr. Chalfie, había aislado proteína verde fluorescente de los tejidos de la Aqueorea Victoria, una especie de medusa. La sustancia era fluorescente bajo la luz ultravioleta y podía ponerse como excipiente en medicamentos que, al ser suministrados a organismos vivos, permitía obtener a los investigadores un mapa de a qué partes del cuerpo llegaba dicho medicamento al metabolizarse. Teo estrechó su mano y le mencionó que su trabajo era impresionante. El señor agradeció el comentario y añadió que esperaba ver pronto trabajos en su país que pudiera aplaudir y que estaba seguro que así sería. Sin darse cuenta, Teo estaba sonriendo de oreja a oreja y estrechando efusivamente la mano del Nobel, despidiéndose. La corta y rara experiencia se debía al encomiable esfuerzo del profesor Juan Martín. De sus mayores propósitos era que sus estudiantes tuvieran una experiencia universitaria digna y no de segunda. Por la misma razón había movido sus influencias para que la universidad pagara al menos el tiquete de Teo, de quien sabía, nunca había volado ni conocía el mar.
 
Una reconocida presentadora de Farándula le habló a la multitud, rompiendo lo que hasta entonces fue un relativo silencio. Pero la sorpresiva aparición de esa dulce y sonriente voz en la atmósfera no resultó invasiva, sino que transmitió alegría. Los asuntos del espectáculo y el entretenimiento, siempre le parecieron a Teo una fruslería. ¿Cómo, entonces, sonreía sinceramente tras la alocución de una vedette, dejándose contagiar de efusividad?
El evento estaba por empezar. Pero, ¿Qué clase de lugar era ese? Era como una fantasía hecha realidad, pero realidad pura, realidad “real”, que entraba por los cinco sentidos. El anacrónico universitario pensaba que de verdad parecía imposible sentirse siquiera un poquitico mal. La gente aplaudió a la anfitriona, la música empezó y luces de colores pastel se encendieron. Y ahora el colmo:
—Hey you ¡Teo! I hope you’ve not forgotten me —le sorprendió Luma.
Teo volteó. Creyó que sin darse cuenta se había muerto en algún momento y estaba en el paraíso.
—¡Luma! —la abrazó y ella correspondió con calidez.
Un momento, paren todo… ¿La había abrazado? Y ella ¿no lo apartó, ni se asustó, ni lo miró como a un atrevido iluso? Pues no. Había sido real. Teo y Luma ya eran amigos. Otra vez había actuado esa misteriosa magia que le permitía no tener necesidad de “encajar” y su uso de razón se había ido por el caño junto con otros desperdicios.
Una mano se puso sobre su hombro y Teo volteó.
—¡Monsieur Jacotey! —Saludó Teo.
El señor Lilian respondió algo en Francés, pero Luma lo interrumpió en su idioma nativo:
—En inglés, papá, lo único que él sabe en Francés es Monsieur Jacotey.
El Señor Lilian retomó en inglés:
—Teo, qué gusto verte de nuevo. Voy a estar con tu profesor, tú ¿puedes encargarte de mi hija? Cuídala tan bien como la última vez, lo hiciste muy bien.
—Será un placer —repuso Teo, mordiéndose las orejas con su propia sonrisa. Esa misma sonrisa que tan pocas veces había salido al mundo exterior.
La música estaba subiendo de volumen. La fiesta estaba prendiéndose. En la Tarima, bailarinas colombianas, espectaculares y desbordadas de energía, estaban haciendo una colorida y sensual presentación, bailaban salsa hasta parecer romperse. Llevaban escotados trajes rojos con lentejuelas y cola que volaba con las vueltas.
—Hermosas las mujeres de Colombia, Teo —le dijo el Señor Lilian.
Luego apretó con la mano el hombro de Teo. Le dijo algo a su hija en Francés y se metió en la multitud de gente que bailaba.
—¡Bailemos! —le sorprendió Luma.
Teo no titubeó, aunque no sabía bailar bien. El valor de esa experiencia no tenía comparación. Si Teo se movía mal, siempre podía salvar la situación con gracia. Un momento ¿otra vez? ¡por favor! Ese no era Teo… Por Dios ¿de qué eran capaces Cartagena de Indias y Luma? En verdad actuaban como  repelentes para la parquedad de espíritu.
Al principio del baile, Teo tuvo la ingenua idea de tener la ventaja, por ser latino. Pero cuando ella empezó a bailar, él recordó de golpe que su madre era Brasilera. ¡…Ups! “Espera, espera” Luma lo tomó por los brazos para detenerlo.
—Yo bailé salsa en Brasil con instructores de Puerto Rico. Pero aquí bailan la salsa un poco diferente. Voy a seguirte el paso… —dijo ella con paciencia.
Teo exhaló e hizo de tripas corazón. Empezó a bailar: izquierda al lado, derecha atrás, devuelve izquierda, devuelve derecha… ¿Se estaría viendo ridículo? Mientras más lo disfrutaba, menos sentido tenía esa pregunta. Luma empezó a imitarlo y Teo sintió al verla, como si las maripositas en el estómago lograran escapar. Esa sensación no era del todo extraordinaria, lo era más bien el tenerla sin sentir también miedo. Ahí estaba, Luma Jacotey, frente a él, mirándole los pies, moviéndose cada vez más rápido, sujetándose el cabello con una mano y a él con la otra. Teo se dejó llevar y le tomó de la mano para darle vueltas. En medio de los giros, sentía el perfume de Luma y el aroma que le lanzaba su cabello. Teo ya no podía negarlo. Se sentía feliz… ¡FELIZ!
De la nada, apareció un par de jóvenes gringos. La invitaron, según ellos, enseñarle a “bailar de verdad”. Luma y Teo se detuvieron impertérritos. Teo pensó “eso sí es inglés nativo”. Uno de los chicos escoltaba al otro, quien groseramente le hablaba a Luma, metiendo el hombro a tal grado que le daba la espalda a Teo. Pero él no tuvo tiempo de sentir nada.
Luma respondió:
—¿Mejor que él? —señaló a Teo— lo dudo, él es colombiano.
Luma le devolvió la mirada y con un tierno ademán le exigió retomar los pasos. Teo no supo ni siquiera qué pasó con los chicos americanos. Siguieron girando y solo estaban ellos dos, solos, en medio de la multitud de visitantes vestidos de blanco y reflejando majestuosamente las luces coloridas en sus vestimentas.

Varios minutos después, la pista terminó y la bella anfitriona volvió a aparecer. Saludó a mucha gente por sus nombres, nombres largos y empalagosos. Luego anunció un desfile de moda de un festival nacional y, mientras hablaba, Teo no quitaba la mirada de Luma. Su estado de enamoramiento acababa de cruzar fronteras y abarcado terrenos que él mismo no conocía.
Estaban aún tomados de la mano. Como solía hacer, dilató el tiempo y usó cada célula de sí para sentir la mano de Luma en la suya, su calor y su electricidad, y para grabar en su mente la imagen de Luma girando el cuello para ver hacia la tarima, con su blanca piel ligeramente enrojecida tanto por el calor del ambiente como de su propio baile. La maestra de ceremonias dijo entonces, tras aumentar el grado de amor en sus palabras, algo alusivo a la ciudad amurallada. Todos respondieron con una enérgica y contagiosa algarabía. Sin haber entendido, Luma volvió su mirada a Teo, llena de una emoción que le acababa de transmitir la algarabía del resto de la gente.
—¿Qué dijo? ¡dime!
Al abanico de colores girando en la ropa blanca de todo mundo se sumó una ola de fuegos artificiales que los encargados lanzaron desde atrás de la torre del reloj. Luma seguía saltando y sonriendo preguntándole qué había dicho la presentadora. El respondió:
—Preguntó quiénes aman a Cartagena.
Luma subió la mano de Teo como lo hace un réferi de boxeo a un pújil que haya ganado una contienda.
—Tú la amas ¿cierto. .. CIERTO?
En el siguiente instante estaban saltando y en el siguiente a ese, abrazados. Teo se imaginó muriendo al día siguiente y lo comparó con, si muriera en 50 años. Como no sabía qué iba a suceder, tomó una decisión que le permitiera estar tranquilo en cualquiera de los dos casos: besó a Luma. Fue un beso efímero pero eterno o eterno pero efímero ¿Quién sabe? Luego tuvo lugar la chispa final de la magia: Cuando abrió los ojos, encontró a Luma sonriendo. “Así que esto es una noche blanca…” afirmó en la privacidad de sus adentros.
La celebración de la noche blanca continuó por horas y horas. Pasó el anunciado desfile de modas, se presentaron grupos y cantantes famosos. Luma y Teo estaban sentados a una mesa tomando un descanso. Ella se reportaba con su padre vía texting. Y acaeció una sorpresa más: Cuatro chicas colombianas, tan jóvenes como ella, se acercaron muy emocionadas a la mesa. Saludaron con nerviosismo a ambos y una vez hecho el protocolo, una de ellas tomó la vocería.
—Excuse us, please, are you Luma Fighter, aren’t you? —Luma levantó la cabeza y luego la inclinó con una sonrisa muy sorprendida.
—Yes, I am —contestó con una mezcla de resignación y modestia.
Las muchachas estallaron en gritos. Un signo de interrogación se dibujó en la cara de Teo con mucha claridad. ¿Qué más sorpresas tenía Luma? Tuvo que corresponder a los abrazos de las muchachas y tomarse cerca de una decena de fotos con ellas. De repente, una volteó hacia Teo y le sonrió de forma encantadora.
—La amamos —explicó.
Una vez las chicas le habían dado besos en las mejillas y las manos, se fueron una a una. Aunque no pararon de hacer escándalo. Ante la evidente ignorancia de Teo, Luma proporcionó una explicación:
—Luma Fighter es uno de mis canales en YouTube. Apenas tengo 200000 suscriptores, pero creía que todos eran de Europa.
Teo tuvo que darle permiso de ceder a su quijada.
—Los otros canales —siguió ella— son de baile y actuación, pero el más exitoso es el de Full Contact.
Luma se acomodó en la silla, como ya la había visto Teo antes, allá a la sombra de la garita de la muralla, cuando ella le pidió que le hablara de él. Y es que eso justamente quería, otra vez:
—Ahora si vas a hablarme de ti ¿cierto? Me lo debes.
—Claro que sí —contestó él.
Pero una vez más fueron interrumpidos. El profe Juan Martín, Julio y Monsieur Jacotey aparecieron de la nada.
—Teo, venga hablamos a solas un minutico —le solicitó el profesor.
Teo acudió de inmediato.
—Teo, viejo ¿y esa cara de ponqué? No me diga que está enamorando a Luma…
—Ay profe, ¿cómo se le ocurre? ¿Qué pasó, qué necesita decirme, profe?
—póngase pilas, Lilian está interesado en usted para que trabaje en Francia. Se ganó la Lotería Teo, pero ¡póngase pilas!
—¿En serio? Y ¿qué se supone que debo hacer? —preguntó Teo.
—“Se supone” no señor, qué “tiene qué hacer”. Graduarse e irse. O sea que, trabaje como loco para que ahorre y saque pasaporte y todo lo que necesite de aquí al grado. Porque se gradúa y se va, Teo, así —tronó los dedos.
Al ver la cara impávida de Teo, Juan Martín continuó
—si puede o no, o ¿no quiere?
—claro que sí —exclamó Teo, después de despertar.

Ahora sí necesitaba pellizcarse. Volteó a ver a la mesa y vio a Juan Martín juntarse con Lilian y Luma. Monsieur Lilian besó a su hija en la mejilla y entonces se marcharon. Julio pasó junto a Teo, llevando media sonrisa en su cara, dibujada con una mezcla homogénea entre burla y sana alegría. Dijo:
—Buena, Parce ¡ya la hizo! —parecía irse ya, pero se devolvió súbitamente para completar el mensaje— y con ñapa y todo ¡quien lo ve! —se alejó riendo.
Teo volvió a la mesa dando pasos de zombi. Mientras se sentaba, sin dar crédito aún a lo que acababa de oír y viendo al vacío, le dijo a Luma:
—Mi profesor es capaz de todo

Ya eran las once treinta. La noche blanca se convertiría gradualmente en la madrugada. Teo había llevado a Luma a un costado, se habían acercado a la Bahía de las Ánimas, y se sentaron en el sardinel. Algunas embarcaciones pequeñas rompían la oscuridad, pero no como lo hacían los impredecibles y fulminantes fogonazos que daba el cielo. Por fracciones de segundo era posible ver el horizonte. Teo trataba de ver y memorizar cada ángulo, pues el panorama era demasiado grande para verlo en un solo ángulo. ¿Estaba acaso recobrando el miedo a que todo terminara? Desafortunadamente ese miedo no era irracional, sino justificado. A esa hora del día siguiente estaría en Bogotá, teniendo la misma vida que había tenido siempre. Pero ¿había una esperanza? ¿Podía pensar en algo tan traído de los cabellos como irse a trabajar a Francia? ¿No era todo eso nada más que un sueño? ¿No estaba a punto de despertar?
—Lo que hago aquí es presentar un proyecto que el profe hizo con nosotros, sobre la enseñanza de la química.
Al fin estaba contándole a Luma algunas cosas de él. La noche blanca, con su bella maestra de ceremonias, el espectáculo, los fuegos artificiales, haber estrechado la mano de un Nobel, y sobre todo Luma, haber bailado con ella y haberla besado; fueron los ingredientes que se cocinaban en el caldero cual sortilegio para romper el pétreo caparazón de Teo.
—Es una pasantía para graduarme —apuntó él.
—Tú eres profesor de Química —comentó ella, elevando su índice—. Wow, lo más difícil que hay para hacer: enseñar y a parte, vas a enseñar lo más difícil que hay para enseñar —Rió—.
Vine con el profe y con Julio. Por ahí hay decenas de compañeros de la universidad. Pero a nadie he sentido la confianza de decirle cuán feliz estoy aquí —confesó Teo.
Se recostó y miró al cielo. Allí estaba la Estación Espacial Internacional, brillando como un robusto lucero. Luma se acomodó para seguir prestándole atención mientras hablaba. Se sentó más cerca de él y lo miró con atención.
—Creo que si manifiesto la dicha, tal y como la siento, se van a burlar —agregó él—. Están todos tan necesitados todo el tiempo de parecer fuertes… yo empecé la carrera a los 24 años. Muchas cosas me han tomado el doble de tiempo porque las he hecho sin ayuda de nadie. Mis amigos de juventud terminaron estudios antes que yo empezara y han realizado sus vidas. Uno aprendió inglés aunque tan difícil era para él y solo para trabajar en cruceros. Otro aprendió Francés estudiando por sí mismo y se fue a Canadá. Yo también podría hacer todo eso, pero me tomará más tiempo. Yo aprendí a tocar piano solo y también aprendí inglés estudiando solo, en mi casa. Practicando.
Luma enfocó su mirada sobre él y sonrió con ternura. Teo puso su cara muy cerca a la de ella.
—Esta es la primera vez que veo la Estación Espacial sin desear estar allá, sino contento aquí abajo —concluyó él.
—Conmigo no tienes que avergonzarte de nada —dijo ella—. Tus compañeros son unos miedosos. Yo, en cambio, puedo admitir sin pena que he viajado por muchos lugares, majestuosos. Pero nunca había conocido a alguien como tú.
Qué duro era para Teo reconocer que estaba por separarse de ella. Parecía que no había mucho más qué decir y que la conexión entre ellos era tal que ya podían quedarse un rato sin decir nada. Luma sonrió y con una confianza adorable y encajó la coronilla en el cuello de Teo. El, tomó las manos de Luma entre las de él y procuró sentirlas tanto como pudiera. La tenía abrazada y no le importaba que ella pudiera sentir en su hombro, el corazón que parecía querer explotarle. El cabello de Luma, de una suavidad tal que Teo quisiera dormir en él hasta morir, estaba regado sobre los brazos de ambos. Su aroma era una droga adictiva y peligrosa.

Los minutos seguían pasando y el maldito tiempo no se detenía. Parecía estar ahí flotando sobre el Caribe, riéndose mientras se paraba sobre el acelerador. Teo sintió miedo. ¿Después de eso, qué podría ofrecerle la vida que fuera si quiera parecido? Quizá lo más parecido a un sentido de la vida era tener esperanzas, pero para que estas tuvieran sentido, sería necesario no haber recibido nada en la vida, de lo contrario, no serían esperanzas sino expectativas o posibilidades. O sea que una vida donde se haya conocido la felicidad, sería una vida sin sentido: sería mejor esperar la felicidad por siempre, hasta la muerte, que conocerla y dejar de valorarla o perderla.

 

Capítulo  6  Error del destino

Las turbinas del avión hacían su característico ruido ascendente que hace eco en el estómago. Ese temido momento final estaba presente. Un Airbus de Avianca los llevaría, a Julio,  el profesor Juan Martín y a Teo, de vuelta a la capital. Teo recién miraba cada cosa y les dio una nostálgica despedida. Lo último que tuvo de Cartagena de indias fue la pista del aeropuerto y una vez volando, el infinito mar de color verde, cuyas olas se veían tan pequeñas como las líneas de la mano.
El avión entró en curso y el mar quedó atrás. Entonces, se veía selva de color esmeralda, en cantidades extraordinrias y surcada por serpenteantes ríos que desde la altura lucían apacibles como un viejo sabio.
Al cabo de una hora, la selva había desaparecido y solo había bosque alto andino, con más agua flotando en el aire que en cualquier lugar del mundo. Extensiones sin fin de montañas y colinas de adormecedora suavidad. EL verde intenso de la selva de hubo suavizado hasta parecer mezclado con leche.
Así como en el viaje de ida, hubo un choque térmico al abrir la puerta del avión, que iba lleno del aire de Cartagena. Al salir, Teo sintió que había entrado a una nevera. Al menos, seguramente ya deshincharía. Pero eso no fue todo, pudo detectar algo mucho peor: Sintió como si estuviera en un garaje cerrado junto a un coche encendido. Pero no había a dónde escapar, puesto que ya estaba al aire “libre”. En veinticinco años viviendo en Bogotá, no se había percatado de que fuera tan asfixiante.

Carolina lo recibió con un caluroso abrazo y un beso de amor. Mientras caminaban fuera del aeropuerto, Teo la miraba como si nunca la hubiera visto.
—¿Qué me miras? —preguntó ella con una sonrisa.
Teo no pudo contestar nada, pero no tenía necesidad. Simplemente, dejó las maletas en el suelo y la abrazó con mucha fuerza. Puso bien sus palmas sobre la espalda de ella, para apretarla contra sí. Parecía haber olvidado y vuelto a recordar cuánto valía Carolina en su vida.

Era muy incomodo lidiar con el agobiante sentimiento de vigilia. Este era tan lúcido, como el despertar de un sueño maravilloso, durante el que se perdió por completo la memoria y hasta la identidad; y después vuelve toda la información de golpe, poco halagadora y prácticamente opuesta a lo que se soñaba. Así como, durante el sueño, lo irreal parecía la vida en vigilia, al despertar, lo irreal pasaría a ser aquello soñado. Al regresar a Bogotá, lo intangible sería de ahí en adelante, el recuerdo de Cartagena.
Teo entró a su casa, y la luz le pareció demasiado amarilla. Cada espacio se le hizo demasiado pequeño, de manera equivalente a cuando una persona vuelve a ver su colegio unos veinte años después. Tal persona manifiesta “Recuerdo todo más grande”. Sintió que esa no era su casa, sino una maqueta de ella.
Cuando entró a su habitación, Teo se asomó por la ventana. Era un tercer piso en una casa sobre una calle empinada y aún así, había máximo 20 grados de panorama. El resto estaba compuesto por una maraña de cables de luz y el frente de las otras casas. Lo único que se veía a lo lejos era un océano de favelas. Una colina tras otra y tras otra hasta el horizonte, cubiertas todas de desordenados y atestados barrios. Solo se veía concreto.

Al día siguiente, Teo escribió en YouTube Luma Fighter. Cuando aparecieron los resultados, sintió un brinquito en el corazón. Simplemente, no parecía haber sido cierto. Era mucho más fácil creer que había sido un sueño, porque para ser realidad, era demasiado bello. El canal tenía 255000 suscriptores. Teo se imaginó que la principal razón del éxito del canal, era que ella aparecía vistiendo ropa ceñida de gimnasio, frecuentemente calzonetas innecesariamente pequeñas. Ahí estaba ella, enseñando a hacer cosas de Full Contact sobre un saco de boxeo. Era impresionante. Ahí estaba el rifle de asalto haciendo ráfagas. A Teo le pareció tenerla ahí, frente a él, agarrándose el sombrero con la mano y tomando fotos.
De verdad, ¿hacía menos de 24 horas había estado con esa chica en su regazo viendo hacia el mar Caribe? ¿No estaría loco de remate? Y ¿si lo había imaginado todo y en verdad Teo había estado todo el tiempo en su casa? ¿Esquizofrénico, quizá? Todas esas opciones parecían más creíbles que la realidad y menos dolorosas. Por lo pronto, todo había pasado hacía menos de 24 horas, pero pronto serían días, luego semanas, luego años y el tiempo diluiría todo a tal punto que daría igual pensar que fue realidad y que fue alucinación. Haber estado con Luma Jacotey en Cartagena de Indias, haber bailado Salsa y haberla besado.

Pero… ¿y si se iba a Francia? Teo se dio cuenta que no había tomado en serio esa oferta, que como todo lo demás, le parecía ahora una fantasía. Pero… ¿y si no? ¿Si resultaba? ¡Sólo tenía que actuar! Si Luma había pasado el mejor día de su paseo con él, rechazó a los americanitos por él, había aceptado de buen grado su beso, sabiendo que era doce años mayor que ella y ¡hasta le había dicho que nunca había conocido a nadie como él! ¿No sería posible que algo de verdad hubiere en ello?
¿Qué Teo, quizá, si podía tener algo especial? Teo volvió la mirada al interior de su habitación. Se cuestionó cómo podría proveerse sí mismo de aquella magia exuberante que se apoderó de él durante la noche blanca. Allí, en su pequeña habitación, con vista a un océano de hormigón, no disponía de los elementos. No había una despampanante mujer del espectáculo lanzando besos ni fuegos artificiales estallando coloridamente en el cielo. Ni tampoco tenía disposición, sí que menos, de una adolescente francesa, hermosa como el sol y que lo hiciera sentir tan bien. Pero… un momento ¿Y Carolina?

Teo trabajó duro. Mientras llegaba la hora de recibir el título, solicitó a la empresa de correos en la que había laborado a lo largo de toda su carrera, un par de zonas extras. Pero la parte dura no era el cansancio ni el tiempo, ni el sacrificio de otras cosas, sino el esfuerzo mental. Teo se había programado con éxito a sí mismo para no olvidar la motivación, cosa que en él era sumamente difícil. Había logrado nada menos que albergar una esperanza.
Se había decidido a buscar a Luma en Facebook, la había encontrado y se habían conectado. Pero ella no le contestó los primeros dos mensajes a Teo, así que él no volvió a escribirle.
Pero la veía casi a diario, tratando de que su mente aceptara que tan maravillosa experiencia había sido real. Se suscribió a su canal de Full Contact y comentaba en muchos de los videos varias veces. Pero nunca había una réplica. Teo trataba de hacer caso omiso a esos profundos vacíos, para no perder la motivación. Durante cuatro meses trabajó incansablemente y mantuvo a la fuerza su motivación, estudió Francés usando todo el asombroso potencial que tenía y que no usaba antes, casi nunca, por creer que sería solo un desperdicio de energía debido a la idea de que el destino estaba ya trazado. Pasaba las noches escuchando locuciones en Francés, de día estudiaba cuando no trabajaba.
Llevaba un registro de su propio progreso, se había inventado un sistema de calificación para autoevaluarse y se exigía cada vez más. Cada vez que le parecía ridículo aspirar a aprender el suficiente Francés por sí solo, recordaba que uno de sus amigos lo había hecho ya.
El progreso y la disciplina le imprimían gotas de confianza a Teo. Se sentía capaz de todo y por primera vez le parecía lógico ese trillado discurso que tanto difundían los medios y sus gurús de la actitud, sobre que querer era poder. Estaba cada vez más convencido de triunfar. Tenía un poco de dinero ahorrado y ya estaba enterándose de qué trámites eran necesarios. Había hablado con Juan Martín un par de veces por Internet y la oferta de Monsieur Lilian, parecía seguir en pie. Pero los debacles que supusieron la finalización de la carrera le ocuparon más tiempo del que creía y por otra parte, el término de clases, lo obligaron a distanciarse de sus compañeros, incluyendo a Julio.

Llegó Marzo. Teo obtuvo su título, en un día medio lluvioso. Fue un día muy diferente a lo que se había imaginado siempre. Mucha menos gala y pompa que el grado de Carolina, que había tenido tiempo en Noviembre. No obstante, tenía cosas más importantes en su cabeza, cómo el interrogante sobre el paradero de sus cofrades de aventura tropical. Juan Martín se había ido a Rusia y Teo no sabía nada de Julio. Quizá su grado se había pospuesto ¿Cómo saberlo?

Para Teo, el siguiente paso era tramitar la Visa. Tenía que ponerse en contacto con Juan Martín o con Luma tan pronto como pudiera. Pero nadie contestaba. Empezó a tener un muy mal presentimiento. Durante todo ese tiempo, Teo había procurado mantener vivo el recuerdo de Luma, pues era su única motivación. Pero era cada vez más difícil si solo podía verla sin comunicarse. Era como ilusionarse con una estrella de Hollywood, de quien se encontraban con facilidad fotos y videos en línea pero con quien no se podía hablar. Sentía el pródromo de una horrible angustia germinando en su vientre. ¿Y si todo lo que había hecho desde que volvió a Bogotá, fuera en vano? ¿No sería una burla muy macabra de la vida, un error del destino?

Una semana más sin noticias. El tiempo, que siempre había actuado en contra, ya fuera yendo más rápido, más despacio o diluyendo el pasado hasta desaparecerlo, estaba teniendo un efecto aplastante en Teo. Pensó que tal vez debería volver a su rutina tercermundista normal, trabajar como profesor en un colegio y tratar de vivir. Aparentando, claro, luchando contra la constante necesidad impuesta de “encajar”. Aquello que tanto había maldecido. Para adaptarse al mundo debía ponerse un disfraz, como lo hacían sus compañeros de pregrado en la entrada del centro de convenciones de Cartagena. Estaba él ahí, en su habitación, filosofando mientras moría el día, si decidir meterse en ese disfraz era una traición a sí mismo o era, por el contrario, un paso adelante que debía dar. Al cabo de un minuto desechó lo segundo, con tanto desprecio como se tira un pañuelo después de sonarse. Cayó de cola en su cama y se pasó las manos por la cara. Supo que no lo iba a hacer. Jamás iba a aparentar para encajar. Quien era él realmente, había estado a flote toda su vida y por ello, nunca había encajado. Solo durante esos momentos con Luma y en la heroica, se sintió encajando siendo él mismo. ¿Por qué la vida le había permitido vivir eso?

Recordó Teo que las memorias irreales herían menos que las reales. Se levantó de la cama y caminó a su P.C. de escritorio. Escribió, ya no con expectativas sino con amargura, Luma Fighter. Navegó por el canal de Luma y por sus recuerdos, evocando el perfume de ella y la suavidad de su cabello como si la tuviera ahí. Estuvo una vez más en Cartagena, abrazándola. Luma Jacotey, hacía espectaculares patadas bajas medias y altas a su saco de boxeo. Qué criatura tan asombrosa.
En un atípico impulso de Teo por cerrar un episodio con buena actitud, trató de dar gracias a la vida por su experiencia en Cartagena y especialmente por haber estado al lado de Luma. Si intuición le decía que era lo mejor que podía hacer, al menos mucho mejor que hundirse en el recuerdo o amargarse por que había terminado o porque sus ilusiones no cristalizaron. Estaba tratando de aceptar que todo había sido un fracaso y que volverla a ver en persona era una ilusión de niño pequeño.
Mientras lo pensaba, un grupito independiente de Neuronas le llevó una idea a parte: ¿Y los demás canales de Luma? ¿Los de danza y actuación? Teo se obsesionó con encontrarlos porque jamás los había visto. Revisó los posibles vínculos en las descripciones de sus videos favoritos de Luma Fighter, en los comentarios, en la discusión del canal… hasta que, con el poco Francés que había aprendido, encontró un comentario de otro usuario donde le preguntaba a la comunidad si se imaginaban a Luma Fighter bailando. Que lo hacía muy bien. Había un vínculo. ¡Lotería! Teo hizo clic y la página cargó.

En el segundo siguiente, su corazón se paralizó, como el de alguien que se topa a un conocido que yace muerto bajo la escalera o que encuentra su casa vacía tras un robo. No daba crédito a sus ojos. Parpadeó varias veces, deseando que lo que veía fuera un error de percepción o un síntoma de paranoia. En la miniatura del primer video, el más reciente, aparecía Luma junto a alguien. Ambos sonreían. Teo no quería dar clic, se imaginó muriendo ese día o en 50 años y de verdad habría preferido vivir los 50 años sin haber dado clic. Pero lo hizo. Mientras la página cargaba, Teo sintió una enrome mordida entre el pecho y el estómago. Era como si una bestia prehistórica lo hubiera cazado y lo tuviera ahí, esperando a que se desangrara.

El video inició. Luma llevaba un traje de salsa, equiparable al que llevaban las bailarinas colombianas durante la noche blanca. Cuando Luma habló, él, deseó no haber aprendido el más mínimo Francés:  “Hola amigos, espero que todo marche bien por allá, quiero agradecerles porque ya llegué a los 100000 suscriptores! Quiero que conozcan a Julio, de ¡COLOMBIA… !” dijo, y entonces aplaudió con las manos en alto. “Lo conocí en Cartgena. Créanme, si van a Cartagena de Indias, la van a amar…” Dicho eso, Luma preguntó a muy alto volumen “¿Quiénes aman a Cartagena?” y terminó riendo y brincando con Julio.
La consciencia se le iba yendo a Teo, de modo que sus ojos parecían una cámara desenfocándose y las cosas delante de ellos se mezclaban con la intención de que ya nada importara. Con la poca consciencia que le quedaba, solo pudo admitir la curiosidad por la fecha del video. Revisó: 15 de enero de 2011. Julio llevaba en Francia desde al menos dos meses.

Teo se desrealizó. Las cosas ante sus ojos no parecían más que imágenes falsas y vacías en una pantalla de cine, vistas por alguien que veía la película por obligación. Y los registros en su memoria estaban convirtiéndose automáticamente en alucinaciones. Su cerebro solo conservaba la capacidad de mover los músculos lisos, los que se mueven así uno no quiera. Por eso seguía respirando. Estaba de pie junto a su escritorio pero su lentitud era casi onírica: Como con los buques en el mar, habría que quedarse varios, pero varios segundos atento para percibir el movimiento. Estaba moviéndose a la ventana. Vio las colinas forradas de favelas y se sintió encerrado y castigado. Tenía muy claro que era de los peores lugares para haber nacido y que salir de allí era imposible para él. Que era una especie de prisión existencial y que el error que había cometido el destino de enviarlo a Cartagena y que se conociera con Luma, había sido corregido prestamente.

La noche cayó más rápido de lo que Teo se movía. Había parpadeado tan poco durante esas horas que ya tenía los ojos rojos. Al cabo de otra hora había logrado tomar un bisturí de su cajón de útiles. Había algo que garantizaba que el dolor persistiera y por ende debía quitarlo: su vida. Se encargó de que el sistema que transportaba su vida ya no estuviera más cerrado. Dejó escapar su fluido vital. Se sentó en el piso a los pies de la cama y lentamente el dolor empezó a desaparecer. Poco a poco se fue encorvando, en silencio, en paz…

Por la ventana, podía verse la Estación Espacial Internacional, brillando como un robusto lucero.

Fin

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